Cristo, cargado con nuestros pecados, subió al leño para que muertos al pecado
vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado (1 Pedro 2,24)
Dos misterios cruciales de la vida del hombre penden de sendos árboles: el Árbol de la Cruz, del que tenemos clara noticia, y el Árbol de la Vida, situado nada menos que en el Génesis, en el principio de la Creación. El Árbol de la Vida, pieza clave en la Creación y sobre todo en la caída del hombre, nos cae tan inmensamente lejos como la Creación del mundo. Aunque el Génesis nos dé cuenta de ambas, una y otra quedan envueltas en el misterio; por lo que está claro que no podemos pretender leernos este primer libro de la Biblia como si fuese la narración puntual y exacta de una secuencia de acontecimientos, porque es evidente que ni siquiera pretende serlo. Su prioritaria intención doctrinal es evidente: véanse como ejemplo el descanso del 7º día de la Creación y la institución divina del matrimonio, con los respectivos comentarios teológicos.
Sin embargo, en el episodio del Árbol de la Vida, que toda la patrística vio reflejado y superado en el Árbol de la Cruz, hay elementos textuales que nos permiten despejar algunas incógnitas: partiendo obviamente de que no estamos analizando una secuencia de datos sino un Misterio (un gran misterio) que, siguiendo la tradición exegética de los Santos Padres, tiene su desenlace en el Árbol de la Cruz. Hemos de explicar el misterio de la caída del hombre en el Paraíso con otro misterio: el de la Redención. Es el Árbol de la Cruz la clave que nos permite comprender el Árbol de la Vida del Paraíso.
Del árbol de la Cruz pende el fruto de nuestra Redención. El hombre quedó arruinado por el pecado original, siendo por ello expulsado del Paraíso. Ni tamaño castigo ni tan dolorosa Redención pudieron tener como causa, la clásica manzana ni un simple acto de desobediencia respecto a un precepto -en principio indiferente- en el que fue tan fácil engañar al hombre. Sería tremendamente desproporcionado el castigo respecto al delito. Cuesta mucho entender que Dios impusiera tan enorme castigo no sólo a Adán y Eva, sino también a todos sus descendientes por desobedecer un oscuro mandato. En efecto, una lectura simple del texto pareciera hacernos ver un Dios totalmente arbitrario y tremendamente severo. Tiene toda la pinta de ser una mala lectura de la primera carta de presentación de Dios al hombre. Y sobre todo, esa lectura estaría en contradicción frontal con la infinita generosidad de Dios para con el hombre.
¿Cuál fue pues el pecado de nuestros primeros padres, cuál fue el pecado que le mereció al género humano ser expulsado del Paraíso? Dirijamos nuestra mirada al Árbol de la Cruz, del que pende la salvación del mundo: el precio que paga Dios (porque al final es Dios quien carga con la deuda del hombre) es de una atrocidad extrema. Parece bastante obvio que alguna relación ha de haber entre ese castigo extremo de expiación asumido por Dios mismo, y el pecado que se expía con ese castigo. Al optimista O felix culpa de san Agustín, hay que responder con un O terribilis culpa, por cuya expiación sufrió tan terrible pasión y muerte el Redentor.
Si seguimos mirando al Árbol de la Cruz, vemos que de su fruto nos alimentamos: Hoc est corpus meum. Accípite et manducate ex eo omnes. In remissionem peccatorum. Nos hemos acostumbrado a escuchar estas palabras y ya no nos impresionan. Entregado por vosotros (et pro multis) para el perdón de los pecados. Tomad y comed. Es el fruto del Árbol de la Cruz que nos ofrece Dios Padre para que comiendo de él nos salvemos del morir eterno. ¡Pero a qué precio! ¡Dios mío, a qué precio! Al precio de la muerte infamante del Hijo del Dios Altísimo. ¿Y cuál podía ser ese horrible pecado del hombre para cuya redención se requería un precio tan exorbitado? ¿No es coherente que fuese también exorbitado el pecado?
