La Glosa Dominical de Germinans

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Reflexión a modo de notas, hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo.


LA VIDA FAMILIAR DE DIOS
Esta fiesta que celebramos hoy, es la fiesta de nuestra fe y de su misterio. Aquella de la que tendríamos que tener plena conciencia, visto que la proclamamos tantas veces al día, cada vez que nos santiguamos. Cristo, el Unigénito, nos es dado por el Padre, que a su vez nos regalará al Espíritu. La razón que sustenta todo esto es el amor de Dios que “tanto ha amado al mundo como para darnos a su Hijo, el Unigénito”. En este término encontramos un eco de la escena del sacrificio de Isaac: pero nos da una confianza mucho mayor que la de Abrahán. Aquel, dejándolo todo, se encaminaba hacia lo desconocido. Aquí Cristo nos indica el camino de la Redención que es su camino.
El camino se basa en la promesa de que “quien cree en Él no perezca sino que tenga la vida eterna”. Por esta razón el Padre nos ha dado al Hijo, y por esta razón nos ha regalado el Espíritu Santo. La Santísima Trinidad es la expresión de este amor misericordioso “porque Dios no mandó a su Hijo para condenar al mundo”. Pero para no incurrir en la condena, el mundo debe creer en Él, ya que sólo el que cree en Él no es condenado. San Juan enseguida aclara por qué Cristo es el elemento discriminante de este itinerario de salvación: “porque quien no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito Hijo de Dios”.
 
El signo de esta salvación, a partir de ahora, es la paz interior y el deseo de imitar, en cuanto sea posible, a Cristo. San Pablo lo afirma con extrema claridad: “hermanos, estad contentos, tended a la perfección, dejaos amonestar, poneos de acuerdo (compartid los mismos sentimientos), vivid en la paz”.  Estas son las señales que indican que la paz de Dios mora en nosotros y que la gracia de la Santísima Trinidad está presente en nuestro corazón. También aquí el Apóstol es clarísimo: “La gracia del Señor Jesucristo y el amor de Dios y la comunión (participación) del Espíritu Santo estén con todos vosotros”, como subrayando que sin el auxilio de Dios uno y trino no podemos hacer nada de realmente bueno para nosotros y para nuestra salvación.
C:\Users\FRANSESC\Desktop\imagesMC175DD7.jpgEn tanto, nuestra salvación y la del prójimo no pueden depender de nosotros. De nosotros depende adherir al Señor con humildad y pureza de corazón para evitar convertirnos en “un pueblo de dura cerviz”. Por eso hemos de pedir a Dios que perdone “nuestras deudas y nuestros pecados y haga de nosotros su heredad”. Moisés nos invita también a hacernos intermediarios de nuestro prójimo rezando y haciendo penitencia. He aquí la razón por la que “se apresuró a ponerse de rodillas y a postrarse por tierra”.
Su plegaria es un grito: “Señor, Señor, Dios misericordioso y piadoso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad”. Aquí yace el camino de la salvación, en ejercitar la gracia y el perdón, convencidos de que el Señor hará justicia a sus imitadores. Ésta no es una piadosa resignación basada en la presunta incapacidad para reaccionar, sino un potente acto de fe en Dios, único ejecutor de la justicia misericordiosa. También en la oración de Moisés se dice que “el Señor no deja completamente impunes, ya que castiga las culpas” y como nos recuerda Juan, “el que no cree ya ha sido condenado”.

El Dios Trinidad es el Dios Absoluto que hace innecesaria la antigua y pagana multiplicidad de dioses: Dios Padre y Creador; Dios Hijo, Dios Hermano, Dios Amor; y Dios Espíritu, Dios alma y aliento del hombre restaurado en el árbol de la Cruz. Es la divinidad única que hace al hombre, que ama al hombre y que inspira al hombre. Un Dios capaz de cubrir todos los anhelos del hombre.
Un Dios Trinidad infinitamente más cercano al hombre y a la vez más excelso que esa antiquísima novedad panteísta que nos ofrecen las nuevas corrientes de New Age promovidas por los que dentro de la fe católica o recién salidos de ella, añoran ese Dios Absoluto que tira de nosotros hacia la divinidad.
¡Qué genialidad la de los primeros Padres de la Iglesia, que idearon algo tan sencillo y tan hermoso como convencernos a los cristianos de que cualquier acción que emprendamos, ya sea ponernos a comer, ya sea empezar un trabajo, ya sea ponernos en marcha, hemos de hacerla en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

Fr. Tomás M. Sanguinetti

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2 comentarios

  1. Fray Tomás, muchas gracias por hablarnos en la Glosa de esta semana de la plenitud dek amor de Dios.

    “DIOS NO NOS SAVA POR DECRETO, SE IMPLICA CON NOSOTROS PARA CURAR NUESTRAS HERIDAS." dijo el Papa.

