La Glosa Dominical de Gérminans

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CONFUSIÓN AL PRINCIPIO
El desierto le había preparado para todo. Pero quizás no se esperaba que aquel gran Genio de su Amigo se presentase ante él bajo la mirada atónita de los mendigos de Galilea, ataviado extrañamente y entremezclado con ellos. “¡Bautízame, Juan, ahora es mi turno!” Juan: el hombre que domesticaba antílopes, que soportaba el peso del silencio, que allanaba la aridez del desierto, el hombre pronto a todo, enmudeció. A sus ojos no era comprensible: el Eterno, la Perfección, la Sublimidad pide limpieza. Que se humilla, que se esconde, que se anonada: “Ánimo, amigo: bautízame” ¿Dónde sacar fuerzas para eso? La cola de los pecadores se alargaba, murmuraciones siempre menos discretas por la interferencia en el sacramento, ira y nerviosismo, miedo e incomprensión. Hay un momento de desorientación: “No puedo, Jesús” ¿Como culpar a Juan? La historia del Mesías no podía empezar de este modo: su misión, audaz pero tantas veces anunciada, era poner orden, hacer despertar del letargo, proclamar la muerte del pecado. Juan le había hecho la campaña electoral lo mejor que había podido: esperas y esperanzas, propósitos y amenazas, cambios, desplazamientos y futuro que conquistar. Y la gente le había creído, había confiado, le había apoyado en la calle.
Pero ahora Juan querría que la tierra lo engullese: les había asegurado un Rey, llegaba un pecador. “Eres tú quien tiene que lavarme a mí”. Intenta salvarse a los ojos de la gente. Parece un tira y afloja extenuante: parecen dos caballeros que uno al otro se dicen delante de una puerta: “Por favor, sea tan amable”. “¡Figúrese, le ruego! “No, por Dios, tenga la amabilidad”. “No, usted primero”. “Pase, de veras”. “No, nunca me lo perdonaría”. Sólo parece. Porque en el diálogo de aquellos dos hombres, eslabón entre los dos testamentos -antiguo y nuevo- no se advierte formalidad. “Juan, haz lo que te digo”. Dios ha de comenzar estando cerca de los hombres. Cerca de ellos: no por encima de ellos.
¿Y la gente qué dice? Pues se diría que desde entonces no ha habido mucha mejora: la gente espera. En la orilla del Jordán, en los atrios de las iglesias, en las oficinas del poder: espera. Que el Papa hable. Que el cura exponga. Que la Iglesia dicte. La gente quiere saber qué decir, qué hacer, si es bueno o malo, justo o equivocado, honesto o deshonesto. Quiere saber: pero no quiere orientaciones. Por una parte la nostalgia de la Luz, por la otra la fascinación por las tinieblas. Quiere a Dios: lo quiere hermoso y rubio, encerrado dentro de la sacristía, perfumado e iluminado. Después descubre que Dios no es así y “adiós, muy buenas”. Juan resuelve el problema: “No soy yo: he aquí al Esperado”. Allí en el agua, en la cola, sin ropa, dispuesto a hacerse bautizar. Imposible un Dios así. Claro: lo que molesta lo apartamos. También ellos, primos y amigos, ven el mundo de manera diversa. El hijo de Isabel hablaba de catástrofes, de tonos oscuros, de castigo divino. El hijo de María, bajo un montón de inmundicias advierte un imperceptible grito del corazón, una secreta aspiración. Tan secreta que quizás ni siquiera el hombre la adivina. Juan imaginaba el fin, Jesús presenta el inicio. El Bautista razonaba sobre el invierno, sobre la dureza, sobre el desierto. Jesús habla de primaveras, de ternuras, de abrazos. Muros que se desploman y cimientos que tiemblan para el Bautista, pálpito de vida bajo las ruinas para Jesús. 

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Este Hombre es increíble: se hace esperar, llega, revuelve la historia a su capricho. Su poderío consiste en estar privado de poder: desnudo, pobre, indefenso. El único soberano que ha llamado a sus súbditos de uno en uno, como una madre llama a sus hijos. ¿Entiendes por qué el mundo no podía escucharle? ¿No podía escucharle? ¡No, no quería! El mundo escucha sólo el ruido, el poder, las voces que quiere. O se las inventa si no existen. 

