|
El domingo 29 de abril, dos días después de la Festividad de la Virgen de Montserrat, se produjeron en la santa montaña y en la basílica extraños acontecimientos. Fue como la invasión del símbolo religioso de Cataluña (¿le quitará algún día esta marca la Sagrada Familia?) por una oleada de gentes a las que no se esperaba allí arriba; fue una secuencia de acontecimientos insólitos, casi diría de extrañas señales que apuntaban hacia algo mucho más allá de lo que veían nuestros ojos y percibían nuestros oídos.
Por empezar, fue el recuerdo de mosén Jordi Moya, un sacerdote jovencísimo, muerto a la edad de 33 años, lo que congregó allí a un pueblo que llenó la basílica durante la misa: hasta el punto de que más de un centenar de personas, en los momentos en que la liturgia permite sentarse, tuvieron que hacerlo en el suelo.
¿Y qué tiene que ver con Montserrat un sacerdote ajeno al nacionalprogresismo que se apropió de la Iglesia en Cataluña, hasta convertirse esta tendencia en la oficial, y única visualizable? ¿Qué tiene que ver con Montserrat un sacerdote recién ordenado que vestía de sacerdote, que llevaba la sotana con dignidad y con amor, y que entre sus formas de celebración de la Misa destinó un lugar importante a la forma extraordinaria del rito romano, como autoriza aconsejando el motu proprio Summorum Pontíficum de Benedicto XVI? Un sacerdote, en fin, en las antípodas del singular catolicismo catalán sublimado en Montserrat.
|
¿Y qué tienen que ver con el icono de la iglesia catalana las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta? ¿Qué vínculo une a Montserrat y a los dos centenares de excepcionales peregrinos a los que asisten los Jóvenes de San José los sábados por la noche en el corazón de una Barcelona mucho más volcada hacia sus turistas que hacia sus pobres? Eso me preguntaba yo al ver entrar en la basílica aquella turba que había visto antes terminando de comer en el merendero.
Permitidme que empiece por estos últimos, que merecen con todo derecho y honor ser los primeros. Cerca de dos horas estuvimos en la iglesia, porque entre entrar veinte minutos antes para acomodarse ordenadamente y la duración de la ceremonia, el tiempo se alargó más allá de lo previsto. Pues maravíllense, ni siquiera murmullos se oyeron en la iglesia en todo el tiempo: ni tan siquiera en la casi media hora de espera. Es algo que llama poderosamente la atención del que está habituado a escuchar murmullos y hasta voces en la iglesia, sobre todo mientras se espera que empiece a celebrarse la liturgia. ¡Y no digamos en las primeras comuniones!, cuando acude a la Iglesia gente que hace tiempo que no la pisa, como era nuestro caso. Le daba una magnificencia especial al templo el silencio reverente: no sólo de los fieles que habían acudido convocados por el cartel con que se anunció esta misa, sino también el de los recogidos en la calle.
Misa Solemne del III Domingo después de Pascua
(momentos de la consagración y de la comunión) |
Ocurrió además en Montserrat que, después de cerca de medio siglo, volvía a la basílica un rito que a lo largo de decenios había dado lustre al monasterio, que devino uno de los referentes mundiales de la liturgia y del canto monástico. Algunos monjes, añorando esa liturgia durante tanto tiempo arrumbada en la abadía, asistieron a la misa desde el coro. También para ellos era un acontecimiento. Y para más de uno, quizás incluso una premonición. Fue una misa solemne: con preste, diácono y subdiácono, más ocho acólitos, coro y acompañamiento de órgano, que sonó con todo su esplendor al cantar al final el Virolai. Es de destacar que en la Misa tradicional hay largos momentos de silencio absoluto sin acompañamiento de órgano siquiera, especialmente en el canon, que resplandecieron también gracias a la actitud reverente de todos los fieles, tanto los habituales como los sobrevenidos.
Las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, con su inconfundible toca de franjas azules, con su imponente autoridad moral, le dieron a la presencia de los sin techo ese aire de amorosa naturalidad: eran los que mejor encajaban, eran el más bello homenaje a mosén Jordi Moya; un homenaje tan valioso como el plus litúrgico y de solemnidad que aportó la liturgia gregoriana. Y como lo más natural del mundo, tuvimos también la adhesión por escrito de nuestro cardenal Luis Martínez Sistach, que leyó el celebrante al iniciar su emotiva homilía.
¿Pero qué estuvo pasando realmente en Montserrat esa tarde del 29 de abril, apenas desvaído el incienso y aún resonando los ecos de la gran celebración de la fiesta de la Virgen patrona de Cataluña? Pues quizá lo más significativo fue que allí subió a orar y a mostrarse tal como es, la porción de la iglesia en Cataluña silenciada e ignorada por los que se llaman a sí mismos “hijos del Concilio”, empeñados en asignar a sus desmanes de todo orden: litúrgicos, doctrinales y morales, el adjetivo de conciliares. Una evidente contradictio in términis . Porque aquí en Cataluña ha habido graves desviaciones del Concilio Vaticano II perfectamente identificables, tanto en el dogma como en la liturgia y en la moral; y como fruto abundante de esas desviaciones, una evidente decadencia, que ha ido trepando hasta los pies de la Moreneta.