Y una reflexión más: la ruina del hombre no fue por una respuesta justiciera de Dios a la acción del hombre, sino un efecto directo del propio pecado, en virtud del cual resultó arruinado el hombre. Fue el pecado – el mal libremente querido y buscado- el que ocasionó la ruina del hombre. Y además con el carácter propio del pecado original: el que se transmite por sí mismo, lo quieras o no, a todos los descendientes. Un pecado que afecta a la condición inherente del hombre: la de entonces y la de ahora. Una condición tan pegada al hombre como su misma piel. Es la tara que nace con cada hombre en cada hombre. Que determina su condición humana. Como el animal cautivo que nace por la voluntad de su amo, nace cautivo: la cautividad es su tara de nacimiento. Alguien se ha erigido en dueño de su vida.
Pero volvamos al Paraíso y situémonos en el castigo divino. ¿Así que has comido del árbol del que te prohibí comer? Multiplicaré el sufrimiento de tus embarazos -le dice Dios a la mujer- y parirás con dolor; y el hombre se aprovechará de tu necesidad de acercarte a él, para dominarte: se convertirá en tu señor. Y al hombre: Maldita sea la tierra por tu causa, comerás el pan con el sudor de tu frente (Génesis 3, 3-19). Ahí aparece bien evidente el trabajo como castigo para el hombre; y para la mujer, la multiplicación de sus problemas de madre, y el abuso por parte del hombre sobre su condición de esposa o compañera. Eso es lo que dice el texto sagrado.
Respecto al árbol, es el de la Vida. Uno solo. El de la Ciencia del Bien y del Mal es una característica del mismo árbol, un epíteto. Una lectura atenta de todo el pasaje no deja lugar a dudas. El final del episodio es, en efecto, que colocó Dios a los Querubines con su espada de fuego para custodiar el camino del Árbol de la Vida: sólo el Árbol de la Vida.
¿Cuál es pues la materia prima del relato del pecado original? LA VIDA, fruto del Árbol más precioso, que estaba en medio del Paraíso de las delicias. Y el hombre se atrevió a convertirlo en su alimento habitual, distinguiéndose de los demás animales y alejándose de este modo de la naturaleza. Y en el pecado, gravísimo, llevarían la penitencia: porque ese pecado transmutó la especie humana. Cometiendo ese pecado se les abrieron los ojos y descubrieron el bien y el mal. Eso es lo que le mereció al hombre atreverse a cultivar el Árbol de la Vida y a alimentarse de sus frutos.
Pecado gravísimo contra Dios, pero gravísimo también contra sí mismo. Ese pecado fue la ruina de la especie. La condición de la mujer y la del hombre son consecuencia de ese pecado. Y lo peor de todo es que una vez que ha aprendido el hombre a echar mano del fruto del Árbol de la Vida, está ya perdido para siempre, porque ya es incapaz de recular. La naturaleza es inexorable: no perdona. Variarán las formas de alimentarse los unos de las vidas de los otros; pero al final queda en pie la voracidad humana: una vez puesta en marcha esa voracidad, ya no hay quien la sacie. ¿A quién no le consumen los demás, sean quienes sean, por lo menos la mitad de su vida? ¿Y hay alguien que no se dé vida a costa de la vida ajena? Y en los momentos difíciles, a dentelladas.
Cuando se escribió el Génesis, estaba de moda contentar a los dioses (Baal, Moloch, Be-el-Zebú…) sacrificándoles los recién nacidos prescindibles. Era lo que se llevaba en aquel tiempo en aquella región del mundo y en tantas otras. Eso comportaba disponibilidad absoluta de la mujer, que además de satisfacer al hombre a capricho, cumplía la sagrada misión de proveer los altares de los dioses con las víctimas más apetecidas… Y antes de ser ésos sacrificios de holocausto (totalmente quemados) habían sido sacrificios de comunión. El Árbol de la Vida era sacudido violentamente por dioses y hombres. Y de él se nutrían.
