Percibo como una auténtica
calamidad que hoy, en pleno siglo XXI (el del mundo en el bolsillo, en el
móvil; y lo que te rondaré, morena) la Iglesia esté volcada en la defensa de su
indefendible e inmensamente costosa estructura territorial, poniendo en almoneda
de forma ostentosa y ruborizante su mayor tesoro, que es su esencia doctrinal y
moral, su concepto de Dios y del hombre, su concepto crucial de Redención. Son
los esclavos (que sí, que sí, que el Nuevo Orden Mundial nos está empujando a
una esclavitud ya indisimulada) los que se compran y se venden y se redimen. Es
la necesidad de liberarse finalmente de la esclavitud del pecado (del desprecio
de la virtus: preguntádselo a los romanos), que es el pozo más profundo de la
esclavitud, lo que llena de sentido (¡también para los gentiles!) nuestra
sacrosanta religión. Cualquiera diría que la Iglesia está tan abducida por los
afanes mundanos de su economía y de su patrimonio, que no le quedan ánimos ni
alma (¡ni personal!) para defender lo esencial (y ciertamente atacado con
tremenda ferocidad), que es su doctrina. Se emplea a fondo en la defensa del
poder y el patrimonio, mientras se deja despojar de la doctrina, por el burdo
procedimiento de su sinodalización.
Mientras se está aventando todo esto con el timo de las sinodalidades, son precisamente las jerarquías sinodales, son las grasas que le sobran a la Iglesia, que la han convertido en un pesadísimo cuerpo obeso; son justo éstas las que por afianzarse en el disfrute de su particular kleronomía (¡heredad, herencia!, qué hay de lo mío), se han lanzado con una desvergüenza inenarrable a acomodar la Iglesia a sus intereses y a sus pasiones. Con el santo pretexto de atender a los intereses y a la voluntad (de hecho, a las pasiones oportunamente atizadas) del pueblo, del oikos, convenientemente reducido a cuadro estadístico según las predeterminaciones jerárquicas. Sobre este pueblo fiel se asientan la par-oikía (la parroquia) y la di-oikía (la diócesis, la administración de la Iglesia).
Y es bien curioso que tanto la paroikía como la dioikía, tanto la parroquia como la diócesis tengan su sustentación en la kleronomía, es decir en lo que durante muchos siglos se entendió como el beneficio eclesiástico, el territorio productivo de cuyas rentas vivía el clérigo. El beneficio, ligado al oficio. Tan ligado, que hasta lo lleva en el nombre.
El caso es que tanto las
parroquias como las diócesis, pero sobre todo estas últimas, al final de los
finales están reduciéndose a los asuntos puramente cleronómicos, es decir económico-inmobiliarios;
de tal manera que la percepción de Maruenda, el director de La Razón, acaba
siendo la más generalizada: lo único que les interesa a los obispos, es el
dinero. Y eso es lo que mayormente les ocupa.
Al fin y al cabo, son por oficio
los administradores del patrimonio de las parroquias que forman la diócesis. Un
patrimonio ingente. Las decenas de miles de inmatriculaciones (que afectaron
tan sólo a la parte insuficientemente documentada de ese patrimonio), nos
ofrecen una idea aproximada de cuantísimo puede ser eso. Se entiende
perfectamente que, visto desde esta perspectiva económica, cuando dejen de
cumplir su función eclesiástica todas las parroquias de una diócesis, han de
quedar en pie la diócesis y el obispo para hacerse cargo del patrimonio, es
decir del terreno, tan rentable, y de los bienes rentables que contiene. ¿Será
por eso que a pesar de que se reduce el número de sacerdotes y de fieles, y
salvajemente se agrupan parroquias (y seminarios, ¡claro! Ahora llega la purga
a España, sólo a España), no se la ha ocurrido a nadie agrupar diócesis para
ahorrar obispos? Las órdenes religiosas sí que han agrupado provincias, hasta
llegar muchas de ellas a la circunscripción continental. Otro tanto hacen las
grandes empresas cuando se contraen. ¿Qué oscuros designios trabajan en la
defensa a ultranza de esos ingentes bienes eclesiásticos y de sus
administradores, mientras se agotan clero y fieles? Decrece el número de
sacerdotes, pero aumenta el de obispos y otros altos cargos. ¿Eso qué es?
