En esta época, el programa espiritual del joven vicario ya se encuentra sólidamente establecido. Él mismo enuncia los cinco puntos indisociables:
Primeramente: antes morir que pecar. En segundo lugar: encomendarse a Dios y a la Santísima Virgen Tercero: Alejarse de las ocasiones peligrosas.
Cuarto: confesarse frecuentemente.
Y por quinto y último: avivar la fe más íntima y pensar que Dios nos ve en toda circunstancia.
Totalmente entregado a la meditación y a la plegaria, mosén Claret, aparte de su ya absorbente ministerio, sigue consagrando un tiempo considerable al estudio. Esta ascesis exigente no tardaría en reportar frutos apostólicos sorprendentemente abundantes. Un biógrafo contemporáneo dirá: “Instintivamente uno va hacia él. Tanto en el confesionario como cuando habla en público, siempre hay una muchedumbre alrededor de mosén Claret. Una misma atracción empuja a los fieles a sus misas, donde el santo sacerdote es breve sin ser rápido, piadoso sin ser amanerado en las formas. En el catecismo enseña a los niños con gran cuidado.”
En la calle, sin embargo, España continúa siendo escenario de violentos enfrentamientos políticos. Se acusa al catolicismo de todos los males. Los patriotas añoran la grandeza del pasado de España con nostalgia de las colonias perdidas, mientras los liberales prefieren la república a la monarquía. En medio de esta dolorosa confusión política, Antonio Claret no toma partido, ya que lo importante para él, más allá de las luchas humanas, es llevar almas a Dios. Así, por esta actitud verdaderamente sobrenatural, ganará el respeto de todos, de unos y de otros.
Pero mucho más que por las exigencias de su ministerio parroquial, mosén Claret se siente llamado a otro combate: su vocación misionera. Y como está convencido de que “nada interesa más a Dios”, el joven conquistador sólo tiene un deseo: entrar en la Compañía de Jesús. Con la intención de conocer mejor los designios de la Providencia, Antonio Claret se embarca sin retraso para la Ciudad Eterna, donde es recibido por un jesuita que le afirma perentoriamente que no está hecho ni para la milicia ignaciana ni para la vocación misionera. Cuando uno conoce a posteriori todo el apostolado que más tarde el Padre Claret llevará a cabo en tierras lejanas, no puede más que subrayar que ciertamente los designios de Dios son impenetrables.
El viejo Sallent
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Apenas de regreso a su parroquia de Sallent, nuestro desafortunado viajero tuvo que enfrentarse a los estragos de un violento incendio. Socorriendo a los enfermos y heridos, al mismo tiempo que atenuando la rabia devoradora de las llamas, mosén Claret recibe la preciosa gracia de obrar, mediante el signo de la cruz, sus primeras curaciones milagrosas.
Estos hechos extraordinarios hacen del vicario de Sallent, muy a pesar suyo, el santo varón de Cataluña, el santo por excelencia.
En 1841, clamoroso desmentido del juicio inapelable de aquel jesuita romano antes evocado, Antonio Claret será nombrado misionero por toda la diócesis de Vich y por toda Cataluña. Desde este instante, se inicia un gran movimiento espiritual con una oleada entusiasta de conversiones numerosas y duraderas. Llueva o diluvie, nieve o haga sol, mosén Claret únicamente tiene una obsesión: la salvación de las almas. Escribe folletos y octavillas, manda imprimir estampas, y redacta los estatutos de numerosas cofradías religiosas, reorganiza sociedades apostólicas en decadencia. Es como la sombra de Cristo que consuela y apacigua.
Pero si bien es verdad que el padre Claret se entrega sin reserva a la obra de Dios, jamás de los jamases puede ser tildado o sospechoso de activismo. Efectivamente, hombre culto, el hijo del tejedor de Sallent fue sobre todo un místico. Vivía en este mundo “como por casualidad”, como de paso. Sediento de Dios, sólo en Él y por Él conoció la perfecta felicidad. Recibiendo en repetidas ocasiones la visita del Señor, hasta caer desmayado en éxtasis, se elevó por encima del suelo siendo favorecido de presentimientos extraordinarios. Es quizás por esa razón, que a imitación de los santos de los primeros siglos, Antonio Claret no llevará consigo en sus viajes ni provisiones, ni dinero ni ropa de abrigo, ni siquiera ninguna muda. Entrega y abandono providencial a la misión. Confianza ciega en el amor de Dios.
(continuará)
Dom Gregori Maria
Dom Gregori Maria
¡Qué gran santo San Antonio María Claret! Y qué lejos andan de él la mayoría de los claretianos que tenemos por nuestros lares
ResponderEliminarLos cinco puntos espirituales del Padre Claret siguen teniendo mucha actualidad dentro de los grupos y movimientos católicos, fieles al Papa. Pero para los "progres" incluyendo la mayoría de claretianos actuales es algo "carca" y pasado de moda.
ResponderEliminarEn la 1ª comunión de mi nieta el año pasado celebrada en la Iglesia que tienen lo claretianos junto a su colegio de la calle san Ant. María Claret en Barcelona, el claretiano oficiante, sin casulla, leyo un Credo en el no se mencionaba a la Stma Virgen, y al finalizar ni cantamos a la Stma Virgen, en el mes de Mayo!!
ResponderEliminarDurante el aperitivo al que acudió de laico total, le repeti lo que he escrito y le dije que vergüenza de él debia de tener san Ant. María Claret.
Que pena.
ricardo de Barcelona