ESPERAMOS Y NOS GOZAMOS DE SU VENIDA
La última frase del fragmento del evangelio de este domingo nos indica que Juan desarrolla su ministerio en «Betania, en la otra orilla del Jordán». El significado mismo del nombre del lugar -«casa del testimonio»- puede tener valor simbólico, porque indica exactamente lo que Juan Bautista es y lo que va ser hasta el final de su vida así lo que debe llegar a ser toda comunidad: una verdadera casa del testimonio.
Esta página del evangelio ilustra en qué consiste concretamente el testimonio. A una “comisión de encuesta” enviada desde Jerusalén para identificar su identidad, el Bautista responde remitiendo a Jesús: «No era él la luz, sino testigo de la luz» (v. 6); y luego: «No lo soy, yo soy la voz» (vv. 21-22). El Bautista, según el evangelio de Juan, no es un predicador o un asceta, sino exactamente el modelo por excelencia del testigo: en la casa de la comunidad cristiana, el comportamiento que debe distinguir a todos es precisamente el suyo. Nadie puede decir: «Yo soy», pero cada uno debe remitir más allá de sí mismo, a Jesucristo. Cada uno puede y debe ser “signo” de Jesús para el otro, manteniendo la capacidad de desaparecer, exactamente como el Bautista.
Cada uno es un signo útil, incluso necesario, pero precisamente por ser signo no es algo definitivo. Para ser testigos es preciso ser antes oyentes. Poniendo en escena a Juan Bautista que señala a Jesús, el evangelista quiere decir que la verdad está ya presente: «En medio de vosotros hay uno que no conocéis». Esta expresión recuerda el tema veterotestamentario de la sabiduría escondida, que no puede conocerse si ella misma no se manifiesta. Jesús es esta sabiduría que se manifiesta al hombre.Betania (Casa del Testimonio) lugar del ministerio de Juan Bautista |
Cristo se aplicó a sí mismo el pasaje de Isaías, según nos cuenta Lucas, en el discurso habido en la sinagoga de Nazaret: «Hoy se cumple esto en Mí». Él es el «Profeta» de que habla Juan. Él está lleno del Espíritu Santo; Él es el Ungido; Él es el Enviado; Él es el Prometido; Él es el Esperado de las naciones. Y ahí están sus dones: para el encarcelado, para el esclavo, para el oprimido injustamente, para el sujeto a poderes despóticos, la liberación; para el agobiado, para el triste, para el angustiado, para el que sufre, para el que llora, Gozo y Consuelo; Fuerza y Salud para el enfermo, para el débil: Luz para el ciego, para el ignorante, para el que yerra; para el pusilánime, para el apocado, para el paralítico e inmóvil, Vida y Espíritu.
El tema del gozo invade este domingo. El gozo es un fruto del Espíritu. ¿Hasta dónde llega nuestro gozo? Debemos gozarnos en el Señor. Él es nuestro Padre; Él habita en nosotros. Somos hermanos de Cristo; esperamos y nos gozamos de su Venida. Un gozo así se hace comunitario. ¿Dónde está nuestra alegría; dónde nuestro gozo de ser cristianos? ¿No damos la sensación muchas veces de que caminamos agobiados por el peso de nuestra religión? Probablemente el Espíritu de Dios no actúa considerablemente en nosotros; no le damos facilidades.
La unión con Dios, la oración, la acción de gracias. Son también fruto del Espíritu. El trato afectuoso con Dios ¿dónde está? La oración será una buena preparación para la Venida del Mesías. Así mismo la práctica de las buenas obras.
Cercana la Navidad hemos de preguntarnos: ¿Somos luz, somos consuelo, somos alegría y fuerza para los demás? Nuestra conducta será la voz que clame, será la antorcha que ilumine, el dedo que indique: ¡Aquí está Cristo! Hay que hacer vivir al Espíritu. Pidamos al Señor nos llene de su Espíritu. Sería una buena petición, al mismo tiempo que preparación para la Venida del Mesías.
La primera agraciada con la salvación es la Virgen. Llena de gracia y de alegría, es la primera en proclamar la grandeza de Dios y en comunicar la salvación divina, llena del Espíritu.
Fr. Tomás M. Sanguinetti
Fr. Tomás M. Sanguinetti, gracias por su Glosa de este III Domingo de Adciento.
ResponderEliminarLA MISIÓN DE JUAN BAUTISTA.
Cristo no amenazó a nadie, sino que se convirtió en alguien que simplemente amaba y quería la salvación para todos.
“Estad siempre alegres”. Las palabras de Pablo dan sentido a este tercer domingo de Adviento, domingo de “cadete”, tan cerca ya de la Navidad. Isaías nos dice: “Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios”. Alegría porque estamos en un tiempo de gracia, tiempo para anunciar la Buena Noticia: “Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor”. El verdadero fundamento de esta alegría es el Espíritu que nos ha ungido como ungió a Jesús y nos ha enviado a dar buenas noticias a los pobres.
“No despreciéis el don de la profecía” nos comunica la segunda lectura, y el evangelio de hoy nos presenta en primer plano la figura de Juan, el precursor, el profeta o más que profeta como dirá después Jesús.
Él es una voz que calma en el desierto, una voz que se deja oír denunciando la injusticia. Isaías, Juan y Jesús colocarán como base de esta justicia social el cambio interior, los hombres que intentan sanear la sociedad deben ser los primeros en sanearse a sí mismos.
Es posible que ésta sea la mejor aportación de los cristianos dentro de las mediaciones que buscan un cambio dentro de la sociedad (partidos, sindicatos, asociaciones, plataformas…). La fe implica necesariamente un compromiso político (de polis), meterse dentro y desde dentro, denunciar y urgir la autenticidad de la cosas.
Aunque ya sabemos como suelen acabar los profetas, no podemos callar ante millones de seres humanos que mueren de hambre, que son víctimas de la violencia, que pierden la vida al intentar llegar a nuestras costas. No podemos permanecer mudos ante los desplantes de los poderosos, su falta de escrúpulos y sus corrupciones. Ante los desmanes del Capitalismo que acumula beneficios inmensos, regatea los salarios y crea condiciones de trabajo indignas. Ya está bien de desahucios, de recortes, de poner a los Bancos por encima de las personas, de la precariedad… de tantas cosas.
Tenemos que hablar, tenemos que dar la cara. Porque creemos; por eso tenemos que hablar. Quizás parezca una palabra en el desierto, pero seguro que es para muchos, para los pobres, una palabra de aliento, de esperanza, de alegría, (algo de esto nos quiere comunicar el Papa Francisco), recordándonos con Isaías: “Qué como el suelo echa sus brotes, así el Señor hará brotar la justicia”.
La palabra de Dios nos llega en forma de advertencia: ¡Cuidado! “En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis”. Jesús se encuentra entre las clases humildes y oprimidas, entre los ciegos, los presos…Si no lo buscáis allí, jamás lo encontraréis. Más aún ni siquiera lo conocéis.
Su Espíritu nos ungió para dar buenas noticias, “no apaguemos el Espíritu”, el nos da autenticidad de vida y nos invita a animar y sostener a los débiles.
Sin Espíritu, sin mística, no es posible salir a las periferias y sin estar con los pobres es difícil vivir una sana espiritualidad. Eso es la Navidad, en esto consiste la alegría.