Y hoy seguimos explotándolo y sacudiéndolo con un esquema que en lo esencial es igual que hace 3.000 o 4.000 años. Hoy los frutos del Árbol de la Vida no se comen a lo bestia, sino que forman parte de cosméticos, fármacos y aditivos alimentarios de altísima calidad. Está superada aquella antigua barbarie, ¿eh que sí? Hoy el Árbol de la Vida es sacudido con furia, y tanto su explotación y cultivo como el mercadeo de sus frutos, vivos o muertos, enteros o por piezas, está en plena efervescencia: óvulos, embriones, vientres de alquiler al servicio del sexo estéril, peligrosísimas ingenierías embrionarias, mercado floreciente (nunca falta dinero para el negocio de la vida). Por fin lo hemos conseguido: pasando por encima del bien y del mal. Y justo porque nos hemos atrevido con el mismísimo Árbol de la Vida, hemos llegado adonde queríamos llegar, ¡a ser como dioses! Pero como vaticinó Dios en el Paraíso, eso será nuestra muerte. Y todo, absolutamente todo, poniendo el Árbol de la Vida al servicio de la concupiscencia y de la codicia del hombre: con enorme quebranto para el pobre Árbol de la Vida y para sus malhadados frutos.
Hoy en efecto (y quién sabe si no estaremos ya en los novísimos) es mucho peor que en aquellos albores de la humanidad. Hoy tenemos la Redención, tenemos la Cruz de Jesucristo como nuevo Árbol de la Vida y Árbol de Salvación. Y el mundo, especialmente Occidente, ha apartado su mirada del Árbol de Salvación, vergonzantemente ocultado a menudo por aquellos en cuyas manos lo puso Dios, y cuyas bocas tenían que difundir el Evangelio de la Vida.
Dios hecho víctima, hecho alimento en el Cuerpo entregado de su Unigénito para que renunciemos a alimentarnos vorazmente los unos de los otros. Dios Todopoderoso que ha optado por ser Él mismo nuestra víctima y nuestro alimento, ha de sufrir hoy una nueva Pasión, un nuevo Vía Crucis, viendo cómo nos esforzamos en volver inútiles su Pasión y Muerte por la redención de la humanidad. Y ha de sufrir viendo cómo nos empeñamos en abaratar y trivializar el Cuerpo y la Sangre de la víctima que se nos ofrece como fruto precioso del Árbol de la Cruz.
Ecce lignum Crucis: He aquí el Árbol de la Cruz del que pende la salvación del mundo.
Pecado gravísimo contra Dios, pero gravísimo también contra sí mismo. Ese pecado fue la ruina de la especie. La condición de la mujer y la del hombre son consecuencia de ese pecado. Y lo peor de todo es que una vez que ha aprendido el hombre a echar mano del fruto del Árbol de la Vida, está ya perdido para siempre, porque ya es incapaz de recular. La naturaleza es inexorable: no perdona. Variarán las formas de alimentarse los unos de las vidas de los otros; pero al final queda en pie la voracidad humana: una vez puesta en marcha esa voracidad, ya no hay quien la sacie. ¿A quién no le consumen los demás, sean quienes sean, por lo menos la mitad de su vida? ¿Y hay alguien que no se dé vida a costa de la vida ajena? Y en los momentos difíciles, a dentelladas.
Cuando se escribió el Génesis, estaba de moda contentar a los dioses (Baal, Moloch, Be-el-Zebú…) sacrificándoles los recién nacidos prescindibles. Era lo que se llevaba en aquel tiempo en aquella región del mundo y en tantas otras. Eso comportaba disponibilidad absoluta de la mujer, que además de satisfacer al hombre a capricho, cumplía la sagrada misión de proveer los altares de los dioses con las víctimas más apetecidas… Y antes de ser ésos sacrificios de holocausto (totalmente quemados) habían sido sacrificios de comunión. El Árbol de la Vida era sacudido violentamente por dioses y hombres. Y de él se nutrían.
Y hoy seguimos explotándolo y sacudiéndolo con un esquema que en lo esencial es igual que hace 3.000 o 4.000 años. Hoy los frutos del Árbol de la Vida no se comen a lo bestia, sino que forman parte de cosméticos, fármacos y aditivos alimentarios de altísima calidad. Está superada aquella antigua barbarie, ¿eh que sí? Hoy el Árbol de la Vida es sacudido con furia, y tanto su explotación y cultivo como el mercadeo de sus frutos, vivos o muertos, enteros o por piezas, está en plena efervescencia: óvulos, embriones, vientres de alquiler al servicio del sexo estéril, peligrosísimas ingenierías embrionarias, mercado floreciente (nunca falta dinero para el negocio de la vida). Por fin lo hemos conseguido: pasando por encima del bien y del mal. Y justo porque nos hemos atrevido con el mismísimo Árbol de la Vida, hemos llegado adonde queríamos llegar, ¡a ser como dioses! Pero como vaticinó Dios en el Paraíso, eso será nuestra muerte. Y todo, absolutamente todo, poniendo el Árbol de la Vida al servicio de la concupiscencia y de la codicia del hombre: con enorme quebranto para el pobre Árbol de la Vida y para sus malhadados frutos.
