UN NUEVO PRINCIPIO, UNA NUEVA OPORTUNIDAD, UN RETO
En el Nuevo Testamento hay dos palabras griegas que sirven para indicar el tiempo. La primera es kronos e indica el tiempo según una perspectiva humana, es lo que se mide con el reloj y que está compuesto de horas, minutos y segundos. Para muchas personas este tipo de tiempo “es oro”.
La segunda es kairós e indica el tiempo según una perspectiva divina. El tiempo de Dios no se mide con el reloj, sino con la fe. No está hecho de horas sino de pasos de Dios en la historia humana. Este segundo tipo de tiempo “es gracia”.
En las lecturas de este II Domingo después de Navidad encontramos conceptos importantes ligados al tiempo:
1º Antes de los siglos, desde el principio, Él me creó. (1ª lectura)
2º En el principio existía la Palabra (Evangelio)
3º Dios nos ha escogido desde el principio, antes de la creación del mundo (2ª lectura)
La palabra principio es la primera de la Biblia: “En principio Dios creó el cielo y la tierra”. Cuando rezamos decimos “Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén”
Podemos considerar esta palabra según un punto de vista cronológico, y es entonces cuando nos viene el dolor de cabeza, porqué para hacernos idea hace falta ir tan hacia atrás en el tiempo, que nos resulta imposible para nosotros entender algo.
El Big Bang, el principio del Universo, según los científicos, aconteció hace 13.700 millones de años. Pero este periodo de tiempo no es nada comparado con la eternidad. El principio de Dios es infinitamente anterior al Big Bang.
Sin embargo podemos considerar esta palabra desde el punto de vista kairológico: entonces somos invitados a ir más allá del tiempo para entrar en una perspectiva espiritual maravillosa. Dios nos ha elegido como hijos suyos antes de que el mundo comenzase a existir.
La Encarnación de Jesús, que celebramos en este tiempo de manera especial, estaba ya en la mente del Padre desde el inicio. El Hijo de Dios, tal como recitamos en el Credo “nació del Padre antes de todos los siglos”.
Así pues, un primer apunte para nuestra meditación hace referencia al tiempo: demos gracias a Dios porque su amor es eterno, Él nos ha llamado por nuestro nombre y nos ha amado desde el principio.
La venida de Jesús en nuestra condición humana nos señala el inicio de una nueva vida, de una nueva esperanza. Con la Natividad de Jesús se ha iniciado algo nuevo para la Humanidad: Dios se ha hecho cercanísimo a todo hombre.
El nacimiento del Hijo de Dios nos invita a creer fuertemente que existe un nuevo principio para cada uno de nosotros, incluso en medio a las dificultades de la vida. Celebrar la Navidad de Cristo significa creer que existe un nuevo punto de partida para cada uno de nosotros, cualquiera que sea nuestra condición, y que “nada es imposible para Dios”.
Una segunda observación que podemos hacer, analizando la Palabra de Dios de este día, es la utilización de algunos términos para describirnos a nosotros los hombres: elegidos, benditos, amados, gloriosos, su porción, santos, inmaculados, hijos, engendrados por Él, destinatarios de su gracia. Son calificativos que nos pueden chocar. Imposible no quedar asombrados de como Dios nos califica. Alguien podría pensar que Dios está exagerando un poco. ¿Habla de nosotros? ¿Estas palabras Él las dirige a nosotros? Nosotros somos pecadores, rebeldes, viles y mezquinos, embarrados con tantas maldades, y tan menudo experimentado que no somos ni amados por nadie, ni gloriosos, y mucho menos “hijos”.
Leyendo la Biblia descubrimos que nosotros somos para Dios “personas muy importantes”. Very important person (VIP) dicen los ingleses.
Somos tan importantes para Él que Dios ha mandado a su Único Hijo, para que quien crea en Él no muera, sino que tenga la vida eterna.
