¡Feliz inicio de año litúrgico, amigos! Empezamos bien: la memoria de Dios hace aguas por todas partes. Se parece a la de las madres: tienen siempre poca, olvidan fácilmente los errores y los fallos de sus hijos, se agachan y se arremangan buscando por los rincones aquellos amores que dan sentido a sus vidas. Se despojan de todo para cubrirse sólo de premura. Se confían demasiado: siempre, a pesar de todo, descaradamente ingenuas frente a la malicia. Madres, es decir, entrañas, embarazos, nacimientos. Dios se arriesga, como las madres terrenas. Parte y confía: su miedo nacerá después, hechas las cuentas, cuando ya no volverán más. En el principio existía la confianza. La confianza y su hermana gemela: la atención, que al fin y al cabo es de la misma familia gramatical que la espera.
La atención: la
palabra que se escribe en los bultos que contienen cosas frágiles, en las
señales de tráfico que advierten de un posible peligro, en los avisos que
quieren capturar la atención de los viandantes de paso. Atención no pertenece
al campo semántico de la amenaza, al contrario: pertenece al de la premura, al
de la maternidad, al de la lógica íntima y frágil del corazón. En los
evangelios la palabra atención va por delante de los pasos de cebra: “Tened
cuidado. Cruce. Paso. Disminuid la velocidad. Abrid bien los ojos” En el
evangelio los caminos son cuadros de pinturas casi obras maestras: cuando los
caminos se tocan se convierten en cruces. Nuevas posibilidades: de ir hacia la
derecha o hacia la izquierda. De cambiar de sentido, que es el pseudónimo de la
conversión. Quien invierte la ruta toma la dirección opuesta, decide volver
atrás. Volver hacía Él.
El
pasado es cuestión de memoria, el futuro de esperanza, el presente es
sencillamente una cuestión de atención: la señal de tráfico por antonomasia. En
los evangelios está por todos lados, en las cercanías de cualquier pequeño
cruce de caminos. Atención, nunca se sabe, porque llegando improvisadamente,
quizás os encuentre dormidos. El evangelio conoce lo humano. Sabe que
distrayéndonos podemos faltar a la cita con la Belleza.
En Adviento se
espera: el Adviento es el tiempo de la espera. Y pues el tiempo de la atención.
La espera sin atención es perder el tiempo, la atención sin la espera es el
sueño, justo lo contrario de quien atiende. El sueño favorece los accidentes y
las excusas.
Poderlo encontrar no
está reservado a los santos: es un regalo para aquellos que están atentos. Para
los no distraídos: para los amantes, es decir para la gente que comprende las
lógicas del amor y la loca espera. Que es plenamente consciente de que los
signos son siempre pequeños signos, como las revelaciones son siempre pequeñas
revelaciones. Sin embargo a cada cruce vuelven: para sosegarnos, animarnos,
indicarnos. Para rememorar lo que Dios un día deseará convertir en historia
jugándose la última carta. La de un Hijo enviado a plantar su tienda entre la
conmoción de lo humano: si dejamos los sueños en el cajón se enmohecen. Y que
la cometa, para levantar el vuelo, tiene la extrema necesidad del viento
contrario. Atención pues al moho y al viento contrario. Esperar es rechazar
todo moho, estar atento es decir gracias al viento contrario. Todo el resto es
diablura: papel pintado y sueño. ¡Buen Adviento!