Felicidad a cambio de libertad

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Extraño, muy extraño animal es el hombre, y más extraño aún el que se llama a sí mismo Hombre Sabio.
La felicidad, igual que el amor, se la inventó la naturaleza: fue un invento especial para los mamíferos. Es que la felicidad está diseñada sobre las mamas y por tanto sobre los mamones. Los romanos, que fueron los que pusieron nombre a la realidad mediante esta palabra, asociaron la felicidad con la fertilidad: entendiendo por fertilidad (de fero-ferre, llevar) el hecho de llevar encima los frutos maduros. Así, para los romanos un árbol en el esplendor de su fructificación, era un árbol feliz; una vid cargada de racimos era una vid feliz; un rebaño con abundancia de crías era un rebaño feliz. Así de primitivos eran los romanos, y así iniciaron ellos el concepto de felicidad.
Y llegados al hombre, fue el hombre-hembra el referente de la felicidad. Llamaban feliz (obsérvese que es un adjetivo con terminación femenina) a la mujer que “felaba”, es decir daba de mamar al “filius”, es decir a su mamoncete. Primitivos a más no poder. El hecho indiscutible es que fue en esas realidades tan básicas donde nació el concepto de felicidad. Y amplió la felicidad fisiológica en la psicológica, porque ahí culminaba felizmente, en la lactancia, el proceso de reproducción. Y como no podía ser de otro modo, el hombre magnificó y dignificó la única felicidad que conocía: por eso se empeñó en prolongar el tiempo de su felicidad ya no a costa de su madre, que tenía un límite, sino a costa de la madre del ternero, de la madre del cordero o de la madre del cabrito. Así que después de agotar la leche de su madre, se agarró a las ubres de estas otras madres, para prolongar o acaso perpetuar su felicidad. No se daba cuenta de que prolongando su lactancia, prolongaba su infancia y su infantilidad hasta la absurdez de llamar niños y niñas a los hombres y mujeres hasta los dieciocho años (eso, hoy); y a lo largo de toda la vida a los esclavos y a las esclavas, de manera que tratándolos como niños y niñas, prolongó su infantilidad que ni se sabe.
Libertad de la persona
Luego, a partir de esa felicidad tan primitiva que se dilató de manera tan burda, han ido inventándose toda suerte de felicidades cuyo denominador común es la infantilidad con que cuenta: de tal modo que hasta los más egregios pensadores, han cifrado el ideal humano en la felicidad (vale la pena recordar que en latín tanto al niño como al esclavo lo llaman puer. ¿Por qué será?). Extraño y sospechoso ideal por demás, cuando el más grave déficit del hombre es el de libertad. Cada vez más monitorizado hoy, hasta alcanzar el ideal de la robotización. Parece evidente que la única compensación de ese estado sólo puede ser la felicidad. Y es obviamente una felicidad de diseño. Un diseño que, ¡oh maravilla de maravillas!, inventaron los romanos, que fueron al mismo tiempo los inventores de la esclavitud productiva, es decir de la esclavitud para el trabajo, o como quieren otros más avisados, la esclavitud del trabajo.
Los romanos, en efecto, fueron geniales: no sólo inventaron el derecho romano (que es en realidad el derecho de dominación: derecho de esclavizar y obligación de dejarse esclavizar), sino que institucionalizaron la esclavitud con una firmeza al menos igual a la del derecho. Al asentar su productividad e incluso su inicial retribución, pusieron los cimientos del sistema laboral aún hoy vigente. La clave del gran invento (el invento en que se funda la moderna humanidad) estuvo en asumir el amo la responsabilidad de la felicidad del esclavo, como elemento clave de su manutención. 
¿Y la felicidad del esclavo sobre qué o sobre quién iba a asentarla el amo, sino sobre la esclava, y más concretamente sobre sus “servicios sexuales” al esclavo? La singularidad de ese invento no ha parado de manifestarse en una serie de aplicaciones y derivadas en las que se ha demostrado el enorme “acierto” que tuvo el amo de los esclavos al asumir la noble tarea de hacerse responsable y administrador de su felicidad.
