“Muerto” el consumo interno por el paro (casi el 25% de la población activa), por el sobre-endeudamiento familiar (que deriva la renta a la amortización de las hipotecas), por el temor al futuro (que la decanta al refugio del ahorro) y por los recortes en los gastos corrientes del Sector Público, sólo queda recurrir al consumo exterior, es decir a la exportación.
Parecido panorama se presenta a los que producen bienes de inversión ante un desolador paisaje de una inversión en caída libre, sea empresarial (con el cóctel fatídico del sobre- endeudamiento empresarial, la falta de expectativas halagüeñas y la casi desaparición del crédito bancario a la empresa); o pública (caída abrupta de las grandes obras públicas para poder recortar el déficit público).
(1) Imposibilitada la receta de la política fiscal expansiva keynesiana (el famoso principio de que el Estado gaste porque los privados no lo hacen) por culpa del sobre-endeudamiento público; y (2) desvirtuada la política monetaria expansiva keynesiana (poner en circulación más dinero por parte del Banco Central Europeo) al destinar, los bancos, el crédito conseguido, no al sector privado (prestar a tipos bajos) sino a la compra de deuda pública, al país sólo le queda el sector exterior. Exportar, exportar y exportar productos, si no quiere exportar personas (emigración).
Exportar, que es crear trabajo interno para un mercado externo, es cuestión de competitividad y ésta sólo se puede conseguir de dos maneras, vía precios (sueldos baratos para vender productos baratos) o vía calidad (la vía alemana). Con lo cual llegamos al cabo de la calle. Si queremos un Estado del Bienestar a la alemana, hay que producir y tener una industria a la alemana, que es la única que genera suficientes puestos de trabajo e ingresos públicos -vía impuestos- como para mantenerlo. Ésta y no otra es la unión previa de los países de Europa, que permite una unión monetaria basada en compartir el euro: que no es nada más que el doble de un marco.
Resulta sorprendente la cantidad de negocios que abrieron aquellos jóvenes de la Federació de Joves Cristians (FJC), llegados a edad adulta tras la Guerra Civil. Y no es que Mossèn Albert Bonet tuviera como primer objetivo crear tejido productivo de calidad para el país, ni que la FJC fuera la sección juvenil de Foment del Treball (la patronal catalana histórica).
Cuando los monjes benedictinos cambiaron la faz de la Europa rural medieval colonizando yermos y sacando prosperidad y alimentos de una naturaleza domesticada; o cuando los canónigos catedralicios con su aplicación esmerada al estudio crearon las universidades, la moral cristiana fue pieza clave del éxito. Del mismo modo la moral católica interiorizada y vivida en un sinnúmero de familias catalanas fue clave para explicar la propensión al trabajo y al trabajo bien hecho. Fue vital para la transformación de esta tierra de santos (la Cataluña del siglo XIX) en una de las zonas más industrializadas de la Europa meridional. Lo mismo pasó en Bélgica, en el Piemonte o en la zona de Lyon. La aplicación al trabajo y la predisposición al trabajo bien hecho, es también una cuestión moral. Y el trabajo bien hecho produce progreso material.
La calidad y el esmero (incluso la creatividad) son motor de la competitividad interesante, es decir la que no se consigue mediante bajadas de sueldos.
Exportar vía calidad implica excelencia en el mejor sentido de la palabra. El gusto por el trabajo bien hecho conseguido con creatividad y esmero. Aunque no es una cuestión automática, parece evidente que la moral católica aplicada al trabajo y al trabajo bien hecho, se convierte en un tema no menor para la recuperación económica del país. Del mismo modo que en el plano personal es la familia (institución amorosamente labrada y defendida por la Iglesia) y son las pensiones de los mayores lo que nos permite soportar un 25% de paro (cuya cara más negra es el 52% de paro juvenil), del mismo modo la moral católica sobre el trabajo bien hecho, hoy tristemente arrumbada, se presenta como luz orientadora para sacar del hoyo a nuestra maltrecha economía.
Un cristiano católico coherente es una persona que debe estar abierta y solícita a las necesidades de los más débiles; pero es también una persona que aplica su alegría y su servicio a los demás en hacer las cosas bien hechas: ya se trate de una cura a un enfermo, de una confesión realizada por un sacerdote o de una barra de pan hecha por un panadero. La ética o moral católica es un antídoto de la chapuza: porque ésta es una falta hacia el prójimo.
Por desgracia no se insiste suficientemente en esta dimensión de la moral católica, la cual es tan rica que no sólo nos orienta ante los problemas redistributivos de la renta, sino que también lo hace en los productivos. Aquí también pagamos los excesos del progresismo eclesial (y su dependencia marxista), el cual ha desvirtuado en la praxis las orientaciones de la moral católica, de manera que se oculta la llamada de la misma al compromiso moral personal en el ejercicio mismo del trabajo y en el trabajo bien hecho. Hipertrofiada, por el idealismo hegeliano y la visión marxista, la discusión moral en los aspectos “estructurales”, redistributivos o solidarios; hemos atrofiado la noción que el compromiso íntimo con lo mas cercano/los mas cercanos e inmediato/s es esencial en la moral católica y su lógica derivada del misterio de la Encarnación del Señor.
¡No fuéramos a descubrir que la crisis particular en las “estructuras” y los “sistemas” fuese, en último término, derivada de una crisis general de nuestra relación con lo/los más cercano/s y próximo/s!
Guilhem de Maiança
Guilhem de Maiança
¿Me da usted permiso para usar este artículo?
ResponderEliminarSi cita la fuente (Germinans Germinabit) y el autor (Guilhem de Maiança) no tiene que haber ningún problema.
EliminarLe agradeceríamos que nos dijera donde aparece para tener conocimiento de ello.
Buenas,
EliminarSoy el que les ha hecho la pregunta. Simplemente me ha parecido brillante. No soy ningún conferencista ni escritor ni nada parecido. Pero la idea, insisto, me ha parecido brillante.
fantástico artículo. me sorprende, gratamente, que al fin aparezca un artículo de moral cristiana referida a la economía que no caiga en el lugar común del "debemos ser buenos", la crisis es porque somos malos (codicia, envidia, etc.). Para mí faltaría remarcar algo: el empresario (emprendedor para que suene más cool) que logra hacer un buen negocio, es aquel que hace un producto que agrega riqueza al que lo compra: ahí mismo ya está haciendo algo bueno, pues está poniendo algo a disposición de alguien que lo considera valioso, y por eso pone su dinero para adquirirlo; dinero que permite que ese bien esté disponible (por multiplicación productiva) para muchos otros.
ResponderEliminarComo bien dice, el progresismo eclesial ha logrado que lo políticamente correcto, incluso en boca de sacerdotes de buena doctrina, sea acusar al empresario de todos los males y básicamente decir que todo es su culpa, por codicioso.
Por último, sería bueno aclarar que si bien el católico tiene el mandato de velar por el más débil, esta ley moral no puede ser positivizada en una obligación legal: la moral implica la libertad (tanto interna como externa); si no, el acto no es moral. Por tanto la "solidaridad" obligada por el estado no es tal. Además de ser una pésima "solidaridad", por ineficiente y porque es poco finalista (de lo ingresado para "solidaridad" llega muy poco a su destino, por el inmenso aparato burocrático intermedio), no puede ser jamás considerada solidaridad porque esta es libre y voluntaria, jamás cohercitiva. Más iglesia (libremente asumida) menos estado (coactivamente soportado).