Reflexión a modo de notas hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo
LA EMOCIÓN DE LA TÍA: NO ENTENDIÓ MUCHO AQUEL DÍA
Con el alma quemada por el deseo del Reino. En el inicio, triste suerte la suya: llegado demasiado tarde para hacer carrera entre los profetas, y demasiado pronto para hacerla entre los apóstoles, el Bautista -última esperanza de un pueblo desesperado- casi aparecía a sus ojos como el Mesías. Él, el acusador del Mar Muerto; el Otro, el libertador del Mar de Tiberiades. Desde los tiempos de Moisés, triste suerte la de los precursores: llegarán hasta las orillas del Jordán pero no gozarán de la Tierra Prometida. Allanarán la ruta a Aquel que camina tras ellos, pero un día les pasará por delante: prepararán un trono en el que nunca podrán sentarse ni reposar.
El profeta no es un filósofo: poco le importa si el mundo está hecho de agua o de fuego, si el agua y el fuego no bastan para volver mejores las almas de los hombres. Es poeta sin quererlo ni saberlo, cuando la plena indignación y el esplendor de los sueños le ponen en boca imágenes fuertes que los retóricos no sabrán jamás inventar. No es sacerdote porque no ha sido ungido en el Templo de los guardianes mercenarios de las Escrituras. No es rey porque no tiene mando sobre los soldados y tiene como espada sólo la palabra que viene de lo alto. No es soldado pero está siempre preparado para morir por su Dios y su gente. El profeta es una voz que habla en nombre de Dios, una mano que escribe bajo el dictado de Dios, un mensajero enviado por Dios para avisar a quien ha perdido el camino, a quien se ha olvidado de la Alianza, a quien no hace buena guardia. Es el secretario, el intérprete, el enviado de Dios, y pues, superior al rey que no obedece a Dios, al sacerdote que no entiende a Dios, al filósofo que niega a Dios, al pueblo que ha abandonado a Dios para correr tras los ídolos de madera y de piedra.
Cristo hoy tiene treinta años más o menos: la liturgia corre veloz, poco respetuosa de los almanaques del hombre. Escondido en el taller de Nazaret, aprende los últimos secretos del padre carpintero y la madre lavandera. Treinta años es la edad buena: antes es demasiado temprano, después será demasiado tarde.
El Nazareno perfila los últimos trazos de su escultural belleza de Hombre. El amigo y primo, que impertérrito se encuentra a orillas del Jordán, continúa con gran magnetismo su labor de limpieza. Lo confunden con el Mesías pero él no está dispuesto a ello. Su profesión es preparar el camino, recorrerlo será la obra del Amigo y primo que en Nazaret se está abrochando las sandalias y que prepara su ya casi inminente partida para la vida pública. Los bautiza, los reprende, condena su maldad y hace reverdecer las virtudes: había sido creado adrede por el Altísimo con el fin de conquistar las mentes y orientarlas hacia el Cielo. E iban al Bautista porque se sentían sucios y manchados. Él no es el esperado, lo es Otro: “Yo os bautizo con agua, pero detrás de mí viene Otro, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego”.
Y el Otro, el silencioso predicador de Nazaret, se cuela en la fila de los impuros de la misma manera que tras el Anuncio, su Madre se coló entre las lavanderas de Nazaret, sin dejar entrever que en su seno había puesto su morada el Altísimo. Puro entre los impuros haciéndose bautizar por Juan: jamás considerará un tesoro celoso su igualdad con Dios, sino que se despojará de sí mismo y se acercará como por casualidad a la orilla del Jordán pidiendo al Bautista el agua de purificación. No hay suciedad en aquella carne venerada por los pastores y perfumada por los Magos. Sin embargo, inclinarse frente al amigo es el gesto típico de los pecadores y un darle gracias por la tarea llevada a cabo. Lo mira y se miran: quien sostiene el cuenco de agua en la mano ha sido un embajador fiel, un amigo leal, un hombre de una pieza. Se habían entrecruzado en la voz aún antes de nacer, cuando Juan exultó en el seno de Isabel apenas María cruzó el umbral de la puerta de Casa Zacarías con el Eterno en su vientre. Hoy el uno pasa el testigo al Otro como signo de fidelidad.
En la orilla del Jordán no hay tías ni padrinos emocionados y aún menos encajes en los faldones como en el día de nuestro bautismo. Es el inicio de una aventura que ni el mundo imaginaba, comenzada en el modo más humano que el mundo conocía: puro entre los impuros sin ningún miedo a contagiarse. Un día se convertirá en el áncora de salvación de los impuros, en la piedra de tropiezo de los “justos”, en aquel que separará las aguas de la historia. Hoy sólo está arrodillado, con el agua mojándole la cabeza. Podía haberse quedado así: hubiera sido un Dios cómodo y tranquilizador. En cambio mañana, desde las multitudes del Jordán, se sumergirá en la soledad del desierto: el primer regalo no será un milagro sino simplemente compartir con nosotros la condición de quien nace hombre, que se llama tentación. A pesar de las buenas intenciones de la familia que estaba sonriendo en el día de nuestro bautismo. Quién sabe con qué privilegio se habían confundido.
