La Asunción de María y Domingo XX del Tiempo Ordinario (B)
Al coincidir este sábado con la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, reproducimos en esta Glosa Dominical no sólo el comentario de Su Santidad Benedicto XVI realizado en el Angelus del 19 de Agosto de 2012, que coincidía con el Domingo XX del Tiempo Ordinario del Ciclo B, sino también el Angelus correspondiente al 15 de Agosto, realizado por el mismo Pontífice el Dia de la Asunción.
La Asunción de la Virgen María
En el corazón del mes de agosto la Iglesia, tanto en Oriente como en
Occidente, celebra la solemnidad de la Asunción de María santísima al
cielo. En la Iglesia católica, el dogma de la Asunción —como es sabido—
fue proclamado durante el Año santo de 1950 por el venerable Pío XII.
Sin embargo, la celebración de este misterio de María hunde sus raíces
en la fe y en el culto de los primeros siglos de la Iglesia, por la
profunda devoción hacia la Madre de Dios que se fue desarrollando
progresivamente en la comunidad cristiana. Ya desde fines del siglo iv e
inicios del v, tenemos testimonios de varios autores que afirman que
María está en la gloria de Dios con todo su ser, alma y cuerpo, pero fue
en el siglo VI cuando en Jerusalén la fiesta de la Madre de Dios, la Theotókos, que se
consolidó con el concilio de Éfeso del año 431, cambió su rostro y se
convirtió en la fiesta de la dormición, del paso, del tránsito, de la
asunción de María, es decir, se transformó en la celebración del momento
en que María salió del escenario de este mundo glorificada en alma y
cuerpo en el cielo, en Dios.
Para entender la Asunción debemos mirar a la Pascua, el gran Misterio
de nuestra salvación, que marca el paso de Jesús a la gloria del Padre a
través de la pasión, muerte y resurrección. María, que engendró al Hijo
de Dios en la carne, es la criatura más insertada en este misterio,
redimida desde el primer instante de su vida, y asociada de modo
totalmente especial a la pasión y a la gloria de su Hijo. La Asunción de
María al cielo es, por tanto, el misterio de la Pascua de Cristo
plenamente realizado en ella: está íntimamente unida a su Hijo
resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, plenamente configurada
con él. Pero la Asunción es una realidad que también nos toca a
nosotros, porque nos indica de modo luminoso nuestro destino, el de la
humanidad y de la historia. De hecho, en María contemplamos la realidad
de gloria a la que estamos llamados cada uno de nosotros y toda la
Iglesia.
El pasaje del Evangelio de san Lucas que leemos en la liturgia de
esta solemnidad nos presenta el camino que la Virgen de Nazaret recorrió
para estar en la gloria de Dios. Es el relato de la visita de María a
Isabel (cf. Lc 1, 39-56), en el que la Virgen es proclamada
bendita entre todas las mujeres y dichosa por haber creído en el
cumplimiento de las palabras que le había dicho el Señor. Y en el canto
del Magníficat, que eleva con alegría a Dios, se refleja su fe profunda.
Ella se sitúa entre los «pobres» y los «humildes», que no confían en
sus propias fuerzas, sino que se fían de Dios, que dejan espacio a su
acción capaz de obrar cosas grandes precisamente en la debilidad. La
Asunción nos abre al futuro luminoso que nos espera, pero también nos
invita con fuerza a confiar más en Dios, a abandonarnos más a Dios, a
seguir su Palabra, a buscar y cumplir su voluntad cada día: este es el
camino que nos hace «dichosos» en nuestra peregrinación terrena y nos
abre las puertas del cielo.
Queridos hermanos y hermanas, el concilio ecuménico Vaticano II
afirma: «María, con su múltiple intercesión continúa procurándonos los
dones de la salvación eterna. Con su amor de Madre cuida de los hermanos
de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros
hasta que lleguen a la patria feliz» (Lumen gentium, 62).
Invoquemos a la Virgen santísima a fin de que ella sea la estrella que
guíe nuestros pasos al encuentro con su Hijo en nuestro camino para
llegar a la gloria del cielo, a la alegría eterna.
