Un hombre de altura, un hombre de Dios

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Por José Ángel Saiz Meneses, obispo de Terrassa
Publicado en "La Vanguardia" (18/12/2013)

Como lema episcopal eligió una frase del Evangelio de san Juan: “Ut omnes unum sint”
El cardenal Carles nos ha dejado. Don Ricardo era un hombre de Dios, que encontraba la fuerza en la oración, que vivía unido a Jesucristo, configurado sacerdotalmente a Él. Así lo percibíamos en su vida y su palabra, en su testimonio y en sus escritos, en las homilías y en las cartas dominicales, en las escuelas de oración con los jóvenes o en los ejercicios espirituales para sacerdotes.

Amante de la montaña y la escalada, así como de las alturas espirituales de santa Teresa de Jesús o de san Juan de la Cruz. Buscaba siempre que las personas tuvieran una experiencia de fe, un encuentro personal con el Señor que llenara de sentido y plenitud sus vidas. Esta es la clave para entender su estilo sencillo y directo, su cercanía, cómo llegaba al corazón de la gente en el trato personal, cómo atraía a los jóvenes, a niños y a mayores, incluso cómo se emocionaba en tantas ocasiones al hablar del Señor. Una vida fundamentada en Cristo y con una tierna devoción a María, la Madre.

Como lema episcopal eligió una frase del Evangelio de san Juan: “Ut omnes unum sint” (Que todos sean uno). Ciertamente era un hombre de comunión eclesial, que vivía la Iglesia como un misterio de comunión, de unión personal con Dios y con los hermanos. Cuántas veces le oí decir que la comunión eclesial no es un mero consenso entre diferentes posturas o sensibilidades, sino que es una realidad profunda y radial, es decir, que Cristo está en el centro y es el principio de unidad y de diversidad.

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4 comentarios

  1. En la Sagrada Familia...
    La sectorial de la ANC Cristianos por la independencia ha celebrado un acto en acción de gracias "por el trabajo hecho hasta ahora a favor del derecho a la autodeterminación y la independencia de nuestro pueblo y para pedir coraje y sabiduría para afrontar los retos del 2014".

    En la oración "símbolos de nuestro compromiso", que se ha celebrado en la Cripta de la Sagrada Familia, han ofrecido una senyera, un triángulo azul, una estrella y una hoja de calendario "como símbolo del compromiso de los presentes".

    "La senyera; símbolo del amor y compromiso con la patria, el triángulo azul, símbolo del compromiso con la humanidad; la estrella blanca, símbolo de la libertad, la hoja de calendario, el compromiso con la consulta sobre nuestro futuro col-colectivo ", han manifestado.






















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  2. Aquí Monseñor Saiz nos habla de las palabras del Cardenal Carles en que la comunión eclesial tiene su centro en Cristo.

    La comunión en la Tradición apostólica tiene dos dimensiones: diacrónica y sincrónica. El proceso de tradición entraña claramente la transmisión del Evangelio de una generación a otra (diacrónica). Si la Iglesia debe permanecer unida en la verdad, esto también entraña la comunión de las Iglesias en todos los lugares en este único Evangelio (sincrónica). Ambas son necesarias para la catolicidad de la Iglesia. Cristo promete que el Espíritu Santo preservará la verdad esencial y salvadora en la memoria de la Iglesia, dándole poder para su misión (cf. Jn 14,26; 15,26-27). Esta verdad debe ser transmitida y recibida de nuevo por el fiel en todas las épocas y en todos los lugares del mundo, en respuesta a la diversidad y complejidad de la experiencia humana. No existe ninguna parte de la humanidad, raza, condición social, generación, a la que no esté dirigida esta salvación, comunicada en la transmisión de la Palabra de Dios (cf. La Iglesia como Comunión , 34).

    En la rica diversidad de la vida humana, el encuentro con la Tradición viva produce variedad de expresiones del Evangelio. Allí donde las diversas expresiones son fieles a la Palabra revelada en Jesucristo y transmitida por la comunidad apostólica, las Iglesias en las que estas diversas expresiones se encuentran están verdaderamente en comunión. Ciertamente, esta diversidad de tradiciones es la manifestación práctica de la catolicidad y confirma más que contradice el vigor de la Tradición. Como Dios ha creado diversidad entre los seres humanos, así la fidelidad e identidad de la Iglesia no requiere uniformidad de expresión y formulación en todos los niveles y situaciones, sino mas bien diversidad católica dentro de la unidad de comunión. Esta riqueza de tradiciones es un recurso vital para una humanidad reconciliada. “Los seres humanos fueron creados por Dios en su amor compartiendo unos con otros lo que tienen y lo que son y enriqueciéndose así unos a otros en su mutua comunión” (La Iglesia como comunión, 35).

    El pueblo de Dios como un todo es el portador de la Tradición viva. En situaciones cambiantes que producen nuevos desafíos al Evangelio, el discernimiento, actualización y comunicación de la Palabra de Dios es la responsabilidad de la totalidad del pueblo de Dios. El Espíritu Santo actúa a través de todos los miembros de la comunidad, utilizando los dones que él da a cada uno para el bien de todos. Los teólogos especialmente sirven a la comunión de la Iglesia entera explorando si y cómo se deberían integrar las nuevas ideas en la corriente viva de la Tradición. En cada comunidad existe un intercambio, un toma y daca mutuos, en el que Obispos, clero y laicos reciben de y dan a los otros dentro del cuerpo entero.

