ESCLAVOS DE LA CIENCIA

0

Graves y profundos complejos tienen paralizadas a las mejores mentes de la Iglesia. La fe, en efecto, ha sido muy exigente en cuanto a la adhesión incondicional, sin preguntas, y al sometimiento a la autoridad doctrinal: un sometimiento totalmente acrítico. El caso es que los fieles han aceptado este campo de juego y sus reglas durante la dilatada historia de la Iglesia. Paralizadas las mejores mentes de la Iglesia, no sólo frente a los ataques externos (la “ciencia” se erige como principal enemigo fe la fe), sino también frente a los ataques internos (el empeño en asimilarse a los enemigos, para diluir así los ataques, se tamizó todo él de herejías: algunas de ellas de grosísimo calibre).
Y claro, siendo la Iglesia la que ha cultivado durante tanto tiempo y con enorme éxito la fe ciega del carbonero (¿para qué te vas a preocupar de razonar, si “doctores tiene la Iglesia”?), no tiene ni herramientas ni argumentos para criticar a sus enemigos que se han apuntado a la misma metodología, pero poniendo a “la Ciencia” en el mismísimo lugar que la Fe. Es decir, exigiendo para la ciencia y su clerecía, una fe tan ciega como la que exigió la Iglesia para la Fe y su clerecía.   
¿Y dónde estamos hoy? Pues en que hemos divinizado la ciencia; por eso, hoy en vez de invocar a Dios, invocamos a la ciencia como razón última de cualquier cosa; y en vez de poner nuestra esperanza en Dios, la ponemos en la ciencia. Y ocurre que aun siendo tan difícil definir la ciencia como lo ha sido siempre definir a Dios (totalmente resuelto en el momento en que se resolvió lo de “Dios es Cristo”), está claro que la clerecía laica administradora del culto a la ciencia, alcanza niveles de corrupción intelectual difíciles de concebir en cualquier otro culto.
Y del mismo modo que “la fe del carbonero” (los carboneros fueron los suministradores de energía) recurrió al indulgente “doctores tiene la Iglesia” para salirse de los debates teológicos, también hoy el común de las gentes recurren al “doctores tiene la ciencia”, con una profusión mucho mayor que la que se produjo respecto a la fe. Con una enorme diferencia: y es que mientras la Iglesia mantuvo una catequesis cíclica permanente (en ello anduvo toda la liturgia), de modo que los fundamentos dogmáticos y morales de la doctrina profesada se ponían al alcance de todos, la nueva soberana de la humanidad no se comporta ni de lejos, de la misma manera que se comportó la doctrina de la fe. O, dicho de otro modo, los niveles de sometimiento ignorante a la ciencia y a lo que digan y manden sus doctores, son muy superiores a los niveles de fe dócil que exigió (e incluso cultivó) la religión.   
¡Y aun ojalá que siempre que ponemos a la ciencia en nuestros labios, fuese realmente la ciencia, la que el sistema ha declarado ciencia, con todas sus características! Pues no, lo que adoramos y veneramos como ciencia, la inmensísima mayoría de las veces en que la invocamos, es una desvergonzada falsificación de la ciencia. En efecto, nuestro nuevo dios es un fraude, es de cartón-piedra. Vamos, es como si nos manejásemos con billetes falsos: pero siendo algo totalmente legal la falsificación de moneda, y gente honorabilísima los falsificadores.  

 ¿Recordáis cuando en nuestra cultura cristiana decíamos ante cualquier contratiempo, “es voluntad de Dios”? Y se nos explicaba que Dios sabía por qué hacía las cosas o por qué permitía que pasasen, por más contradictorias que nos pareciesen a primera vista. El pueblo sintetizaba este principio en la expresión “Dios es bueno y mata a la gente”; es decir: Dios es bueno y sin embargo no evita la muerte (no la evita porque finalmente ¡es inevitable!). Pues mira por dónde, hemos transferido nuestra fe en Dios, con todas sus características, a nuestra fe en la ciencia; pero una ciencia que, encima, está muy lejos de ser ciencia; y encima, totalmente inalcanzable para la inmensa mayoría.
Pero nos topamos ayer con los administradores de la voluntad de Dios, que encajaban en ella cosas de muy difícil encaje en la voluntad de Dios, y hoy nos topamos con los administradores de la ciencia, que nos cuelan como científicas, cosas que no pasan no ya un testeo de falsación que postula la nueva epistemología de Popper, sino ni tan siquiera el más benévolo (¡y tramposo!) sistema de verificación.    
Ahí tenemos como muestra irrefutable de esa corrupción, los comités científicos en que se sostuvieron las decisiones de la inefable pareja científico-sanitaria formada por Illa y por Simón, cuyas originalidades son comparables a las de la célebre pareja cómica de Tip y Coll explicando cómo pasar el agua de la jarra al vaso sin que se derrame. Y a todo eso lo llamaban ciencia. Ellos han sido y siguen siendo el paradigma de la ciencia y de lo científico. Así se explica que el pueblo, después de perder la fe en Dios, esté perdiendo también la fe en la ciencia. No, no es general esa infidelidad, porque la fe en la ciencia ha calado en las conciencias tanto como caló en su día la fe en Dios.
Y en nombre de la ciencia, la colectivización de nuestra salud: hasta eso hemos perdido, el derecho de cada uno a su propia salud. Detrás de la ciencia viene la política, que es la que, cual clerecía del nuevo dios, administra los dogmas de fe de la ciencia y su moral, sobre todo sus principios morales. Ya no, ya no. Ahora mi salud ya no es mía, igual que mi conducta sexual no era sólo mía, sino que estaba al servicio del relevo generacional. Mi salud es un bien de la colectividad, así de sencillo: y por tanto ha de someterse al interés de la colectividad. Los perjuicios que sufra cada uno en aras del bien superior de la colectividad, forman parte de los daños colaterales que lleva consigo toda guerra y toda moral. La preservación de la familia, para garantizar mediante ella el éxito de la prole (bien moral de la colectividad), tuvo como daño colateral la indisolubilidad del matrimonio (daño individual). Había que aceptar con resignación el daño individual en aras del bien colectivo. Ayer, moral colectiva, por el bien de la tribu; y salud colectiva hoy, por el bien de la tribu.