Domingo XX del Teimpo Ordinario (Ciclo B)
El Evangelio de este domingo (cf. Jn 6, 51-58) es la parte
final y culminante del discurso pronunciado por Jesús en la sinagoga de
Cafarnaúm, después de que el día anterior había dado de comer a miles de
personas con sólo cinco panes y dos peces. Jesús revela el significado
de ese milagro, es decir, que el tiempo de las promesas ha concluido:
Dios Padre, que con el maná había alimentado a los israelitas en el
desierto, ahora lo envió a él, el Hijo, como verdadero Pan de vida, y
este pan es su carne, su vida, ofrecida en sacrificio por nosotros. Se
trata, por lo tanto, de acogerlo con fe, sin escandalizarse de su
humanidad; y se trata de «comer su carne y beber su sangre» (cf. Jn
6, 54), para tener en sí mismos la plenitud de la vida. Es evidente que
este discurso no está hecho para atraer consensos. Jesús lo sabe y lo
pronuncia intencionalmente; de hecho, aquel fue un momento crítico, un
viraje en su misión pública. La gente, y los propios discípulos, estaban
entusiasmados con él cuando realizaba señales milagrosas; y también la
multiplicación de los panes y de los peces fue una clara revelación de
que él era el Mesías, hasta el punto de que inmediatamente después la
multitud quiso llevar en triunfo a Jesús y proclamarlo rey de Israel.
Pero esta no era la voluntad de Jesús, quien precisamente con ese largo
discurso frena los entusiasmos y provoca muchos desacuerdos. De hecho,
explicando la imagen del pan, afirma que ha sido enviado para ofrecer su
propia vida, y que los que quieran seguirlo deben unirse a él de modo
personal y profundo, participando en su sacrificio de amor. Por eso
Jesús instituirá en la última Cena el sacramento de la Eucaristía: para
que sus discípulos puedan tener en sí mismos su caridad —esto es
decisivo— y, como un único cuerpo unido a él, prolongar en el mundo su
misterio de salvación.
Al escuchar este discurso la gente comprendió que Jesús no era un
Mesías, como ellos querían, que aspirase a un trono terrenal. No buscaba
consensos para conquistar Jerusalén; más bien, quería ir a la ciudad
santa para compartir el destino de los profetas: dar la vida por Dios y
por el pueblo. Aquellos panes, partidos para miles de personas, no
querían provocar una marcha triunfal, sino anunciar el sacrificio de la
cruz, en el que Jesús se convierte en Pan, en cuerpo y sangre ofrecidos
en expiación. Así pues, Jesús pronunció ese discurso para desengañar a
la multitud y, sobre todo, para provocar una decisión en sus discípulos.
De hecho, muchos de ellos, desde entonces, ya no lo siguieron.
Queridos amigos, dejémonos sorprender nuevamente también nosotros por
las palabras de Cristo: él, grano de trigo arrojado en los surcos de la
historia, es la primicia de la nueva humanidad, liberada de la
corrupción del pecado y de la muerte. Y redescubramos la belleza del
sacramento de la Eucaristía, que expresa toda la humildad y la santidad
de Dios: el hacerse pequeño, Dios se hace pequeño, fragmento del
universo para reconciliar a todos en su amor. Que la Virgen María, que
dio al mundo el Pan de la vida, nos enseñe a vivir siempre en profunda
unión con él.
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Importante solemnidad la que celebra hoy la Iglesia Católica.
ResponderEliminarNo podía ser de otra manera, la Mujer que por la gracia y omnipotencia de Dios, fue redimida del pecado original, era lógico que por los mismos motivos divinos no conociera la corrupción de la carne.
Ciertamente es un misterio de fe, el último dogma proclamado por la Iglesia, pero que razonando un poco se ve que por voluntad de Dios, que la tenía que Madre de su Hijo, quedase libre de esas ataduras propias del genero humano.
A María, en cualquiera de sus atributos, los poetas católicos le han dedicado numerosos poemas
LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Virgen pura, hoy quiere Dios
Que subáis del suelo al Cielo,
Pues cuando quisisteis vos,
Él bajó del Cielo al suelo.