El sistema quiebra totalmente, hasta el punto de desbaratarse el gallinero, cuando el amo asume la tarea de construir también la felicidad de las esclavas. ¡No hay manera! Por más que se esfuerce y por más que adoctrine y amaestre a las esclavas para que se sientan felices haciendo feliz al hombre de la única manera que se le puede hacer feliz, al final de todo resulta que no vale para la esclava lo que tan valioso es para el esclavo. Porque la felicidad del esclavo se perfecciona en el goce de la esclava (en el goce que obtiene de ella). En cambio, la felicidad de ésta no sólo no se perfecciona en el roce con el cuerpo del esclavo, sino que no tarda éste en convertirse en una acentuación de la esclavitud, igual que cualquier otro trabajo.
Claro, claro, clarísimo. Existe una felicidad natural, inventada por la naturaleza para que alcance su culminación el par madre-hijo. Amamantar y mamar es la culminación del proceso reproductor diseñado por la naturaleza. No es nada exagerado que los romanos situaran justo ahí la máxima felicidad de la vida o simplemente la felicidad. Y no hay manera de que el hombre (quiero decir, el macho) participe de esa suprema felicidad. A él sólo le cabe el inicio del proceso. Por eso se empeña en iniciarlo constantemente, sólo iniciarlo y volver una y otra vez a iniciarlo. Me refiero al proceso reproductor. Pero la mujer, diseñada para iniciarlo, desarrollarlo y culminarlo, ni se siente ni se puede sentir realizada en su dimensión reproductiva, mientras no lo culmine. Por eso no puede coincidir con el hombre en una “felicidad reproductiva” que él culmina en lo que para ella sólo es el inicio. Y se empeña en su función meramente inicial, con una insistencia verdaderamente cargante para la mujer. Lo que para el hombre es, en esa abundancia que reclama, el paradigma de la felicidad, para la mujer es en esa abundancia exigida, pesadumbre y trabajo y angustia uterina que dicho en griego es insatisfacción histérica.
Y por si algo le faltara al engrudo, es propio de la mujer comportarse de manera que los hombres se sientan atraídos por ella, porque así lo ha dispuesto la naturaleza para que pueda elegir. Eso le genera infinitos conflictos, porque todo el que se siente atraído por ella, pretende obviamente ser él quien la fecunde. Y al haberse eliminado en su mayor parte la lucha entre los machos que se da en las especies análogas a efectos de selección, y que se dio en la especie humana desde el principio de la historia (véase, p. ej. la Ilíada), siendo siempre el mejor guerrero el que se la llevaba, hoy es la mujer la que ha de cargar con la durísima fatiga de deshacerse de los rechazados. De modo que la violencia que tenía que desplegarse entre machos, el hombre rechazado la descarga contra la mujer. Un tropiezo más para ella. No está dispuesta a dejar de atraer a los hombres; pero no luchan ellos entre sí, sino que ha de luchar ella sola contra todos aquellos a los que rechaza. Por eso algunas culturas le prohíben tajantemente a la mujer casada cualquier forma de vestir o de actuar que pueda atraer a los hombres.
O témpora, o mores! (de ahí la moral), decían los latinos embargados por la nostalgia… No podemos decir nosotros lo mismo. Porque el presente controlado por la omnipresente ideología de género se ha encargado de devolver a la mujer -bajo capa de empoderamiento- a la condición de esclava sexual, de la cual la había liberado la Iglesia con el matrimonio. Pregunten a los abuelos, y les explicarán cómo era que, si querían gozar del matrimonio eso sólo era posible si tenían piso y trabajo fijo; y entretanto y para el resto, la prostitución era el gran alivio. Ahora el macho, libre de cualquier atadura, no tiene que pagar el menú con el adelanto de la perpetua fidelidad, sino que puede comer gratis todos los platos y el postre… Eso sí, con un acuerdo explícito de consentimiento femenino que se prolongará únicamente  mientras ella lo desee: años, meses, días o ¡minutos!
Las vetustas palabras del Génesis son ahora ya lenguaje hetero-patriarcal: Tu ansia te llevará a tu marido y él te dominará (Gn 3,16). ¡Como si con Cristo no hubiese llegado la Redención!... ¿Seguimos entonces en nuestros pecados?
Custodio Ballester Bielsa, pbro. 
www.sacerdotesporlavida.info

