A comienzos del siglo XIV, fuertes contrastes y tensiones sociopolíticas amenazaban con romper el equilibrio Iglesia-Imperio que, a través de diversas vicisitudes, se había mantenido durante el milenio en el que la Edad Antigua se convirtió en Medievo. Es en la segunda mitad de éste cuando el indiscutido status Ecclesia-Imperium entrará en una crisis tan violenta que amenazará los cimientos y hasta la existencia misma de la Iglesia como tal. Y fue precisamente el concepto de potestad papal lo que hizo colapsar el statu quo Iglesia-Estado, universalmente admitido hasta entonces, cuya tendencia era la identificación de ambas realidades. El enconado enfrentamiento entre Bonifacio VIII y el rey de Francia resquebrajó definitivamente el precario equilibrio que conservó su validez durante más de un milenio.
Mientras uno pertenecía a la primitiva Iglesia por la decisión de la fe y el signo sacramental del bautismo y vivía en un contexto hostil, el anuncio del Evangelio de la salvación en Cristo y el discurso escatológico (muerte-juicio-infierno-Cielo) eran esenciales. A partir de la paz constantiniana y el fin de la persecución, la posterior tolerancia (religión lícita) y, al final, con el emperador Teodosio, convertido el cristianismo en religión oficial y única el imperio, los obispos se identificaron con los funcionarios del Estado y el Sumo Pontífice adquirió prerrogativas imperiales. Asimismo, el emperador también exigió exige el correspondiente acatamiento en toda la comunidad eclesial. Comienza entonces un proceso de absorción de la Iglesia por parte del imperio y de sus instituciones. Ésta lo aceptó resignadamente, valorando las ventajas que le ofrecía la nueva situación: poder extender su influencia con rapidez, transformándose de pusillus grex (pequeño rebaño) en populus christianus.
Así pues, la Iglesia se transforma en domina, imperatrix… Es el Reino de Dios ya inaugurado, que se desarrolla y extiende hasta los confines del imperio romano. Lo cual se percibe como aquel signo de los tiempos en los que habla Dios mismo. En consecuencia, la Iglesia acaba renunciando a denunciar la intromisión del poder civil en el ámbito eclesiástico y haciéndose cada vez más de este mundo, que aparece ya como el mejor de los posibles para ella.
Durante el primer milenio, el poder político más eficiente -emperadores y príncipes seculares- domina sin discusión una sociedad convertida, con la aquiescencia de la Iglesia, en teocracia imperial primerio y medieval después. Los emperadores y príncipes controlaban la elección del papa, las investiduras para los oficios eclesiásticos y otras gestiones de las iglesias locales.
Sólo al inicio del siglo XI, de la mano movimientos de reforma monásticos secundados en primer término por el papa Gregorio VIII, la Iglesia hallará fuerzas para oponerse a la descarada interferencia del poder civil en sus asuntos. La intención primera era devolver a la comunidad eclesial su justa libertad. Sin embargo, como en toda reacción, no se trataba ya simplemente de recuperar lo que por derecho le pertenecía, sino de desplazar a la autoridad temporal de su papel de guía de la cristiandad. La Iglesia, para tutelar el honor de Dios, pasó a reclamar para sí misma la plena supremacía e intentar ejercerla sobre el poder político. El Pontífice se creyó entonces con el derecho de instituir o deponer reyes y príncipes, declaró los Estados feudos del papa, constituyéndose así en señor feudal de todos los señores de este mundo, que sólo podían ejercer su función mediante el mandato del obispo de Roma.
Esta nueva situación, en la que la autoridad de la Iglesia en su jerarquía se había vuelto predominante y superior a cualquier otra, se aceptó en toda la cristiandad como un orden fuera de toda discusión. La sede apostólica -compartida hasta entonces por otras sedes fundadas por los apóstoles: Antioquía, Constantinopla, Alejandría- se reservó entonces únicamente para la sede romana. Los títulos vicarius Christi y mater Ecclesia pasaron a designar unívocamente al sucesor de Pedro y a la Iglesia romana. Lo que antes pertenecía a toda la congregatio fidelium se aplicará a la jerarquía eclesiástica como contrapuesta al laicado.