Hoy en efecto (y quién sabe si no estaremos ya en los novísimos) es mucho peor que en aquellos albores de la humanidad. Hoy tenemos la Redención, tenemos la Cruz de Jesucristo como nuevo Árbol de la Vida y Árbol de Salvación. Y el mundo, especialmente Occidente, ha apartado su mirada del Árbol de Salvación, vergonzantemente ocultado a menudo por aquellos en cuyas manos lo puso Dios, y cuyas bocas tenían que difundir el Evangelio de la Vida.
Dios hecho víctima, hecho alimento en el Cuerpo entregado de su Unigénito para que renunciemos a alimentarnos vorazmente los unos de los otros. Dios Todopoderoso que ha optado por ser Él mismo nuestra víctima y nuestro alimento, ha de sufrir hoy una nueva Pasión, un nuevo Vía Crucis, viendo cómo nos esforzamos en volver inútiles su Pasión y Muerte por la redención de la humanidad. Y ha de sufrir viendo cómo nos empeñamos en abaratar y trivializar el Cuerpo y la Sangre de la víctima que se nos ofrece como fruto precioso del Árbol de la Cruz.
Ecce lignum Crucis: He aquí el Árbol de la Cruz del que pende la salvación del mundo.
Custodio Ballester Bielsa, pbro.
Sacerdotes por la Vida
Maravilloso articulo Mosen Ballester. CRISTUS VINCIT, CRISTUS REGNAT, CRISTUS IMPERAT, AMEN.
ResponderEliminarLe ruego no me usurpe el seudónimo, amigo. Hágase uno para usted, pero no use el mío.
EliminarExcelente sobre el Génesis pero la continuación sigue con El Diluvio, y aquí la Iglesia Catòlica ha quedado paralizada. No me explico que el único libro que existe con estudios científicos sobre El Diluvio sea de autoria protestante. Podéis comprarlo en Amazon actualmente, esta en stock. EL DILUVIO DEL GÉNESIS, libro que rompe los mas importantes dogmas científicos de moda, (no dogmas católicos). SG.
ResponderEliminarBellísima exégesis que se verifica a la luz de la experiencia contemporánea, reflejando la terrible crisis de la identidad católica.
ResponderEliminarLa bioética y la teología no han seguido el ritmo vertiginoso de la técnica. Se ha impuesto el pragmatismo científico biomédico. Los moralistas se encuentran con hechos consumados. Los legisladores reconocen el hecho consumado, que es presentado por los medios de comunicación social como aceptado por una mayoría social. Y se dan normas jurídicas para encubrir el vacío ético.
La pregunta deja de ser ¿cuál es la naturaleza o esencia de una cosa? para convertirse en ¿cómo funciona, para qué sirve, ¿cómo se ha producido? En todo esto hay una ausencia de obligaciones morales absolutas fundadas en los valores objetivos y universalmente vinculantes. Se ha caído en un relativismo, al reaccionar ante circunstancias cambiantes, en función de la calidad de vida, o del bienestar de los individuos.
La nueva ética no es fruto de la razón sino de la imaginación creativa del hombre. Lo que se consideraría específico en ella, es la ausencia de cualquier tipo de valor vinculante previo de manera absoluta, ni siquiera la vida humana. Pone en duda la competencia de la ética clásica y de la filosofía moral, y de la ética médica clásica de perfil hipocrático.
Se define como bioética laica, civil, liberada del tabú de orden natural y moral, de consideraciones teológicas y religiosas que pudieran impedir a la ciencia su avance. Se legitiman las decisiones bioéticas por vía del consenso social y la vía democrática muy a tono con el pragmatismo técnico.
En este ambiente se está desarrollando una ética del medio ambiente, que incluye el reino animal, y el vegetal, con lo que el hombre estaría sometido a las mismas reglas éticas que los demás seres vivos, dentro de una ética global.