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9 comentarios

  1. Don Custodio, la lectura del texto me ha hecho levantar la mirada y bajar de la estantería los libros de un prestigioso primatólogo, Frans de Waal, que busca las raíces de comportamiento humano en nuestros parientes más cercanos. Los títulos de los libros que tengo ante mí son significativos: The Bonobo and the Atheist, Our Inner Ape, Primates and Philosophers y The Age of Empathy.

    Son felices a su manera, que es la que usted dibuja, en la reproducción, que les asegura la tranmisión de sus genes a la progenie.

    Hay otra, como usted sabe muy bien. Una felicidad que se traduce por beatitudo y que es el núcleo de la moral y de la vida del cristiano. Es lo que los profesores de teología moral denominaban de hominis beatitudine, como se titulaba uno de los mejores libros de moral, muy por encima de La Ley de Cristo. Pero claro, ésta la escribió un alemán, Bernhard Häring, y aquél un viejo escolástico riojano, Santiago Ramírez. Sobre la felicidad del hombre es sobre el bien deseado por todos más, la visión divina. Por si uno no estaba curado de espantos y de prejuicios,, recuerdo que estábamos reunidos en Toronto, en su famoso Museo de la Ciencia, avanzadilla y modelo de los que luego vinieron en el mundo entero. Dio la conferencia inaugural el padre de la tectónica de placas. En uno de los ratos perdidos acudí a visitar el Instituto Pontificio de Estudios Medievales, donde el director de la edición leonina de las obras de santo Tomás, tuvo a bien dedicarme generosamente su tiempo y regalarme un libro suyo que ya conocía de referencia: el concepto de movimiento en la física medieval. Al despedirnos me pidió un favor. ¿Sabe cuál? Que le enviara el De hominis beatitudine, de Santiago Ramírez, el mejor libro de moral para aquella mente privilegiada. Ni que decir tiene que le envié el De Ordine, el De Hominis Beatitudine y los cuatro volúmenes sobre la Analogía que por entonces publicaba el CSIC.

    Pero aquí, para nuestra desgracia, los temas de felicidad quedan circunscritos a pensadores epicúreos que son los que llegan a nuestros adolescentes a través de la Etica para Amador, de Fernando Savater.

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    1. El problema de Savater es que no cree en la teosis o participación divina del hombre, y su destino final en la beatitud, plena felicidad. Por lo tanto, dado que es filósofo sin base católica, se apoya en un pagano de tradición acreditada como Epicuro de Samos y secuaces:

      --- La vida feliz, el bien supremo, se asienta en el Hedonismo Racional Ataráxico Autárquico:

      - Felicidad es placer o idoni y tranquilidad o ataraxia, todo gobernado por la autarquía o dominio de sí mismo por la razón más estricta (es decir, sé un pederasta tranquilo, pero antes piensa en tomar todas las medidas de prevención y seguridad, no sea que te queme el escándalo y tengas dolor).

      "Cuando decimos que el placer es la única finalidad, no nos referimos a los placeres de los disolutos y crápulas, como afirman algunos que desconocen nuestra doctrina o no están de acuerdo con ella o la interpretan mal, sino al hecho de no sentir dolor en el cuerpo ni turbación en el alma. Pues ni los banquetes ni los festejos continuados, ni el gozar con jovencitos y mujeres, ni los pescados ni otros manjares que ofrecen las mesas bien servidas nos hacen la vida agradable, sino el juicio certero que examina las causas de cada acto de elección y aversión y sabe guiar nuestras opiniones lejos de aquellas que llenan el alma de inquietud." [por tanto, se puede gozar con jovencitos y mujeres si primero haces un juicio certero, y tomas medidas para alejar el dolor corporal e inquietud anímica]

      - Epicuro es un relativista del mal menor, como se ve en su Carta de Epìcuro a Meneceo: "Según las ganancias y los perjuicios hay que juzgar sobre el placer y el dolor, porque algunas veces el bien se torna en mal, y otras veces el mal es un bien."

      Para él, habría sido partidario del mito de Escila y Caribdis, cuando Ulises debe elegir entre dos males: al escoger acercarse a Escila, perdió seis compañeros, pero si hubiera navegado junto a Caribdis, habrían muerto todos: incidit in scyllam cupiens vitare charybdim (cayó en Escila por querer evitar Caribdis, del fuego a las brasas).

      También de la tabla de Carneades: un náufrago se salva, pero a costa de ahogar a otro.

      - Hedonismo como placer elegido racionalmente, algo parecido al intelectualismo ético: selecciona el placer que sea pero "pensando" siempre en los motivos, desarrollo y consecuencias. El dolor del cuerpo (contra la aponía) y la turbación del espíritu (contra la ataraxia) es consecuencia de un placer desordenado, no elegido con criterio y prudencia. Aplicado a hoy: usa el preservativo, y si no, píldora abortiva, y si no, aborto inmediato, y si no, desaparece con todo y vete a otro sitio (aquí, el pensamiento de Hannibal Lecter es otro, pero su elección el moral, pues la pensó, buscando su menor mal).

      - La ataraxia o ausencia de dolor espiritual y la aponía como ausencia de dolor corporal, más la elección predilectiva por los placeres catastemáticos y no cinéticos (placer sin dolor frente al placer que lo causa), se suma la creencia "marxista" de Epicuro que los males del alma están causados por la ignorancia más los temores que producen las falsas opiniones y las creencias erróneas (p. ej. el catolicismo), que perturban nuestro espíritu. La sociedad y la educación [católicas] tienen bastante culpa, ya que fomentan dicho estado. Epicuro dice que el bien consiste en buscar el placer y huir del dolor, pero pensando... Es, pues, la base del statu quo sistachiano: haz lo que quieras, pero sin escándalo.

