Cuando la Constitución española de 1876 estableció la libertad religiosa, y desarrolló a partir de ésta el concepto de “tolerancia”, se llamó “culto disidente” al que se apartaba del culto oficial, el del Estado confesional.
Hoy, la Iglesia católica ha declarado como "culto disidente" el tradicional, el de siglos, el que elevó a la categoría de normativo, el Concilio de Trento. Por eso uno de sus nombres es el de "Misa tridentina", la misa en latín, "coram Deo", de cara a Dios que es percibido por el progresismo litúrgico como "de espaldas al pueblo". Pues bien, este culto está siendo ferozmente perseguido por la Iglesia (es decir, por su más alta jerarquía) como "culto disidente". Y eso ocurre al tiempo en que esa misma alta jerarquía promueve novedosísimas liturgias indigenistas y folkloristas que abren una amplísima gama de cultos oficiales, quedando como "culto disidente" únicamente el que trae en la Iglesia un puñado de siglos de historia. Pero eso sí, sin la "tolerancia" que predica nuestro Jaime Balmes para la disidencia. Para ese culto, la consigna a la que tiende el Vaticano es la de "tolerancia cero".
Pero he aquí que, cuando asisto al culto religioso en las iglesias de Cataluña, tengo la percepción de que el celebrado en catalán es el culto oficial del régimen político-lingüístico-cultural de Cataluña; mientras que al que se celebra en castellano, todo el sistema (encabezado con orgullo por el episcopado y por la gran mayoría del clero de Cataluña) lo trata como un culto disidente. Y como tal se le aplica la ya vieja doctrina de la “tolerancia”. Como decía Jaime Balmes, se aplica ese criterio a lo que se considera un mal inevitable que se nos impone por fuerza mayor, ajena a nuestra voluntad y a nuestra recta conciencia. Nada de ponerle buena cara, por tanto.
Eso es especialmente notorio en toda la secuencia de obispos que ha ido nombrando el Vaticano para Cataluña. Desde el defenestrado obispo de Barcelona, don Marcelo, sucesor del Doctor Modrego, que no pudo seguir en Cataluña por no ser catalán, todos los obispos de Cataluña tuvieron que ser catalanes y por encima de todo, seguir la política eclesiástica de imponer el catalán (sí, sí, imponerlo) en toda la Iglesia de Cataluña, empezando por imponérselo a sí mismos: conditio sine qua non para ejercer tan alto ministerio en Cataluña. El obispo Saiz Meneses no era catalán; pero pobre de él que no adoptase el catalán como lengua "oficial" del culto en su diócesis. Otro tanto ocurrió con Omella. Cumplió la condición de adoptar el catalán como lengua oficial del culto en Cataluña; de lo contrario, hubiese sido expulsado como don Marcelo, al grito de "volem bisbes catalans". Y a partir de ahí todos los subsiguiente, hasta llegar al nuevo obispo de San Feliu, que no siendo catalán, cosa que se le nota mucho cuando habla en esta lengua, no ha dudado ni un segundo en adoptar el catalán como lengua oficial del culto y de la administración de la diócesis; de lo contrario, no hubiese sido nombrado obispo. Es la política del Vaticano.
Los heroicos disidentes del culto religioso oficial de Cataluña, son tolerados con bastante mal talante; como corresponde por otra parte al propio espíritu de tolerancia: prodigar simpatía y buenas maneras hacia el culto disidente sería una traición al único culto legítimo. Es comprensible por ello que sean tantos los obispos, sacerdotes y fieles que sienten por ese culto disidente no sólo recelo, sino también repugnancia. Es difícil tener atados los sentimientos, sobre todo cuando se está íntimamente convencido de profesar la única religión verdadera y con ella el único culto legítimo.
Y en paralelo, tan clara es la conciencia de ilegitimidad en la iglesia de Cataluña de cualquier culto celebrado en castellano (el inglés, el francés, el tagalo, el chino… se miran y se tratan con desbordante simpatía catolicista y ecuménica); tan clara es esa conciencia, que incluso los curas disidentes (por voluntad unos y por incompetencia lingüística otros), poniéndole una vela a Dios y otra al diablo, buscan el hueco para rendir culto a la lengua oficial del culto, la única lengua en la que es decoroso hablar con Dios en Cataluña. El colmo de los colmos es cuando no para ser entendido por los fieles, sino por rendir culto a la lengua, se cae en el vernaculismo más vergonzoso y ridículo: aquel en que, por servilismo hacia los amos, habla uno en una lengua que no manejan con soltura ni él ni el que le escucha. De todo hay en esta viña del Señor enferma de filoxera, seca por fuera y por dentro.
Entre las concesiones del culto disidente al culto oficial, me ha llamado poderosamente la atención un detalle, sin duda casual y ajeno a cualquier intención, pero que presenta el aspecto de esas insignificancias que el diablo carga de significado. Un heroico cura disidente que dice siempre la misa en castellano, porque ésa es la lengua de la inmensa mayoría de sus feligreses, algunos domingos recita o dice o canta algo en catalán: sin duda en atención a la presencia de algún feligrés catalanohablante. Ni que decir tiene que me satisface esa atención y esa distinción para con los distintos. Pero van ya tres domingos en que elige para esa atención nada menos que la doxología mayor, que yo siento como un momento cumbre de la Misa. Me chocó la primera vez y sigue chocándome y desazonándome cada vez, porque es como si ese momento, el de la máxima exaltación de Dios, fuese el más oportuno para rendirle también y al mismo tiempo a la lengua oficial del culto, el debido homenaje de exaltación. Debe ser el inconsciente que, sin percatarse siquiera, cede a la presión de la conciencia oficial y se acomoda a ella de la forma más acorde con ésta.
Es que la iglesia catalana (y la vasca, no tanto la gallega) se han tomado muy a pecho y como cosa propia la propagación del culto a esas lenguas y al nuevo orden o nuevo régimen que de ellas se deriva en los respectivos territorios. Y a fe que han triunfado en ese culto, con grave merma del que les es propio.
El hecho indiscutible es que, desde aquel inefable y desafiante Crec en un Déu y el emotivo Virolai (las dos grandes manifestaciones de fe catalanista al abrigo de la fe cristiana, con que la iglesia dio cobijo en los templos a la que acabaría siendo lengua oficial del culto en Cataluña y de paso al culto a Cataluña) hasta el presente, el éxito que ha tenido la iglesia en la propagación de este culto, pagano al fin y al cabo, es infinitamente mayor que el conseguido en la propagación de la fe cristiana. Al tiempo que ese culto pagano que alimentó la iglesia a sus pechos se ha extendido por toda la sociedad religiosa, política y civil, expulsando a los demás cultos y culturas, la fe de Cristo, que es el ministerio específico de la iglesia, ha sido expulsada a cajas destempladas de la sociedad política, de la sociedad civil y hasta de los templos, algunos de los cuales parecen ya antesalas del cementerio. ¡Se han cubierto de gloria! La patria se lo agradecerá.
Virtelius Temerarius