El centro del problema es el eclipse del sentido de Dios y del hombre.
EliminarProgresiva ofuscación entre Dios-hombre-moral.
Sólo delante de Dios, el hombre puede percibir toda la gravedad de su error. La criatura sin el Creador desaparece. La pérdida del sentido del “misterio”, reduce al hombre, su vida y su muerte a “cosas” que se pueden poseer o rechazar. El hombre deja de preocuparse de existir para preocuparse solo de hacer, cae toda la naturaleza, que pasa a ser algo a dominar.
El materialismo práctico deforma el sentido del sufrimiento, del cuerpo, de la sexualidad, de la procreación. Es el éxito de la despersonalización. Calidad de vida se identificaría con eficiencia, consumismo, goce. Se pone así en peligro la conciencia de cada persona y también la conciencia moral de la sociedad. Hay una confusión total entre el bien y el mal.
En el árbol de la Cruz se cumple el Evangelio de la vida. Contemplamos el espectáculo de la Cruz para captar el sentido de la vida y de la muerte. Como en el viernes santo, la oscuridad que hay ahora no eclipsa el resplandor de la Cruz; al contrario, se manifiesta como centro, sentido y fin de toda la historia de la vida humana.
Con su muerte, Jesús ilumina el sentido de la vida y de la muerte de todo ser humano. De la cruz, vértice del amor y fuente de la vida, nace el “pueblo de la vida” que sigue a Cristo en el don de sí.
La encíclica de JPII “Evangelium Vitae” recuerda el nexo entre vida-libertad-verdad:
ResponderEliminarEl primer paso fundamental para realizar este cambio cultural consiste en la formación de la conciencia moral sobre el valor inconmensurable e inviolable de toda vida humana.
Redescubrir el nexo inseparable entre vida y libertad. Son bienes inseparables. Donde se viola uno, el otro acaba también por ser violado. Vida y libertad están vinculadas indisolublemente a la vocación al amor. Uno de los núcleos de la cultura de la muerte es una autonomía mal entendida: «¿Soy acaso yo el guarda de mi hermano?» (Gn 4, 9). Es una idea perversa de libertad.
No menos decisivo en la formación de la conciencia es el descubrimiento del vínculo constitutivo entre la libertad y la verdad. Separar la libertad de la verdad objetiva hace imposible fundamentar los derechos de la persona sobre una sólida base racional y pone las premisas para que se afirme en la sociedad el arbitrio ingobernable de los individuos y el totalitarismo del poder público causante de la muerte.
La banalización de la sexualidad es uno de los factores principales que están en la raíz del desprecio por la vida naciente. Sólo un amor verdadero sabe custodiar la vida. Por tanto, no se nos puede eximir de ofrecer sobre todo a los adolescentes y a los jóvenes la auténtica educación de la sexualidad y del amor, una educación que implica la formación de la castidad, como virtud que favorece la madurez de la persona y la capacita para respetar el significado "esponsal" del cuerpo.
Interesante reflexión para estos días, don Custodio. No cuesta mucho entender una Pasión de Cristo redentora de nuestros pecados personales. Basta que nos miremos en el espejo para contemplar nuestras miserias, innúmeras a lo largo de nuestra vida. Algo más cuesta entender el pecado original. Hace usted muy bien en resaltarlo para que, con ello, se anime el pueblo fiel a buscar coherencia a su fe. Sobre el mismo se ha disparatado demasiado en los últimos tiempos, incluido el actual secretario de la Congregación de la Fe, el mallorquín Ladaria. Hay que hacer una exégesis rigurosa de esos capítulos iniciales del Génesis. Desentrañar la victoria de la tendencia hacia el mal de la naturaleza humana sobre la razón que indica el bien, desde un primer momento de la historia; una inclinación que nos atrapa hasta el punto de alejarnos de Dios. Pérdida cuya recuperación mueve al mismo Dios a encarnarse y sufrir muerte de Cruz. Estos días que compendían losn grandes misterios de nuestra fe debieran estar acompañados de explicaciones teológicas profundas y claras sobre su genuino significado.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con el Sr Valderas Gallardo.
EliminarSr. Anónimo de las 12:02.
