Reflexión a modo de notas, hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo.
EL CAMINO MAESTRO DEL AMOR
EL CAMINO MAESTRO DEL AMOR
“Queda pues claro que por la gracia de Dios, la más digna de todas las criaturas, el alma del hombre fiel, es más grande que el cielo: ya que los cielos con todas las otras criaturas no pueden contener al Creador, mientras que sólo el alma del fiel es su sede y morada. Y esto únicamente gracias a la caridad de la que los impíos se encuentran privados, tal como afirma la Verdad misma: Quien me ama será amado del Padre, yo lo amaré y vendremos a él y haremos morada en él”. Así escribe Santa Clara de Asís en el lejano siglo XIII a su hermana en religión, la que había sido reina de Bohemia, Santa Inés de Praga. Estas palabras nos pueden ayudar hoy, contemplando el misterio de Jesús que sube a los cielos. “Cielo” no es un espacio físico circunscrito, ya que una nube aparta al Señor de los ojos atónitos de los apóstoles, que únicamente pueden seguir la ascensión con la mirada en los primeros instantes. En seguida los ángeles les llaman la atención: ¿Qué hacéis fijando los ojos al cielo?
Es cierto que tradicionalmente el cielo es el lugar de Dios. Que en el Credo afirmamos que el Verbo “bajó del cielo” y que hoy al concluir su misión sube allí de donde vino: cielo es el espacio aéreo encima de nosotros, hasta no sabemos bien dónde, infinitamente encima, misteriosamente encima. Y es una expresión tradicional que nos ayuda: porque nos anima a buscar a Dios levantando la mirada de la mente y del corazón antes que la de los ojos, hacia las cosas de arriba. Los acontecimientos humanos -todos, desde los más triviales y cotidianos a los más insólitos y extraordinarios- tienen un impacto diverso en nuestra vida según la perspectiva desde la cual son contemplados: si la perspectiva es horizontal, meramente terrena, los leeremos de manera horizontal, superficial y reductiva; si la perspectiva es vertical, será también divina, es decir: será aquella desde la que Dios mismo mira y lee aquel hecho. Y esto lo cambia todo.
Es cierto que tradicionalmente el cielo es el lugar de Dios. Que en el Credo afirmamos que el Verbo “bajó del cielo” y que hoy al concluir su misión sube allí de donde vino: cielo es el espacio aéreo encima de nosotros, hasta no sabemos bien dónde, infinitamente encima, misteriosamente encima. Y es una expresión tradicional que nos ayuda: porque nos anima a buscar a Dios levantando la mirada de la mente y del corazón antes que la de los ojos, hacia las cosas de arriba. Los acontecimientos humanos -todos, desde los más triviales y cotidianos a los más insólitos y extraordinarios- tienen un impacto diverso en nuestra vida según la perspectiva desde la cual son contemplados: si la perspectiva es horizontal, meramente terrena, los leeremos de manera horizontal, superficial y reductiva; si la perspectiva es vertical, será también divina, es decir: será aquella desde la que Dios mismo mira y lee aquel hecho. Y esto lo cambia todo.
Santa Clara de Asís en permanente correspondencia con Santa Inés de Bohemia |
“Si alguien me ama” dice Jesús; y Clara añade: “…y esto sólo gracias a la caridad”. Para que este discurso no resulte abstracto, difuso, poco útil y poco práctico para los que cada día hemos de luchar con los problemas de la vida y acarrear los afanes del día a día, el Señor y Santa Clara con Él, nos señalan el camino para preparar el alma para acogerlo: el camino maestro del amor. La fe, cuando es auténtica, se traduce espontáneamente en obras de caridad hacia Dios y los hermanos: gestos concretos, verificables, legibles. Tiempo dedicado al Señor en la oración y tiempo dedicado a los hermanos en la atención del corazón y la mente: éste es el proceder del “fiel”, esto dilata su mundo interior y la profundidad que lo capacita para Dios. He ahí la manera en que Jesús permanece todos los días con nosotros hasta el fin del mundo. Permanece en razón de la fe, de la fe que se declina en el amor. Entonces se comprende el gozo que invade a los apóstoles tras esta nueva separación de Jesús: y son los mismos apóstoles que se habían entristecido poco antes ante el anuncio de la partida de Jesús. Ahora es diferente: todo ha cambiado, pues han visto la eficacia de la fuerza y el vigor del Padre en la gloria, manifestados en la resurrección de Cristo. Tras la mañana de Pascua, nada puede ser como antes.
