En el repaso a la Nota del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (en realidad, del prefecto Fernández) titulado Una caro, encontré a sobrar un montón de literatura barata, indigna de la principal institución de la Curia vaticana. Ya el título anuncia que el tema no va a ser precisamente el matrimonio monogámico (que promete elogiar el subtítulo), sino la carne, es decir el sexo, que es la especialidad teológica del Prefecto de un Dicasterio antaño tan digno. Su redacción es tan amplia, tan inclusiva, que en la mayor parte de la Nota se pueden sentir comprendidas (es la nueva comprensión de la Iglesia) toda clase de parejas (coppie) a las que la Iglesia más progresista aspira a darles la categoría de matrimonio e incluso de sacramento. Porque es evidente, en cualquier caso, que para este santo Dicasterio, y por tanto para toda la Iglesia católica, al menos en este texto, la carne y el sexo no son dones reservados exclusivamente al matrimonio.
Eso sí, siendo éste un documento del Dicasterio más religioso y espiritual de la Iglesia, era imprescindible vestirlo y revestirlo de ropajes místicos: tema en el que tiene grande y probada pericia el Cardenal Prefecto del Dicasterio. De donde se infiere que se trata de una especie de creación literaria que parece diseñada a la medida para acompañar y arropar la literatura del género (me da por llamarlo “porno-místico”) al que tan adicto es el actual sumo Maestro de la Doctrina de la Fe Católica. Por cierto, la pasada semana se supo de nuevas obras de este gran teólogo del sexo: de cualquier sexo, de toda carne.
Efectivamente, como sospecha un comentarista de uno de los muchos artículos que se han escrito sobre este documento, está redactado de tal modo que deja la puerta abierta a los “matrimonios” por los que tanto amor y solicitud muestra la “Fiducia súpplicans” producida por ese mismo dicasterio. Incluso alguna vez se le escapan expresiones como “la pareja” (coppia) o “el partner” (sic en el texto italiano), en vez de “el matrimonio” y “el cónyuge” o “el consorte”; términos que valen, como la mayor parte del documento, también para parejas no estrictamente matrimoniales. Está claro que si se redactasen los documentos del Dicasterio en latín (como se hizo siempre), quedaría cerrado el camino a este tipo de deslices.
Tampoco me parece errada la opinión de otro comentarista, que entiende la Nota como segunda parte de la Fiducia súpplicans y a la espera de una tercera parte, ya mucho más explícita en la novísima orientación matrimonial (que con tanta dedicación ensaya Alemania bajo la mirada complaciente y consentidora de Roma). Es la ventana de Overton, hoy llamada inculturación, que se abre cautelosa pero valientemente. La cosa sinodal ayuda un montón (en Alemania, sin freno y sin disimulos); y más que ayudará.
Y un tercer comentarista ofrece una visión islamizante de la Nota doctrinal. Razón por la cual, lo de la monogamia es sólo la coartada para dedicarse a lo suyo, lo declarado en el título, que es el sexo (la caro). Y siendo las que son las efusiones místico-sexuales de la Nota, hemos de esperar que en cualquier momento, si el papa mantiene el Dicasterio de la Doctrina de la Fe bajo el poder de don Tucho Fernández, le dará tiempo para un tercer documento en el que llevando a su máxima altura la divinización del sexo, homologue el Paraíso cristiano con el islámico, el de las siete vírgenes.
Y sí, en la línea del primer comentarista citado, da toda la impresión de que estamos ante una segunda parte más audaz, corregida y ampliada, de la Fiducia súpplicans, que a su vez fue el salvavidas de ese movimiento profundo de la Iglesia, que puso lo imposible muy cerca de lo posible; y elevó lo nefando al nivel de la inefabilidad.
En realidad, basta poner atención al largo título de la Nota, para adivinar de qué va toda ella. El título principal (¿para qué en latín?), cuyo núcleo es la carne (‘una’ no pasa de ser un adjetivo numeral accesorio al auténtico sustantivo ‘caro’, la carne): el sexo, el gran tema que llena actualmente la obsesiva actividad doctrinal, pastoral y moral de la Iglesia. Pues eso, que ya por el título, está claro cuál va a ser el tema de la Nota: el que tiene inquieta a toda la Iglesia, irrequietum est cor Ecclesiae. El problema es dónde se ha propuesto encontrar su descanso (su requiem). Dando la nota, claro está.
El primer subtítulo “Elogio del matrimonio monogámico” hace saltar todas las alarmas. ¿Qué hace hablando de monogamia el dicasterio de la tan poco monogámica Amoris laeticia, y autor de la tan poco dudosa Fiducia súpplicans? ¿Qué hace justo ese Dicasterio produciendo un documento, en “Elogio del matrimonio monogámico? ¿Tan desastrosa está la situación doctrinal de la Iglesia, que siente urgente necesidad de instruir a los obispos (a ellos va especialmente dirigida esa nota, según confiesa su autor) instruir a los obispos, digo, de que el matrimonio, para ser cristiano y católico ha de ser monogámico? No será para remediar las claras insinuaciones poligámicas de la Amoris laetitia, ¿no? Bueno, tampoco especifica la Nota si se trata de poligamia simultánea o sucesiva. En efecto, no aparece en ella referencia alguna al divorcio católico, es decir a las declaraciones de nulidad.
Ni aparece tampoco referencia alguna a “la otra” gran razón de ser del matrimonio, que es la procreación. Bueno, sí que se refiere a ella, sólo para especificar que ni es la única ni es su principal razón de ser. Ni mucho menos, puesto que de lo que se trata en esta Nota es de la caro, la carne; se trata de la sagrada y mística dimensión carnal del matrimonio, inculturado ya en todo occidente en tantísimas diversidades. En efecto, ¿qué pinta la maternidad en medio de ese gran tema? No, ahí ni aparece para nada la que da nombre al matrimonio, que es la mater. Ni aparece el páter. Eso es ya muy anticuado, es casi preconciliar. Estamos en otra cultura, en “la cultura”. Ahora la solicitud maternal de la Iglesia se dirige a las nuevas formas de matrimonio, a las que son totalmente ajenos los oficios de madre y de padre. Si no hay procreación, ¿qué queda? Pues sólo el sexo. Se trata, por tanto, de santificar el sexo. Empezando por asignarle casi en exclusiva el noble nombre de “Amor”, para trascender de ahí a su divinización. Es la porno-teología chuchiana.
No nos engañemos, estamos en una situación diabólica. Aquí hay mucho más que humo de Satanás. Aquí hay toneladas de azufre avivando el fuego para mantener bien activa esta lamentable atmósfera azufrosa de la Iglesia. Y por lo que estamos viendo, hoy ya no es el incienso el que caracteriza el olor de Iglesia (tampoco el de las pécoras) sino el azufre. La Iglesia apesta a azufre. Por eso es cada vez mayor el número de ovejas que andan buscando la salida para no intoxicarse.
Demasiada carne en la Nota doctrinal, demasiada inculturación carnal (incluida la subespecie gay), que ha calado tanto en determinados niveles, y más en algunos países.
Virtelius Temerarius


