¿Quién de nosotros, especialmente los más “vejetes”, no tiene un año, un día, una hora para recordar, ligada a un momento central de la propia vida? Hay hechos -y quiero subrayarlo pensando en los más jóvenes- que no se borrarán de nuestro corazón, acontecimientos que en cierta manera han cambiado nuestra vida, trastornado nuestras existencias. Hechos que no queremos olvidar, sobre los que nos gusta volver con la memoria y el pensamiento, acontecimientos que forman el armazón concreto de nuestra existencia y que a veces -al menos así me pasa a mí- nos hacen preguntarnos cuántas cosas nos habríamos perdido si no hubiesen tenido lugar.
Estos recuerdos están como cristalizados en nuestra mente, vivos y llenos de color como si hubiesen acaecido hace pocos días, aunque hayan pasado décadas. Somos capaces de recordar cómo íbamos vestidos; la luz y la atmósfera del día y el lugar los tenemos tan presentes que hasta la hora, el minuto y el segundo se convierten en fundamentales e imborrables.
“Venid y lo veréis” |
Leyendo y releyendo el fragmento del evangelio de este domingo II del tiempo ordinario, en la página siempre destaca aquel “eran casi las cuatro de la tarde”. Una hora insólita, quizás banal, pero que se convierte en una hora importante, fundamental en la viva memoria de la salvación, del anuncio evangélico, de un nombre nuevo que nos viene dado por un Maestro que viene a enseñarnos la gran alegría a la que somos llamados.
Así pues, aquellas “cuatro de la tarde” pueden ser consideradas como se leía la hora en el tiempo de Jesús: la hora décima, numero del cumplimiento, del paso definitivo: una hora deseada, buscada, la hora en la que se vuelve a casa tras el trabajo, y nos preparamos para “considerar” (con- siderare estar con las estrellas), para escrutar con el cielo el significado de nuestra vida.
Jesús es un maestro raro. Aquellos que lo encuentran no desean acaparar su benevolencia y su persona llevándolo bajo el propio techo -aunque sabemos que poco tiempo después se hospedará en casa de Pedro-, sino que al seguirlo desean ver cuál es su casa, reconociendo implícitamente que es más importante donde Él vive que donde vivo yo, que donde vive cualquier hombre. Es por esa razón que estar con Él quiere decir poner entre paréntesis la propia vida, suspender el propio juicio, los propios sueños y sentarse a escuchar. Escucharle a Él, admitiendo que sabe más que tú, llamándole Maestro, reflejándote en sus palabras y en su vida. Mirar la vida y todo aquello que hasta entonces considerabas el “todo”, sólo como base de partida y no como meta; porque en el fondo todo hombre, aunque espera con ansia un Mesías, no se acaba de creer que éste llega de veras. Porque si llega, tú hombre de la cómoda espera, podrías estar obligado a dejar todas las seguridades que con esfuerzo te habías construido, e incluso reconsiderar toda tu persona, y hasta cambiar de nombre.
En este periodo ordinario de nuestro vivir litúrgico, dejando hablar únicamente a Jesús Maestro, quiero desearme a mí mismo y a todos los hermanos en Cristo, a mi comunidad, a los amigos y enemigos, a todos sin distinción: que nadie pueda volver a su casa. Que una alfombra, aunque sea un poco incómoda, nos ayude a sentarnos a los pies de nuestro único maestro. Que el Maestro nos rompa los tímpanos y nos haga sangrar los pies. Que el Maestro pueda cambiar nuestros nombres y revelarnos nuestra misión. Que este año pueda hacer sonar nuestra hora definitiva, aquella hora décima que llena de gozo a toda persona que espera al Mesías, que anhela la salvación. La alegría de poder estar con Él, en su casa, nos pueda hacer olvidar nuestras seguridades, nuestros proyectos humanos, nuestras llanuras cotidianas; y que nuestro nuevo nombre, que sólo Él conoce y nos revelará, pueda ser nuestro mayor consuelo porque será el nombre con el que nos llamará en su Casa, no la demora de paso sino la verdadera, aquella estancia que Él ha ido a prepararnos para estar siempre juntos.
Y esforzándonos en vivir los consejos que San Pablo nos da en la epístola a los Romanos (12,6-16) leída hoy en la Forma extraordinaria. Teniendo pues un mismo sentir los unos para con los otros (…) atraídos por lo humilde. Que el Señor consiga llenar las tinajas vacías de nuestra pobre existencia con ese buen vino que Él ha reservado hasta ahora para nosotros.
Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet
Gracias, una vez más, por su luminosa lección. A veces la hora, mosén Francesc, la hora es recuerdo doliente, desgarrador, como en el poeta en la elegía a su amigo, herido de muerte a las cinco de la tarde. Pero también es esa la hora de Dios. Los angloparlantes para referirse a una muerte prematura habla acuden al adverbio untimely, fuera de tiempo. No es verdad, el tiempo del Señor no es nuestro tiempo. Ni siquiera el tiempo es nuestros, se nos escapa, fugit, que escribían los clásicos. Nuestro tiempo, extraigo yo de su lección, es el tiempo del Señor.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con el Sr Valderas Gallardo.
ResponderEliminarGracias a JMVG por sus comentarios. Los que disfrutamos todos los días. Y, especialmente, los referidos a La Glosa Dominical, que nos llenan el vacío que nos dejó Josep G. Trenchs, que no fallaba este día y que tanto echamos en falta Gracias.
ResponderEliminarGracias infinitas al sr. GALLARDO por su enseñanza de hoy.
ResponderEliminarGracias Mn. Espinar por su exegesis de este segundo domingo del tiempo ordinario y también agradecer el comentario del Sr. Valderas, un Catolico, para mí como Dios manda.
ResponderEliminarefectivamente, nuestro tiempo es tiempo del Señor. Es absurdo pretender que es nuestro, como comenta en una de sus cartas CS Lewis (Cartas del diablo a su sobrino).
ResponderEliminarSoy asiduo lector de GG, aunque no suelo entrar a comentar.
ResponderEliminarQuiero agradecer a Mn. Francesc M. Espinar su glosa semanal (me parecen todas magníficas) y también los doctos y, en mi opinión, acertados comentarios diarios del señor JMVG y la señora Laura S.
Aunque no tengo el honor de conocer personalmente a ninguno de ellos, coinciden casi siempre con mi forma de pensar.
Gracias también a Germinans Germinabit por hacernos llegar puntualmente este "maná" diario. Ojalá pueda seguir mucho tiempo así.
Gracias por recordar los comentarios de Laurita Santana. La conozco, le puedo asegurar a usted que es una católica de pies a cabeza, que además se preocucpa por tener una formación impresionante.
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