 ¿Y por qué aceptamos esa colectivización de nuestra salud? Porque la ciencia, a través de la clerecía científica, ha proclamado sus dogmas al respecto. ¿Realmente científicos? Dictaminar sobre eso no está al alcance de los mortales. Como se dijo siempre ante las preguntas difíciles sobre la fe, “doctores tiene la Iglesia”. Los científicos de la materia, los especialistas saben muy bien lo que se dicen. Estamos hoy esclavizados por la ciencia, como lo estuvimos ayer por la religión. El establecimiento del dogma (y de su aplicación moral) no está al alcance de cada uno, sino de los doctores de cuya buena fe nos hemos de fiar. 
Pero aún queda mucha fe religiosa en el mundo, y la Iglesia es su administradora. Y, ¡vaya por Dios!, resulta que hoy los católicos hemos de ser mucho más críticos con la Iglesia y sus dogmas, sobre todo morales, de lo que necesitamos ser los ciudadanos de a pie con la ciencia y sus cada vez más estrafalarios dogmas. Y nos encontramos con la paradoja de que, si en algún momento nos sentimos esclavizados por nuestros principios morales, con mucho mayor motivo hemos de sentir que la ciencia (la auténtica y la que no lo es) se ha convertido en un medio de esclavización como nunca llegaron a serlo la religión y la moral. 
En cuanto a la dominación de las mentes y a la formación de las conciencias, la ciencia (hoy, la dominante es la de la calentología) ha ocupado el lugar de la religión sacándole millas de distancia y cultivando conciencias de culpabilidad. Y si atendemos al gran dogma de la democracia (tan vilmente adulterada), todas las palabras sobran. Pero donde persiste el dilema es en el interior de la Iglesia, donde ya es imposible renunciar a nuestra capacidad crítica. Hoy un católico, para seguir siéndolo, necesita ser mucho más crítico con los movimientos internos de la Iglesia, que un ciudadano de a pie con todas las triquiñuelas que se lleva la ciencia entre manos y entre cubilestes.
Virtelius Temerarius

Entradas que pueden interesarte

Sin comentarios

ESCRITOS INTERESANTES ANTERIORES

ESCRITOS INTERESANTES ANTERIORES
L'arquebisbat de Barcelona aparta un dels sacerdots de la Casa de Santiago acusat d'abusos
El Vaticà pren el control directe del bisbat d’Urgell per “liquidar” la figura del copríncep episcopal
Apostolado “Transformados”: Dejan el mundo LGTB tras un encuentro con Cristo, sin terapias
La Iglesia catalana no para de arrodillarse ante el separatismo
La Iglesia catalana, partida en dos por el derribo de una parroquia
Omella destituye a un párroco crítico con un plan urbanístico de la Iglesia en Barcelona
Centenares de catalanes acompañan a la Virgen de Fátima por el centro de Barcelona.
¿Hacia una Iglesia sin sacerdotes?
El Vaticano nombra obispo de Gerona al abad de Poblet y Puigdemont estalla de gozo
El frente eclesial en la nueva etapa que abre Luis Argüello: menos complaciente con el poder político actual (Por Oriol Trillas)
El Clínic traslada su proyecto de centro de investigación por la imposibilidad de instalarse en una iglesia del Eixample
El gran vitrall de l’església de l’Esperit Sant se salvarà de l’enderroc
Omella no está en su mejor momento: el cambio en Barcelona se acerca
La secta de la Casa de Santiago. El escándalo que la Iglesia catalana ocultó durante 30 años
Omella envía a un cura de 72 años a comerse el Santísimo de la iglesia que quiere derribar
Derribos Omella: el arzobispo desacraliza la iglesia del Espíritu Santo de Barcelona y suspende a divinis al párroco
Los memos del Bisbat de Sant Feliu de Llobregat
El hilo que une Monserrat con el Opus Dei: 85 años de amistad y protección
El Papa recibe a Salvador Illa (PSOE) el mismo día que se aprueba la Ley de amnistía
El colegio Sagrat Cor Fort Pienc de Barcelona cerrará finalmente por completo el próximo curso