¿Dónde estamos? ¿Cuál es el campo de batalla? ¿A quién ha vencido Trump? Esa es la gran cuestión. Estábamos (de hecho, todavía estamos) en una confrontación a vida o muerte entre la ideología y la moral tradicional cristiana conservadora, y la ideología de izquierdas, reactiva, llamada “de progreso”, que se inauguró con la Ilustración impuesta mediante la Revolución francesa; y por lo que respecta a Estados Unidos, culminó en el mandato de Joe Biden, el derrotado en las recientes elecciones. Dicen de éste que es católico, pero dispuesto también a llegar tan lejos como le sea posible en la imposición de la agenda ideológica de la izquierda. Parece en efecto que el campo de batalla es la Agenda 2030.
La cuestión básica de fondo es el dogma común tanto de la izquierda como de la derecha, en virtud del cual el hombre, por naturaleza, tiende al bien. Para la izquierda es tan honda la inclinación al bien, que el hombre, por sí mismo, es incapaz de obrar mal. Y, en consecuencia, cuando se produce una mala conducta es absolutamente injusto culpar y castigar al delincuente, porque la responsabilidad y la culpa recaen en todo caso en las estructuras sociales radicalmente delictivas que ha montado alguien (por lo visto, no humano, porque todo hombre está inclinado al bien). De tal modo que basta que uno se deje llevar por su naturaleza original, (sana por definición) para que todas sus conductas sean buenas. En cualquier caso, la justicia no puede tender más que a la reeducación. Y proscribiendo, por supuesto, toda conciencia de culpa, porque eso es lo más perjudicial en el camino hacia la moral, la decencia y la buena conducta. Por lo que parece, muchos en la Iglesia han tirado el carro por ese pedregal.
Todo eso en la izquierda, siendo sus faros inconfundibles, el Emilio de Rousseau y el insuperable Segismundo Freud. De todos modos, ya nos lo advierten desde la Nouvelle Théologie, progresista y reformista donde las haya: en la confesión (¿para qué sirve eso, si los psicólogos y las psicólogas profesionales serían más útiles?) hay que perdonarlo todo, todo, todo. Porque no lleva la Iglesia conservadora peor lastre de su pasado, que la conciencia de culpa. De la que le es urgentísimo desprenderse para homologarse con las doctrinas de “progreso” del mundo. Y claro, es el ala izquierda la que ostenta la eclesial vara de mando.
Y qué ocurre en la derecha, es decir en el bando conservador? También este bando está convencido de que el corazón del hombre tiende naturalmente al bien o, al menos, puede reconocerlo; pero que, a partir de la profunda herida del pecado original, el hombre necesita la ayuda de la gracia para huir de su inclinación al mal. Y el cristiano accede a la Gracia Santificante a través de los Sacramentos que ha puesto Dios a su alcance a través de la Redención por Jesucristo.
Y, mal que nos pese, puesto que al mundo no lo mueven los dineros ni las armas, sino las ideas, nos encontramos en medio del fragor de una feroz guerra por las ideas. Un área en la que, por cierto, la Iglesia católica ha sido la gran triunfadora durante siglos. Todo el que sigue atentamente la evolución de las novísimas ideologías impuestas desde los poderes públicos (¿qué tal la ideología de género?) y, sobre todo, los avances rápidos con que iban conquistando el mundo occidental, ve claro que Trump es el coloso que se ha atrevido a dar la batalla a la que hasta los clérigos han renunciado: si no en su totalidad, sí en muy gran parte, y con escandalosas deserciones. En efecto, son muy pocos, realmente muy pocos los líderes políticos y eclesiásticos que se atreven a hacer frente a la ideología hoy de moda en el mundo.
Porque todo el que ha querido enterarse, se ha enterado de que se trata de ideologías con las que se pretende barrer no ya la religión sostenida mayoritariamente durante tantos siglos por la Iglesia católica, sino toda la huella cultural del cristianismo en el mundo.
