La Glosa Dominical de Germinans

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Reflexión a modo de notas, hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo.


DESIERTO, HAMBRE Y PAN
C:\Users\FRANSESC\Desktop\imagesNKLL39FV.jpgHoy, en este primer domingo de verano, en el que tanta gente inicia largas “procesiones” hacia las playas o los lugares vacacionales una vez concluido el curso escolar, o prepara las verbenas del solsticio de verano, con el sol que resplandece y calienta, los católicos celebramos al verdadero “Sol” -como lo llamaba santa Catalina de Siena-, que es la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Y mientras en las ciudades o los pueblos se preparan las procesiones eucarísticas, las tradicionales alfombras florales y los momentos de adoración, para algunos ésta es quizás una misa de “despedida y adiós” hasta septiembre.
Ya el verano en sí es un poco así… Pero quizás hoy, con la solemnidad del Corpus Christi, es la ocasión para recordar que nuestros encuentros con el Señor en la Santa Misa dominical no son un deber que cumplir o un precepto que observar, sino el gozo de un encuentro que nos renueva y del que no podemos pasar ni dejar de lado ni en verano. Será hermoso que aunque estemos en el campo, la montaña o en la costa, dentro de las iglesias de los pueblos o al aire libre, nos sintamos en comunión con Dios y con los hermanos de todo el mundo, domingo tras domingo.
 
