Capítulo 45: El culto mariano moderno

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Altar del Rosario en Formiello (Nápoles)
La historia del culto mariano en los tiempos modernos (a partir del siglo XVI) no ha cambiado de fisionomía. Indudablemente ha señalado un mayor desarrollo y una mayor intensidad, que se ha afirmado no solo con la consolidación de las formas litúrgicas tradicionales y populares, sino también con la creación de nuevas.

A partir del siglo XV comienza el periodo más fecundo de la heortología mariana. Las antiguas cuatro fiestas principales ven desarrollarse otras de secundarias, nacidas sea para conmemorar algunos hechos menores en la vida de la Virgen, como el Dulce Nombre (1513), la Expectación del Parto (1573), la Presentación al Templo (1371), los Esponsales (1517), la Visitación (1389), sea para exaltar alguna especial virtud o privilegio, como el Rosario (siglo XIV), el Escapulario del Carmen (1376-86), la Dolorosa (1423), el Purísimo Corazón (1644), el Patrocinio (1679), etc. 

Entre estas últimas adquirió una singular importancia en la era moderna, después de la definición del dogma por Pío X (1854) la fiesta de la Inmaculada Concepción, aún más popularizada a causa de las famosas apariciones de la Virgen en Lourdes en 1858, la conmemoración de las cuales en fecha 11 de febrero fue extendida a toda la Iglesia por San Pío X. Quizás no a todos gustó, desde el punto de vista del equilibrio litúrgico, este extraordinario crecimiento de fiestas dedicadas a la Virgen, de hecho muchas sufrieron la supresión de parte de la Santa Sede o su existencia estuvo amenazada. Ciertamente para muchos amantes y admiradores de un glorioso pasado, causa tristeza que junto al nacimiento y florecimiento de fiestas marianas secundarias haya sido en detrimento de las dos antiguas y tradicionales fiestas de la Purificación y de la Anunciación, que poco a poco en la práctica y devoción del pueblo cristiano hayan ido en decadencia.
Cofradía del Rosario en Marino (Lazio-It.)
La devoción del Rosario que en el periodo medieval permaneció como un módulo exterior de plegaria, en este periodo se perfecciona y enriquece, consiguiendo ocupar uno de los primeros puestos en el campo de la piedad mariana extralitúrgica. A darle este extraordinario impulso contribuyeron varias razones, entre las cuales el uso introducido en Alemania y en otras regiones de recordar después de cada avemaría y después de cada decena, un misterio de la vida del Señor y de la Virgen. La gran difusión de las cofradías del Rosario promovida por los dominicos e instituidas por el celo y la predicación del padre Alano de Rupe hacia 1470 hicieron el resto: estas se propagaron por toda Europa atrayendo gran número de fieles deseosos de participar a los bienes espirituales de todos los asociados. En Italia y en España, después del siglo XVI se puede decir que eran raras las iglesias donde no existiese una cofradía y un altar dedicados al Rosario. Justamente León XIII, con repetidas encíclicas y cartas, quiso consolidar todas esas bellas tradiciones, dedicándoles particularmente el mes de octubre.

Por último, entre las formas más recientes de culto que la piedad cristiana supo crear para testimoniar a la Virgen el inagotable sentimiento de amor y devoción a la Virgen, destacar el llamado Mes de Mayo. Algunos liturgistas han querido descubrir en él las huellas de los Ludifloreales o Floralia, celebrados en Roma desde tiempos remotos o en las fiestas de primavera tan populares durante el medioevo. Pero probablemente el mes de María, como hoy lo entendemos y como fue concebido por sus autores y propagadores, no tiene ninguna conexión histórica con las fiestas floreales paganas o medievales. De hecho la memoria más antigua del mes de María se remonta a penas a inicios del siglo XVIII. Sabemos de un tal padre Ansaloni, jesuita (+1713) que en los últimos años de su vida solía acudir cada tarde de mayo a la iglesia de Santa Clara de Nápoles para oír cantos en honor de la Virgen y recibir la bendición con el Santísimo Sacramento.
Altares escolares y familiares para en el mes de Mayo.
Esta piadosa práctica la reencontramos más tarde en 1734 en Grazzano (Verona), en 1747 en Génova y  de aquí paso a España. A mitad del siglo XIX se había generalizado por doquier. 