Y resulta que subieron a postrarse a sus pies esos que los nacionalprogresistas, igual que los enemigos de la Iglesia, gustan llamar ultracatólicos. Subieron llevando como icono a un difunto sacerdote con todas las señas de identidad de los sacerdotes ultras: alzacuello e incluso sotana; entrega entusiasta a su ministerio sacerdotal; celebración de la misa con los ornamentos y vasos sagrados de ritual; amor a la confesión frecuente, también para él; obediencia al Papa; adhesión sin fisuras al Magisterio de la Iglesia; y por si alguna pincelada le faltase al cuadro, afición a la Misa de siempre: en latín y de espaldas a los fieles. Y ya para coronarlo todo de una forma que no debiendo serlo, resulta ser originalísima, se llevaron con ellos a los pobres.
|
Pues sí señor, ahí estaba esa Iglesia que lucha duramente por renovarse, presentándose en el mismísimo corazón eclesiástico de Cataluña: Dios quiso que se le abrieran de par en par las puertas de la emblemática basílica. También quiso Dios que revistiera toda la dignidad, aquella vuelta de la liturgia más universal de la Iglesia a uno de sus templos más eximios. Es la liturgia que se pudo (y sin duda, de nuevo se podrá algún día) seguir en cualquier lugar del mundo, sin distinción de pueblos, razas, lenguas ni Estados: por eso la ama la Iglesia.
Eso es lo que pasó el día 29 en Montserrat: que hizo su solemne presentación pública y su consagración a la Virgen, la que hasta ahora había sido la cara oculta de la Iglesia en Cataluña. Una cara extremadamente joven, como jovencísimo es el cura (“ultracatólico” lo llamarán los nacionalprogresistas y los laicistas) al que sus jovencísimos seguidores están elevando a los altares extracanónicamente. Es que realmente mosén Jordi Moya, humilde, bondadoso, discreto, tenía carisma. Algo se está moviendo en Cataluña. ¿Será que se ha agotado definitivamente el cupo de sacerdotes más preocupados por hacer patria y por hacer política, que por acercar Dios al hombre y el hombre a Dios?
Cesáreo Marítimo
Que alegría.
ResponderEliminarricardo de Barcelona.
Esta crónica de Montserrat demuestra que incluso en un lugar tan marcado por el nacionalismo es posible disfrutar de la primavera germinante.
ResponderEliminarEsperemos que los mismo suceda en Barcelona, a pesar del triste paso de Sistach, que después de él venga una primavera eclesial que deje atrás el invierno del progresismo y el nacionalismo
Soy un gran devoto de Montserrat, pero hacía mucho tiempo que no subía a la Montaña Santa, artículos como este me animan a volver a subir porque se demuestra que la "Moreneta" es la Virgen de todos los catalanes, no sólo de unos cuantos, que quieren secuestrarla.
ResponderEliminarMi enhorabuena y mi apoyo.
ResponderEliminarPor motivos laborales, no pude ir a Montserrat. No me gusta nada esta montaña árida y fea, con sus establecimientos turísticos, su Forcades, su pantomima progrecatalanoide-separatista y su escasez de catolicidad. Pero lo habría hecho por mi querido Jordi Moya, quien me manifestó su ilusión por subir a esta montaña un día antes de fallecer y subió a un Lugar mucho más alto. Y también, por nuestra Moreneta.
ResponderEliminarLe he tenido muy presente y le echo francamente de menos aunque tengo la alegría de ver que la semilla que sembró está germinando.
Íñigo, estás sembrado. Mereces que Dios te bendiga.
ResponderEliminarEl Rdo. Jordi Moya fue un sacerdote entregado, humilde, modesto, sus Misas transcendían en piedad y devoción. Vemos que su dedicación a los más sencillos y desvalidos fue camino empredido y frustado por su fallecimiento. El día de su funeral en la Parroquia de la Mª de Deu del Roser (además de una asistencia que llenó totalmente el Templo) la presencia de jóvenes era (por lo menos para mí) muy significativa. En su corto tiempo entre nosotros , primero como diácono y luego ya ordenado sacerdote, no hay ninguna duda que labró (no olvidemos este primer paso) y sembró.
ResponderEliminarAyer domingo se leyó una parábola de la vid, aquí hablamos de germinantes, como bien dice Iñigo sin duda su semilla fue sembrada y germina, porque este acto en Montserrat si nos lo cuentan sin saber el motivo algunos lo ponemos en duda.
Desde el cielo interceda por nosotros Msn. Jordi Moya, en esta época terrenal que nos toca vivir y nos espere con esa alegría juvenil que ójala otros jóvenes hubiesen conocido.