Celebramos el sacrificio eucarístico todos los días, pero hoy se nos llama a “meditar” la Eucaristía. En todas las cosas de hecho, también en las que se refieren a Dios, las personas caemos en la rutina, y en consecuencia podemos perder la capacidad de asombro ante los dones más grandes. Sin embargo, en cada misa hemos de vivir el encuentro con Dios no como la repetición de gestos rituales, sino revivirlo con un espíritu nuevo, como si fuera la primera vez. Me impresiona siempre encontrar en  alguna vieja sacristía, colgada en la pared, una exhortación dirigida al sacerdote que pudiera ser útil para todos: “Celebra esta Misa como si fuese tu primera Misa, tu última Misa, tu única Misa” Sin embargo, reconozcámoslo, estamos lejos de este asombro. Muy lejos.
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Refugio pirenaico de Serradets 1956
¿Cómo son nuestras misas? Si alguien que no cree entrase en alguna de nuestras iglesias, ¿qué impresión se llevaría? Quizá se confirmaría en las razones para su falta de fe, para no creer.
Qué distancia entre nuestra fe y la de aquellos 49 cristianos de Abitene, una localidad de la actual Túnez, que en el año 307 sufrieron el martirio por negarse a obedecer el edicto del emperador Diocleciano que prohibía las reuniones de culto incluso en los domicilios particulares. En las Actas del proceso que nos han llegado hasta nuestros días, se lee que al juez que les interrogaba le respondieron: “sine dominico non possumus”. Palabras latinas, de fuerte contenido expresivo, que vienen a decir que un cristiano no puede vivir sin participar a la Eucaristía del día del Señor.
Hoy en día en cambio hay algunos que gustan definirse como “cristianos no practicantes, seguramente porque jamás han sido fascinados por alguien o algo que les transmitiese la belleza e importancia de la Eucaristía. Al contrario, son muchos los practicantes no creyentes: gente que viene a misa pero no vive un verdadero encuentro con el Señor.
Buscando las razones de esta falta de capacidad de asombro, encontramos una respuesta a través de las lecturas de este día, que nos recuerdan que la Eucaristía ha sido preparada por una serie de intervenciones de Dios  a través de la historia.
La primera intervención -relato del Deuteronomio- nos traslada al tiempo en que el pueblo de Israel, liberado de la esclavitud de Egipto, fue víctima de la hambruna atravesando las regiones inhóspitas del desierto. “No olvides que el Señor Dios tuyo en el desierto te alimentó con el maná desconocido por tus padres”.
La segunda intervención, recordada en el Evangelio, está también relacionada con el desierto. Jesús pronuncia el discurso del pan de vida después de la multiplicación de los panes ante una multitud al límite de sus fuerzas físicas, en un lugar que no ofrecía recursos para abastecer el hambre de todos. La tercera intervención -recordada hoy con el texto más antiguo de la institución de la Eucaristía, la carta de San Pablo a los Corintios- es la de la Última Cena de la que hacemos conmemoración en cada celebración eucarística. También aquí, alrededor de aquel pan encontramos a hombres desconcertados que no logran comprender  plenamente aún, el sentido de aquel sacrificio; y que pocos instantes después abandonarán a su Maestro sin demasiados problemas.
Desierto, hambre, pan… para comprender la Eucaristía es necesario que estos tres elementos vayan entrelazándose en un trenzado indisoluble. No comprenderás nunca la Eucaristía, si no sientes que la vida es un caminar hacia la libertad definitiva, a conquistar a través de la paciencia ante tantas pruebas, como si de un desierto se tratase. No entenderás jamás la Eucaristía si antes no has experimentado el mordisco del hambre, que puede ser hambre de tantas cosas, pero siempre ligada a un sentido de la propia incapacidad, de la flaqueza personal. Si acudimos a misa sin conciencia de ser nómadas, peregrinos, en camino hacia una patria lejana, si no estamos atormentados por el hambre de cosas grandes y divinas, por la sed de ideales, fuera del orden habitual de nuestra mediocridad, el don de la Eucaristía no será nunca comprendido ni vivido.  
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Abbé Pierre, fundador del Mov. Emaús
Hoy en día corremos el riesgo de no tener hambre porque creemos tener de todo. Por eso se puede entender la oración sugerida por el abbé Pierre: “Señor da pan a los que tienen hambre y hambre a los que tienen pan” 
En el momento de la comunión, debemos expresar incluso de manera física nuestra pobreza, nuestra insignificancia, nuestra pequeñez: el gesto de arrodillarnos y ser alimentados como niños, cabeza inclinada, ojos en alto, expresa el regalo de Aquel que es la Vida. Y si hay hambre, entonces hay pan. Sí, porque la Eucaristía es ante todo un alimento, es una comida para nutrirse, para vivir del Cuerpo y la Sangre de Cristo. ¿Pero cómo será posible este milagro? Sólo puede acontecer y entenderse entrando en una dinámica de amor. La madre que dice a su niño: “Te comería a besos” sabe bien que es únicamente una imagen, signo de un amor tan grande que necesitaría una entrega total. Ella como todas las madres, es la única que puede comprender -por la experiencia del embarazo y la lactancia- lo que significa darse como alimento, a sabiendas de ser consciente de que jamás podrá “hacerse comer” totalmente. Ni siquiera el amor más grande de un hombre y una mujer que se quieren con el alma y el cuerpo, no podrá ser jamás una entrega total. Incluso en la unión más íntima, conservan la propia individualidad y en la relación conserva cada uno su carácter externo.
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Pero este límite no existe para el Señor. Por eso Cristo resucitado no está sujeto a limitaciones corporales, y nos convertimos en carne de su carne, vida de Dios que circula por las fibras de nuestra existencia, sangre de Cristo en nuestras venas.
¿Hay alguna prueba de todo esto? ¡Son tantos los signos que revelan  la vida de Cristo en nosotros! La Eucaristía -que significa acción de gracias- está viva y activa cuando, por ejemplo, hace nacer en nosotros el fervor de la gratitud  porque sabemos ver todo en su dimensión de bendición de Dios.
El otro signo de la plenitud del don eucarístico en nosotros es el germinar no de un amor cualquiera, sino de un amor como el de Cristo: generoso, gratuito, total, hasta el sacrificio.
Si recibes con fe la comunión, te das cuenta de que deseas amar más y mejor, para “comulgar”, para estar en comunión con los demás, para recuperar el amor incluso en las situaciones difíciles, aquellas que antes hubieras juzgado imposibles. Y sientes la necesidad de trabajar para crear aquella hermandad que, como escuchamos en la segunda lectura, nace del compartir un único pan.
Hay otro signo. Entramos enteramente en la plenitud de la Eucaristía cuando sentimos nacer en nosotros la esperanza de un mundo nuevo prometido con las mismas palabras de la Última Cena. Seríamos verdaderamente felices si viviésemos cada Misa como “una parada y fonda” de peregrinos, como una etapa de nuestro éxodo, sabiendo que en esta vida estamos de paso, y que en la Eucaristía encontramos el alimento para nuestra hambre y encontramos el hambre de algo más grande, de algo último, de algo definitivo.
De esta manera, de misa en misa, caminamos hacia aquel punto de nuestro futuro en el que encontraremos nuestra morada en Dios y Dios morará en nosotros.
Y será la Eucaristía perenne y definitiva. 

Fr. Tomás M. Sanguinetti

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2 comentarios

  1. Gracias Fray Tomás, por esa Glosa en la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

    Esta fiesta surgió en la Edad Media, cuando en 1208 la religiosa Juliana de Cornillon promueve la idea de celebrar una festividad en honor al cuerpo y la sangre de Cristo presente en la Eucaristía. Así, se celebra por primera vez en 1246 en la Diócesis de Lieja (Bélgica).

    Lo entregó todo por amor
    a la humanidad
    y bien mal que le pagamos,
    cuando en realidad nos estaba
    purificando,
    y tuvimos enorme maldad
    al crucificarlo,
    hoy en día no lo hacemos
    de manera antigua,
    pero con los gestos y acciones
    lo hacemos todos lo días,
    que mayor sacrificio el que hizo,
    no cuesta nada hacerlo
    si vivimos con amor y armonía,
    bendiciones recibimos de él.

