Durante más de ocho años he vivido una experiencia que, aunque incómoda, ha sido profundamente reveladora: la de ser acusado por predicar la verdad del Evangelio y opinar sobre el islam en un contexto social cada vez más hostil a la fe cristiana. Hoy, tras la sentencia de la Audiencia Provincial de Málaga que me absuelve de todo cargo, quiero compartir con los lectores de Gérminans, las etapas de este proceso que ha puesto a prueba no sólo mi vocación sacerdotal (¿para escarmiento de los demás sacerdotes?), sino el derecho de todos los cristianos a hablar con libertad.
I. El origen: una artículo indigerible para la fiscalía 
Todo comenzó con una artículo en Gérminans, “El imposible diálogo con el islam”, respuesta respetuosa a otro de D. Juan José Omella: “ El necesario diálogo con el islam”. Mis palabras, fieles al Magisterio de la Iglesia, fueron sacadas de contexto y denunciadas por presunto “delito de odio” (en realidad, delito de libertad de pensamiento),. Tras una entrevista en marzo de 2017 en “La Ratonera”, se me acusó de islamofobia por afirmar que “el islam no es cultura, sino imposición”, en referencia a la persecución de los cristianos en países musulmanes. Como recogió debidamente El Debate , esta denuncia pretendía criminalizar la predicación católica y con ella, la libertad de expresión, confundiendo maliciosamente la crítica intelectual con la  “incitación al odio”.
II. La instrucción: cuando la justicia se tambalea
Durante la fase de instrucción, la fiscal María Teresa Verdugo, hoy premiada con un muy buen cargo en el Ministerio de Igualdad, intentó construir un relato penal sobre mis opiniones. Se me interrogó como si fuera un agitador político, cuando en realidad no hacía más que ejercer mi deber pastoral, amparado, como ciudadano, en los derechos fundamentales de nuestra Constitución.
Cuando el pasado 1 de octubre se celebró el juicio, la presión mediática fue intensa, pero también lo fue la solidaridad. Juristas como el profesor Javier Martínez-Torrón, en su artículo para la tercera de ABC del 15 de octubre, denunciaron la deriva de los tribunales al confundir crítica con delito. “Criticar el islam no es delito de odio”, escribió, recordando que la libertad de expresión incluye la posibilidad de disentir de doctrinas religiosas, especialmente cuando se hace desde una perspectiva moral y teológica.
III. El juicio: la palabra del sacerdote ante el tribunal
El juicio celebrado en Málaga fue un momento decisivo. Allí se evidenció que mis palabras no incitaban a la violencia, sino que expresaban una opinión protegida por la Constitución Española. Defendí que la absolución sentaría un precedente que protegería a todos los que se atreven a hablar con libertad. No se juzgaba sólo a un sacerdote, sino el derecho de todos los ciudadanos a expresar sus convicciones sin temor a represalias judiciales. Mi absolución equivalió a la condena de esa figura tan arbitraria del “delito de odio”, aplicado siempre unidireccionalmente.
Durante el proceso, el fiscal intentó presentar las opiniones críticas con el islam, como discurso de odio. Pero la defensa fue clara: no se puede perseguir ni penalizar con prisión a un ciudadano por opinar sobre lo  que le venga en gana, si no llama expresa y concretamente a ejercer la violencia contra alguien.
IV. La sentencia: la justicia reconoce la libertad
La Audiencia Provincial dictó sentencia: absolución total. Reconoció que mis palabras estaban amparadas por la libertad religiosa y de expresión. Esta resolución no sólo me exoneró, sino que sentó jurisprudencia. Fox News, en su artículo del 23 de octubre, denunció la persecución ideológica en España y destacó cómo mi proceso “sacude la conciencia internacional”. El caso trascendió fronteras, convirtiéndose en símbolo de resistencia frente a la censura ideológica tanto en el plano religioso como en el político y moral.
La sentencia no fue sólo una victoria personal, sino una victoria para todos los que defienden la libertad de todo ciudadano para defender su fe y sus ideas. Se reconoció que ni el púlpito ni los medios de comunicación pueden ser sentados en el banquillo, mientras no incurran manifiestamente en llamamientos concretos a la violencia contra un determinado colectivo; y que cualquier español tiene derecho —y deber— de hablar con claridad, aunque sus palabras incomoden y hasta resulten hirientes.
V. Reflexión final: la cruz como camino de libertad
Este proceso ha sido una purificación. He experimentado la incomprensión, la calumnia y el dolor por parte de alguno; pero también la comunión, la oración y el apoyo de miles de fieles. Me he confirmado en la convicción de que el sacerdote no puede callar ante el pecado, ni renunciar a la verdad por miedo al mundo.
Agradezco a Gérminans Germinabit por haber sido altavoz de esta batalla espiritual y jurídica. Agradezco a los medios que informaron con rigor, a los juristas que defendieron mi causa, y a los fieles que rezaron por mí. Sigamos defendiendo la libertad, la fe y la dignidad humana. Porque cuando se persigue a un sacerdote por predicar, por opinar, se criminaliza el ministerio sacerdotal, se criminaliza la misma libertad. Y cuando se le absuelve, se confirma que la verdad no puede ser encadenada.
Que esta victoria no nos adormezca, sino que nos despierte. Porque vendrán más ataques, recursos de la fiscalía, que tiene muy mal perder y no persigue el odio, sino la libertad de expresión; vendrán más intentos de silenciar el pensamiento libre, el que no controla el Estado. Pero mientras haya sacerdotes y fieles dispuestos a pagar el precio de la libertad que nos ganó Cristo en la Cruz, la verdad seguirá resonando en los púlpitos, en los medios, en las plazas y, sobre todo, en los corazones.
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
www.sacerdotesporlavida.info
 



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