Así pues una segunda reflexión en referencia al sentido profundo de la Navidad. Dios nos ama infinitamente y por nosotros ha regalado lo más precioso que tenía: su hijo único.
Aunque tenemos dificultad a dejarnos amar gratuitamente por Dios, aunque nos sintamos pecadores u olvidados, la celebración de hoy día nos recuerda cuán grande es la estima de Dios por cada uno de nosotros. Aunque si nuestra autoestima es escasa, Dios nos valora infinitamente.
Dios es el único que nos ama tal como somos y nos dice: “Ámame cómo eres… si esperas a convertirte en un santo o un ángel para amarme, no me amaras nunca”
La segunda llamada que hoy recibimos es una invitación a amar a Dios y dejarnos amar gratuitamente por Él en este tiempo de Navidad.
Recemos para Dios nos conceda la fe para creer en un nuevo inicio de nuestra vida, la esperanza de ver realizadas sus promesas y la caridad para amarlo y dejarnos amar tal cómo somos. Fr. Tomás M. Sanguinetti
Fr. Tomás M., gracias por su Glosa dominical de hoy.
ResponderEliminarDIOS EN SU INFINITA MISERICORDIA, SIEMPRE NOS DÁ UNA NUEVA OPORTUNIDAD ¿SABEMOS APROVECHARLA? ¿NOS DAMOS CUENTA?
Todos pecamos. Todos obramos mal. Por eso es fundamental reconocerlo, arrepentirse, y enmendar nuestra actitud. Porque el que oculta sus delitos no prosperará, el que los confiesa y cambia, obtendrá compasión (Proverbios 28, 13). Por supuesto, no nos referimos a la prosperidad económica o mundana, sino a la prosperidad del alma; pues el ambicioso corre a enriquecerse, sin saber que le llega la miseria (Proverbios 28, 22).
Y al final se dará cuenta de que todo lo que tiene no le sirve para nada, como expresa el Eclesiastés diciendo: Atesoré también plata y oro, tributos de reyes y de provincias. Me procuré cantores y cantoras, toda clase de lujos humanos, coperos y reposteros.
Consideré entonces todas las obras de mis manos y lo mucho que me fatigué haciéndolas, y vi que todo es vanidad y atrapar vientos, y que ningún provecho se saca bajo el sol (Eclesiastés 2, 8.11).
LA CONFESIÓN LIBRA DEL MALIGNO.
Por eso, hijo, ¿has pecado? No vuelvas a hacerlo, y pide perdón por tus faltas pasadas (Proverbios 21, 1).
Y Dios, que es misericordiso y te ama, te responderá diciendo: ¿Es un hijo tan caro para mí Efraín, o niño tan mimado, que tras haberme dado tanto que hablar, tenga que recordarlo todavía? Pues, en efecto, se han conmovido mis entrañas por él; ternura hacia él no ha de faltarme -oráculo d Dios- (Jeremías 31, 21).
¿Y como lo hace esto? Pues a través del Sacramento de la Reconciliación, donde borra de un plumazo todos tus pecados, a través de la Iglesia Católica. Porque Dios quiere que seas feliz, y sólo puedes serlo obrando el bien, porque el mal destruye a la persona por dentro.
El perdón de Dios es gratuito. No importa la gravedad del pecado. No importa nada. Únicamente importa si aceptando la voz del Espíritu te arrepientes, y fruto del arrepentimiento llegarán obras de misericordia: Lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad su derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. Venid, pues, y disputemos -dice Dios-: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán (Isaías 1, 16-18). Y todo esto se hace a través de un proceso de penitencia: La penitencia mueve al pecador a soportarlo todo con el ánimo bien dispuesto; en su corazón, contrición; en la boca, confesión; en la obra, toda humildad y fructífera satisfacción (Catecismo 1450).
