SERMÓN TERCERO DE SAN BERNARDO DE CLARAVAL
1. En la Circuncisión del Señor, hermanos míos, tenemos que amar, y que admirar, y también que imitar. Está manifiesto en ella el gran beneficio de la dignación divina, que exige nuestro reconocimiento: al mismo tiempo se encubre en ella, lo que debemos en nosotros mismos cumplir. Porque vino el Señor al mundo, no solo para redimirnos con la efusión de su sangre, sino para enseñarnos con sus palabras, e instruirnos con sus ejemplos. Pues, así como no nos aprovechará saber el camino, si estuviéramos presos en la cárcel, tampoco aprovechará sacarnos de la cárcel, si ignorando el camino el que primero nos hallara, nos volviera a meter allí. Y por esto en la edad más crecida nos dio el Salvador manifiestos ejemplos de paciencia, humildad, caridad y de todas las virtudes: más en la niñez dio estos mismos ejemplos, aunque disimulados y encubiertos con figuras.
2. Pero antes de llegar a explicar esto, quisiera decir algo de tan grande y tan manifiesta dignidad. Tienen los ángeles una gloria pura y perfecta: pero tampoco nosotros estaremos privados de gloria. Su gloria estamos viendo, gloria como de quien es el Hijo único del Padre, gloria de misericordia y de un afecto verdaderamente paternal, gloria del que procede del corazón del Padre, y que está mostrando con nosotros unas entrañas con toda la ternura de Padre. Todos pecaron, dice el Apóstol, y tienen necesidad de la gloria de Dios. Y en otra parte: Esté lejos de mí, dice, gloriarme en otra cosa, que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué cosa más gloriosa para nosotros, que habernos Dios estimado tanto? ¿O qué mayor gloria para él, que tan especial dignación, y tan grande benignidad, que se hace tanto más dulce y amable, cuanto es más graciosa; pues murió por unos pecadores? Ved cuanto hizo y por cuales; por cuales para no ensoberbecernos; cuanto para no perder la confianza. Así, para que no se halle en vosotros el espíritu de este mundo, sino el espíritu que viene de Dios, y sepáis los bienes, que el Señor os ha hecho: no queráis, os ruego, haceros como el caballo y el mulo, sino como el piadoso jumento, que dice: Como un jumento me hice en vuestra presencia, y con todo eso estoy siempre con vos. Tales jumentos conocen a su Dueño, y el pesebre de su Señor: en el cual está puesto para ello el piadosísimo heno, el mismo que es pan de los ángeles. Este es el pan vivo de que debió comer el hombre; pero, porque el hombre se hizo jumento, el pan también se hizo heno, para que a lo menos así viva de él.
3. El sacramento de esta mutación sin duda se celebró en el Día del Nacimiento, pues el Verbo se hizo carne, siendo toda carne heno. Tomando en su encarnación forma de hombre, se hizo inferior a los Ángeles un poco, pero en este día ya escucho otra cosa más maravillosa. Ya está abatido mucho más abajo de los ángeles, pues no solo tiene la forma de hombre, sino la forma de pecador, y fijan en él, como con un cauterio, la nota de ladrón. Porque ¿qué otra cosa es la circuncisión, sino indicio de superfluidad, y de pecado? En vos, Señor Jesús, ¿qué puede haber superior, para que deba circuncidarse? ¿Por ventura no sois Dios verdadero, engendrado de Dios Padre, y verdadero hombre sin pecado alguno, nacido de la Virgen Madre? ¿Qué hacéis vosotros circuncidando este Niño? ¿Pensáis por ventura, que podrá caer sobre él aquella sentencia que dice: "Todo varón cuyo cuerpo no fuere circuncidado, será exterminado de en medio de su pueblo". ¿Podrá el Padre olvidarse del hijo de sus entrañas, ó no le conocerá, sino tuviere la señal de la circuncisión? Antes, si fuera posible desconocer al Hijo, que es el objeto de sus complacencias, por esta señal le pudiera desconocer; pues es la que él dispuso para los pecadores, con el fin de purificarlos de sus delitos. Pero ¿qué maravilla es, que la cabeza, estando sana, reciba en si la medicina de los miembros enfermos? ¿Cuántas veces acaece recibir un miembro la cura y medicina de otro? Nos duele la cabeza, y se hace la sangría en el brazo: está enfermo el hígado, y sangran dolientes los pies. De esta manera es cauterizada hoy la cabeza, para curar la corrupción de todo el cuerpo.