No se convirtió en grande porque reuniese a millones de fans alrededor suyo, o porque lo cubriesen de oros, inciensos y mirra, o porque aún lo veneren, lo adoren o blasfemen contra Él. No por nada del pasado. Sino porque aún hoy con su palabra desarma. Debilita. Desmoviliza. Y la gente calla. No era el silencio del desierto: había luz en aquel silencio. Juan se humilla, recoge un puñado de agua, repliega sus aprensiones en la mente y obedece. La cola se mueve, se retoma la procesión, el Misterio se vuelve más denso. El amigo con el que jugaba en las calles de Nazaret, crecido silenciosamente para ayudar a madurar, supera la orilla, baja entre las corrientes rápidas del Jordán y enmarcado en  la historia, resurge renacido. El cielo irrumpe, se rompe y quiebra, declara abiertas las profecías: “Tú eres mi Hijo Predilecto, en el que me he complacido”. El Bautista es el único que comprende la orientación de aquella voz: se estremeció, se heló, se le puso la piel de gallina. Advirtió estar en una historia que ya no era historia. Junto a un Dios que ya no era únicamente Dios, sino un Dios hecho hombre. Que no permanece lejos de los pecadores rehuyéndoles sino caminando entre ellos. Un Dios muy molesto para bautizar.

Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet

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4 comentarios

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  2. Mosén Francesc es usted sacerdote que camina con una comunidad pobre, heterogénea, desarraigada en muchos casos. Entiende como nadie en qué consiste preparar los caminos del Señor. Leyéndole hoy me ha venido a la mente la imagen de su iglesuca. He visto una plena identidad entre el profeta al que está dedicada (San Juan Bautista) y su rector. Bienaventurados los pies de los que anuncian la venida del Señor.

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  3. Mons. Omella dice:

    "que el Papa, que és el representant de Crist a la terra, sigui criticat”

    1. La papolatría deriva del ultramontanismo integrista y fundamentalista, cuando el Papa era considerado "casi" la Cuarta Persona de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo, Espíritu Santo y... el Papa. Todo lo que decía el Papa había de ser obedecido sin criticar nada, no se podía discriminar ni discernir si era magisterio público o privado, pura opinión personal del Papa. El Papa era Dios en la Tierra. Sin querer, el nacional-progresismo se ha convertido en ultramontano. Divertido...


    2. El Papa es Vicario de Cristo, y por tanto, es un representante de Cristo "sí y sólo sí" ACTÚA como Cristo, que es el representado que da el mandato y los poderes de representación (Mandamientos). Si el Papa va contra las verdades de fe y moral, entonces no actúa como Cristo y deja de ser el representante de Cristo si incurre en herejía formal (excomunión y deposición) o va contra la verdad definitiva de doctrina católica (apartamiento de la plena comunión y deposición). Existe un caso histórico de un Papa que se desvió de las verdades de fe y fue reprendido. También está la reprensión de San Pablo y otros contra San Pedro. El Papa no es Dios, y puede equivocarse, y a veces, mucho y frecuente.


    3. Lo mismo sucede a un arzobispo u obispo. Es sucesor de los Apóstoles, pero "sí y sólo sí" si actúa conforme a los Apóstoles, los cuales actuaron a su vez conforme a Cristo.


    4. Hay que diferenciar entre título y ejercicio. Cuando alguien tiene el título de Arzobispo y Cardenal, entonces obligatoriamente el ejercicio del episcopado y cardenalato ha de ser conforme a un sucesor de los Apóstoles: debe de obedecer la Verdad, que es Palabra de Dios. Si se comete herejía, entonces se pierde automáticamente el ejercicio y el título, por lo que se es excomulgado y depuesto: a entregar las llaves del Palacio.


    5. Algunos tienen un curioso pensamiento respecto a los católicos: obedecemos al Papa y los Obispos "sí y sólo sí" actúan obedeciendo a Cristo. No somos papólatras u obispólatras, como si Papas y obispos, abades y dirigentes, fueran dioses infalibles en todo. No, sólo se obedece a los Papas y Obispos "sí y sólo sí" obedecen ellos a Cristo. Eso se demostró durante la masiva herejía y cisma arriano, donde una minoría del Pueblo de Dios desobedeció a los obispos y sacerdotes eméticos arrianos, y ejerciendo el carisma de infalibilidad del Pueblo de Dios en reconocer dónde está la Verdad (Benedicto XVI), obedeció sólo a los obispos y sacerdotes fieles.


    6. En Mons. Omella se observa un peligroso sesgo corporativista: sólo hace caso de los consagrados por el hecho de ser consagrados, no por el hecho de su santidad o el acierto en gobernar, santificar y enseñar. Corporativismo es también cuando un obispo sólo hace caso de los consagrados cuando hay conflictos entre laicos y consagrados. El corporativismo eclesial es una enfermedad espiritual, pues va contra la Justicia y la Verdad: se mira el cargo, los galones, los "amigos" y el uniforme, no la verdad y la justicia.

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  4. Monseñor Omella, nos da esperanzas nuevas, ilusiones i comprension hacia los problemas tan grandes q estan constantemente cuestionando la actuacion d nuestra Iglesia. De otro lado oyendole en cualquier parte donde predique infunde Fe i seguridad a quienes le escuchan demostrando su sencillez y su gran empatia con todos.

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