DESCENSO DE NOMBRES CRISTIANOS

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Uno de los signos más evidentes de descristianización de nuestra sociedad es que ha disminuido drásticamente el número de bautizados. El bautismo es, claro está, el rito de incorporación a la Iglesia, en que se le impone el nombre al neófito. Tradicionalmente ha sido la Iglesia la que ha sugerido el nombre; y en cualquier caso, se ha resistido a poner nombres no cristianos. También en el registro civil puede uno encontrarse con resistencia cuando se empeña en según qué nombres. Porque, salvo que se decida uno por el complicado trámite de cambiarse el nombre, que empieza en el Registro civil y se extiende a toda la documentación subsiguiente, salvo esa circunstancia, el nombre es para toda la vida.

El nombre es el primer compromiso social en que se inscribe todo miembro de una comunidad. Véase, por ejemplo, cómo en las antaño llamadas provincias vascongadas, hay una evidentísima presión social que empuja a todos los habitantes del lugar a poner a sus hijos, nombres autóctonos: totalmente identificables con el lugar y la comunidad a la que pertenecen. Eso deja abierta la pregunta de si es el lugar el que pertenece a sus habitantes, o son los habitantes los que pertenecen al lugar. En el bien entendido de que no existe en el mundo, un lugar que no pertenezca a un amo (por mejor nombre, señor). De este hecho nació la institución de los siervos de la gleba.

La moda de bautizar Daenerys, que acabó siendo la mala de la serie...

Tiene todo su sentido que la Iglesia prefiera bautizar a sus nuevos miembros (la mayoría siendo aún bebés) con nombres cristianos. Éste es un primer identificador de la sociedad como cristiana: el hecho de que sus miembros tengan nombres cristianos. Pero he aquí que estamos totalmente sumergidos en una época de profunda descristianización, lo que afecta obviamente al panorama de los nombres. Asistimos al descenso de los nombres cristianos: un descenso lento, puesto que va con la demografía, en la que aún no se ha inclinado la balanza por la presión de los nuevos nacimientos. Las nuevas generaciones, sobre las que aún pesa la tradición, no son capaces de cambiar el panorama onomástico cristiano de nuestra sociedad.  

El cristianismo reforzó decisivamente el valor de los nombres mediante la celebración de la fiesta onomástica, denominada generalmente “el santo”. Una celebración que en los tiempos y lugares más integristas estuvo en abierta competencia con la fiesta pagana del cumpleaños, totalmente desaconsejada. Se recordaba, en efecto, al santo que habían elegido los padres como protector y modelo de la criatura que bautizaban. De este modo se llenaba de sentido el nombre y se rememoraba cada año el valor del nombre.


Y efectivamente, en la medida en que cada uno asumía y celebraba su nombre, y lo llevaba con orgullo, una de las características singulares del nombre es que imprimía carácter: ya fuese por ser el nombre de un santo sobre cuya vida y milagros se sabía casi todo, ya fuese porque era un nombre tradicional en la familia y evocaba el ejemplo de los que lo llevaban o lo habían llevado, o porque era un nombre propio de algún lugar, como ocurría con la mayoría de las advocaciones de la Virgen.

Cabe recordar a este propósito, la época en que se impuso la moda de añadir a muchos nombres de varón el nombre de María: José María, Antonio María, Luis María… cosa que acabó convirtiéndose en norma en algunas comunidades religiosas. El objetivo era el mismo: pretender que el nombre marcase fuertemente a la persona.

Pero quizá debido especialmente a que cada vez se celebra menos el santo, ha decaído la conciencia del valor cristiano de los nombres. Si a esto añadimos el descenso en picado de los bautizos, en los que incluso se cuelan nombres totalmente ajenos al santoral, nos queda ya bastante bien explicado el mapa onomástico de nuestra sociedad.
Benedicto XVI, al que sí le importaban estas cosas, en la tradicional ceremonia anual en que bautizaba a 21 niños en la Capilla Sixtina, manifestó su preocupación porque hasta de los bautizos iban desapareciendo los nombres cristianos: “Bautizad a vuestros hijos sólo con nombres cristianos”, dijo el papa a los padres y padrinos que participaron en la ceremonia. Porque no es irrelevante, ni mucho menos, el nombre con que bautizamos a nuestros hijos. Los nuevos miembros de la fe católica, explicó el papa, adquieren el carácter de hijo o hija de la Iglesia empezando con un nombre cristiano.     

Lo de dar importancia al nombre no es una característica exclusiva del cristianismo, sino que lo encontramos en todas las culturas. En las más primitivas, el nombre llega a tener un carácter místico entroncado en el animismo. Recordemos el episodio de la serie Raíces en que el dueño de Kunta Kinte se empeñó en despojar al esclavo de su nombre (y de su cultura originaria), e imponerle otro nombre en sintonía con la cultura del amo. Una muestra muy potente del valor antropológico del nombre.