Nos quedan ya muy lejanos los tiempos en que se asentó definitivamente el sistema de parroquias hoy vigente, de carácter totalmente territorial (paroikía –de oikos, vicus-vicinus - = vecindario), totalmente incardinado en el feudalismo, en que la población estaba tan sujeta al territorio, que apenas había otro movimiento que no fuesen las peregrinaciones. Por el mismo camino anda la diócesis (dióikesis –también de oikos), término marcado ya en griego con el sentido de administración y dirección.
No sólo eso, sino que esa distribución de la población tenía un carácter exclusivamente administrativo feudal, de manera que resultaba muy difícil distinguir lo religioso de lo civil. La inmensa mayoría de las iglesias y sus dependencias, en efecto, formaban parte del señorío: las construía y administraba el respectivo señor feudal, a cuyo servicio y bajo cuyo dominio, en cierto modo, estaba el clérigo que atendía a los oficios religiosos y a la administración de los sacramentos. Y era por lo general el mismo señor feudal el que cuidaba de constituir el beneficio (las rentas) con que se sostendrían el clérigo o los clérigos al servicio de la iglesia. Y obviamente hubo sus más y sus menos sobre si era la jurisdicción eclesiástica (el obispo) o la feudal (hoy sigue discutiéndose a nivel estatal: ahí está el convenio con China), la que tenía que decidir sobre la gestión del personal de la parroquia. Lo cierto es que estaban encuadrados dentro del sistema de poder vigente. En los burgos (que concentraban menos del 10% de la población), la cosa era distinta.
Paso a paso, esos fundos fueron a engrosar las propiedades de la Iglesia (de la respectiva diócesis) hasta constituir un patrimonio impresionante. El hecho es que el clero vivía del sistema: de la kleronomía. Luego tuvieron que venir las desamortizaciones y las expropiaciones, y a cuenta de éstas, a título de compensación, el clero siguió viviendo del sistema. La inmatriculación (regularización registral de propiedades) de numerosos bienes de la Iglesia (muchos miles) a los que les faltaba este requisito legal, forma parte de ese larguísimo proceso.
El resultado de todo ello es que al clero nunca le ha tocado vivir del rendimiento de sus quehaceres, es decir que nunca lo ha sostenido la feligresía, sino que ha sido sostenido o por beneficios eclesiásticos o por algún tipo de sistema fiscal (hoy es la crucecita).
Es evidente que esa especie de
territorialidad religiosa que son las parroquias, se parece demasiado al
sistema sindical, cuyo territorio son las empresas. Los sindicatos reciben la
subvención del Estado no en razón de los afiliados (poquísimos), sino en razón
de las empresas y trabajadores de su circunscripción. Son una especie de
circunscripción política más. De manera parecida, para la financiación del clero
tampoco se atiende al número real de feligreses, sino a la población de cada
diócesis y de cada parroquia.
¿Y al final qué tenemos? Pues que asistimos escandalizados al espectáculo de una Iglesia que defiende con uñas y dientes la nomenklatura, monstruoso pesebre que apacienta a tantos, y que no hay manera de que se reduzca, por más que mengüen los sacerdotes y los fieles a los que sirve ese inmenso rebaño de pastores, pastoreados a su vez por la manada en el poder.
Lo más lamentable es que el
comportamiento de esa nomenklatura eclesiástica se parece ya demasiado al de la
mayoría de los partidos políticos, que tras su conquista del poder, no han
dudado lo más mínimo en mudar su ideología hacia los posicionamientos más
pródigos en votos, dejándose llevar por lo que pronostican las encuestas. Es a
lo que más se parece la cosa esa del Sínodo de la Sinodalidad y sus mecanismos
de ejecución (incluidos los apaños estadísticos: de esto sabe mucho nuestro
altísimo prelado), con la que se pretende darle el mayor vuelco de la historia
a la doctrina de la Iglesia.
