Capítulo 27: Domingos "Cantate" y "Vocem Jucunditatis"

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Monjes cantando el introito “Cantate”
En los ordinarios medievales los domingos del tiempo pascual son denominados o con la palabra inicial del introito o con el apelativo de la perícopa evangélica que se lee en la misa.

Así el 1º después de Pascua es “Quasi modo” (introito), el 2º “Misericordia” (intr.) el 3º “De modicum” (evang.), este 4º “Cantate” (intr.) el 5º “Vocem jucunditatis” (intr.) y el 6º (después de la Ascensión) “De rosa” porque de lo alto de la cúpula del Pantheon (Sta Maria ad Martyres), donde tenía lugar la estación, se dejaba caer sobre el pueblo una lluvia de rosas simbolizando la próxima venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

 
El introito del 4º domingo después de Pascua está tomado del salmo 97 “Cantad a Dios un cántico nuevo”, eco de aquel canto nuevo que en su Victoria sobre la Muerte entonó Cristo inaugurando su vida de gloria y triunfo. En la colecta admiramos el prodigio de ver como por la santa fe una multitud de creyentes profesa un único símbolo de fe, alimentando un único ideal de salvación. Es por esa unidad de doctrina que el Señor se convierte en árbitro de nuestros corazones. Por eso le pedimos que dirija nuestro corazón a través de las vicisitudes de esta vida, tristes y alegres, para que pongamos nuestro amor en las alegrías verdaderas, es decir, en Dios. En la epístola, Santiago, primo hermano del Señor se enfrenta a las teorías gnósticas de su tiempo: el evangelio no es un conocimiento especulativo: ha de producir el fruto de las buenas obras. Por eso Lutero, al darse cuenta que el contenido de esta epístola, iba en contra de sus tesis, la suprimió del conjunto bíblico, denominándola “epístola de paja”, es decir sin valor. Por eso el argumento de Santiago conserva todo su valor: el criterio para reconocer la verdadera Iglesia de Jesucristo es la recta fe unida a las obras virtuosas. Una moral que no tiene su cimiento en el dogma es como una casa edificada sobre arena. Sólo la Iglesia Católica por los frutos abundantes de santidad, amor y celo que produce, aparece como la única y legítima depositaria del mensaje del Salvador.

Este domingo hay que destacar la antífona del Ofertorio: “Jubilate Deo, universa terra” que es la misma que la del 2º domingo después de la Epifanía. Constituye una de las más exquisitas obras maestras del arte gregoriano. Si después de la Epifanía se invitaba a toda la tierra a admirar el prodigio de amor mostrado por Dios en la Encarnación del Verbo, cuanto más ahora que el Señor por su Resurrección ha asociado a la humanidad rescatada por la gracia a la glorificación final de Jesús.


El introito del domingo 5 después de Pascua (Is. 48,20) “Vocem jucunditatis” es un grito de júbilo que llega hasta los confines del mundo donde Cristo Muerto y Resucitado es anunciado como Redentor del género humano. En la oración colecta pedimos a Dios que nos inspire sentimientos conformes a la justicia y a la piedad, dándonos la fuerza de traducirlos en hechos. Esta la pequeña porción de gloria que pregustamos en el bien que hacemos. Las inspiraciones, la determinación de la voluntad libre, la ejecución de los buenos propósitos, nos vienen de Dios. Ante ello nos es requerida la cooperación con la gracia. Por eso debemos pedir la humilde sujeción a Dios y la desconfianza hacia nosotros mismos. Solo esa humildad puede marcar el ritmo de nuestras relaciones con Dios. En la epístola el apóstol Santiago nos pone en guardia contra la falsa piedad que todo lo basa en afectos sentimentales o ritos exteriores, sin una autentica auto-renuncia, sin obras. La verdadera religión es activa, se reconoce por las buenas obras. En el evangelio (Jn. 16,23-30) escuchamos un anuncio de la ida de Cristo hacia el Padre. Por su Ascensión, nuestra elevación a la dignidad de hijos de Dios, mediante la efusión del Espíritu Santo, se convierte en perfecta y completa. Jesús además intercede por nosotros en el cielo, testimoniando así su amor por nosotros, Mediador de nuestras relaciones con el Padre. Si el Padre nos ama y nos adopta como hijos, si nos predestina a la gracia y más tarde a la gloria, es en Jesús y por Jesús. Per ipsum, et cum Ipso, et in Ipso, Est Tibi Deo Patri Omnipotenti in unitate Spiritus Sancti omnis honor et gloria. Con esta doxología concluye la Iglesia la plegaria eucarística. En la oración sobre las ofrendas suplicamos a Dios que acoja las plegarias del pueblo fiel que acompañan las ofrendas presentadas por este en el altar como símbolo de su devoción. En la antigüedad cristiana, para que el sacrificio festivo que el obispo o el sacerdote ofrecía por todo el pueblo, representase incluso materialmente la ofrenda social de toda la comunidad de fieles, cada uno de los asistentes, sin excepción, incluido el Papa, presentaba en el altar su propia oblación. En Letrán solo los pequeños cantores del orphanotrophium musical lateranense (Schola Cantorum) estaban exentos, debiendo presentar el agua para mezclar con el vino en el cáliz del sacrificio eucarístico. En siglos posteriores, esta disciplina primitiva fue remplazada por el uso de ofrecer dinero (limosnas) para la misa, adquiriendo un tono fúnebre, pues la misa se ofrecía por tal o tal alma. 
Procesiones coloristas de ofrendas
El rito de presentación de ofrendas reinstaurado en la reforma posconciliar no debería convertirse en una procesión más o menos colorista de símbolos, sino en un signo del cumplimiento del deber de los cristianos de socorrer con sus donativos a la Iglesia en las necesidades del culto y de sus ministros, y el sostenimiento de las obras de caridad y beneficencia de esta. Dom Gregori Maria

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2 comentarios

  1. Muy buena idea la de poner el link del canto gregoriano e interesante la explicación. Pienso que sería bueno poner links gregorianos en las fiestas liturgicas, para que los no profanos podamos encontrar la referencia.

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  2. Josep G. Trenchs4 de mayo de 2013, 15:55

    Muchas gracias Dom Gregori Maria, por presentarnos esta parte de la Historia de la Iglesia desde esa prespectiva litúrgica de la razón de ser de los distintos cantos gregorianos.

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