Será en el inicio del siglo XIV, cuando este orden constituido entre papado e imperio, entre el sacerdotium y el regnum, cuyo centro de gravedad recae en la jerarquía eclesial, comience a percibirse como insostenible por unos Estados nacionales que van consolidándose a marchas forzadas.
El colapso lo acabó provocando el durísimo enfrentamiento entre Bonifacio VIII y el Rey de Francia, Felipe el Hermoso. El conflicto comenzó en 1296 cuando Bonifacio recordó la prohibición que pesaba sobre los príncipes cristianos de imponer tasas sobre los bienes eclesiásticos, cosa que estaba haciendo el rey para poder llevar adelante la guerra con Inglaterra. Felipe, por su parte, respondió prohibiendo la salida de oro y plata del reino al exterior y la permanencia de extranjeros en Francia, lo que perjudicaba a las finanzas pontificias y los beneficiarios italianos que vivían en Francia. La relación fue deteriorándose cada vez más hasta que, en el sínodo de 1302, el papa decidió excomulgar a todos los que impidiesen la comunicación con el papa, promulgando la bula Unam Sanctam. En ella, la llamada teoría de las dos espadas, símbolo de la división de los dos poderes (civil y eclesiástico), según la cual los dos están en manos del pontífice -el espiritual directamente y el temporal por delegación papal- penetró peligrosamente los mismos fundamentos de la Iglesia.
“Por las palabras del Evangelio -afirma la Bula de Bonifacio- somos instruidos de que, en ésta y en su potestad, hay dos espadas: la espiritual y la temporal... Una y otra espada, pues, están en la potestad de la Iglesia, la espiritual y la material. Mas ésta ha de esgrimirse en favor de la Iglesia; aquella por la Iglesia misma. Una por mano del sacerdote, otra por mano del rey y de los soldados, si bien a indicación y consentimiento del sacerdote. Pero es menester que la espada esté bajo la espada y que la autoridad temporal se someta a la espiritual... Que la potestad espiritual aventaje en dignidad y nobleza a cualquier potestad terrena, hemos de confesarlo con tanta más claridad, cuanto aventaja lo espiritual a lo temporal... Porque, según atestigua la Verdad, la potestad espiritual tiene que instituir a la temporal, y juzgarla si no fuere buena... Luego si la potestad terrena se desvía, será juzgada por la potestad espiritual; si se desvía la espiritual menor, por su superior; mas si la suprema, por Dios solo, no por el hombre podrá ser juzgada”.
Bonifacio VIII seguramente no intuyó que, gradualmente, se había ido perdiendo el sentido católico y universalista del Sacro imperio romano - ideal cristiano de las relaciones Iglesia - y que los estados nacionales, surgidos de esa incipiente demolición, reclamaban una autonomía cada vez más amplia frente a un papado al que se consideraba opresor. La humillación que, finalmente, Felipe el Hermoso infligió al papa Bonifacio por mano de su abyecto esbirro Nogaret, la consiguiente debilidad del papado y su traslado a Aviñón durante más de setenta años, mostraron crudamente la descomposición de aquella Europa unida bajo la autoridad espiritual del papa y con la protección del emperador.
El arrollador despertar de unos estados nacionales, convertidos ahora en enemigos y rivales, y unos monarcas exclusivamente interesados por fortalecer su poder político-económico en detrimento de cualquier otra consideración, propició la aparición de multitud de leguleyos que conformaron concienzudamente un concepto filosófico absolutista del príncipe y del Estado por encima hasta del mismo papa. ¡Buenos eran ellos!
Por otro lado, la reforma gregoriana contra las injustas intromisiones del poder civil en el eclesiástico, queriendo acabar con la confusión entre los dos ámbitos, consumó la neta distinción pastores-grex (jerarquía-laicos), acentuando la posición de los primeros en detrimento de los demás. A partir de ahí, empezó la progresiva desacralización del Estado medieval, pues la absorbente primacía de los eclesiásticos los llevó a identificarse con la misma Iglesia, convertida así en un orden hierocrático (gobierno de los clérigos) en cuyo vértice estaba el Sumo Pontífice. Edigio Romano había llegado a afirmar que sólo el papa es quien puede decir iglesia.