EliminarMe cuesta entender su entusiasta y fervorosa adhesión al Sr. Valderas Gallardo. Siempre es el eco de los escritos de JMVG. Da un poco la impresión d e formar parte de la "claca".
No creo que su acuerdo absoluto añada algo al escrito.
Sr.Anónimo 18/15,prefiero ser entusiasta del Señor Valderas que del Puigdemont ese,como lo es usted.
EliminarAl Anónimo de las 8:10.
EliminarDeducción simplista.
En mis escritos, he procurado no tocar nunca temas políticos, porque entiendo que GG no debe seguir este camino (aunque lo sigue).
Mi interés principal es la Teología. Aprovecho la ocasión para recomendar a Mn. Custodio que profundice en el conocimiento de los géneros literarios en la Biblia, muy particularmente en el Génesis.
Gracias Señor por haber resumido TODO en una palabra : AMOR..CARIDAD...
ResponderEliminar¡Extraordinario y estremecedor artículo!
ResponderEliminarEscribe el P. Custodio:
ResponderEliminar“… Ni tamaño castigo ni tan dolorosa Redención pudieron tener como causa, la clásica manzana ni un simple acto de desobediencia respecto a un precepto -en principio indiferente- en el que fue tan fácil engañar al hombre. Sería tremendamente desproporcionado el castigo respecto al delito. Cuesta mucho entender que Dios impusiera tan enorme castigo no sólo a Adán y Eva, sino también a todos sus descendientes por desobedecer un oscuro mandato…”
Igualmente le chocó a Lin Yutang, escritor chino e hijo de padres cristianos, como relató en su obra “La importancia de vivir “ (1937), pág. 204:
“…Aun más absurda me pareció otra proposición. Se trata del argumento de que cuando Adán y Eva comieron una manzana durante su luna de miel, se enfureció tanto Dios que condenó a su posteridad a sufrir de generación en generación por ese pequeño pecado, pero que cuando la misma posteridad mató al único Hijo del mismo Dios, Dios quedó tan encantado que a todos perdonó. Por mucho que me expliquen y me discutan, no puedo eludir esta sencilla falsedad. Esta fue la última de las cosas que me turbaron…”
http://www.pasadofuturo.com/archivos/librolaimportanciadevivirlinyutang01.pdf
http://confuciomag.com/lin-yutang
El árbol de la cruz nos sitúa ante el misterio del hombre. El núcleo del problema es el empeño del hombre en ser Dios ("Seréis como dioses"); un hombre que no es más que esclavo. Y es en la cruz donde se encuentran Dios y el hombre (el hombre en su peor sentido: sometido a la esclavitud más extrema, representada en la cruz). He ahí el signo de la cruz, he ahí la imagen del hombre: ese esclavo aniquilado que resulta que es Dios. Dios poniéndose en el más terrible lugar del hombre-esclavo para tirar de él hacia arriba. O magnum mysterium et admirábile sacramentum!
ResponderEliminarDios es misterio, y podremos vivir mejor o peor sin alcanzar a resolver el misterio de Dios. La fe suple la comprensión. Pero no nos ocurre lo mismo con el misterio del hombre. Si no lo planteamos correctamente, si no somos capaces de asumir que nuestra inclinación al mal forma parte de este misterio, estamos perdidos.
"Cuando se escribió el Génesis, estaba de moda contentar a los dioses (Baal, Moloch, Be-el-Zebú…) sacrificándoles los recién nacidos prescindibles. Era lo que se llevaba en aquel tiempo en aquella región del mundo y en tantas otras."
ResponderEliminarSegún recuerdo, en según qué circunstancias, como por ejemplo un asedio o hambrunas, se sacrificaban incluso los niños sanos, como forma de Gran Sacrificio agradable a los dioses.
En esas circunstancias, seguramente se trataba de intentar matar dos o tres pájaros de un tiro: Contener o reducir la propia población limitante a la vez que aparentar ofrecerlo como sacrificio a los dioses e incluso aprovechar para descargar la propia maldad expresada como crueldad hacia los más indefensos.
EliminarEn fin, un autoengaño...
Y por qué se producen tantos miles y miles de abortos espontáneos soctor Custodio??? Y qué pasa con ellos???
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