LA NUEVA CIUDAD PAGANA contra LA VIEJA CIUDAD DE DIOS

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Estamos volviendo al paganismo a una velocidad de vértigo. ¿Viniendo de dónde? Pues viniendo, nada más y nada menos que de la Ciudad de Dios que construyó san Agustín para crear una alternativa potente del paganismo romano que se desmoronaba por su corrupción interna, sin necesidad de que lo empujaran los bárbaros del norte. Ciudad de Dios que vino en llamarse “la Cristiandad”. Pero he aquí el eterno retorno que decía Nietzsche: tras milenio y medio de cristiandad, estamos empeñados en volver al paganismo romano, en un momento en que el recuerdo de la antigua sociedad cristiana (antiquísima y anticuada ya), nos queda a millas de distancia: una distancia de apenas dos siglos. Tal como vemos hoy a la sociedad occidental, de la que forma parte la Iglesia, hasta parece que nunca haya sido cristiana, que nunca haya ajustado su diseño a la Ciudad de Dios que ideó san Agustín.
 
Lo sorprendente es que esa Ciudad de Dios que tan minuciosamente diseñó este Padre de la Iglesia (triturando totalmente la cívitas pagana a la que tenía que sustituir) duró bastante más de un milenio, experimentando una expansión absolutamente universal o ecuménica que diríamos hoy. Hasta conquistar e impregnar todo el Nuevo Mundo, claro está. Está claro también que la Iglesia no está hoy para afianzarse en sus viejas glorias.
 
Ante el triste espectáculo actual de una Iglesia a la deriva, arrimándose peligrosamente a los demonios que desde la otra trinchera, la del mundo, se están postulando como modelos de vida cristiana (sí, sí, sí, desde dentro de la Iglesia, ¡se nos ofrecen las corrupciones del mundo como modelos de vida cristiana!); con el riesgo nada hipotético de salir la Iglesia chamuscada, si no en llamas. Y Nerón tocando el harpa. Ante este triste espectáculo, digo, me place volver la vista a la Ciudad de Dios que con tanto ahínco diseñó y promovió san Agustín. Vale la pena refrescar su lectura. 
 

Es que es tremendamente preocupante que tenga que ser el mundo, que nos ha arrebatado la bandera del bien, el que nos marque la agenda (¡la 2030, claro!) y elija hoy los temas de máxima preocupación de la Iglesia: el culto a la naturaleza con todas sus variantes antiguas y nuevas: con su misa y su encíclica (evidente de toda evidencia: la calentología va a misa); el sexo en toda su inagotable fluidez, bendecida por una escandalosa Fiducia súpplicans; la negación de cualquier verdad y de cualquier realidad, incluidas las biológicas; la relatividad absoluta, por tanto, presidiendo el pensamiento y la moral. Exactamente en dirección contraria a la marcada por san Agustín. E imponiéndonos su relato, que asumimos con toda naturalidad.
 
Vale la pena que echemos hoy un vistazo a lo que fue la Ciudad de Dios que ideó 
san Agustín. Ante todo, es preciso aclarar que traducir el título De Civitate Dei como “la ciudad de Dios”, es de una inexactitud tan grave, que ha supuesto el mayor freno para su comprensión. Si hubiésemos traducido “Sobre la Sociedad Cristiana”, que es el empeño de esta gran obra, o quizá “sobre la Cristiandad” que quiso y consiguió edificar el autor, tendríamos una aproximación más ajustada a su obra cumbre: no sólo literaria, sino también social, política y religiosa.
 
Un detalle más: el título completo de la obra, es: De civitate Dei contra paganos. Es decir que se trata de una obra apologética, en la que san Agustín lucha frontalmente contra el mundo pagano. Y lo hace con gran fuerza y determinación: cosa que hoy, con eso de la multiculturalidad y la proscripción del proselitismo, está muy mal vista. ¡Con lo necesaria que sería hoy la apologética contra un mundo empeñado en arrastrar a la Iglesia a la corrupción!  
 

Y entrando ya en la exégesis de esta gran obra, empezando justamente por el título, es cierto que de la palabra cívitas deriva la palabra “ciudad”; pero es igualmente cierto que lo que entendemos hoy por “ciudad” se expresó en latín con otras palabras: básicamente urbs y algunas otras que hacen referencia a tipos concretos de ciudad o población. La urbs (de la que proceden “urbanismo” y “urbanidad”), el óppidum, el castrum (de ahí, castrense) el vicus (de ahí el vecino) la villa (de ahí el villano y los villancicos), el págus (de ahí el paganismo) etc., son el lugar físico en que se contiene la cívitas, es decir la población; pero evidentemente, ciudad y ciudadanía, continente y contenido, no son la misma realidad. 
 
