Germinans Germinabit quiere
rendir un tributo de homenaje a Benedicto XVI con una breve serie de artículos
dedicados a la FE, tema axial de su pontificado, que quiso afianzar convocando
la Nueva Evangelización y como primera piedra de ésta, el Año de la Fe. Nuestro
hilo conductor será el beato Newman, por quien sentía tan honda admiración
Benedicto XVI
El Pecado
Si no hubiera pecado, no habría ni Redentor ni Redención. De ahí la exclamación de San Agustín, que resuena solemne en el Exultet de la vigilia pascual: O felix culpa, quae talem ac tantum nos meruit habere redemptorem . Oh feliz culpa, que nos mereció tal y tan gran Redentor. Si negamos la culpa, negamos al Redentor. Y en eso está el ala más progresista, modernizadora y aggiornata de la Iglesia: en eludir la culpa y con ella el sacramento del perdón. El procedimiento que siguen es diluirla en la sociedad, y por tanto celebran también un perdón colectivo.
¡Para qué vamos a engañarnos! A nadie le gusta reconocer que ha actuado mal, cuando lo ha hecho movido por fuerzas que han tirado de él con tanto vigor, que no ha tenido valor para resistirse. Por supuesto que nos parece una pésima jugada que se nos prohíba justamente aquello a lo que nos sentimos empujados con mayor fuerza. Pero eso es inevitable, porque lo más frecuente es que uno obtenga su bien a costa del mal del otro, o incluso de toda la colectividad. Y es aquí donde interviene la moral (el código de costumbres aceptadas por todos) que atendiendo a criterios de sostenibilidad de la comunidad a corto y a largo plazo, determina qué es virtud y qué es pecado. La virtud va acompañada de elogio y admiración, mientras que el pecado se hace acreedor de condena y desprecio.
Es evidente que a nadie le gusta ser despreciado y condenado sólo por hacer lo que le apetece. Toda religión y todo código de conducta incluyen el concepto de pecado tanto si lo llaman así como si le asignan cualquier otro nombre. Y por descontado que todo movimiento de relajación de las religiones y demás instituciones que regulan las conductas, empieza por la atenuación primero, y la negación luego, de todo concepto de pecado o transgresión. Y le sigue, por supuesto, la condena de toda “represión” moral. Siguen impregnados de las doctrinas de la bondad intrínseca del hombre que tanto furor hicieron promovidas por la Ilustración. La doctrina peregrina de esos reformadores de las costumbres es, por tanto, que no hay que reprimirse; que la conducta hay que dejarla fluir. ¡Qué genios!
Eso ocurre en el protestantismo respecto al catolicismo, y ocurre también en la Iglesia Anglicana respecto a la Católica. Por eso Newman se recrea tanto (y a fe que lo hace con gracia y maestría) en el concepto de pecado y en la condenación que lleva aparejada. Es el tema que aborda en su primer discurso sobre la fe. Le sirve de hilo conductor la vida estándar de un ciudadano británico. Tiene un trasfondo de fe adormecida y vive como si no tuviese un alma que salvar y una vida eterna que asegurarse. Vive al estilo mundano. Sus cuentas son que cuando ya no le queden dientes para seguir devorando los placeres del mundo, se acordará de Dios, convencido de que éste, en su infinita misericordia, se hará cargo de la situación y le abrirá generoso sus brazos y las puertas del cielo. En fin, muy al estilo protestante de la gracia supliéndonos y hasta suplantándonos: el “ pecca fórtiter, crede fortius” de Lutero.
Newman sabe perfectamente lo que da de sí esa religión que fía la salvación eterna no en una vida cristiana asumiendo los sacrificios y renuncias que comporta, sino sólo en la misericordia de Dios, a la cual se puede apelar hasta el último momento. Una religión sin pecado, y por tanto sin mala conciencia por el mal que se hace, sin penitencia y sin perdón, porque no se necesita. La vida de la sociedad y del individuo que han adoptado ese estilo de vida, no tiene otro horizonte que la degradación progresiva. En la otra parte de ese frente está la santidad, otro de los grandes temas que sedujeron a Newman. No es lo mismo una sociedad y sus individuos que aspiran día a día a ser cada vez mejores, que quienes dejan el ser buena gente para cuando se vayan de este mundo.
