ARREPENTIMIENTO POR LOS NUEVOS PECADOS

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Cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo de los Obispos
 
Estamos ya a las puertas de la segunda sesión del Sínodo de la Sinodalidad en la que se pretende dar un gran impulso a la nueva moralidad de la Iglesia en sintonía con el mundo. Esta vez se pone el acento en los nuevos pecados (entre los que destacan los “pecados contra la Creación”: ahí están la contaminación, el calentamiento global, la sequía pertinaz, etc.) por los que hemos de fustigarnos, acordes punto por punto con las directrices de la Agenda 2030. 
Y para que quede bien claro de qué va este gran Sínodo de renovación de una Iglesia que faenas tendrá para reconocerla el Cristo que la fundó, se iniciará con una solemne solemnísima ceremonia inaugural en la basílica de san Pedro, presidida por el mismo papa. Lo esencial de esa ceremonia será la inauguración de los nuevos pecados y de la nueva conciencia de la Iglesia. 
Paso a la estricta información que nos ofrece Ecclesia, que titula así su información: “El Sínodo arrancará tras pedir perdón por los abusos, la guerra y otros pecados contra las mujeres, los migrantes o la sinodalidad”. Y sigue: “La basílica de San Pedro acogerá el 1 de octubre una celebración penitencial, presidida por el papa, que pondrá fin a los dos días de retiro espiritual preparatorio”.
Durante esta liturgia penitencial, se pondrá nombre a algunos de los pecados «que suscitan más dolor y vergüenza, invocando la misericordia de Dios», ha explicado el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo de los Obispos, en una rueda de prensa este lunes en el Vaticano
En particular, se confesarán los pecados contra la paz y contra la creación, los pueblos indígenas y los migrantes, contra las mujeres, las familias y los jóvenes o contra la pobreza. También se hablará del pecado de los abusos, del de la doctrina utilizada como piedra que hay que arrojar contra el otro, o de aquel que va contra la sinodalidad, la comunión y la participación de todos.
Durante la celebración, se podrán escuchar tres testimonios de víctimas de algunos de estos pecados. En concreto, víctimas de la guerra, los abusos y las migraciones.
Hasta aquí, la información de Ecclesia. Lo que más me llama la atención respecto a esta solemne ceremonia inaugural del Sínodo, es que la ya tan manoseada mochila de abusos de los hombres que forman la estructura organizativa de la Iglesia, quedan ya totalmente diluidos entre tantos y tan graves pecados que abruman a la nueva humanidad. No sé si es por casualidad que casi han quedado en último lugar: solamente les siguen “el pecado de la doctrina utilizada como piedra que hay que arrojar contra el otro”, y “el pecado contra la sinodalidad, la comunión y la participación de todos”.
Algo muy chocante es eso de que “se pondrá nombre a algunos de los pecados”. Porque en el “renombrar” se esconden operaciones doctrinales de gran calado. Precisamente en una Iglesia que lleva decenios ocultando, silenciando o devaluando pecados (véanse el aborto, la eutanasia, el adulterio, la sodomía), hasta que se le ha ocurrido al mundo la gran idea de cargar nuestras conciencias con nuevos pecados, fundamentalmente contra la naturaleza. Conciencias ya casi totalmente aliviadas del peso de la culpa.
 
