Todas y cada una de las palabras que pronunciamos desde el inicio de la celebración eucarística tienen como objetivo el adentrarnos en el misterio del Dios Uno y Trino. Con la oración colecta y las lecturas que escuchamos en esta fiesta, se nos desvela este Dios único bajo sus tres realidades: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Como el misterio de Dios no es un interrogante (una cuestión sin respuesta) sino una exclamación (una maravilla para descubrir), la liturgia católica prevé el hacernos vivir esta maravilla entre dos fiestas mayores: la del don del Espíritu Santo del pasado domingo (como si el Espíritu fuese la puerta necesaria para decir “Dios”) y la del jueves/domingo próximo, la del Cuerpo y Sangre de Cristo, porque la Eucaristía permanecerá para siempre como la Presencia Real de Jesucristo entre nosotros.
¿Quién de entre nosotros no habrá usado cientos de palabras para decir “Dios” a niños o adultos? En la catequesis, en diálogos de fe, intentando contestar a alguna pregunta o sencillamente explicando nuestra religión a un musulmán que piensa que somos politeístas. Todos hemos experimentado dificultades de vocabulario. Nuestra religión a veces parece bien complicada, bien cerebral.
Quisiera proponeros dos imágenes para hablar de Dios. El acompañamiento de jóvenes y de adultos que se inician en la fe nos exige sencillez. Y es con ellos que han surgido estas imágenes.
La primera es la de un niño de cuatro años, a quien sus padres enseñan a santiguarse: marcan su cuerpo con el signo trinitario. En el nombre del Padre, sobre la frente, signo del cerebro y de la inteligencia. Dios de entrada se revela como el Creador, Aquel que da existencia a las realidades visibles e invisibles. Dios es Padre porque engendra la Vida.
En el nombre del Hijo, en el vientre, porque es el lugar del nacimiento. El hijo ha tomado carne en el vientre virginal de María. Dios se ha hecho hombre. Dios ha nacido en humanidad. Dios se ha encarnado.
En el nombre del Espíritu Santo, sobre los hombros, lugar de la fuerza. El Espíritu es la fuerza de Dios en beneficio de nuestra humanidad. El Espíritu es quien permite la comunión de los corazones. La horizontalidad de este gesto atraviesa la verticalidad de relación del Padre al Hijo. El Espíritu nos hace atravesar la vida del Padre y del Hijo.
Este niño que se santigua hace más teología de lo que se imagina. Mientras aprende a hacer sobre su cuerpo el signo de la cruz, el niño aprende al mismo tiempo que su cuerpo es el lugar de la presencia de Dios. Hijo bienamado del Padre, hermano de Jesucristo, Templo del Espíritu Santo.
Mi historia, mi vida es presencia de Dios porque Dios la tiene presente. La fe en un Dios trinitario no es sólo un acto de adhesión al misterio de Dios o de comprensión de mi inteligencia de tal misterio. Ante todo es el descubrimiento de que mi vida está presente para Dios, porque Dios ha confiado en mí, que me ama en mi humanidad a pesar de la dosis de pecado. Dios Trinidad me revela que la fe no es únicamente creer en Él, es ante todo creer que Él, Dios, cree en mí y que de resultas, yo puedo creer en Él. La Trinidad me revela que Dios me ama y que en nombre de este Amor, pone en mí el signo de la presencia del amor. El lugar donde el Hijo ha amado más al Padre, sobre la cruz, yo lo pongo en mi cuerpo para que aquí también, en mi cuerpo y en mi alma, Dios me ame.
La segunda imagen me viene de un recuerdo de adolescencia, cuando nos entreteníamos escondiendo mensajes escritos en papelitos. Cada uno de esos papelitos llevaba escrita una parte de las frases que teníamos que recomponer y descubriéndolas podíamos saber cuál era el tesoro y dónde estaba escondido. Este descubrimiento del Dios único que se revela en tres personas no es la complicación teórica (el enmarañamiento) del Dios de los cristianos: sino el cumplimiento de una historia revelada que llamamos Historia Sagrada o de la Salvación, en la que Dios se nos desvela progresivamente.
Padre porque engendra a Israel, le da la Ley, la del Padre y de un Dios tierno y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad. Espíritu porque habla a los profetas, da la alegría y la perfección de vida. Pone a los hombres en comunión con Dios. E Hijo bienamado, signo del amor entregado del Padre. Esta es la historia que Dios nos enseña. No nos la inventamos.
Cuando tenía 14 o 15 años, un amigo me enseñó su pequeño laboratorio fotográfico, aún en blanco y negro. Aprendí a esa edad cómo se revelan las fotos: a partir de un negativo y de una fuente lumínica, aparece un rostro que se revela. Simplemente exponiendo un negativo a la luz.
En la Historia Sagrada Dios revela su rostro progresivamente. Cuando el revelador ha hecho su trabajo, sumerge la película en un baño ácido que actúa como amortiguador del PH que se llama “baño de paro” y que hace que la foto guarde su justo contraste. Ese rostro revelado se sumerge en el agua. Como el Hijo bienamado se sumergirá en el agua para que el Padre lo autentifique como el Hijo a quien hay que escuchar. Y para que esta revelación no amarillee ni envejezca, hay que fijarla en el papel. Es como el Espíritu Santo que fija para siempre el rostro de Dios sobre el Bienamado.
Perdonad esa imagen atrevida, un poco mecánica, un poco demostrativa. Dios no tiene prueba. Una revelación es una prueba, pero Dios permanece un misterio. Si nos ha dado la Escritura y una inteligencia, es también para que nosotros nos sirvamos de ella cuando intentamos pensar en Él, cuando intentamos hablar de Él.
Estamos rodeados de realidades inabarcables, a las que intentamos acercarnos mediante una gran variedad de formulaciones. Tan inabarcable es Dios para nuestro entendimiento, ya sea la filosofía quien pretenda explicarlo, ya sea la ciencia (que de vez en cuando se asoma a estos misterios), ya sean las religiones, que la formulación católica del Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, ejerce incluso para los no creyentes un atractivo singular. Porque nos permite al mismo tiempo percibirlo como la gran fuerza que mueve el Universo, en Dios Padre Creador del cielo y de la tierra; como Dios-con-nosotros, uno más de nosotros, en el Dios Hijo; y como Dios dentro de nosotros, habitando en nosotros, en nuestro espíritu, en el Dios Espíritu Santo.
La percepción católica de Dios (visto desde fuera), que para nosotros es Revelación, nos coloca a los católicos lo más cerca del conocimiento y del acompañamiento de Dios en nuestras vidas.