Un ejemplo sangrante lo tenemos en el catolicismo del postconcilio Vaticano II. Desde entonces se hizo descarnadamente visible la protestantización descarada de la Iglesia Católica no sólo en la teología y en la liturgia, sino sobre todo en la moral. Tenían que ocultarse discretamente el pecado y la penitencia. Esa manera de enfocar la vida y la conducta, chirriaba con la modernidad. Así que del inacabable catálogo de pecados que teníamos antes del Concilio, fueron desgajándose uno tras otro, hasta dejarlo vacío del todo: ni pecado, ni penitencia. Y como estos neocatólicos no podían pecar, tampoco podían arrepentirse; por lo que no necesitaban del sacramento de la penitencia. Si acaso, esa cosa colectiva copiada de los protestantes. Lo que atraía a Newman con tanta fuerza, lo que para él era una prueba más de la superioridad moral del catolicismo, he aquí que se convirtió en piedra de escándalo para los católicos y lo despeñaron barranco abajo.
¿Y cuál ha sido el resultado? Bien malherida y dolorida que está la Iglesia de tanto dislate. Precisamente los pastores, los predicadores de la liquidación del pecado, hicieron de sus vidas un estercolero inmundo. No han sido todos, ¡Dios nos libre!, pero tampoco han sido mayoría los que se aferraron al tesoro teológico, litúrgico y moral de la Iglesia. Un tesoro que no malbarató el Concilio, sino tras él los padres conciliares y los extraconciliares. Fue una deserción de los principios. Una desbandada cuyos frutos, ¡cuán amargos, ay!, estamos cosechando en abundancia. Han necesitado arrastrarse ellos y arrastrar a la Iglesia hasta aquí, para constatar que sí hay pecado. Y horrendo. ¡Hay que ver el modelo estándar de sacerdote que nos ofrece Newman! ¿Tiene esto algún parecido con la realidad dominante que nos ha tocado vivir? Excepciones, gracias a Dios, las hay. Pero hoy los cristianos no percibimos así, ni mucho menos, al sacerdote estándar.
Es un tema que planea por toda la obra de Newman. Probablemente es uno de los que echó a faltar en la Iglesia Anglicana. A este contexto (capítulo) corresponde el texto que seleccionó Benedicto XVI para la beatificación. Es interesante todo su contexto.
P. Custodio Ballester Bielsa, pbro.
"Tenían que ocultarse discretamente el pecado y la penitencia...: ni pecado, ni penitencia."
ResponderEliminarUn concepto que murió con el postconcilio de la hermenéutica de la ruptura fue la indulgencia.
Y quien arregla esto...
ResponderEliminarAyer, en una charla sobre el tema, se dio la circunstancia de que en el turno de preguntas, participó mucha gente, realmente preocupada porque sentían que tampoco ellos tenían conciencia de haber pecado. Me parece que es una cuestión clave para nuestra Fe.
ResponderEliminarDes de q vaig fer la primera comunió no he tornat a sentir la paraula "pecat" a la meva parròquia. (Per cert jo amb 53 anys sóc el feligrés més jove) Poc després van canviar el rector i des de llavors cap dels molts que han anant passant ha pronunciat la parauleta en qüestió.
ResponderEliminarDéu és infinament bo, és Pare!
EliminarPer al "De poble".
EliminarTampoc no cal preocupar-se molt sobre les inclinacions del rector de torn, si a la teva parròquia es llegeix la Bíblia serà difícil que no se la trobin ja que diuen que la paraula "pecat" hi surt al voltant d'unes 386 vegades.
tens molte rao Deu és Pare,i tambe jutge,no oh oblidis...¡
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