EUTANASIA: ES QUE ES TAN BUENA LA MUERTE…

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Pues como el aborto: tan bueno, tan bueno, que finalmente aparecen sus beneficios por todas partes. Entre esos beneficios está el del próspero mercado de órganos. Claro que al tener que acomodar el negocio del aborto al complementario de órganos, ha sido preciso modificar de forma sustancial las características del aborto. En aras de ese negocio de órganos, ha sido preciso promocionar con determinación los abortos avanzados incluso hasta el momento del nacimiento. No hay más que ver el empeño de los abortistas más radicales, empeñados hasta la obsesión en que, si existe el derecho al aborto, existe hasta el final, es decir durante todo el tiempo en que pueda ser llamado aborto: justo en la supuesta frontera del infanticidio. Pero claro clarísimo, no olvidemos que detrás de esos abortos talmente avanzados, está el impresionante negocio del tráfico de órganos. Si no existiese este negocio, no sería necesario llegar tan lejos en la reivindicación del aborto. Al final, los hijos de nuestras entrañas, tan mercancía como los de las entrañas de la oveja, de la vaca o de la cabra. A tanto el kilo. Eso sí, unos órganos se cotizan más que otros.
Pero si nos pensábamos que eso sólo les iba a ocurrir a los niños no nacidos, es decir a nosotros mismos cuando éramos incapaces de defendernos, estábamos equivocados: muy equivocados. Al final, nos ha tocado también a nosotros, a los afortunados que nos salvamos del aborto, los que supuestamente nos beneficiábamos de él. Y como en el aborto, se procede aprovechando igualmente el momento de nuestra máxima debilidad e indefensión. Así que vayamos poniéndonos a la cola, que nos ha tocado el turno. Ahora, como las ciencias avanzan que es una barbaridad, el derecho a elegir, la “choice” ésa que llaman, no se reduce al bebé que llevas en el seno, sino que se ha extendido también al anciano, sea tu padre o tu madre, tu abuelo o tu abuela, que llevas en la silla de ruedas (sí, claro, es un derecho específico de la mujer, esclavizada cuidando a sus hijos y luego a sus padres). Tienes, efectivamente tu derecho a elegir cómo deshacerte de él: pronto nos lo incluirán también en los “Derechos humanos”. Al fin y al cabo, se trata de la “buena muerte”, de la muerte buena. Un derecho de tu padre que puedes ejercer tú en su nombre, porque ya no está en plenitud de facultades. Igual que para el hijo que llevabas en tu seno, ejerciste el derecho a la muerte asistida. Le asististe porque él no estaba en condiciones de decidir por su cuenta… y le hiciste el favor porque te autorizaba la ley, igual que te autoriza ahora a decidir por tus padres y tus abuelos diagnosticados como que no gozan de la plenitud de sus facultades.
Y como en la buena muerte de tu hijo, cuentas con la ayuda inestimable del médico. Se te autoriza a no dar demasiadas explicaciones, igual que se autorizó al médico a darte las explicaciones que quisiera y a negarte cosas tan obvias y tan claras como el latido del corazón de tu bebé, o la ecografía chupándose el dedo. Claro, el médico cobraba: pero no por evitar el aborto, sino por realizarlo. Y en el caso de tu padre, tu madre o tus abuelos, el médico cobrará por conseguir que las condiciones de la muerte sean tales, que el aprovechamiento de los órganos aprovechables sea óptimo. Con mayor razón si fueron tan generosos en vida, que se hicieron donantes de órganos.
 