4. En fin, ¿qué maravilla, que por nosotros quisiese ser circuncidado, el que por nosotros se dignó morir? Todo él verdaderamente me fue dado, y todo él fue expendido en mis propios usos. Oyendo yo, que pasaba por delante de la cárcel el hijo de un gran Rey, comencé á gemir más alto, y a exclamar más lastimosamente diciendo: Hijo de Dios tened misericordia de mi. Y él como benignísimo: ¿qué lloro, dice, y qué lamento es éste, que escucho? Entonces le responden: este es aquel traidor Adán, a quien vuestro Padre hizo poner en la cárcel, mientras que delibera con que genero de tormentos le hará morir. ¿Qué haría aquel Señor, cuya naturaleza es la suma bondad, aquel Señor de quien es propio tener siempre misericordia, y perdonar? Baja a la cárcel misma a sacar de ella al miserable prisionero. Mas los judíos no olvidados del odio, que habían tenido a su Padre, le ejercitan también en el Hijo: por lo que dice él mismo: A mí me han aborrecido, y a mi Padre también. ¿Qué hicieron pues los impíos, que en solo mirarle sentían pena? Este es el Heredero, dicen, venid y matémosle. Así quitaron la vida al Cordero de Dios; con daño suyo a la verdad, pero para nuestra salud. Porque ellos derramaron la sangre del Cordero: nosotros nos llegamos, y bebimos de ella. Nosotros recibimos el cáliz de la salud que tiene la virtud de embriagar las almas ¡qué admirable es! Ved aquí lo que exige nuestro reconocimiento. Pocos dirán, que celebramos su venida a esta cárcel del mundo, es decir el día de su nacimiento: pero hoy ya celebramos, que tomó nuestros grillos, y prisiones. Hoy aquel Señor, que no hizo pecado, para librar a los reos, metió sus inocentes manos en sus cadenas: hoy se puso bajo de la ley, el mismo que dio la ley.
5. Digamos ya lo que espiritualmente se nos enseña, que hagamos nosotros, en esta circuncisión. Porque, ni sin causa se mandó en la ley, ni sin causa se cumplió en el Señor la circuncisión en el octavo día. Pero ¡quién conoció los designios del Señor, ó quien ha sido su consejero. Asista favorable a nuestros deseos aquel espíritu, que investiga los misterios sublimes de Dios, y dígnese explicarnos el misterio de este octavo día. No ignoramos, que es preciso ya, que el hombre nazca de nuevo; pues por eso nació otra vez el Hijo de Dios. En pecado nacemos todos, y es necesario, que renazcamos por la gracia; la cual recibimos en el bautismo: mas ¡ay! todo pereció en la vida secular. Ahora por primera vez, apiadándose Dios de nosotros, la virtud de la gracia hace, que caminemos en una nueva vida. Así, debemos decir, que nace el hombre, cuando nace en su alma el sol de la justicia, ilumina las tinieblas de sus pecados, y presenta a los ojos de su corazón el horrendo juicio de Dios, añadiendo para estrechar más el lazo del terror, el número breve de sus días, y su fin tan incierto. Esa es verdaderamente aquella tarde, a que debe extenderse el llanto, y es necesario añadir a ella la alegría de la mañana, para que Dios nos haga oír su misericordia. De este modo, de la tarde y de la mañana se forma un día. Este día, pues, es día de justicia, porque da a cada uno lo que es suyo: al hombre la miseria, a Dios la misericordia. En este día nace el Niño, cuando por los motivos que hemos dicho, se excita el ánimo del hombre al amor de la penitencia, y al aborrecimiento del pecado.
