Me he adentrado también yo en uno de esos callejones desiertos, empapados de incienso y mirra, besados por los sueños, por los perfumes y engalanados por fragmentos de milenaria civilización. Me he escondido tras haber perdido las huellas de aquel Hombre, que clavado en una Cruz, se alzaba encima de aquel cerro desnudo de Jerusalén. Allí arriba colgaba el capitán de una cuadrilla de locos que había osado desafiar las tradiciones multiseculares de escribas y fariseos. Solo, en compañía de una mujer y de un amigo, desafiando la burla, el escarnio y los insultos de la humanidad. Todos los demás habían huido, presos de un terror que había desmantelado sus seguridades, sus sueños vencedores, su fortaleza.
Es todavía noche cerrada cuando ensancho la mirada: los animales aún acurrucados al calor de la paja, pero ya en dos o tres casas de Jerusalén hay movimiento. Linternas que encienden, chimeneas que empiezan a humear, mujeres atareadas que se peinan, se visten, se preparan. El gallo, escondido en la tienda del zapatero, acepta el desafío que ha recibido desde la otra orilla del torrente Cedrón: aquel gallo que será famoso por haber cantado la infidelidad de Pedro. Es este canto tempranero que pone la música a los pies de tres mujeres que, en el amanecer de una mañana toda hebrea, en el cruce de tres caminos diferentes, se hacen la misma pregunta: ¿quién nos retirará la piedra del sepulcro? Terror de madres, preocupación de esposas, espera de enamoradas. La delicia en los evangelios es mujer. Tienen miedo pero no tiemblan, están aterrorizadas pero no se olvidan de amar, están destrozadas pero no paran de sonreír en sus sueños. Es cuando sale el sol, cuando el cielo empieza a dar muestras de su maestría que se alzan los cerrojos de las puertas y empiezan el viaje. No pueden olvidar: vuelven al sepulcro para que las mujeres custodian las puertas de la naturaleza que fabrica vida y amor. Se avergüenzan de vivir en una ciudad que rechaza los sueños y envía a la muerte fuera de sus murallas a aquel que tiene sed de cielos nuevos y tierra nueva. Para ellas, y para nosotros, es la pregunta. "¿Por qué buscáis entre los muertos a Aquel que vive?"
Dom Adalbert Puigseslloses
*Escrito publicado en "Revista Digital Catalunya Central".
Muy poético; precioso. Pero Jesús no nos lleva hacia los sueños, sino fuera, precisamente, de la pesadilla en la que Adán y Eva cayeron, y que tan lucrativa era para las castas dirigentes judías. Los hombres vivían encadenados en esa diabólica caverna, atemorizados y dejándose dirigir por quienes aspiraban solamente a mantenerlos allí. Cristo nos lleva a la Verdad. Sólo el verdadero Señor nos quiere libres de todo sueño.
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