Es precisamente en torno al siglo XIV cuando movimientos laicales de corte espiritualista reclaman sus derechos ante el omnímodo estamento clerical. Empiezan a surgir juristas, humanistas, poetas, médicos, que son consejeros reales, diplomáticos y rectores de la universidad, que salen de la pasividad y empiezan a orientar la cultura por caminos menos clericales, pero todavía aún dentro de los postulados doctrinales de la Iglesia.
Durante la práctica totalidad del Medievo, la Iglesia -imperatrix et domina- y el papado como su vértice supremo, reivindicaron para sí la función de dirigir el destino espiritual y temporal de la cristiandad, y así fue en general aceptado como un dato de hecho. Esta Ecclesia militans defendió su status de sus enemigos interiores: Los herejes valdenses, cátaros, apostólicos, pobres de Cristo… fueron neutralizados con cierta facilidad pues, a la energía teológica de la Iglesia, se sumaba el fanatismo irracional de unas sectas que se tornaron autodestructivas. Asimismo, para enfrentar a los adversarios exteriores surgieron iniciativas tan populares como las ordenes militares y las cruzadas para liberar Tierra Santa de los musulmanes.
Sin embargo, esas críticas a la Iglesia se aliaron con un poder civil que buscaba ganar independencia frente a ella. Al principio, adoptarán maneras de verdadera reforma evangélica para evolucionar rápidamente hasta llegar a John Wiclif y a Johannes Hus que, con su herética Iglesia espiritual y de los predestinados, abrirán el camino al radicalismo de la Reforma protestante.
Según los primeros reformistas, la Iglesia estaría en la comunión de los santos y no en sus estructuras visibles y jerárquicas, mundanizadas en el ejercicio del poder y en la gestión de grandes riquezas. En estos deseos de interioridad y renovación se atisba ya esa Ecclesia spiritualis, oculta e invisible en el interior de cada cual, en la que Joaquín de Fiori ve un futuro esplendoroso en la llamada edad del Espíritu. En cambio, el movimiento reformista iniciado por San Francisco de Asís permaneció, salvo excepciones, fiel a la Iglesia y a sus pastores.
Las críticas más duras contra este orden eclesial, que dominaba sobre la sociedad y la cultura medieval, no iban dirigidas tanto contra los concretos y reales abusos de autoridad del papa, de sus cardenales y obispos, sino contra la estructura visible que la configuraba socialmente. En esa línea de pensamiento, Dante, Marsilio de Padua y Guillermo de Ockham dieron fundamentos teológicos a las aspiraciones de mayor autonomía de las iglesias locales y de reconocimiento del episcopado universal en un nuevo sistema que, regulado por el concilio, sustituyese al papalismo medieval. Sin embargo, ni aún entonces el pontífice gozó de una autoridad tan omnímoda como la actual, ya que también el papa se sabía sometido a las leyes de la Iglesia, no sólo a su conciencia como ahora.
Al cabo, todo ello degeneró en un furibundo ataque contra la Iglesia concreta y visible al objeto de reformar -a excepción de los príncipes, claro está- toda la congregatio fidelium, sobre todo el papado, dividido por un cisma hasta entonces incorregible. Sumamente desprestigiado por el cautiverio de Aviñón, el papado era arrastrado por el cieno de la división en manos de tres pontífices y una multitud de curiales, preocupados tan solo por salvaguardar sus intereses materiales. Ante esta situación, los espirituales pensaron que la Iglesia concreta de su tiempo, prisionera de la institución, no era la verdadera. Por ello, Wilclif y Hus atisbaron ya, con sus erróneos postulados, el concepto luterano de Iglesia: espiritual e invisible. Punto redondo.
Finalmente, en el campo del conocimiento, se levantó la razón individual, que busca en sí misma y en la naturaleza de las cosas sus propios caminos, contra el principio de autoridad y jerarquía. En esa línea, Duns Escoto y Ockham acabaron separando la razón de la fe, subrayando el subjetivismo y el voluntarismo del sujeto del conocimiento, hasta el punto de concebir a un individuo -apenas considerado en el universo eclesiológico del Medievo- que vive más para sí mismo que para la comunidad. Lo único absoluto para el cristiano sería entonces la Palabra de Dios depositada en la Escritura.