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    2. Casi me ha convencido de hacerme epicúreo

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    3. 11:03, el casi sobra: es o no es epicuro.

      Epicuro muy posiblemente es un grecobudista, pues su aponía, ataraxia, autarquía y catatesmia son propios del nirvana y su camino de eliminación del dolor y la ilusión, pero a la griega: el nirvana en la orgía.

      La introducción de la Grecia helenística en el budismo comenzó cuando Alejandro Magno conquistó el Imperio Aqueménida y otras regiones de Asia Central en el 334 a.C.

      El pirronismo fue una escuela de escepticismo, compartiendo fundamentos budistas (grecobudismo), fundada por Pirrón en el siglo IV a.C.

      Otro grecobudista fue el cínico Onesicrito (que navegó con Alejandro Magno a la India), quie dijo:

      "Nda de lo que le pase a un hombre es bueno o malo, las opiniones son sólo simplemente sueños. ... La mejor filosofía es aquella que libera a la mente del placer y la pena."

      En Grecia eran conocidas las historias de los gimnosofistas o filósofos ascetas hindúes.

      Por cierto, la ciudad de Gadara, a solo un día de Nazaret, fue particularmente notable como centro de la filosofía cínica, y un estudioso, Mack, ha descrito a Jesús como "una figura de tipo cínico bastante normal". Para Crossan, Jesús era más bien como un sabio cínico propio de una tradición judía helenística, y no tanto como un Cristo que moriría en sustitución de los pecadores o un mesías que quería establecer un estado judío independiente de Israel. Otros estudiosos dudan de que Jesús fuera profundamente influenciado por los cínicos, y consideran que la tradición profética judía es de mucha mayor importancia. Vivir para oír esto...

      Como la Iglesia Católica es de base grecobudista, egipcia, romana y judía, nuestros cínicos antisistema son los marxistas de la teología progresista, modernista y de la liberación, nuestros "vive la vida con discreción" son los epicúreos de doble vida y doble moral, y la Nueva Era católica (mindfulness, zen, yoga) son los budistas de laano de Pannikar et al... Nada nuevo bajo el sol...

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    4. ¡QUÉ NIVELAZO!

      Efectivamente, yo también exclamo con el comentarista de las 19:14, ¡qué nivelazo! Del artículo y de los comentarios. Es una delicia leerlos. Quedan todos efusivamente felicitados.

      Pero aparte de la reflexión etimológica sobre la felicidad, creo que muy bien traída (tengo para mí que la principal causa de infelicidad que nos acecha es la falta de hijos), me interesa mucho la contraposición del articulista entre felicidad y libertad. Y yo diría que en cierta manera viene a afianzar esta contraposición, el nombre griego de la felicidad, que no sólo no tiene nada que ver con el nombre latino, sino que por lo menoos aparentemente tiene todo que ver con la libertad.

      En efecto, los griegos a la felicidad la llaman "eudaimonia"; y eso no parece tener nada que ver con el pasárselo bien (aunque empiece por "eu"), sino con el "daimónion" que, transliterado al latín acaba siendo el "dominium". En cualquier caso el "daimon" (que acabará siendo el demonio: todos los dioses -"dáimones"- paganos acabaron siendo calificados de demonios) en origen es el poder divino. En ese caso, la eudaimonía sería tener a favor (eu) el poder divino.

      En cualquier caso, se trata de un término de largo recorrido, con una gran evolución de significados. Sin olvidar que una segunda línea de significado de "dáimon", igualmente muy asentada, fue la de "sabio, experto, hábil...", con lo que sin ser totalmente transparente la visión que tuvieron los griegos de la felicidad, es evidente que se apartaba mucho de la que forjaron los romanos. No estaría nada mal que en el subconsciente de la palabra "eudaimonía" circulase la idea de "buena sabiduría, buen manejo, buen acierto".

      Y una vez puestos en la felicidad de carácter fisiológico que nos dejaron los romanos en herencia, a la que se refiere el artículo, y que modernamente se está potenciando tanto, me da mucho que pensar la inevitable diferencia entre la felicidad masculina y la felicidad femenina, dada la notable diferencia anatómica y fisiológica (por lo que se refiere al modernísimo foco de la felicidad) entre el hombre y la mujer; a la que inexorablemente hay que agregar la no menos profunda diferencia psicológica.

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  2. Totalmente de acuerdo con el Sr Valderas Gallardo.

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  3. Uffff...que nivelazo, yo seguiré rezando el Padrenuestro y que Dios me de luces para entender el día a día ...

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