Reflexión a modo de notas, hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo.
¿UNA VIDA ABUNDANTE O ABUNDANCIA EN LA VIDA?
¿UNA VIDA ABUNDANTE O ABUNDANCIA EN LA VIDA?
A inicios de la década de los 70, el impacto de la llamada “crisis del petróleo” fue brutal para las clases trabajadoras en España. Una de las consecuencias más duras fue la continua devaluación de la peseta. Lo que una semana costaba 12 pesetas, la siguiente costaba 15 y la otra 18. Los asalariados, que durante los 60 habían podido no sólo ganarse el sustento de sus familias a costa de muchos sacrificios, sino incluso ahorrar cuatro duros devotamente ingresados en las cartillas de las Cajas, veían echar por la borda sus esfuerzos a través de ese agujero negro que era la inflación. Fue entonces cuando apareció la fiebre inmobiliaria del desarrollismo. La compra de pequeños apartamentos en la costa o de terrenos urbanizables en las comarcas rurales limítrofes a la capital, eran el mejor refugio para nuestro dinero: ahí no sólo estaba a salvo de la catastrófica devaluación, sino que además se revaluaba a velocidad astronómica: la misma en que se devaluaba la peseta, pero en dirección contraria.
Fue a partir de entonces cuando empecé a frecuentar semanalmente el campo. Y allí, apenas a 30 km de la gran urbe, descubrí sembrados, rebaños de ovejas, vaquerías, corrales de pollos y conejos, estanques con patos y piaras de cerdos, cosas antes jamás vistas.
Un día experimenté un gran estupor cuando observé a un chico, más o menos de mi edad, hijo de un pastor del pueblo, que llamaba a todas las ovejas por su nombre. Para mí eran todas iguales; para él en cambio todas eran diferentes y les daba un nombre hablándoles con cariño.
Un día experimenté un gran estupor cuando observé a un chico, más o menos de mi edad, hijo de un pastor del pueblo, que llamaba a todas las ovejas por su nombre. Para mí eran todas iguales; para él en cambio todas eran diferentes y les daba un nombre hablándoles con cariño.
Así es también la relación que Jesús tiene con su rebaño. Él llama a las ovejas por su nombre: o sea que trata a su Iglesia no sólo como un rebaño único e indistinto, sino como un conjunto de personas: cada una de ellas con su propia especificidad, con su nombre. El nombre no habla solamente de un aspecto formal, exterior, sino de la identidad misma de la persona, de su misterio profundo, de lo que distingue a cada una de las demás. Jesús nos conoce profundamente, llamándonos a cada uno por nuestro nombre: y nosotros podemos distinguir su voz de las demás.
Es muy posible que también vosotros hayáis tenido la experiencia de reconocer la voz de una persona especialmente querida entre muchas otras voces. A menudo en la iglesia reconozco a las personas con sólo escuchar un golpe de tos, un susurro, unos pasos. Así nos pasa con Jesús: no sólo Él nos conoce hasta el fondo llamándonos por nuestro nombre: incluso nosotros sabemos reconocer su voz. Sin haberlo visto jamás en carne y hueso, podemos reconocer su voz porque nos habla en lo más íntimo del corazón.
Esta intimidad y conocimiento recíproco va más allá de la imagen del pastor y las ovejas: Jesús no sólo nos guía como Pastor, sino que nos ha dado todo su cuerpo para que mediante éste pudiésemos entrar en la Vida. Jesús además es la puerta del redil, porque por su cuerpo que lleva en sí mismo los estigmas del sufrimiento y del mal que le hemos infligido, hemos sido curados y podemos entrar en las praderas de la vida. De hecho Jesús dice: “He venido para que tengáis vida y vida en abundancia”
¿Dónde buscamos la vida? Trabajo, afectos, hobbys, diversiones… éstas son cosas buenas, pero no pueden darnos la vida. Si la buscamos ahí, somos presa fácil para el ladrón que viene a robar, que en San Juan es metáfora del mal. El mal existe y no sólo como posibilidad de equivocarnos, sino como una fuerza activa que agota las cosas buenas, para después destruirlas y llevarnos a la muerte: las arrastra ante nosotros como un cebo para devorarnos después. ¿Y qué es la muerte? En el fondo es aquello a lo que lleva el rechazo de Dios, que anida en nosotros cada vez que pensamos obtener la vida de alguna de las cosas buenas que nos da, en vez de buscarla en Él mismo. Poder, bienes, placeres: son regalo de Dios, pero cuando los buscamos por ellos mismos y no son recibidos como dones, se convierten en el cebo a través del cual el mal quiere consumir y extenuar al ser y a la vida, porque sólo Cristo puede dar la vida y darla en abundancia.
Abrir el corazón a Cristo y dejar que Él se convierta en la puerta para entrar en el misterio de Dios, no significa disminuir la vida y todas las cosas hermosas que ésta nos ofrece. Más bien todas ellas se convierten en el sacramento del encuentro con Dios. Nuestra vida es una puerta abierta para entrar en comunión con Él. También los sufrimientos y las fatigas, las privaciones y las tristezas de esta vida pueden convertirse en una puerta abierta, si nos fiamos de Él, si dejamos que sus llagas, abiertas sobre nuestras heridas, puedan sanar y purificar nuestro dolor y darnos a cambio la alegría y el gozo.
