RELATOS DIRECTOS AL CORAZÓN
“El tesoro escondido” de Rembrandt |
Es lo que normalmente hacía Jesús el Señor inventando parábolas frescas y genuinas, pertinentes y sopesadas. Las historietas, y las parábolas lo son, van derechas al corazón: sobre todo si es el corazón simple como el de un niño capaz de asombrarse, y no el corazón esclerotizado de un adulto lleno de “déjà vu”, de “esto ya lo sabía”, y de “no dice nada de nuevo”.
Parábolas breves, a veces brevísimas, como las que Mateo recoge en su versión del evangelio; parábolas que trascienden el lindar de lo racional, cuyas señales sólo pueden ser leídas por el alma dotada, a partir de su entrada en el tiempo, como a través de un decodificador potentísimo capaz de captar los signos que proceden del Eterno.
De hecho, la palabra “parábola”, en su acepción etimológica, significa justamente eso: una historieta, una imagen o un fotograma de vida, cuyo sentido va más allá de la materialidad de las palabras usadas para contarla.
Literariamente hablando, causa enseguida estupor y asombro después del suave inicio que las precede: “El Reino de los cielos se parece…” Es un inicio ligero que enseguida engancha al oyente, un inicio que no tiene nada de pesado o farragoso, como ocurre con ciertas predicaciones o sermones o adoctrinamientos catequísticos. Y lo oyen todos, pequeños y mayores, y todos gozan en el fondo de su alma. En nuestros modos hay algo, pues, que debemos revisar y retocar, incluso en los contenidos: para no acabar comunicando tan sólo verborreas pesadas y rebosantes de signos perceptibles únicamente por el intelecto. Dice un proverbio antiguo: “las palabras sirven para la mente, los gestos para el corazón, los silencios para el alma”.
Después de haber escuchado al Señor, difícilmente podemos rebatirle con nuestros “sí, pero…” o con “he entendido, pero…” Cuando Jesús habla del Reino de Dios parecido a “un tesoro escondido en un campo” o a una “piedra preciosa” o a “una red rebosante de peces” que lo recoge todo, el tesoro se encuentra casualmente. En cambio la perla es buscada adrede, y sobre la pesca dice que se hará una criba de todo lo recogido en la red al arrastre. Ante todo esto, es difícil responder con un “no entiendo” o un “no me importa”. Cuando Jesús habla del Reino de Dios, no expresa una opinión, sino que lanza un programa de seguimiento bien preciso. Es como si dijese a cada uno: “Ya que has visto que mi Reino es la realidad más importante y más preciosa para la cual tú puedas vivir, saca las consecuencias” Y he aquí que del fondo del alma, sentirás una explosión de gozo y alegría, semejante a la que dice: “lo he entendido todo”.
En la perícopa evangélica (Mt 7,15-21) de la forma extraordinaria (6º domingo después de Pentecostés) Jesús no utiliza ninguna parábola para su mensaje. Desea advertirnos de los falsos profetas, de los impostores en la predicación del Reino: dándonos como baremo para su autenticidad, la comprobación del resultado que se produce como consecuencia del anuncio. Buenos resultados para los buenos profetas, malos para los farsantes.
Aquí, y yendo directamente al corazón, dos imágenes potentes: la del lobo con piel de cordero y la del árbol que da o no da buenos frutos. Ambas dirigidas a la sensibilidad a flor de piel de unos oyentes básicamente pastores, agricultores y pescadores. ¿Algo más directo al corazón?
Fr. Tomás M. Sanguinetti
Fr. Tomás M. Sanguinetti
...del árbol que da o no da buenos frutos...
ResponderEliminarEl caso Maciel demuestra que:
1. La obra y el director de obra es dirigida y es elegido por Dios
2. Por mucho que esconda el constructor sus malos frutos, estos se revelarán