Fr. Tomás M. Sanguinetti
Fray Tomás, muchas gracias por esta Glosa referente al Bautismo de Jesús.
ResponderEliminarMomento propicio para recordar nuestro propio Bautismo, cumpliéndose así las palabras del Bautista "Detrás de mi viene Otro que os bautizará con el Espíritu Santo".
Seamos agradecidos a ese DON maravilloso, que DIOS NOS HA DADO, de hacernos HIJOS ADOPTIVOS Y POR TANTO HEREDEROS DE LA VIDA ETERNA.
EL BAUTISMO: INICIO RADICAL PARA SER CRISTIANO.
ResponderEliminarLos primeros cristianos ven el bautismo como un NUEVO NACIMIENTO.
Experimentan un gran cambio en su interior: se borran el pecado original, sus culpas pasadas y comienzan una nueva vida. La vida como hijos de Dios.
Por el bautismo y el carácter que imprime en el alma, el cristiano se hace capaz para recibir todas las gracias para una plena identificación con Cristo.
Recibe la gracia santificante y los dones del Espíritu Santo. Se le abren las puertas del cielo.
Ojalá también nosotros seamos consecuentes con la elevada dignidad de nuestro BAUTISMO y sepamos comportarnos como verdaderos hijos de Dios en todos los ambientes y circunstancias en las que nos movamos.
Algunos textos de los primeros cristianos sobre el Bautismo
1. (Es preciosa la descripción que hace San Ignacio de Antioquía del Bautismo como nuestra armadura en la lucha…)
Vuestro bautismo ha de ser para vosotros como vuestra armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una lanza. (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a Policarpo, 5, 1-8)
2. (El Bautismo supone volver a nacer, ser creados de nuevo…)
Al renovarnos por la remisión de los pecados, nos ha dado un nuevo ser, hasta el punto de tener un alma como de niños, según corresponde a quienes han sido creados de nuevo. (EPÍSTOLA DE BERNABÉ, 6,1)
3. (Magnífico texto de San Basilio sobre lo que supone el bautismo para el alma del cristiano…)
En el bautismo se proponen como dos fines, a saber, la abolición del cuerpo de pecado, a fin de que no fructifique para la muerte; y la vida del Espíritu, para que abunden los frutos de santificación; el agua representa la muerte, haciendo como si acogiera al cuerpo en el sepulcro; mientras que el Espíritu es el que da la fuerza vivificante, haciendo pasar nuestras almas renovadas de la muerte del pecado a la vida primera. Esto es, pues, lo que significa nacer de nuevo del agua y del Espíritu: puesto que en el agua se lleva a cabo la muerte, y el Espíritu crea la nueva vida nuestra. (SAN BASILIO MAGNO, Libro sobre el Espíritu Santo, 15, 35-36)
4. (San Gregorio de Nacianzo, 330-390, nos habla de la responsabilidad de ser coherentes con los compromisos bautismales…)
Consiste principalmente la fuerza y virtud del bautismo en el pacto que en él hacemos con Dios, de vivir con una segunda vida más pura y perfecta que la primera; por los cual, cada uno de nosotros debe vivir con grande temor, y guardar su corazón con exactísimo cuidado, para no faltar a un pacto tan divino. Porque si los hombres toman a Dios por testigo para asegurar la alianza que contraen con otros hombres, ¿cuánto más peligroso será violar la que hemos hecho con el mismo Dios, y ser no solamente reos de nuestros pecados, sino también de la culpa de haber faltado a la palabra que tan solemnemente hemos jurado ante el tribunal de la suprema Verdad? (SAN GREGORIO NACIANCENO, Discurso 40, 48)
6. Nacido en Cartago en el seno de una rica familia pagana, después de una juventud disipada, San Cipriano se convierte al cristianismo a la edad de 35 años. Él mismo narra su itinerario espiritual: «Cuando todavía yacía como en una noche oscura», escribe meses después de su bautismo, «me parecía sumamente difícil y fatigoso realizar lo que me proponía la misericordia de Dios… Estaba ligado a muchísimos errores de mi vida pasada, y no creía que pudiera liberarme, hasta el punto de que seguía los vicios y favorecía mis malos deseos… Pero después, con la ayuda del agua regeneradora, quedó lavada la miseria de mi vida precedente; una luz soberana se difundió en mi corazón; un segundo nacimiento me regeneró en un ser totalmente nuevo. De manera maravillosa comenzó a disiparse toda duda… Comprendía claramente que era terrenal lo que antes vivía en mí, en la esclavitud de los vicios de la carne, y por el contrario era divino y celestial lo que el Espíritu Santo ya había generado en mí» («A Donato», 3-4). (BENEDICTO XVI presenta a San Cipriano de Cartago, 6 junio 2007)