Suenan surrealistas, oníricos, de sociología ficción, esos imponentes espectáculos tan coloridos en que la Iglesia, tan decadente en cuanto a doctrina y moral, exhibe el gran poder jerárquico de la más alta clericalla, que no cesa de aumentar: no hay más que ver a qué número astronómico ha subido el colegio cardenalicio, tan costoso, y cómo siguen creciendo los cargos curiales (entreverados de seglares clericales, puesto que tanto ha decaído el número de clérigos) y sus considerables asignaciones económicas. Como si ésa fuese la fotografía de la Iglesia real, la Iglesia de Jesucristo. Y para completar el cuadro, ese afán enfermizo por la kleronomía, literalmente por la herencia (aunque no haya herederos), que es la economía, que es el patrimonio eclesiástico, esa obsesión por acumular bienes para la diócesis cuando ésta se está quedando sin herederos, sin clérigos que los administren en favor del pueblo fiel. Episodio kafkiano ése de las inmatriculaciones, en el contexto de dinamitación en que ha entrado la Iglesia.
Suenan surrealistas, oníricos, de sociología ficción, esos imponentes espectáculos tan coloridos en que la Iglesia, tan decadente en cuanto a doctrina y moral, exhibe el gran poder jerárquico de la más alta clericalla, que no cesa de aumentar: no hay más que ver a qué número astronómico ha subido el colegio cardenalicio, tan costoso, y cómo siguen creciendo los cargos curiales (entreverados de seglares clericales, puesto que tanto ha decaído el número de clérigos) y sus considerables asignaciones económicas. Como si ésa fuese la fotografía de la Iglesia real, la Iglesia de Jesucristo. Y para completar el cuadro, ese afán enfermizo por la kleronomía, literalmente por la herencia (aunque no haya herederos), que es la economía, que es el patrimonio eclesiástico, esa obsesión por acumular bienes para la diócesis cuando ésta se está quedando sin herederos, sin clérigos que los administren en favor del pueblo fiel. Episodio kafkiano ése de las inmatriculaciones, en el contexto de dinamitación en que ha entrado la Iglesia.
Es cierto, es evidente que agonizan las parroquias como agonizan los partidos políticos, los sindicatos y en general la sociedad civil. Les queda a todas, la carcasa, el esqueleto del poder, de los cargos, sin apenas militantes de base ni parroquianos. La gente, tanto en la Iglesia como en el mundo, se ha dado cuenta de que, salvo honrosas excepciones, la estructura de poder no trabaja para sus bases, cada vez más mermadas, sino para sí misma. Si le preguntan a un fiel de a pie a qué se dedica el obispo en general, o su obispo en particular, lo más probable es que no sepa contestar. Porque no es visible (a menudo porque es inexistente) el trabajo de un obispo. Pero eso no ha sido siempre así.
¿Alguien se atreve a pronosticar cuál sería el resultado, si tanto el Camino Sinodal como el Sínodo de la Sinodalidad hicieran una batería de preguntas sobre la estructura de poder de la Iglesia (obispos, cardenales, Vaticano, papa)? ¿Qué tal sería el porcentaje de los que optasen por mantener íntegra e incluso incrementada la estructura de poder de la Iglesia, mientras se reduce el número de sacerdotes y de fieles? Pero, claro, la clave de todas las consultas es determinar qué se puede consultar, y qué no. Como en el sínodo. Por lo visto, hoy se pueden someter a votación hasta los Mandamientos; hasta el Evangelio puede cambiar según demanden las estadísticas. Pero el poder, no, claro que no. Sobre el poder y sobre la hacienda no se consulta: porque se diluiría el poder. No se atreven a mover biombos y tabiques, y en cambio se atreven con las paredes maestras y los cimientos. Mientras se sinodaliza la doctrina a voleo, el poder ni se toca.