Con estos presupuestos individualistas, se buscará la relación con Dios directamente, sin humanos intermediarios, llegando incluso a despreciar la misión mediadora de la Iglesia. Poco a poco, la devotio individualista hará menguar piedad sacramental y litúrgica, llegando a hacer innecesaria la mediación de la Iglesia para la salvación. Esa exaltación del individuo como criterio de todos los valores puso los cimientos de aquel humanismo para el cual todas las tendencias de la naturaleza eran buenas y, por ello, el fin del hombre se reducía a la posesión de las realidades terrenas.
Así pues, el ocaso de la Edad Media se convirtió en una especie barril de pólvora que el Cisma de Occidente hizo estallar violentamente, y que llevó al retortero a la misma Iglesia y a todo el orden social, cultural, político y religioso que en ella encontraba, hasta entonces, sólido fundamento. Tal vez por ello, la actualidad eclesial se caracteriza por un tipo de mimetización ambiental, un género de camuflaje que, evitando todo contraste con el mundo, busca minimizar los daños que pueda producir a la Iglesia un poder político, que intenta silenciar toda verdad que no se haya previamente cocinado en ese Deep State (Estado Profundo), que parece condicionarlo todo.
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
www.sacerdotesporlavida.info
Claro está, los Estados nacionales no deseaban que la riqueza de la Iglesia saliera de sus dominios, y además deseaban poner impuestos a las enormes posesiones y por supuesto soñaban con quedarse con las rentabilidades eclesiásticas.La lucha eterna, me lo das a las buenas o a las malas, no te lo doy por las buenas y guerra tendrás a las malas.El más fuerte se lleva la apuesta.
ResponderEliminarEl " cardenal" Cupich a sido increpado y abucheado por sus propios feligreses de Chicago en una marcha por la vida.
ResponderEliminarAcabo de descorchar una botella de Moet Chandon a su salud,jeje.
YA ERA HORA!!!!!
Ya que no quiere descorchar Cava Catalán podría usted descorchar una botella de Sidra El Gaitero, que es famosa en el mundo entero
EliminarI. "Lo único absoluto para el cristiano sería entonces la Palabra de Dios depositada en la Escritura."
ResponderEliminarLa Palabra de Dios está en dos sitios, en la Sagrada Escritura y en la Sagrada Tradición.
Esto es lo que le pasa en la actual Iglesia desde su misma Cátedra, y se demuestra objetivamente con el Espíritu del Concilio y Traditionis custodes: una liturgia, la del Canon Romano, con más de 1600 años, plenamente conforme con la Sagrada Tradición litúrgica, primero fue falsamente prohibida, luego con Benedicto XVI recibió el espaldarazo positivo con Summorum pontificum, y luego, Bergoglio, retomando el pseudoespíritu del concilio, fomenta su prohibición o dificultación con su inicua Traditionis custodes.
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II. "ni aún entonces el pontífice gozó de una autoridad tan omnímoda como la actual, ya que también el papa se sabía sometido a las leyes de la Iglesia, no sólo a su conciencia como ahora."
Esto es cierto, y se objetiviza en la nefasta y nefanda reforma del lavatorio de pies de Jueves Santo, donde Bergoglio permite el acceso de ¡¡¡mujeres!!! y una representación sociológica del Pueblo de Dios sin importar si están bien dispuestos.
En efecto, el horrible Decreto in missa in Coena Domini, de 6 de enero del 2016, por el que permite la sociologización del sacramental del lavatorio de pies (Liturgia in Coena Domini): los pastores pueden añadir una representación de "jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, clérigos, consagrados, laicos", sin importar si están en rite dispositus, o sea, en coherencia eucarística (sin pecado grave o mortal), como sí lo está, por ejemplo, Biden como presidente abortista. Su justificación fue que a Bergoglio le salió del corazón, una acción completamente irracional:
"Es un sentimiento que ha salido del corazón; he sentido esto. Donde están aquellos que tal vez me ayudarán más a ser humilde, a ser un servidor como debe ser un obispo. Y he pensado, he preguntado: «¿Dónde están aquellos a quienes les gustaría una visita?». Y me han dicho «Casal del Marmo, probablemente». Y cuando me lo han dicho, he venido aquí. Pero sólo ha salido del corazón. Las cosas del corazón no tienen explicación; sólo salen." (Fue cuando se le dio por lavar los pies a encarcelados no católicos).