Se trata, en efecto, de una evidente metonimia en que se nombra el continente por el contenido, del mismo modo que para nombrar el río, tenemos en latín dos términos: uno que nombra la corriente de agua, flúmen, que es el contenido (de ahí, fluir, flujo, afluente…); y otro para el cauce o lecho del río (el continente), para el que hemos adoptado la ripa (ribera), de la que hemos obtenido rivus, y de ahí, finalmente río. Olvidándonos del agua que fluye por el cauce o la madre (de ahí el desmadrarse). Por eso es tan normal que nos tropecemos con ríos secos, sin el flumen (fiume en italiano). 
 
En fin, que la Cívitas Dei no es una ciudad como la Jerusalén celestial del Apocalipsis, ciudad física al fin y al cabo (que suele ser interpretada como metáfora de la cívitas que forman sus ciudadanos, y más cuando esa Jerusalén Celestial se concreta en la Iglesia). No, la Ciudad de Dios a la que se refiere san Agustín no es un lugar geográfico, una edificación maravillosa, sino un ingente trabajo de edificación del hombre, reedificación de la humanidad en cristiano, tras el colapso de la cívitas romana, la ciudadanía romana, diseñada en plena vigencia del régimen de severa esclavitud, en el que los esclavizados duplicaban a los esclavizadores. Efectivamente, una sociedad construida sobre la esclavitud, malamente podía alcanzar la condición de cívitas tal como entendemos hoy la ciudadanía; y mucho menos, la de cívitas Dei.
 
Lo que articuló san Agustín en su Ciudad de Dios fue la Cristiandad, es decir una nueva sociedad que suplantaba el viciadísimo modelo romano. Una sociedad cuyo centro era Dios, frente a la sociedad romana cuyos modelos de conducta eran los dioses paganos, a los que san Agustín califica de demonios.
 
 
Confío (y espero que no temerariamente) en que nuestro papa León XIV, agustiniano a fuer de agustino, haya caído en la cuenta de esa liquidación de la Ciudad de Dios en que está embarrancada la Iglesia, por empeñarse en confraternizar con los dioses paganos con que la ha seducido el mundo. Confío en que la nueva Rerum Novarum de la nueva Iglesia, dirigida hoy por León XIV, sea digna continuación de la Rerum Novarum de León XIII, con un inequívoco sello cristiano: sin renunciar a poner todo 
su empeño y toda la gracia con que Dios le asista, en la reedificación de la Ciudad de Dios sobre el actual paganismo, tan ferozmente promovido por los dueños del mundo y que incluso en el Vaticano se ha hecho un hueco.
 
Confío, asimismo, en que el Espíritu Santo ilumine al papa León XIV a fin de que tome conciencia de cuál es la Iglesia real que está llamado a gobernar y consiga unificarla, tal como se propone en su lema (in illo uno, unum); teniendo claro que ni en el judaísmo que la precedió y empujó, ni en el paganismo contra el que san Agustín diseñó la Ciudad de Dios, ni en el arrianismo (en el que se armó “la de Dios es Cristo”), fueron las mayorías las que marcaron el camino. Una sola cosa, pero no en cualquier invento mundano, sino in illo uno: en Cristo. Escudarse en las mayorías para eludir la responsabilidad de la guía doctrinal y moral (aunque esas mayorías vistan el elegante ropaje de la democracia sinodal) es confortable. Pero ése no es el camino, ni la verdad, ni la vida. Unum sí; pero in illo uno, en Cristo.
 
Ayer fue la Ciudad de Dios contra los paganos. Hoy son los paganos contra la Ciudad de Dios. Más vale que abramos los ojos y tengamos bien claro de qué va la movida.

Virtelius Temerarius 

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2 comentarios

  1. Cada diócesis tiene su Nerón: tocando el arpa, que aquí no pasa nada. Y en el Vaticano, el sacro colegio de Nerones. Y luego dirán que han sido los cristianos los que le han pegado fuego a Roma. Tampoco errarían demasiado, porque hay mucho cristiano pirómano, empeñado en pegarle fuego a lo que queda de la Ciudad de Dios.

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  2. Mi total adhesión a los escritos y postulados de Mosén Temerarius.

    SIGA ASÍ 💪💪💪🙏🙏🙏

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