6.Mas, como no dejaría de ser peligroso, si se resolviera a hacer la penitencia entre las turbaciones del siglo: en donde unos con venenosas persuasiones, otros con malos ejemplos, le incitarían al pecado; otros también le impulsarían a vanaglorias con lisonjas; otros a impaciencia con sus murmuraciones; es necesario que vaya delante del hombre la luz de la prudencia y le muestre cuantas y que importunas oportunidades, y ocasiones de pecar ofrece, y sugiere el mundo, especialmente en estos desgraciados tiempos: qué débil es contra sus conatos el corazón humano particularmente el que se ha criado en la costumbre de pecar: en este día pues de la prudencia escoja huir del presente siglo malo diciendo con el Profeta: Yo aborrecí la junta de las personas que están llenas de malignidad y no tomaré asiento con los impíos. Pero todavía no basta esto porque quizás delibera retirarse a la soledad, no atendiendo bien a su propia flaqueza ni a la peligrosa lucha del diablo. Porque ¿qué cosa más peligrosa que combatir solo a las astucias del enemigo antiguo que le ve a él y él no puede verle? Así ya tiene necesidad el hombre del día de la fortaleza, en que reconozca que sus fuerzas se han de poner y conservar en el Señor y que debe buscar su defensa en el escuadrón formado de muchos que viven asociados en congregación, en donde son tantos los auxiliares como los compañeros, y tales que pueden decir con el Apóstol: No ignoramos las astucias del enemigo. Una congregación regular por su fuerza es terrible como el ejército ordenado en batalla. Más hay del hombre solo porque si llega a caer no habrá quien le levante. Y si leemos que fue concedida esta gracia a alguno de los antiguos Padres, no conviene exponerse temerariamente a este peligro ni conviene tentar a Dios según lo que dice nuestro maestro de los Anacoretas: Los que no con el fervor novicio de su conversión. Así en ese día de la fortaleza a lo que había comenzado el hombre a decir, aborrecí la junta de los que están llenos de malignidad, añade también lo que se sigue: lavaré entre los inocentes mis manos.
7. En este estado ya, en que ha escogido vivir en la congregación de muchos, ¿querrá acaso ser maestro, el que todavía no fue discípulo, y enseñar lo que jamás aprendió? Pero ¿cómo podría templar en si o en otros los movimientos irracionales de sus pasiones? Ninguno tuvo odio jamás a su propia carne. ¿Cómo pensáis, que si este hombre se hiciera maestro suyo, con facilidad dejara algunas veces de condescender consigo mismo, tanto más anchamente, cuanto más familiarmente se trata? Esclarezca pues en él la virtud de la templanza, para que busque como pueda y refrene los desordenados movimientos del deleite, los irracionales movimientos de la curiosidad, los orgullosos movimientos de su altivez. Elija estar despreciado en la casa, y sujeto a su Maestro, bajo del cual sea quebrantada su propia voluntad, reprimida con el freno de la obediencia su concupiscencia, y se cumpla así lo que dice el Profeta: "Pusisteis hombres sobre nuestras cabezas". Ni se desdeñen los consejos pues no es mayor que su Señor el siervo. Así Jesucristo habiendo ya crecido en edad, y en sabiduría y gracia delante de Dios, y de los hombres, teniendo ya doce años, se quedó en Jerusalén y predicó las escrituras pero, obediente, volvió a su casa requerido por la Virgen María y José, al que tenían por su padre. Por eso debéis ser fieles en obediencia por amor y de una manera semejante.
8 Ya en el mismo camino de la obediencia pueden ocurrir algunas cosas ásperas, y duras, si te imponen preceptos, que aunque saludables, parezcan menos suaves. Y si comienzas a sentir molestia en esto, si a juzgar al Prelado, si a murmurar en tu corazón: aunque en lo exterior cumplas lo mandado, no será esto virtud de obediencia, sino velo de malicia. Por tanto es necesario, que te amanezca el día de la paciencia, para que abraces todas las cosas ásperas y duras con una conciencia silenciosa; juzgándote más antes a ti mismo, y reprendiéndote duramente, de que te desagrade lo que es tan bueno para la salud de tu alma, y ayudando en tu mismo pensamiento, en cuanto puedas, la causa del Maestro contra ti propio; procurando acusarte en todo, y excusarle a él al mismo tiempo.