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Esta reforma del lavatorio de pies, va contra la verdad divina contenida en la Revelación Pública, que se compone de la Sagrada Escritura, practicada por la Sagrada Tradición, que conforman el depósito de la fe.
a) Sagradas Escrituras: el sacramental del lavatorio de pies está contenido en el Evangelio según San Juan, Capítulo 13.
b) Sagrada Tradición de la Iglesia: de forma inveterada, siempre se ha lavado los pies de 12 hombres sanos de fe probada o de 12 presbíteros en la Misa in Coena Domini.
Por ejemplo, el Papa lavaba los pies de 12 sacerdotes en la catedral de Roma, la basílica de San Juan de Letrán.
...
La Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición justifican el lavatorio de pies sólo sobre 1. hombres 2. católicos 3. boni viri, de fe probada, o 4. presbíteros, por si son llamados como Aarón al diaconado o al presbiterado por el Orden de Melquisedec.
Jesús lavó los pies de sus 12 Apóstoles, no de sus 72 discípulos y del resto de seguidores y seguidoras, ni de su Madre ni a Magdalena... Jesús tampoco no lavó los pies de los pobres de las periferias del Pueblo de Israel, publicanos, mendigos, marginados, ancianos, enfermos, discapacitados, emigrantes, esclavos, ni tampoco a otros creyentes, como romanos, griegos, árabes, samaritanos... ni limpió los cabellos o las manos... ni pide hacer un baño...
La Tradición señala múltiples aspectos del lavatorio, señalados por la patrística, los doctores, los grandes teólogos y Benedicto XVI:
ResponderEliminar1. El lavatorio está en el contexto de la Última Cena orientado a la Pasión, Muerte y Resurección, y es una ascensión, pues los Apóstoles ascienden para ir al Cenáculo, porque los Apóstoles subieron al monte Sión donde está Jerusalén para la Última Cena
2. En dicho contexto propio, la Última Cena, se crea la institución del Sacerdocio (“haced esto”) y de la Eucaristía (“esto es mi cuerpo”, “esto es mi Sangre”), con el Mandato del Amor (“amaros los unos a los otros”) y el Discurso de la Cena, con su Oración de la Unidad Sacerdotal.
3. El significado del lavatorio de los pies tiene tres momentos transcendentales:
a) acto de humildad y de servicio, como figura de servicio gratuito hasta el martirio: primero de Jesús a su Esposa la Iglesia, luego de Jesús a sus Apóstoles, y después de los sucesores de los Apóstoles a los fieles para la única finalidad propia del sacerdocio: la salvación de las almas. Ello es así porque los presbíteros son elegidos para pertenecer al Orden de Melquisedec “lavaos los pies unos a otros (Juan 13, 14″), “Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros” (Jn 13, 15), “siendo vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 13-14)
b) baño del agua: símbolo del sacramento del Bautismo, que purifica de una vez por siempre y lava a la Iglesia; baño de los pies, símbolo del sacramento de la penitencia o confesión que periódicamente se necesita
c) levantarse, llenar y llevar la jofaina, ceñirse la toalla: son gestos que junto con la Palabra, representan a la Liturgia (gestos y palabras)
4. El lavatorio es un rito para quienes ya están limpios por el baño-bautismo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies (sacramento de la confesión), porque está completamente limpio. Vosotros también estáis limpios, aunque no todos». (Juan 13, 10). Ello es así porque hay tres tipos de pecado:
1.- Pecado original: Adán, bautismo
2.- Pecado personal: culpa y pena, confesión, o bautismo o extrema unción
3.- Pecado social: según Reconciliatio et paenitentia hay 3 categorías:
a) Categoría I: contra la comunión de los santos y la solidaridad de la familia humana
b) Categoría II: pecado directo contra el prójimo o hermano concreto
c) Categoría III: pecado del mal estructural general
5. El lavatorio es un acto sacrificial, por el que Jesús, Dios y Hombre verdadero, Único y Santo Sacerdote, la Víctima pura y santa, quiere que su Esposa, la Iglesia, sea pura y santa, que es amada por Él hasta la muerte, sirviéndola perfectamente para su fin, la salvación de las almas, y que sus sacerdotes den la vida martirial por la Esposa y estén unidos en la Cruz con Cristo
6. Es la preparación del nacimiento de la Iglesia ante la representación de los 12 Apóstoles, incluido Judas Iscariote
7. Es la pertenencia y Alianza de Cristo, Único y Santo Sacerdote, con Pedro y de Pedro con los 12 Apóstoles, y de estos con sus sucesores en el ministerio sacerdotal
8. Es la preparación para el acto supremo de dar la vida en la Cruz de los sacerdotes. Puede referirse al sacerdote-presbítero por el sacramento del Orden, como a los hombres boni viri, sacerdotes bautismales por el sacramento del bautismo que pueden acceder al sacramento del Orden si están dispuestos y cumplen los requisitos.
