El relato evangélico del 14º Domingo del Tiempo Ordinario nos muestra la invitación que Jesús hace a seguirle e imitar su corazón dulce y humilde (Mt. 11,25-30) si uno quiere ser aliviado del cansancio de la vida, en el otro. Siempre frente a las palabras del Señor y a su anuncio, las personas se dividen en dos grupos: quien lo escucha y quien no.
Jesús no utiliza jamás categorías sociales o económicas, sino categorías
espirituales. Los que se sienten más inclinados a acogerlo, no son tanto los
que tienen dinero, poder o instrucción; los sabios que lo rechazan no sólo son
los ricos y los de posición elevada, sino también los de condición humilde. Es
capaz de acoger el mensaje del Señor el que es dócil de corazón, quien se abre
al don y conserva capacidad de asombro, quien sabe que la vida no es una
propiedad nuestra, sino un don de Dios.
Al contrario, quien está lleno de sí mismo, quien se apoya en lo que tiene,
en lo que es o en lo que sabe, no tiene capacidad para acogerlo. Mientras
nosotros estamos inclinados a mirar a los hombres con afán estadístico,
Jesucristo mira a la humanidad con los ojos de Dios: mira al corazón. Es capaz
de descubrir quién tiene plena confianza en Dios y quién, a pesar de mostrarse
como una persona plenamente religiosa, finge.
Lo que Jesús nos quiere enseñar respecto
a Dios, es que su ley no sirve para nada si no es vista como respuesta al amor
que nos ha creado. Acoger el Evangelio, ser sensible a la Buena Nueva, sólo es
posible a través de la conversión del corazón. Los signos que Jesús hace (su
predicación, sus milagros…) buscan que nuestro corazón sea humilde y dócil,
capaz de reconocer que todo nos viene de Dios. Sólo esta clase de pobres puede
ser feliz. El premio a esta actitud del corazón es vivir confiados y sin
temor.
Es lo que se nos explica en el capítulo 8º de la Epístola a los Romanos: la
muerte y la resurrección de Cristo ha liberado a los hombres del poder de la
carne, es decir de la humanidad sujeta al pecado que tiene miedo de confiar
totalmente en Dios; y nos ha puesto bajo el poder del Espíritu. Si acogemos
esta liberación y hacemos que produzca frutos en nuestra vida, dejando de ser
egoístas y viviendo como Él ha vivido con ayuda del Espíritu, seremos felices
en esta vida y en la gloria que un día se nos revelará: ése será nuestro
rescate final.
Y Jesús nos demuestra que es posible
vivir así: que este maravilloso nivel de vida espiritual no es cosa de ángeles,
sino de hombres.