Virtelius Temerarius
ResponderEliminarEl Poder incluso político alguien debe tenerlo agarrado, los banqueros, los empresarios, los políticos, los militares o el mismo Clero. Me inclino antes por el Clero, son los que rezan para no pecar, que es lo mismo para no "robar". Estamos meditando infinitamente este tema sin acabar. No nos damos cuenta de que el Poder es una herramienta para evangelizar si se usa bien. Porque sin herramientas habría que trabajar con las manos desnudas y cogeríamos callos de miseria y los pobres no se acercarían a nosotros. Los pobres se acercan a la Iglesia atraídos por el Poder y el Fastuoso Boato antes que, por la Pobreza, así de sencillo. Somos los burgueses quienes criticamos el poder clerical, y en este primer mundo falto de vocaciones es por causa de nuestro aburguesamiento.
Muy sensato Garrell
EliminarEl cristianismo ha sido secuestrado por el poder desde el imperio romano con Constantino, el cual adoptó el cristianismo como nueva religión, pero la mezcló con parte del paganismo y con la organización de la antigua Religión.. Por tanto, se alteró el cristianismo primitivo de la etapa apostólica.
ResponderEliminarEsta teoría de que el "cristianismo ha sido secuestrado", es de origen protestante y marxista. Es falsa. Detrás de esta teoría está la pretensión protestante de que cada uno interpreta la Biblia a su gusto, y que no solo no hay que hacer caso a la Tradición, sino que además es perjudicial. Este rollo es anti católico.
EliminarLa paradoja que estamos viviendo es que mientras el papa proclama que hay que desclericalizar a la Iglesia (por lo visto, sólo por el nivel bajo del clero, el de los curas), le ha dado un impulso colosal a la más alta clericalización, que es la del alto clero, empezando por los obispos, continuando por los monseñores de toda clase y rematando en los cardenales. Clericalización por todo lo alto. Y si esa clericalización conlleva una acomodación de la doctrina y la moral, pues adelante con los faroles. Al fin y al cabo, también éstas de la acomodación doctrinal y moral a las demandas reveladas por las estadísticas, son operaciones de poder.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con el Señor Fred.
EliminarSolo falta que nos peleemos entre nosotros por el p.to dinero.
Doctrina, Señores, DOCTRINA.
Y Tridentina para más señas!!!!
La existencia del poder es inherente a la condición humana, por ello no es ni bueno ni malo, depende de cómo se use.
ResponderEliminarHay que desconfiar de los que critican sistemáticamente al poder, porque la historia nos demuestra que, en realidad, lo que quieren es mandar ellos.
El cristianismo nos enseña el poder como servicio y no como dominación: "el que quiera ser el primero, que sea servidor de todos". Ministro significa siervo. Al Papa se le daba el título de "siervo de los siervos de Cristo".
La dialéctica marxista tan impregnada en nuestra sociedad, solo considera el poder como dominación. Esto es una de las muchas razones para rechazar el marxismo.
Entrando en el tema eclesial, considero muy acertado el artículo que denuncia que la "sinodalidad" actual es una tomadura de pelo, porque pretende hacer la fe al gusto de cada uno (deriva protestante), sin embargo, tenemos un Papa dictador, con un intervencionismo en todo sitios, nunca visto en la historia de la Iglesia. O sea que se usa el poder de la jerarquía para protestantizar la Iglesia. Esto no es nuevo, ya empezó con el CVII, pero ahora llega a sus máximas consecuencias.
Pero como la Iglesia no es una secta, al servicio de los caprichos de la jerarquía, los fieles tenemos el derecho y deber de resistir cualquier desviación de la fe y la moral llevada a cabo por el Papa, cardenales, obispos, curas o quien sea. Como dice el Catecismo: la jerarquía está al servicio de la Palabra de Dios y de la Tradición. Todos los papas hasta Pablo VI juraban defender la Tradición, ahora ya no se hace, y pasa lo que pasa…….