9. En esta situación ya, juzgo, que debes precaverte contra la soberbia. Porque es una cosa grande enteramente vencerse de este modo a sí mismo. El hombre paciente, dice Salomón más que el fuerte, y el que se hace Señor de su ánimo, vale más que el que conquista ciudades. En fin, considera, que claramente enseña el Profeta, que es necesaria la humildad después de la paciencia, diciendo: "pero tu alma mía permanece sujeta a Dios, puesto que de él mismo viene mi paciencia". ¿No parece aquí, que había sentido alguna tentación de soberbia, con la ocasión de su paciencia? Es necesario pues, que iluminen tu corazón los rayos de la humildad, y te manifiesten lo que es de ti, y lo que es de Dios, para que no presumas altamente de ti mismo: Porque Dios resiste á los soberbios, y da su gracia a los humildes.
10. Cuando ya por largo tiempo te hayas ejercitado en todas estas cosas, ruega, que te sea dada la luz de la devoción, día serenísimo y sábado del alma, en que, como un soldado lleno de servicios, vivas en todos los trabajos sin trabajo, corriendo con un corazón dilatado en el camino de los mandamientos de Dios, para que lo que antes hacías con amargura, y opresión de tu espíritu, en lo adelante lo ejecutes ya con suma dulzura y deleitación. Esta gracia (si yo no me engaño) pedía aquel que decía: Concededme que yo reciba algún refrigerio. Como si dijera: ¿hasta cuándo viviré atormentado en este sudor, y dolor? ¿Hasta cuándo estaré muriendo todo el día? Concertadme que yo reciba algún refrigerio. Pero también son pocos los que llegan a esta perfección en esta vida: ni aunque a alguno le parezca haberla conseguido alguna vez, debe luego fiarse de sí mismo, especialmente si es novicio en la vida espiritual, y no ha subido a ella por los dichos grados. Suele nuestro piadoso Señor Jesucristo atraer a si con semejantes caricias a los de poco corazón. Pero sepan estos tales, que les han prestado esta gracia, y no se la han dado: para que así en el día de los bienes se acuerden de los males, y en el día de los males no se olviden de los bienes. Muy de otra suerte aquellos, que tienen ejercitados los sentidos de su alma en la vida espiritual, gozan de esta feliz dulzura de devoción. Pero muchos toda su vida caminan a ella, y no llegan a alcanzarla: a los cuales sin embargo, si piadosa y constantemente lo intentaron, al punto que salen del cuerpo, se les da lo que, para provecho suyo, se les había negado en esta vida, llevándoles la gracia sola a donde antes caminaban ellos con la gracia.
11. Mas a los que llegan a esta gracia de devoción un solo peligro les resta, y deben enteramente recelarse de los asaltos del demonio de medio día; porque el mismo Satanás se transforma en ángel de luz. Esto es lo que debe temer el que hace, todas las cosas con tanta deleitación no sea acaso que siguiendo su afecto, destruya el cuerpo con inmoderadas mortificaciones; y después se vea precisado a ocuparse con grave detrimento de los ejercicios espirituales, en curar sus achaques. Así, para que no tropiece, el que corre, es necesario, que le ilumine la luz de la discreción, que es la madre de las virtudes, y la consumación de la perfección. Esta enseña, que nada se haga con exceso; y este es el día octavo, en que se circuncida el Niño; porque la discreción verdaderamente corta en rededor, para "que nada se haga más, ni menos de lo que es razón". El que es nimio, corta el fruto de la buena obra, no le circuncida; lo mismo hace el tibio, si se puede decir, que lo hace. En este día pues, se pone el nombre, y nombre de salud, ni dudare decir del que así vive, que obra su misma salud. Hasta este día pueden hablar los ángeles, que saben los secretos celestiales; pero yo ahora por la primera vez confiadamente le pongo el nombre de salud. Pero, porque enteramente es ésta una rara ave en la tierra, supla en nosotros, hermanos míos, el lugar de la discreción la virtud de la obediencia, de modo que nada más, nada menos, nada diferentemente hagáis de lo que os están mandado.
RESUMEN Y COMENTARIO
San Bernardo repasa la doctrina habitual de la Iglesia basada en la condenación primigenia del hombre y su posterior posibilidad de salvación gracias a Nuestro Señor Jesucristo. Lo compara con un preso que pide auxilio desde su celda y, en su felonía, los mismos guardianes intentan acabar con el rescatador.