Es curioso cómo el cristianismo se impuso el deber de cristianizar hasta donde fuera posible, los nombres no cristianos de las poblaciones en las que se fue implantando. Para ello se vio obligado a ampliar el martirologio y el santoral mediante métodos que se sostienen más en la voluntad que en la realidad. Pero consiguió por ese camino que tras el nombre de cada cristiano hubiera un santo para poder celebrarlo. Es que no tener santo llegó a ser una especie de oprobio.

Uno de los casos más singulares de santos sobrevenidos es el que acompaña al nombre de Jorge. Un santo cuya historia es imposible de fijar, pero que ha llegado a convertirse en patrón de varios países, y ha conseguido que se tejiera en torno a él una leyenda de lo más novelesco. Esa fue la forma de conseguir que un nombre de lo más común (georgós significa agricultor) se convirtiese en un gran nombre al que le daba enorme fuerza un gran santo.


Siguiendo en la agricultura (el oficio más común durante milenios), ahí tenemos a san Isidro labrador, con su hermosa leyenda. También este nombre, netamente pagano, fue santificado. Isidoro es el don de Isis. Un nombre con el que se encontró el cristianismo: pero no tardó en santificarlo con la vida y obra del gran Isidoro de Sevilla. A partir de él, los cristianos que optaron por ese nombre tuvieron un gran patrón del que sentirse orgullosos.

En cualquier caso, confiemos en que los nombres cristianos de nuestra sociedad durarán hasta el día en que renazca el cristianismo y se conviertan en un lujo. Como ha ocurrido con el nombre de María, que hoy vuelve a ponerse a plena conciencia.
 
Virtelius Temerarius    

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9 comentarios

  1. Como detalle curioso la Pilar Rahola que no presume de católica precisamente tiene un hijo que lleva el nombre de Noé, por lo cual yo mismo la felicité.

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    1. Sr. Garrell , ésta señora tiene antepasados sefardíes.

      Por eso le puso Noé a su hijo.

      Tranquilo, no cree en el Arca ni en nada que se le parezca.

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  2. María no es un nombre cristiano, sino hebreo...

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    1. En ebreo sería Miriam ¿no?... ¿Y no es Miriam la madre de Cristo?
      MT

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    2. Perdone, pero Maria es el nombre de Miriam en griego. De ahí que los musulmanes crean que Miriam (hermana de Moisés) es la misma que engendró a Jesús. Puede parecer una broma pero no lo es.

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    3. Sr/sra. AMIEES:
      1) sea la versión que sea, ese nombre no es de origen cristiano;
      2) hasta el mismo Cristo era judío.;
      3)se escribe "hebreo".
      Buenas tardes.

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  3. En una sociedad católica, el nombre de una persona tiene un valor antropológico importante. El nombre es el primer regalo que se le da a una persona y es una parte integral de su identidad. En la tradición católica, el nombre de una persona a menudo tiene una conexión con la fe y la espiritualidad. Por ejemplo, en la tradición católica, muchos nombres están vinculados a santos o figuras bíblicas importantes. Los nombres también pueden tener un significado más general, como palabras que representan virtudes o valores que la familia desea para el niño. El nombre de una persona también puede ser parte de su identidad como miembro de la Iglesia Católica. Por ejemplo, en el bautismo, el nombre del niño es uno de los elementos clave de la ceremonia que simboliza su entrada en la comunidad católica. En resumen, en una sociedad católica, el nombre de una persona es más que una simple etiqueta. Es un símbolo de su identidad y su conexión con la fe y la espiritualidad.

    Cada persona tiene un ángel de la guarda que lo protege durante toda su vida, aquella famoso ángel que cuenta a Dios Padre el mal que se hace a un niño, además se tienen los dos, tres o cuatro nombres que se ponen también de santos y que se encuentran en la partida desde bautismo, que son otros tantos intercesores que tiene toda persona.

    Por lo tanto, cada niño que es bautizado entra en la comunidad espiritual de ángeles de la guarda y santos del cielo protectores y tutelares de manera real, efectiva, objetiva y operativa.

    Finalmente, y de regalo, la persona tiene como padre y madre a María y a Jesús.

    En la otra vida, según el Apocalipsis, y en su tiempo concreto y determinado, toda persona recibirá un hombre secreto que define toda su personalidad entera y la misión que tuvo en la tierra y la esencia de todos sus ser: por ejemplo Tierna Amada...

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  4. San José ruega por nosotros. La escalera milagrosa que muchos no conocen https://www.descubretumundo.net/2013/12/innovacion-arquitectonica-la-escalera.html

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  5. Dicen por radio macuto que doña Pilar está en fase de pasarse a VOX,como Tamames y Sanchez- Dragó.

    Al LORO!

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