9. Es la coparticipación en los sufrimientos y dolores de su Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, en el martirio por la salvación de las almas
10. La Iglesia, representada por los 12 Apóstoles, ya limpia de cuerpo por el baño del agua bautismal y la fuerza de la Palabra, y es ya pura, santa e inmaculada por el final lavatorio de los pies. La Iglesia tiene tres miembros: las almas comprensoras de la Iglesia Triunfante; las almas purgantes de la Iglesia Expectante en en Purgatorio; los viadores de la Iglesia Peregrina en la Tierra.
ResponderEliminar11. Ser cristiano significa dejarse lavar los pies, o, en otras palabras, creer, tener Fé.
12. Es aceptar que también el cristiano, fiel y consagrado, tiene necesidad del perdón, que también sus pies están sucios, y se limpian con la contrición, las obras, y el sacramento de la penitencia, del bautismo (perdona pecados personales también) y de la extrema unción.
13. Es el único lavatorio verdadero del hombre, el único lavatorio capaz de prepararle para la comunión con Dios, es decir, capaz de hacerle libre del pecado que le hace esclavo: es el lavatorio de la liberación del pecado que nos esclaviza, el agua rompe las cadenas de la muerte primera y segunda
14. El lavatorio no es el amor universal entre todos los hombres, sino únicamente del amor que ha de vivirse en el interior de las pequeñas comunidades eclesiales de los hermanos católicos, es decir, de los bautizados, paso previo antes de realizar estas comunidades dicho amor universal a todos
15. El lavatorio implica que la estructura sacramental a su vez también implica la estructura eclesial, la estructura de la fraternidad jerárquica y carismática.
16. El lavatorio se refiere unas promesas de Cristo, Único y Santo Sacerdote del orden de Melquisedec, por el que hace una alianza de pertenencia y unión inquebrantable entre Cristo con los Apóstoles y sus sucesores en el orden sacerdotal, y les hace copartícipes de los sufrimientos salvíficos de la Pasión, Muerte y Resurrección gloriosa, que sigue con su Ascensión y el Pentecostés del Espíritu Santo para su Iglesia.
Dios hace una Alianza al hombre por el que Dios le da todas sus riquezas (dones, carismas, frutos, milagros, exorcismos, ascesis, Fé, proselitismo, conversión) a cambio de que se sigan las normas morales de los Mandamientos, los Sacramentos, el Credo (dogmas y verdades) y las oraciones y obras de misericordia.
...
La progresiva destrucción de la Liturgia católica latino-romana se ha ido haciendo no sólo con el lavatorio de pies, sino también con los ministerios femeninos del acolitado y lectorado, el estudio del diaconado femenino, la no disciplina del P. James Martin (sector rosa-lavanda) y Traditionis custodes y sus rapidísimas Responsa ad Dubia para acabar con la misa de casi bimilenario Canon Romano (cosa que no ha hecho con las Dubia sobre Amoris laetitia y el Rescripto ex audientia del 5 de junio del 2017 que establece como falso magisterio auténtico la comunión y absolución de los adúlteros impenitentes).
Además, para finalizar el desastre, permitió el cierre de los templos y las misas durante el primer estado de alarma, y cerró totalmente las celebraciones de la Semana Santa del 2020, cosa que puede repetirse en este 2022... algo inédito en la historia de la Iglesia. Y todo se hace desde bases y fundamentos irracionales, arbitrarios, discrecionales y sin fundamento en la tradición divina: el corazón sin razón, la conciencia del "así me parece"... y encima, para más cinismo, si les decimos "el rey está desnudo", nos llaman rígidos tradicionalistas y fundamentalistas pelagianos... ja...