Por el pecado la naturaleza del hombre se asemeja a la de un jumento. El pan espiritual se degrada, igualmente, hasta convertirse en heno.
Hace hincapié en el octavo día que, vuelve a insistir, lo considera como una posibilidad de comenzar de nuevo.
El misterio del sometimiento a una circuncisión innecesaria se asemeja al del sacrificio de muerte-resurrección.
Posteriormente hace una serie de consideraciones de por qué el camino espiritual debe recorrerse en comunidad, para evitar peligros, y basándose en la humildad, la paciencia, la progresiva ascensión espiritual y la obediencia.
El Directorio de Mayo Floreal
Creo reocordar, de otros sermones, lo siguiente:
ResponderEliminar1. Que la circunsición al octavo día representa el cumplimiento y la obediencia a la Antigua Alianza de la Familia Sagrada, que es Palabra de Dios y a la vez, obra efectivamente cumplida por el Pueblo de Dios elegido hacia todos sus varones en toda la historia.
2. Que la circunsición prueba que Jesús fue un verdadero Hombre, dado que derramó sangre.
3. Que la circunsión también está presente María, pues la sangre de Jesús es también sangre de María.
4. Que la circunsición es derramamiento de sangre de Jesús y al estar implicado su cuerpo, es una remisión al sacrificio de la Santa Misa, la cual anulará la Antigua Alianza y dará vigencia a la Nueva Alianza.
Hermosa reflexión, sobre todo para mí que llevo ese nombre de pila. Benditos mis padres al ponérmelo.
ResponderEliminarMenuda cruz pobre señora!
EliminarCircuncisión es nombre MASCULINO, al loro!!!
Eliminarla circuncisión se la hacen a los hombres... no me imagino a ningún hombre llamarse así...
EliminarDudo que haya comentarios. Los que opinan en Germinans Germinabit están interesados solamente por la POLÍTICA: eclesiástica o civil.
ResponderEliminarHe de confesar que he tenido que leer más de una vez el texto escogido por ustedes, del sermón tercero de San Bernardo de Claraval. Una vez leído y releído, y recogido, al menos en parte, su enseñanza, no puedo menos que felicitarles por su selección, señores del Directorio de Mayo Floreal.
ResponderEliminarTambién desearles toda suerte de felicidad, la bendición del Señor durante todo 2019 y agradecerles una vez más su trabajo.
Muchas veces no sabemos explicar en qué consista la Tradición, una fuente de revelación junto con los textos sagrados o bíblicos. Siempre me pareció ingenua la pretensión de que los fieles interpretasen la Sagrada Escritura por lo que en aquel momento de la llamada lectura bíblica les pasara por la mente, al modo protestante. Pretender que Dios revela en cada momento su voluntad y su sentir a cada uno de nosotros es de un simplismo mejorable. Cierto es que la Escritura nos habla a cada uno de nosotros y nos inspira, pero de ahí a tomarlo por palabra de Dios media un abismo.
ResponderEliminarLa Tradición es la forma en que los Padres, los santos, los Pontífices y los Concilios han interpretado y han vivido el mensaje de Cristo. Por eso creo que en la lectura bíblica de las parroquias sería necesario que se introdujera la interpretación del text analizado realizada por autores como San Bernardo a propósito de la Circuncisión. Dentro de los géneros bíblicos, la interpretación espiritual es determinante. Bien está que si el sacerdote o el que preside la lectura bíblica conoce el significado de la circuncisión en la cultura semita y en la tradición hebrea en particular la exponga, pero fortaleceremos la fe de los fieles si la alimentamos con textos como el traído hoy aquí. Mi enhorabuena. Es un texto de extraordinaria profundidad teológica, donde se expone el vínculo entre la ley y la salvación mediante la reparación del pecado.
Totalmente de acuerdo con el Sr Valderas Gallardo.
EliminarQue este nuevo Año del Señor 2019 nos depare PAZ y TRANQUILIDAD, sobre todo en nuestra querida PATRIA HISPANA. Cataluña incluida , por supuesto!
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