    En cada cristiano que busca ser fiel a Cristo y se ha incorporado plenamente a la vida de la Iglesia, hay un sensus fidei. Este sensus fidei puede ser descrito como una capacidad activa para el discernimiento espiritual, una intuición que se ha formado mediante el culto y la vida en comunión como miembro fiel de la Iglesia. Cuando esta capacidad es ejercida en armonía por el cuerpo de los fieles podemos hablar del ejercicio del sensus fidelium (cf. La Autoridad en la Iglesia: Aclaración, 3-4). El ejercicio del sensus fidei por cada miembro de la Iglesia contribuye a la formación del sensus fidelium mediante el cual, la Iglesia como un todo permanece fiel a Cristo. Por el sensus fidelium el cuerpo entero contribuye con, recibe de y atesora, el ministerio de aquellos que dentro de la comunidad ejercen la episcopé, velando por la memoria viva de la Iglesia (cf. La Autoridad en la Iglesia, 1,5-6). De diversos modos el “amén” del creyente individual se incorpora así al “amén” de la Iglesia entera.

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  3. Fragmentos más destacados de la homilía del cardenal Martínez Sistach, en el funeral del cardenal Carles de esta mañana en la Catedral de Barcelona.

    Versión original en catalán y castellano:

    L’Església diocesana de Barcelona acomiada avui el que fou durant catorze anys el seu pastor. Ho fem amb un sentiment d’agraïment a Déu i al qui va servir aquesta estimada arxidiòcesi amb la Paraula de Déu i amb els sagraments de la fe, el cardenal Ricard M. Carles i Gordó.

    El cardenal Carles molt sovint –com podem recordar- es dirigia als seus diocesans –tant a Tortosa com aquí a Barcelona- amb una expressió plena de sentit: “estimats fills i filles de Déu”. Per a ell era quelcom més que un mer costum. Era la confessió pública de la filiació divina, el do de Déu que agermana en allò que és veritablement fonamental: Déu Pare ens ha constituït tots nosaltres fills en el Fill, conferint-nos la condició de fills seus adoptius, i donant-nos el Crist com el “primogènit entre molts germans”.Aquesta filiació divina assoleix la seva plenitud en la visió beatífica de Déu.

    Del pastor diocesano, como de todo fiel, decimos, con plena confianza, en estos momentos: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre”. Y también esta alusión a la muerte: “aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”. Y con esta promesa los cristianos referimos a la Eucaristía, celebración del misterio pascual del Señor, estas palabras del Salmo: “Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos” –y el último enemigo que es vencido por Cristo es la muerte- “me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días y habitaré en la casa del Señor por años sin término”.

    Cuando se celebró en la basílica de Santa María del Mar, la eucaristía de entrada del cardenal Carles en esta archidiócesis, comenzó su homilía con estas palabras: “En este día en que comienzo mi ministerio episcopal al servicio de la Iglesia de Dios que está en Barcelona, quiero expresar aquello que es muy evidente: que el protagonista de esta celebración no soy yo, sino que –como en toda celebración- es el Señor de nuestros corazones y todo el Pueblo de Dios, que forman el cuerpo del Cristo total”.

    Y quiso hacer referencia a la sucesión apostólica en esta Iglesia local, y añadió que “la última anilla de esta sucesión apostólica en Barcelona ha sido el estimado Cardenal Jubany. Despedimos hoy, en la fe en Cristo muerto y resucitado, al que fue la anilla sucesiva a la del cardenal Jubany en la sucesión apostólica, el cardenal Ricard Maria Carles. Le agradecemos todos sus constantes afanes al servicio de la Santa Sede y toda la Iglesia, como cardenal que fue, y a esta Archidiócesis, a la que él también sirvió con su gran amor a la Iglesia y con el trato delicado que siempre dispensaba a las personas. Fue entre nosotros un verdadero sacerdote, hombre de Dios y hombre de servicio a sus hermanos y hermanas.

    Lo encomendamos a la intercesión de la Virgen María, cuyo nombre llevaba –Ricardo María- precisamente, como nos contaba, por haber nacido un 24 de septiembre, fiesta de Nuestra Señora de la Merced, patrona principal de esta Archidiócesis de Barcelona. Don Ricardo era, como sabemos, profundamente devoto de la Santísima Virgen.

    Después de esta celebración eucarística, por voluntad suya, en la que se expresa este amor a Santa María, sus restos mortales descansarán en la basílica de la Virgen de los Desamparados, la capilla en la contrajeron matrimonio sus padres en su Valencia natal. Que la Madre del Señor sea su abogada e intercesora ante Dios y que él interceda por toda la Iglesia y en especial por esta Iglesia de Barcelona. Así sea.

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  4. Don Ricardo ha hecho su última escalada, su último ascenso hacia la CIMA con mayúsculas, al encuentro de su amado Dios, los ángeles i la Virgen le han acompañado en la cordada. Descanse en paz y cuídenos siempre.

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