Junto a los rumores sobre las grandes misiones que tiene intención de encomendar el papa a su paisana sor Lucía Caram, los hay (de momento, no se atisban indicios de verosimilitud) de que el papa proclamará la puesta en marcha de una acción decidida del Estado Vaticano, para dar un claro ejemplo a los demás Estados, de acogimiento de los migrantes. El Vaticano, dicen los rumores, rebajará su normativa antiinmigración (análoga a la de los demás Estados del mundo) y abrirá sus fronteras a los emigrantes, aunque sólo sea un gesto simbólico. Por supuesto que no consentirá la inmigración ilegal e indiscriminada, que impedirá mediante la ayuda de los carabinieri del Estado italiano. Eso sería un tremendo desbarajuste que amenazaría con desnaturalizar de raíz el Estado Vaticano, como les ha ocurrido a otros Estados. Tampoco se trata de eso.  
Es que dicen los que sostienen este argumento, que forma parte del Estado Ciudad del Vaticano una finca con grandes posibilidades, la de la radio, infrautilizada, capaz de acoger a más de un millar de inmigrantes, ni que fuera en tiendas de campaña: vamos, el hospital de campaña de la Iglesia, al menos como primera escala para luego distribuirlos por el resto del mundo católico. De este modo no sería necesario poner a disposición de esta gran obra de misericordia, los jardines del Vaticano, o incluso el palacio de verano de los papas en Castelgandolfo, totalmente desocupado ahora que el papa dedica el verano a viajar por el mundo. Con esta acción, dicen los rumores, la Iglesia ganaría credibilidad y se cubriría de razón en la cuestión ésta tan sangrante del acogimiento (y sobre todo, la no expulsión) de los migrantes, sean regulares o irregulares. Lo último que se pierde, es la esperanza. Los ojos de muchos están puestos en el Santo Padre, que se convertiría así en el padre santo de los migrantes.
Es que si empieza el ejemplo en el Vaticano e insta a las órdenes religiosas a las que se les han vaciado los conventos y a los obispados cuyos seminarios están vacíos, y a las parroquias que cuentan con espléndidos locales complementarios; si les insta la Iglesia a implicarse en la intensa tarea eclesiástica en pro de los migrantes, y pone en marcha un servicio de coordinación e inspección de esta labor (para España, sor Lucía Caram nos iría como anillo al dedo, empezando por su convento de Manresa) ganaría mucho ésta en credibilidad. 
 
Mucho hablar de acoger a los migrantes, mucho condenar los controles de fronteras y las expulsiones de los ilegales, mucho condenar con las penas del infierno a los que no abren su casa a los inmigrantes, dicen los más críticos; pero aún está esperando el mundo que llegue el momento de menos hablar y más dar trigo. Y a fe que son enormes las posibilidades materiales (millones de metros cuadrados) de la Iglesia para afrontar esta tarea con éxito y ejemplaridad. Es de suponer que además de predicar con el ejemplo, en la tarea ésa de “poner nombre” a los pecados, la Iglesia será especialmente cuidadosa con las posibles variantes de los pecados contra los migrantes.
Tras el pecado contra los migrantes y contra los indígenas despojados de sus tierras (no están incluidos ahí los pueblos explotados y expoliados por sus colonizadores, a través de empresas extranjeras sin entrañas; ni entran ahí las ocupaciones varias de Israel manu militari, asumiendo todos los daños colaterales que sobrevengan; si no hay pecado, no hay escrúpulos), tras esos pecados van los “pecados contra la Creación”. Si el Nuevo Orden Mundial nos ha cargado con los pecados del exceso de Co2, del cambio climático con todas sus desventuras, además del calentamiento global o de la nueva edad del hielo, ¡cómo va a ser menos la Iglesia! Hay que incorporar todos esos pecados al catecismo para llenar el hueco que han dejado en él otros pecados ya obsoletos propios de los 10 Mandamientos: entre ellos, los pecados de la carne.
El mundo gira sobre sí mismo: la Ilustración se empeñó en demostrarnos que el hombre es bueno por naturaleza, incapaz de pecar. Se trataba de enmendar al cristianismo, que nos tenía bajo el peso del pecado (empezando por el pecado original). Ahí estaba el Emilio para convencernos. Y entretanto, todas las desviaciones de conducta se han explicado por la enfermedad mental. Por eso hoy el mundo está en manos de los psiquiatras. Y ahora, a las puertas del Nuevo Orden Mundial, volvemos al Pecado y a la conciencia de pecado. Pero esta vez no es Dios el ofendido, ni es la Ley de Dios la conculcada, sino la Naturaleza. Atentos a la gran celebración penitencial con la que se inaugurará el Sínodo. Atentos también a su carga teológica.
Virtelius Temerarius  

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