¿Por qué esto es importante? ¡Porque significa que tenemos una segunda oportunidad! Significa que si el maligno te dice que no tienes remedio, que siempre vas a seguir igual, o que ya estás condenado… ¡Es mentira! Dios, que te ama, te concede otra oportunidad, si tu lo quieres. Por eso arrepiéntete, pues; si no, iré pronto a ti y lucharé contra ésos con la espada de mi boca (Apocalipsis 2, 16), que es la Palabra de Dios. Porque Dios siempre te invita a que vuelvas a Él. Lo hace una y otra vez. Y lo hará durante toda tu vida. Porque sólo con Él puedes ser feliz. ¡Y Él quiere lo mejor para ti! ¡Porque Dios te ama!
Sinificado de “al principio” en las Catequesis del amor humano de San Juan Pablo II:
ResponderEliminarLos fundamentos de la familia a la luz de Cristo (5-IX-79/9-IX-79)
«El Creador al principio los hizo hombre y mujer» (Mt 19,4; Mc 10,6)
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2. Jesucristo se refirió dos veces al «principio», durante la conversación con los fariseos, que le presentaban la cuestión sobre la indisolubilidad del matrimonio. La conversación se desarrolló del modo siguiente:
«Se le acercaron unos fariseos con propósito de tentarle, y le preguntaron: ¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier causa? El respondió: ¿No habéis leido que al principio el Creador los hizo varón y hembra? Y dijo: Por eso dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre. Ellos le replicaron: Entonces ¿cómo es que Moisés ordenó dar libelo de divorcio al repudiar? Díjole El: Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así» (Mt 19, 3 ss; cf. Mc 10, 2 ss).
Cristo no acepta la discusión al nivel en que sus interlocutores tratan de introducirla, en cierto sentido no aprueba la dimensión que ellos han intentado dar al problema. Evita enzarzarse en las controversias jurídico casuísticas; y, en cambio, se remite dos veces «al principio». Procediendo así, hace clara referencia a las palabras correspondientes del libro del Génesis, que también sus interlocutores sabían de memoria. De esas palabras de la revelación más antigua, Cristo saca la conclusión y se cierra la conversación.
3. «Principio» significa, pues, aquello de que habla el libro del Génesis. Por lo tanto, Cristo cita al Génesis 1, 27, en forma resumida: «Al principio el Creador los hizo varón y hembra», mientras que el pasaje original completo dice así textualmente: «Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó y los creó varón y hembra». A continuación el Maestro se remite al Génesis 2, 24: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se unirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne». Citando estas palabras casi «in extenso», por completo, Cristo les da un significado normativo todavía más explícito (dado que podría ser hipotético que en el libro del Génesis sonaran como afirmaciones de hecho: «dejará... se unirá... vendrán a ser una sola carne»). El significado normativo es admisible en cuanto que Cristo no se limita sólo a la cita misma, sino que añade: «De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre». Ese «no lo separe» es determinante. A la luz de esta palabra de Cristo, el Génesis 2, 24 enuncia el principio de la unidad e indisolubilidad del matrimonio como el contenido mismo de la Palabra de Dios, expresada en la revelación más antigua.
4. Al llegar a este punto se podría sostener que el problema está concluido, que las palabras de Jesús confirman la ley eterna formulada e instituida por Dios desde el «principio», como la creación del hombre. Incluso podría parecer que el Maestro, al confirmar esta ley primordial del Creador, no hace más que establecer exclusivamente su propio sentido normativo, remitiéndose a la autoridad misma del primer Legislador. Sin embargo, esa expresión significativa: «desde el principio», repetida dos veces, induce claramente a los interlocutores a reflexionar sobre el modo en que Dios ha plasmado al hombre en el misterio de la creación, como «varón y hembra», para entender correctamente el sentido normativo de las palabras del Génesis. Y esto es tan válido para los interlocutores de hoy, como lo fue para los de entonces. Por lo tanto, en el estudio presente, considerando todo esto, debemos meternos precisamente en la actitud de los interlocutores actuales de Cristo.
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