Reflexión a modo de notas hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo
El monte Hermón, llamado “los ojos de Israel” |
EL PODER DE DIOS ES UNA POTENCIA DE AMOR
En tiempos de Jesús, Cesaréa de Filipo era una residencia real donde, después de la muerte de Herodes el Grande, residió uno de sus hijos, precisamente Filipo que justamente gobernaba sobre toda Galilea. El lugar de hecho era muy rico en agua porque se encuentra en las estribaciones del monte Hermón, en la frontera entre Galilea y Siria que es donde hallamos todas las fuentes del río Jordán. Aquí existían templos con cultos paganos y un rico intercambio comercial.
Y es en este lugar internacional y público donde reside la autoridad civil que Jesús interroga a los discípulos sobre su identidad. Jesús era ciertamente una autoridad, porque hablaba con autoridad, y porque curaba a las personas y tenía poder sobre el mal. ¿Pero de qué tipo de autoridad se trata? Dicho en otras palabras, ¿de dónde le viene la autoridad y en resumidas cuentas, quién es Jesús?
El primer paso que Jesús pide hacer a sus discípulos es recoger las opiniones sobre Él. Puede ser Juan Bautista vuelto a la vida después de ser degollado por Herodes. Puede que quizás sea Elías, que según la creencia extendida y consolidada hasta los tiempos de Jesús, tenía que volver inmediatamente antes de la restauración definitiva del Reino de Dios. En ambos casos se trata del retorno de figuras proféticas, es decir, de figuras que poniéndose bajo o contra el poder real, representan la mismísima autoridad de Dios respecto a su pueblo. Jesús es percibido pues como un profeta, con una característica de más, debida al hecho que tanto Elías como Juan Bautista vuelto a la vida tenían que regresar al final de los tiempos para cumplir el juicio definitivo. Así pues, Jesús es según sus contemporáneos, un profeta que anuncia la inminente restauración del Reino de Dios en el final de la historia.
Pero Jesús pide a sus discípulos una respuesta personal: ¿Vosotros quien decís que soy yo? Tú eres el Cristo, responde Pedro. El Cristo, o sea, el Ungido del Señor, el Mesías esperado, no simplemente quien anuncia la restauración del reino de Dios, sino quien propiamente cumple tal misión. Pedro reconoce en Jesús la mismísima autoridad de Dios para poder cumplir la misión que Dios le confía.
Confesión de Pedro |
Y sin embargo, ¿cómo cumplirá Cristo su misión? Si para Pedro, humanamente Cristo no puede ser sino un vencedor, porque comparte la potencia misma de Dios, para Jesús el cumplimiento de la misión salvífica pasa por el rechazo de su pueblo. Jesús sabe que un verdadero siervo del Señor no puede sino suscitar oposición y rechazo: si este es el destino sufrido por los profetas, tanto más será el destino del Mesías. Pero al final la mano del Señor estará junto a su Siervo, para hacerle vencer misteriosamente: es lo que Jesús anuncia como la resurrección del tercer día.
La autoridad del Mesías Jesucristo no se manifiesta ahora en una potencia humana, como la del rey Herodes o del Imperio Romano, sino con una potencia de amor, capaz de acoger el mal para después transformarlo a través de un don que proviene de Dios mismo. A los ojos de los hombres, acostumbrados al mito Superman, un buen superhéroe resuelve todas las situaciones con un buen par de músculos: pero esta es una caricatura del poder de Dios y del Mesías.
Destrucción de templos en Palmira |
El poder de Dios es una potencia de amor, que no puede sino crear y no puede destruir. El poner la otra mejilla no es una demostración ideológica de superioridad espiritual, como si de un pacifismo a ultranza se tratase, sino el símbolo de un amor que proviene de Dios, y que otorga la fuerza y la fantasía para inventar respuestas que inviten a la paz, frente a la agresión y a la violencia. Pensemos solamente en los grandes conflictos político-religiosos de nuestro tiempo: cómo es fácil abandonarse a ese clima de enfrentamiento y violencia criticando aquel Islam ideológico que en nuestros días está destruyendo los monumentos de tantas poblaciones. Tanto Palmira como la residencia herodiana de Cesaréa de Filipo, nos pone ante la misma pregunta de Jesús: “¿Vosotros quién decís que soy yo? Tú eres el Cristo, aquel que seguimos por el camino de la humildad de la cruz, poder amoroso que transforma el mal con las energías gloriosas de la resurrección.
Nosotros los cristianos hemos de tener la fantasía para salir de los callejones del insulto y de la violencia y creer en el poder humilde del Mesías crucificado y Resucitado. La potencia de la Resurrección pasa a través de los caminos de la relación y de la amistad que se construyen con personas incluso de culturas y religiones diversas.
Fr. Tomás M. Sanguinetti
Fray Tomás, muchas gracias por esta hermosa Glosa.
ResponderEliminarNo necesita comentario alguno, solo repetir con Pedro, inspirados por el Espíritu Santo.
"Señor, a dónde iremos si solo Tú tienes palabras de VIDA ETERNA"
Han pasado dos mil años y sigue exactamente igual, quien prescinde de Dios y lo intenta buscar en los efímeros placeres humanos, ya sea cartas astrales, poder, dinero, sexo, etc., no encuentra más que engaños.
En cambio, los que por su Gracia y Misericordia le podemos seguir día a día, a pesar de los tropiezos propios de lka debilidad humana, no da más que felicidad duradera, ya en este mundo,
Elm título de esta Glosa, no puede ser más ilustratativo de uno de los atributos de Dios:
ResponderEliminarEL PODER DE DIOS ES UNA POTENCIA DE AMOR
¿Será que Dios me ama?
Sabemos que Dios es amor (1 Jn 4:8).
Sabemos que Dios ama al mundo (Jn 3:16). Pero, ¿nos ama Dios como individuos?
¿Me ama a mí, un pecador? ¡Sí! La escritura está repleta de afirmaciones del amor de Dios por los individuos.
Un cuadro hermoso de este amor fue cuando Jesús lavó los pies a sus discípulos. Fue la tarea de un humilde siervo de lavar los pies de los huéspedes. Después de hacerlo,
Jesús dijo, “Este mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros. Así como yo los he amado, también vosotros debéis amaros los unos a los otros.
De este modo todos sabrán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros.” (Jn 13:34-35). Jesús estaba interesado en mostrar el amor, no sólo a sus discípulos, sino a otros también.
Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a vosotros.
Dios nos ama siempre con un amor infinito, aunque nosotros nos olvidemos de Él y lo dejemos apartado, Él sigue amándonos y sigue esperando nuestra conversión, nuestro arrepentimiento y por consiguiente recibir el sacramento de la Reconciliación, donde puede ejercer su infinita misericordia, su perdón y su amor.