    Dios, en Su infinita Misericordia, quiso quedarse con nosotros en esta tierra, para que a cada instante se repita alrededor del mundo el Milagro del Pan haciéndose Carne Verdadera, y el Vino haciéndose Sangre Verdadera. Por eso es que la Eucaristía es también llamada El Milagro Perpetuo, porque es un milagro que ocurre en cada iglesia al Consagrarse el Cuerpo y Sangre de Jesús.
    Sin embargo, es necesario tener fe y ver con los ojos del corazón para comprender este gran milagro, porque nuestra naturaleza humana no nos permite ver las realidades del mundo sobrenatural, tal cual como ocurren a nuestro alrededor. Por eso es que Dios, lleno de Amor, nos ha enviado Milagros Eucarísticos a través de los siglos, para que comprendamos y aceptemos de corazón la verdad Eucarística en su más pleno significado.

    Dios con su cuerpo y alma nos purifica
    cada día . regalándonos paz y sabiduría
    nos bendice en los amaneceres y anocheceres
    hoy es la gran fiesta para el
    y yo aporto este granito de arena

    Señor se que nos soy digno de recibir tu cuerpo consagrado
    y te pido perdon por las miles de veces que he pecado
    quizas no me alcance la vida para pagar todas mis faltas
    pero hoy en comun union contigo siento que nada me falta
    tu cuerpo y tu sangre he recibido y me siento bendecido
    por que a pesar de mis pecados se lo mucho que me amas.
    (Josè Chàvez).

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  2. ¿CUÁNTO VALE UNA MISA?

    1) PARA SABER

    Un relato que hace un sacerdote nos puede ayudar a valorar este Sacramento: Hace muchos años, en la ciudad de Luxemburgo, un capitán de la guardia forestal se entretenía en una animada conversación con un carnicero cuando una señora ya mayor entró a la carnicería.

    Ella le explicó al carnicero que necesitaba un pedazo de carne, pero que no tenia dinero para pagarlo.

    Mientras tanto, el capitán encontró la conversación entre los dos muy entretenida.

    "¿Un pedazo de carne?, pero ¿cuanto me va a pagar por eso?

    preguntó el carnicero.

    La señora le respondió:

    "Perdóneme, no tengo nada de dinero, pero iré a Misa por usted y rezaré por sus intenciones".

    El carnicero y el capitán eran buenos hombres, pero indiferentes a la religión y se empezaron a burlar de la respuesta de la mujer.

    "Está bien", dijo el carnicero, "entonces usted irá a Misa por mi, y cuando regrese le daré tanta carne como pese la Misa".

    LA MUJER SE FUE A MISA Y REGRESÓ.

    Cuando el carnicero la vio viniendo cogió un pedazo de papel y anotó la frase "ella fue a Misa por ti", y lo puso en uno de los platos de la balanza, y en el otro plato colocó un pequeño hueso.

    Pero nada sucedió e inmediatamente cambio el hueso por un pedazo de carne.

    El pedazo de papel peso más.

    Los dos hombres comenzaron a avergonzarse de lo sucedido, pero continuaron.

    Colocaron un gran pedazo de carne en uno de los platos de la balanza, pero el papel siguió pesando más.

    Entrando en desesperación, el carnicero reviso la balanza, pero todo estaba en perfecto estado.

    "¿Qué es lo que quiere buena mujer, es necesario que le de una pierna entera de cerdo?", preguntó.

    Mientras hablaba, colocó una pierna entera de carne de cerdo en la balanza, pero el papel seguía pesando más.

    Luego un pedazo más grande fue puesto en el plato, pero el papel siguió pesando más.

    Fue tal la impresión que se llevó el carnicero que se convirtió en ese mismo instante y le prometió a la mujer que todos los días le daría carne sin costo alguno.

    El capitán dejó la carnicería completamente transformado y se convirtió en un fiel asistente de Misa.

    Dos de sus hijos se convertirían más tarde en sacerdotes, uno de ellos es jesuita y el otro del Sagrado Corazón.

    El capitán los educó de acuerdo a su propia experiencia de fe.

    Luego advirtió a sus dos hijos que "deberán celebrar Misa todos los días correctamente y que nunca deberán dejar el sacrificio de la Misa por algo personal".

    El padre Stanislao, quien fue quien contó todos los hechos, acabo diciendo:

    "YO SOY EL SACERDOTE DEL SAGRADO CORAZÓN Y EL CAPITÁN ERA MI PADRE".

    2) PARA PENSAR

    Vivamos, pues, teniendo muy presente en nuestras vidas el valor incalculable que tiene la asistencia a una Santa Misa.

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