Fr. Tomás M. Sanguinetti
Fray Tomás, muchas gracias po“La promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor Dios nuestro, aunque estén lejos. (Act 2, 39)
ResponderEliminar“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.” (Sal 22)
Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas (1Pe 2, 25).
“El que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz” (Jn 10, 1-4).
No somos los cristianos personas fanáticas que por defender la vida, defendamos principios morales intransigentes. Ni estamos aferrados a ideologías que se puedan juzgar como fundamentalistas porque creamos en la existencia de Dios, y en la presencia viva de Jesús resucitado.
Ser cristiano es un don, un privilegio que tenemos por habernos encontrado con la persona de Jesús, quien ha podido a la muerte, y ha demostrado que sus palabras son verdad.
Jesucristo es el Buen Pastor, el amigo fiel, que viene a nuestro lado y que tomó la imagen de pastor bueno para que se quedara en nuestra memoria su identidad entrañable. No nos dejó el recuerdo del pastor asalariado, sino del que es capaz de dar la vida por sus ovejas.
Los textos que hoy proclama la Liturgia dejan sentir en el alma una suave brisa. Son palabras consoladoras, aun en los momentos más oscuros, aun por los caminos más ásperos o tortuosos. Jesús sale en búsqueda de todos, por descarriados que estén.
Da fe a las palabras del salmista, quien reza lleno de confianza: “El Señor es mi Pastor, nada me falta”. He comprendido un texto emblemático de Pascua descrito en paralelo con el salmo 22. Si se lee el pasaje de Jn 21, desde la experiencia del salmista, se descubre que Jesús aparece a las orillas del Lago de Galilea como Buen Pastor, que prepara a sus discípulos, después de una noche fatigosa, el almuerzo y la mesa espléndida.
Yo recuerdo con grandísimo cariño -y estoy seguro de que también usted, querido amigo lector- la figura de sacerdotes que han dejado una huella indeleble en mi existencia porque han sabido ser, como Cristo, "buenos pastores". Pastores, sí; y también buenos, como auténticos padres, amigos y compañeros de la vida.
ResponderEliminarDe san Francisco de Sales, aquel obispo inefablemente amable, dulce y bondadoso, la gente solía decir: "¡Cuán bueno debe ser Dios, cuando ya es tan bueno el obispo de Ginebra!". Y se cuenta que un hombre incrédulo de la Francia del siglo XIX, alrededor del año 1840, fue invitado a visitar al padre Juan María Vianney, conocido como el santo Cura de Ars. Y, a pesar de haber ido en contra de su voluntad, después de conocerlo, exclamó: "¡Hoy he visto a Dios en un hombre!".
Es impresionante también el testimonio que nos narró personalmente, hace algunos años, Mons. Tadeusz Kondrusiewicz, entonces Administrador apostólico de la Rusia europea y actual Arzobispo de Moscú: Perni es una ciudad que se encuentra en los Urales y, durante el comunismo, había allí campos de concentración. Todavía en los años ochenta estaba detenido en ese lugar un sacerdote lituano, Sigitas Tamkjavicius, hoy obispo metropolitano de Kaunas. Después de la santa Misa los fieles me invitaron a visitar el cementerio. Me llevaron ante la tumba del primer sacerdote que había trabajado en esa ciudad, muerto en el siglo XIX. La gente me decía: "Durante sesenta años hemos permanecido sin iglesia y sin sacerdote, pero estaba esta tumba; y durante las fiestas veníamos aquí y rezábamos sobre esta tumba, incluso confesábamos nuestros pecados. Ninguno de nosotros ha conocido al sacerdote que está aquí sepultado. De él sólo sabemos lo que nos han contado nuestros abuelos. Y, sin embargo, durante estos sesenta años él, de modo invisible, ha estado presente entre nosotros, como si hubiera salido de la tierra para enseñarnos a ser fieles a nuestra vocación cristiana. Gracias a esta tumba hemos conservado la fe, que ahora renace y se refuerza".
Gracias a Dios, en nuestra Iglesia hay muchos sacerdotes santos. Y, como éstos, tenemos legiones enteras y miríadas de ejemplos. Sacerdotes que, llenos de amor a Dios y a los demás, desgastan su vida en silencio y a escondidas, como la vela roja del Santísimo Sacramento que se consume de día y de noche en un continuo acto de amor y de adoración a Jesús Eucaristía.
Pero los sacerdotes también necesitan de nuestra oración y de nuestro apoyo, para que el Señor les dé a todos el don de la santidad y de la perseverancia en su vocación. Y oremos también por las vocaciones, para que el Dueño de la mies mande a su Iglesia muchos y santos sacerdotes según su Corazón: buenos pastores, como Jesús, "el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas".
Gracias.
ResponderEliminarBUEN POST. Lo primero es buscar el Reino y su Justicia. Lo demás se dará según se necesite, por añadidura.
ResponderEliminarla Justicia contra los DEMOLEDORES es de Dios , de su E.S. A seguir en la tarea. animos.