Cada día resuenan más fuertes las palabras del Apóstol: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Lo grave de hoy en día, es que los ataques a la fe, no vienen de fuera de la Iglesia, sino de dentro, y de lo más arriba.
Atrapados en su palabrería inane, "sinodalidad", "salida a las afueras", "hospital de campaña", y mil argucias más, se ha olvidado la doctrina recibida. Tal vez porque no se conocía con suficiente "discernimiento", por utilizar otro de esos palabros vacuos.
ResponderEliminarTemas que son centrales en la doctrina de la Iglesia, de los sacramentos a la moral familiar, andan hoy como prostituta por rastrojo, Se niega la presencia real en la Eucaristia, la gracia, el sacramento de la penitencia, la indisolubilidad del matrimonio, se mezcla la compasión con la complicidad, en el Sínodo alemán y se asumen sus conclusiones por el sínoco vaticano, crujen las cuadernas de la Iglesia, no importa para la cúspide de la Iglesia. Lo que importa es que recibamos a personas que se han operado los genitales, se les dé la bendición a los homosexuales, se les dé a unos y otros las catequesis de las parroquias y abramos las puertas porque en la Iglesia cabemos todos. Y otros sofismas.
Disparates de grueso calibre que parecen sacados de una película de terror, de libertinaje, de auténtico aquelarre doctrinal, si no hubieran tomado asiento los aledaños de la sede de Pedro. No sólo.
Totalmente de acuerdo con el Sr. Valderas Gallardo.
EliminarCon el discernimiento y chorradas varias S.J. , nos llevan al precipicio.
Sí, el poder seguramente atrae a los humildes...
ResponderEliminarY ciertamente esa es la pregunta, si se cuestiona algo
por la estructura de poder, los cargos.
ResponderEliminarDe todos modos creo conveniente recordar que muchos sacerdotes siguen realizando una labor anónima y callada impagable. Recordemos a los que murieron en acto de servicio durante los confinamientos.
El enfoque financiero del artículo puede llevar a bastantes o muchos imaginar que no queda casi ningún clérigo, monje o fraile con ejemplaridad evangélica, lo que desde luego no se corresponde con la realidad.
Claro que nos gustaría que de obispos para arriba dejasen de contemporizar con el poder político y que ordenasen a sus curas predicar sobre doctrina: sacramentos, verdad frente a ideologías hoy en boga, moral católica, en fin de todo eso de lo que apenas hablan.
En Alemania el "camino sinodal" es un proceso en el que un grupo de laicos "de élite" (que pretenden "democratizar" la Iglesia y que en realidad no representan a nadie de la menguante feligresía, sino sólo a sí mismos y a intereses económicos, ideológicos y políticos ajenos a la Iglesia) ha llegado a un acuerdo con un clero en vías de extinción para hacerse con el poder en las diócesis y parroquias. Desde el punto de vista de los obispos, se trata de un autogolpe de estado. El fin es seguir manteniendo ciertas prerrogativas por parte de los actuales miembros del clero hasta el día de su muerte y "después de mí el diluvio". Por parte de los laicos, se trata de llegar a tiempo al poder, antes de que se extinga del todo el clero, y hacerse con el control de los bienes materiales que posee la Iglesia. Seguramente seguirá una "privatización" de estas posesiones, es decir, un reparto del botín entre los laicos listos que ocupan cargos directivos en el Comité Central de los Católicos Alemanes. Estos altos cargos son generalmente gente de negocios, políticos, catedráticos y otros notables, teóricamente católicos. El "camino sinodal" alemán es el laboratorio de lo que se prepara a nivel "global". Los católicos alemanes son conejillos de Indias que pronto dejarán de ser católicos del todo: ése es el fin del experimento. El resto de la Cristiandad ya puede ir poniendo las barbas en remojo...
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