Si en la tierra daros quiso
Dios del bien que allá tenía,
¿Qué os dará en el paraíso,
Donde todo es alegría?
El amor vuestro y de Dios
Hoy se encuentran en el vuelo,
Pues por Él a Dios váis vos,
Y Él a vos vino del Cielo.
El Padre os da la corona,
El Hijo su diestra mano,
Y la Tercera Persona
Os da su amor soberano.
AIcanzáis, Virgen, de Dios
Premios, honras y consuelo,
Y por Él sois Cielo vos,
Y Él por vos hombre en el suelo.
Juan López de Ubeda
Hoy el Evangelio nos habla de las murmuraciones contra Jesús, que dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” y: ”los judíos disputaban entre sí”: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? .
ResponderEliminarComo dice Benedicto XVI, hoy se nos habla de las murmuraciones contra Jesús, que dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” y:”los judíos disputaban entre sí”: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Esta expresión nos recuerda: que en esto humano de aquí (abajo), encontramos algo distinto y superior, algo que nos invita a la trascendencia, que parece bajado del cielo.
Es verdad que en esta vida, en ocasiones nos conformamos con poco: con una democracia reducida a votar cada cuatro años, pero sin participación, un sistema económico que crea riqueza para algunos, pero también desigualdad, pobreza y miseria para muchos, un estado de bienestar que descansa sobre el malestar de otros.
Nos están tapando la boca con pan, y no nos permiten reclamar el pan del cielo, en ese empeño de reducir todo a lo material, lo económico sobre todo, en detrimento de lo espiritual. No podemos conformarnos sólo con el bienestar, debemos aspirar a ser mejores, a poner algo de lo que llamamos cielo, en nuestra realidad personal y social.
Los hombres debemos buscar constantemente el sentido de esto que se llama vida, no se trata de saber cosas, sino saber de la vida misma, saboreándola con gusto.
Tenemos que penetrar en el misterio de la vida, sin encerrarnos sólo en un aspecto, como caminantes seres que sufren y gozan, mueren o nacen, se relacionan con la tierra, viven con otros… Cuando decimos que Dios nos habla, afirmamos que lo vamos encontrando en ese preguntarnos por la vida, el no está en un cielo lejano, sino allí debajo de nuestro propio misterio. En Jesús encontramos las respuestas a los interrogantes de la vida. En el plano no deja de ser un anuncio de su testamento.
Quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos, por medio del Sacramento de la Eucarístia intituído durante la Última Cena y junto con Ella, el Sacerdocio para hacerlo posible.
Es verdad que en esta vida, en ocasiones nos conformamos con poco: con una democracia reducida a votar cada cuatro años, pero sin participación, un sistema económico que crea riqueza para algunos, pero también desigualdad, pobreza y miseria para muchos, un estado de bienestar que descansa sobre el malestar de otros. Nos están tapando la boca con pan, y no nos permiten reclamar el pan del cielo, en ese empeño de reducir todo a lo material, lo económico sobre todo, en detrimento de lo espiritual. No podemos conformarnos sólo con el bienestar, debemos aspirar a ser mejores, a poner algo de lo que llamamos cielo, en nuestra realidad personal y social.
Los hombres debemos buscar constantemente el sentido de esto que se llama vida, no se trata de saber cosas, sino encontrar sabor a la vida misma.
Tenemos que penetrar en el misterio de la vida, sin encerrarnos sólo en un aspecto, como caminantes seres que sufren y gozan, mueren o nacen, se relacionan con la tierra, viven con otros… Cuando decimos que Dios nos habla, afirmamos que lo vamos encontrando en las cosas ordinarias del día a día.
No en vano Santa Teresa decía que “También entre los pucheros anda el Señor” (F 5,8), el no está en un cielo lejano, sino allí debajo de nuestro propio misterio. En Jesús encontramos las respuestas a los interrogantes de la vida.
La Asunción de María, HMT Televisión
ResponderEliminarhttps://youtu.be/p3Jv66mtnsc