Dom Gregori Maria

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2 comentarios

  1. Dom Gregori Maria, muchas gracias por su artículo.

    Ya que usted cita a la Virgen de Lourdes, que para que el Párroco crea a Bernadette que era verdad le dijo "Soy la Inmaculada Concepción", ratificando el dogma que había proclamado por el ya Beato Pio IX el 8 de diciembre de 1854, o sea cuatro años de las apariciones de Lourdes.

    Pero antes el 27 de noviembre del 1830, ya se le aparece la Virgen a Sor Catalina Labouré.

    La Medalla Milagrosa:

    En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: "María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti"

    La Medalla se llamaba originalmente: "de la Inmaculada Concepción", pero al expandirse la devoción y haber tantos milagros concedidos a través de ella, se le llamó popularmente "La Medalla Milagrosa".

    Conversión de Ratisbone:

    Alfonso Ratisbone era abogado y banquero, judío, de 27 años. Tenía gran odio hacia los católicos porque su hermano Teodoro se había convertido y ordenado sacerdote, tenía como insignia la medalla milagrosa y luchaba por la conversión de los judíos.

    Alfonso pensaba casarse poco después con una hija de su hermano mayor, Flora, diez años menor que el, cuando en enero de 1842, haciendo un viaje de turismo a Nápoles y Malta, por una equivocación de trenes llego a Roma. Aquí se creyó en la obligación de visitar a un amigo de la familia, el barón Teodoro de Bussiere, protestante convertido al catolicismo.

    El barón le recibió con toda cordialidad y se ofreció a enseñarle Roma. En una reunión donde Ratisbone hablaba horrores de los católicos, este barón lo escuchó con mucha paciencia y al final le dijo: "Ya que usted está tan seguro de si, prométame llevar consigo lo que le voy a dar- ¿Que cosa?. Esta medalla. Alfonso la rechazó indignado y el barón replicó: "Según sus ideas, el aceptarla le debía dejar a usted indiferente. En cambio a mi me causaría satisfacción." Se echó a reír y se la puso comentando que él no era terco y que era un episodio divertido. El barón se la puso al cuello y le hizo rezar el Memorare.

    El conde murió de repente dos días después. Se supo que durante esos dos días había ido a la basílica de Sta. María la Mayor a rezar cien Memorares por la conversión de Ratisbone.

    Por la Plaza España se encuentra el barón con Ratisbone en su último día en Roma y este le invita a pasear. Pero antes tenía que pasar por la Iglesia de San Andrés a arreglar lo del funeral del conde. Ratisbone le acompaña a la Iglesia. He aquí su testimonio de lo que entonces sucedió: "a los pocos momentos de encontrarme en la Iglesia, me sentí dominado por una turbación inexplicable. Levanté los ojos y me pareció que todo el edificio desaparecía de mi vista. Una de las capillas (la de San Miguel) había concentrado toda la luz, y en medio de aquel esplendor apareció sobre el altar, radiante y llena de majestad y de dulzura, la Virgen Santísima tal y como esta grabada en la medalla. Una fuerza irresistible me impulsó hacia la capilla. Entonces la Virgen me hizo una seña con la mano como indicándome que me arrodillara... La Virgen no me habló pero lo he comprendido todo."

    Alfonso Ratisbone entró en la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote, fue destinado a París donde estuvo ayudando a su hermano Teodoro en los catecumenados para la conversión de los judíos.

    Después de haber sido por 10 años Jesuita, con permiso sale de la orden y funda en 1848, las religiosas y las misiones de Ntra. Sra. de Sión. En solo los diez primeros años Ratisbone consiguió la conversión de 200 judíos y 32 protestantes. Trabajó lo indecible en Tierra Santa, logrando comprar el antiguo pretorio de Pilato, que convirtió en convento e Iglesia de las religiosas. También consiguió que estas religiosas fundasen un hospicio en Ain-Karim, donde murió santamente en 1884 a los 70 años.

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  2. Dom Gregori, gracias por el artículo.

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