Y puesto que puede finalmente resplandecer nuestra imagen y semejanza de Dios en Jesús resucitado y vivo, tengamos un gozo pleno.
Y si alguien añora el cielo físico que tenemos sobre nuestras cabezas para gozar de él con Jesús resucitado tras nuestra definitiva resurrección, sepa que es tan inmenso que aunque nos asignase Dios un puñado de estrellas con sus respectivos planetas a cada uno de los que hemos venido a este mundo desde la creación, aún le quedaría infinito universo por repartir. Pero donde necesitamos hoy la ascensión de Jesús es, como dice santa Clara, a nuestras almas convertidas por Él mismo en cielo.
Fr. Tomás M. Sanguinetti
Y si alguien añora el cielo físico que tenemos sobre nuestras cabezas para gozar de él con Jesús resucitado tras nuestra definitiva resurrección, sepa que es tan inmenso que aunque nos asignase Dios un puñado de estrellas con sus respectivos planetas a cada uno de los que hemos venido a este mundo desde la creación, aún le quedaría infinito universo por repartir. Pero donde necesitamos hoy la ascensión de Jesús es, como dice santa Clara, a nuestras almas convertidas por Él mismo en cielo.
Fr. Tomás M. Sanguinetti
Fray Tomàs M., gracias por esa Glosa que nos introduce a la solemnidad de la Ascesión del Señor.
ResponderEliminarLa liturgia pone ante nuestros ojos, una vez más, el último de los misterios de la vida de Jesucristo entre los hombres: Su Ascensión a los cielos. Desde el Nacimiento en Belén, han ocurrido muchas cosas: lo hemos encontrado en la cuna, adorado por pastores y por reyes; lo hemos contemplado en los largos años de trabajo silencioso, en Nazaret; lo hemos acompañado a través de las tierras de Palestina, predicando a los hombres el Reino de Dios y haciendo el bien a todos. Y más tarde, en los días de su Pasión, hemos sufrido al presenciar cómo lo acusaban, con qué saña lo maltrataban, con cuánto odio lo crucificaban.
Al dolor, siguió la alegría luminosa de la Resurrección. ¡Qué fundamento más claro y más firme para nuestra fe! Ya no deberíamos dudar. Pero quizá, como los Apóstoles, somos todavía débiles y, en este día de la Ascensión, preguntamos a Cristo: ¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?; ¡es ahora cuando desaparecerán, definitivamente, todas nuestras perplejidades, y todas nuestras miserias?
El Señor nos responde subiendo a los cielos. También como los Apóstoles, permanecemos entre admirados y tristes al ver que nos deja. No es fácil, en realidad, acostumbrarse a la ausencia física de Jesús. Me conmueve recordar que, en un alarde de amor, se ha ido y se ha quedado; se ha ido al Cielo y se nos entrega como alimento en la Hostia Santa. Echamos de menos, sin embargo, su palabra humana, su forma de actuar, de mirar, de sonreír, de hacer el bien. Querríamos volver a mirarle de cerca, cuando se sienta al lado del pozo cansado por el duro camino, cuando llora por Lázaro, cuando ora largamente, cuando se compadece de la muchedumbre.
Siempre me ha parecido lógico y me ha llenado de alegría que la Santísima Humanidad de Jesucristo suba a la gloria del Padre, pero pienso también que esta tristeza, peculiar del día de la Ascensión, es una muestra del amor que sentimos por Jesús, Señor Nuestro. El, siendo perfecto Dios, se hizo hombre, perfecto hombre, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Y se separa de nosotros, para ir al Cielo. ¿Cómo no echarlo en falta?
"CRISTO QUE PASA" - San Josemaría Escribá
Gracias.
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