Y ahí tenemos, vaya paradoja, los hospitales convertidos en mataderos. Para el principio de la vida, eso lleva ya medio siglo. Pero ahora le ha tocado el turno a la terminación de la vida, a la eutanasia, es decir a nosotros. Con una particularidad, y es que los avances de la ciencia han convertido nuestros órganos en valiosos, igual que hicieron con los de los bebés abortados. Y aquí viene la segunda parte del invento. Resulta que depende de la diligencia del médico en la certera y oportuna administración de la eutanasia, el que la parte aprovechable del difunto sea mayor o menor y que las condiciones de cada órgano sean mejores o peores. Y obviamente, porque no puede ser de otro modo, al médico se le gratifica en razón del aprovechamiento obtenido. He ahí pues, que además de mataderos, los hospitales se han convertido en factorías de despiece. 
Y todavía hay quien se cuestiona el derecho a la objeción de conciencia. Es que, en este nuevo orden del nuevo mundo, no tenemos derecho a la conciencia: porque ésta va a cargo de los sofisticadísimos sistemas de control a través de nuestros móviles. El orden establecido, el sistema, es el que crea conciencia. Porque por el camino que vamos, la eutanasia no será precisamente voluntaria, sino que obedecerá a la voluntad de ese ente anónimo llamado “Administración”. Lo mismo que ha ocurrido con el aborto: la inmensa mayoría de abortos son “de oficio”, por inercia administrativa, prescindiendo, por defecto, de la voluntad de la “paciente” que ha recurrido al sistema para que la “cure” de esa dolencia que le resta calidad de vida.
Pues es lo mismo, igual de truculento, con la eutanasia. Ahí tenemos el paradigma de la eutanasia forzosa: el caso de Roger Foley en el Hospital Victoria de Londres. Se puso a la familia ante la disyuntiva de pagar 1500 dólares o libras al día para el tratamiento que requería para luchar por la salud, o (piadosísima alternativa) beneficiarse gratuitamente del “suicidio asistido” previsto en el plan comunitario. Un caso publicitado por Caterina Giojelli a través de su proyecto Dying to meet you (“Muriendo por conocerte”), pero que se repite todos los días en todos los hospitales de nuestro maravilloso mundo. Oiga que, siguiendo la normativa del hospital, tiene que llevarse el enfermo a casa para seguir allí el tratamiento (teleasistido por el hospital, claro). Una propuesta que no está ni de lejos al alcance de la inmensa mayoría de las familias. Pero no son tan insensibles, le ofrecen una espléndida alternativa: el hospital se cuidará de administrarle con anticipación los piadosamente llamados “cuidados paliativos”, que es el nuevo nombre de la eutanasia administrativa.  
¿Alguien puede asegurarnos fehacientemente que en el Hospital de San Pablo, en el de San Celoni o el de Granollers, todos ellos cogestionados por las diócesis de Barcelona y Tarrasa respectivamente, no se están realizando eutanasias ni abortos a día de hoy? ¿Y qué decir del Hospital de San Juan de Dios de Esplugues, propiedad de la Orden Hospitalaria? Pues más de lo mismo.
Recuerdo perfectamente cuando, siendo vicario en San Celoni, me enteré de que en su Hospital Comarcal se realizaban esterilizaciones y se dispensaba la píldora abortiva en las Urgencias. Se lo hice saber al párroco del lugar, que ejercía como vicepresidente del patronato del hospital, y me respondió que él no podía hacer nada y, además, debía tragar con todo, ya que estaba condenado por su cargo parroquial a codirigir el hospital a cuenta de un Patronato. Un hospital que, según él, realizaba una gran labor social. Yo le respondí respetuosamente que el hecho era gravísimo, pues si no se actuaba con celeridad, en el futuro sería aún peor: “Este asunto es un pack, le dije. Se empieza esterilizando, luego la píldora abortiva, siguen los abortos quirúrgicos y, finalmente, la eutanasia”.
 A esto respondió envalentonado el anciano párroco: “¿Y qué quieres que haga? ¿Lo mismo que el rey Balduino de Bélgica? Montó un guirigay que no sirvió al final de nada, pues siguieron abortando como si tal cosa”. Tranquilamente, le dije: “Es verdad. Pero la Iglesia se construye con estos testimonios”. 
Y ese es el problema. De un tiempo a esta parte, nuestro testimonio cristiano se manifiesta cada vez más desvaído, desdibujado e impreciso. Los lugares comunes, los tópicos mundanos han sustituido el cuerpo de nuestra doctrina a fin de contrastar lo menos posible con el discurso dominante, el del poder político. Sin embargo, y a pesar de todo, debemos asumir ese liderazgo moral al que parece que hemos renunciado en aras de una supuesta convivencia pacífica con un mundo cada vez más pervertido y desnortado. Sin embargo, el testimonio de la verdad tiene un precio muy alto. ¿Estamos dispuestos a pagarlo?
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
www.sacerdotesporlavida.info
  

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