Y evidentemente, la locomotora que tiraba con enorme fuerza de ese movimiento (en su nómina están los grandes productores y vendedores de doctrinas vía entretenimiento, y los dueños de las redes sociales) eran los Estados Unidos, cuyo poder estaba en manos de poderosísimas élites integristas, partidarias de esas ideologías diseñadas con el fin de borrar la huella cristiana de la faz de la tierra. Y gracias a Dios estamos asistiendo al milagro del cambio de rumbo de esa locomotora, que pasa de las manos de un católico adicto a todas las perversiones de las ideologías anticristianas, a ser gobernada por un cristiano-no-católico, totalmente consecuente con sus principios cristianos, que son por otra parte los de la mayoría de los ciudadanos norteamericanos. Y de los europeos, no nos engañemos.
Mientras los católicos andamos templando gaitas en busca de puntos de encuentro con los valores que nos está imponiendo el mundo, -auxiliado poderosísimamente por el demonio y por la carne-, partiendo del caritativo acogimiento de todos los que profesan y promocionan esos valores (con el riesgo de extender la caridad también a esos valores); mientras los católicos estamos ocupados en eso, he aquí que un hermano nuestro, cristiano-no-católico, ha tenido la osadía de defender desde su posición comprometidísima, los valores que, ¡vaya por Dios!, resulta que mueven a la mayoría de sus conciudadanos.
Y, ¡nueva paradoja!, parece que este triunfo de un presidente que se aferra a los valores fundacionales de su país, ha desencantado a los integristas del “progreso”, no ya a costa de los valores tradicionales (cristianos, claro está), sino incluso a costa de la misma naturaleza humana. Y eso, no sólo en el ámbito político, sino también en el eclesiástico católico. Con la obvia particularidad de que los grupos más conservadores de la Iglesia están de enhorabuena con la victoria de Trump; mientras que a los “reformadores”, sobre todo a los de las capas jerárquicas más altas, se les ha quedado cara de pepinillos en vinagre.
La gente de bien, horrorizada por la depravación moral de occidente (del que formamos parte la antaño católica España y la aún hoy Iglesia católica), recibió con enorme alivio la victoria de Trump. Es que resulta que el núcleo duro de esa victoria es ideológico y moral. Resulta, en efecto, que a la ideología que llaman de progreso, que parecía tener dominado todo occidente, le ha infligido Trump una derrota histórica. Tan definitiva, tan aplastante, que no tendrá fuerzas para levantarse de nuevo.
Creo, en efecto, que una mayoría holgada de estadounidenses vio que estas elecciones eran la gran oportunidad para huir de la náusea que les produce tanta depravación. Y al ser ésta la gran prerrogativa con que se adornó la izquierda, poco les ha costado a esos ciudadanos hacer la ecuación: izquierda, igual a depravación. Lo cual ha constituido un auténtico tsunami que, simplemente, no ha hecho más que anunciarse con su rugido. En el segmento de esos perdedores se siente la parte de esa “iglesia” que se apuntó con tanto entusiasmo a la izquierda llamada “de progreso”. Con un inconveniente aún más grave: al ir tan ligadas la izquierda y la depravación, queda levantada la sospecha de cuántos de los clérigos que se apuntaron a la reforma y al “progreso” de la Iglesia, se sintieron atraídos por lo que de licencia moral (inmoralidad) traía consigo ese progreso. Porque resulta que los hechos apuntan cruelmente en esa dirección.
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.www.sacerdotesporlavida.info
Trump és boig.
ResponderEliminarEls catòlics, que majoritàriament durant més de 11 anys no hem pogut aclarir, encara menys enfrontar-nos amb, el caràcter verdadera del mossèn Francesc, difícilment tindrem èxit en analitzar el caràcter, primariament infantil i malèvola d'aquell President re-elegit dels Estats Units
Opino jo.
FEM