    Contemplación, cercanía, abundancia: son las tres palabras en torno a las cuales el Papa Francisco centró esta mañana su homilía de la Misa celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. El Santo Padre reafirmó que no se puede comprender a Dios sólo con la inteligencia, y subrayó que “el desafío de Dios” es “comprometerse” en nuestras vidas para curar nuestras llagas, precisamente como ha hecho Jesús.

    Inspirándose en la Primera Lectura de hoy, que corresponde a un pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos, el Papa explicó que la Iglesia, “cuando quiere decirnos algo” sobre el misterio de Dios, usa sólo una palabra: “maravillosamente”. Porque este misterio, dijo, es “un misterio maravilloso”:

    “Contemplar el misterio, esto que Pablo nos dice aquí, sobre nuestra salvación, sobre nuestra redención, sólo se comprende de rodillas, en la contemplación. No sólo con la inteligencia. Cuando la inteligencia quiere explicar un misterio, siempre – ¡siempre! – ¡se vuelve loca! Y así ha sucedido en la historia de la Iglesia. La contemplación: inteligencia, corazón, rodillas, oración… todo junto, entrar en el misterio. Esta es la primera palabra que tal vez nos ayude”.

    La segunda palabra que nos ayudará a entrar en el misterio, dijo a continuación el Papa, es “cercanía”. “Un hombre ha cometido un pecado - recordó - un hombre nos ha salvado”. “¡Es el Dios cercano!” Y, prosiguió, “cerca de nosotros, de nuestra historia”. Desde el primer momento, añadió Francisco, “cuando eligió a nuestro Padre Abraham, ha caminado con su pueblo”. Y esto se ve también con Jesús que hace “un trabajo de artesano, de obrero”:

    A mí, la imagen que me viene es la del enfermero, de la enfermera en un hospital: cura las heridas una a una, pero con sus manos. Dios se implica, se mete en nuestras miserias, se acerca a nuestras llagas y las cura con sus manos, y para tener manos se ha hecho hombre. Es un trabajo personal de Jesús. Un hombre ha cometido el pecado, un hombre viene a curarlo. Cercanía. Dios no nos salva sólo por un decreto, una ley; nos salva con ternura, nos salva con caricias, nos salva con su vida, por nosotros.

    La tercera palabra, prosiguió el Papa, es “abundancia”. “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. “Cada uno de nosotros – observó – conoce sus miserias, las conoce bien. ¡Y abundan!” Pero, evidenció, “el desafío de Dios es vencer esto, curar las llagas” como ha hecho Jesús. Es más: “hacer ese regalo sobreabundante de su amor, de su gracia”. Y así, explicó el Papa Francisco, “se comprende esa predilección de Jesús por los pecadores”:

    “En el corazón de esta gente abundaba el pecado. Pero Él iba hacia ellos con esa sobreabundancia de gracia y de amor. La gracia de Dios siempre vence, porque es Él mismo quien se entrega, quien se acerca, quien nos acaricia, quien nos cura. Y por esto, quizá a alguno de nosotros no nos guste decir esto, pero aquellos que están más cerca del corazón de Jesús son los más pecadores, porque Él va a buscarlos, llama a todos: ‘¡Vengan, vengan!’. Y cuando le piden una explicación, dice: ‘Pero, aquellos que tienen buena salud no tienen necesidad del médico; yo he venido para curar, para salvar”.

    “Algunos santos – afirmó también el Papa – dicen que uno de los peores pecados es la difidencia: desconfiar de Dios”. Por eso el Santo Padre se preguntó “¿cómo podemos desconfiar de un Dios tan cercano, tan bueno, que prefiere nuestro corazón pecador?” Este misterio, reafirmó una vez más, “no es fácil de entender, no se lo comprende bien, con la inteligencia”. Quizá nos ayuden sólo estas tres palabras”: contemplación, cercanía y abundancia. Es un Dios, concluyó el Pontífice, “que siempre vence con la sobreabundancia de su gracia, con la su ternura”, “con su riqueza de misericordia”.

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  2. Gracias por este artículo. Gracias.

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