In Memoriam
Dom Fernand Michel Cabrol
Dom Fernand Michel Cabrol
Introito Ad te levavi del 1º dom. de Adviento |
Sin embargo, este sistema de computación del año litúrgico no siempre fue usado en la Iglesia. Hasta el siglo III por consideraciones astronómico-simbólicas, estaba consolidada universalmente la opinión que el 25 de marzo, día del equinoccio de primavera, era el día en el que el mundo había sido creado, María concebido el Verbo y Cristo muerto en la Cruz. Dado esto por bueno, era natural que se empezase a contar el tiempo desde esta fecha de capital importancia. Tertuliano habla de la Pascua in mense primo. San Ambrosio refiere que la Pascua es “vere anni principium, primi mensis exordium”. Aún quedan trazos de este cómputo primitivo. En la liturgia gregoriana el Génesis se empieza a leer en este tiempo y el más antiguo leccionario conocido, supone un ciclo de lecturas que empieza con la noche de Pascua y acaba en el Sábado Santo.
Pero con la introducción de la fiesta de Navidad y el traslado de la Anunciación en muchas Iglesias locales al periodo de Adviento, p. ej. al 18 de diciembre en la Iglesia Hispánica (porque la antigua Cuaresma excluía rigurosamente cualquier solemnidad) se trasladó también el inicio del año litúrgico, fijándolo en el periodo natalicio. Así lo reflejan el Catálogo Filocaliano y los libros litúrgicos de los siglos VI-VIII (Gelasiano, Gregoriano, el Comes de Victorio de Cápua, el leccionario de Luxeuil y el misal Gótico-galicano o el de Würzburg).
Más tarde, entre los siglos VIII-IX, cuando el Adviento, entendido como periodo de preparación a la Navidad, tuvo casi en todos los lugares, un ordenamiento estable y uniforme, los libros litúrgicos anticipan el ciclo anual, como se decía ( anni circulum), al primer domingo de Adviento, llamado en el Gelasiano “quinto domingo antes de Navidad”, contando hacia atrás. De todas maneras el uso no fue común hasta trascurrido el siglo X.
El termino latino adventus (venida) fue aplicado en un primer momento para significar un periodo preparatorio a la segunda venida de Cristo sobre la tierra, la llamada parusía. Los textos de los antiguos sacramentarios son muy explícitos: imperan los relatos evangélicos del fin del mundo, del juicio universal y las llamadas a la penitencia de Juan Bautista. En los libros se usa la formula de adventu Domini. Sólo más tarde se empieza a hablar de domingos ante adventum Domini tomando el término adviento en el sentido de Navidad, haciendo popular el concepto de que el Adviento es exclusivamente una preparación a esta solemnidad.
Los últimos estudios han empezado a esclarecer los orígenes del Adviento. Encontramos las primeras huellas en España y en la Galia. Un texto de San Hilario de Poitiers (+388) que hace referencia a un canon del concilio de Zaragoza (381) hace mención de un periodo de tres semanas en preparación a la fiesta de la Epifanía, con referencia al bautismo de los neófitos que en las iglesias hispano-galicanas, según costumbre oriental, se confería en aquella fiesta.
Un siglo más tarde, San Gregorio de Tours señala la tendencia a hacer prevalecer la preparación natalicia a la de la Pascua, haciendo del Adviento una especie de segunda Cuaresma con la observancia de un ayuno discontinuo de seis semanas. Cosa parecida se hacía en las iglesias septentrionales de Italia.
En Roma, donde el bautismo en la Epifanía no estuvo nunca en vigor, no encontramos ninguna huella de un tiempo de Adviento hasta el periodo posterior a San León Magno (+461) que de hecho no lo menciona. Pero es cierto que los grandes debates cristológicos que habían perturbado a la Iglesia en aquel periodo, tenían que conducir, como siempre ocurre, a una más decidida y clara expresión del misterio de la Encarnación del Verbo. De hecho encontramos hacia finales del siglo V las 40 lecciones de Rótulo de Ravena, emparentadas con el Leoniano, que se refieren todas a una preparación litúrgica a la fiesta de Navidad, y que hacen suponer un tiempo de Adviento, propiamente dicho. Todas las conjeturas pues, señalan la organización del tiempo de Adviento a la segunda mitad del siglo V, por obra del Papa Gelasio, el organizador de las Témporas de diciembre, orientadas hacia la venida de Cristo.
Dom Siffrin y Dom Schuster |
No obstante en Roma, el Adviento era más breve. En algunos libros litúrgicos cuenta con cinco semanas pero lo general son cuatro. En el siglo VI queda definitivamente fijado en cuatro semanas. El ayuno, que en la Iglesia galicana era en un origen de uso monástico y restringido al lunes, miércoles y viernes, asumió la severidad del cuaresmal y un carácter obligatorio para todos. Ludovico Pío lo decretó para la Galia. En Italia, en cambio, no tuvo siempre el mismo carácter: Raterio, obispo de Verona (+974) habla de una simple abstinencia, mientras que el papa Inocencio III respondiendo a una consulta del obispo de Braga habla de ayuno. En el siglo XIV este ayuno estaba ya muy olvidado. Y jamás este concepto de ayuno pasó a los textos litúrgicos ni del Misal ni del Breviario.
Durante muchos siglos, quizá demasiados, en la liturgia de Adviento se enfatizó un carácter exterior de tristeza y de penitencia. El sacerdote usando ornamentos morados, el diácono y el subdiácono deponiendo la dalmática y la tunicela, al menos en el uso monástico, suprimiendo el Te Deum y el Gloria, y proscribiendo el uso del órgano y de las flores. En algunas iglesias locales en tiempos muy lejanos incluso llegaron a cubrirse las imágenes como en el tiempo de Pasión y a usarse ornamentos negros.
Hay que advertir que en la época primitiva el Adviento no tenía carácter penitencial. Los numerosos responsorios del Oficio de este tiempo y las oraciones del Sacramentario Gelasiano, pasan de un vivo deseo de la venida del Redentor a la preparación espiritual que los fieles, mediante la purificación del pecado que deben hacer para recibirlo, pero ninguna alusión a sentimientos de tristeza. Los signos exteriores de tristeza que adoptó la liturgia pues, son relativamente recientes. En Roma el Te Deum y el Gloria aún a mediados del siglo XII eran cantados en Adviento y se usaban dalmática y tunicela. Aún hoy en día el Aleluya no se suprime nunca de la misa y lo encontramos en muchas antífonas del Oficio. Podemos pues establecer, como dice el prestigioso cardenal Schuster en su Liber Sacramentorum, que el carácter fundamental del Adviento es “de un santo entusiasmo, de un tierno reconocimiento y gratitud, y de un intenso deseo de la venida del Redentor”
Dom Gregori Maria
Los artículos del P.Gregori Maria son una maravillosa lección de historia, de espiritualidad y es un gozo leer y releer esta exposición tan bien documentada.
ResponderEliminarGracias,P.Gregori, por ayudarnos a enfocar este tiempo litúrgico de adviento en las coordenadas de la mejor preparación a la Navidad. Me ha gustado el final cuando menciona al Cardenal Schuster: Adviento "santo entusiasmo....intenso deseo de la venida del Redentor.
Mn.Fermí