Reflexión a modo de notas, hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo.
APRENDER A VIVIR EN JESÚS: TENER UN AMOR PARA AMAR
APRENDER A VIVIR EN JESÚS: TENER UN AMOR PARA AMAR
Es duro anunciarle a alguien que has de marchar y dejarle. Y que esa ausencia será, si no definitiva, sí muy prolongada. Recuerdo las escenas dramáticas de despedidas de madres en los andenes de las estaciones: con los ojos anegados en lágrimas se abrazaban a sus hijos, jóvenes reclutas que marchaban para el servicio militar, los reemplazos de la mili. De esto hace ya bastantes años. Algunas personas mayores me cuentan la dramática partida de sus pueblos de origen en Andalucía, Galicia o Extremadura para venir a trabajar a Cataluña. Iban a pasar años hasta poder regresar algún día de visita: y todos lo sabían bien. A veces incluso dejando a los hijos pequeños en manos de sus sufridas y enlutadas abuelas. Hasta poder levantar cabeza y asegurarles un futuro más prometedor que las tierras agotadas de las que vivían cada vez con mayor dificultad. Y no quiero hablar de la pérdida inesperada de un ser querido: y más si éste es joven, víctima de una enfermedad o de un luctuoso accidente.
Jesús también anuncia a los suyos que los dejará; deberán vivir con su ausencia. Y el rebaño que abandona a esta precariedad deberá hacer un salto de calidad para superarla: deberá aceptar su pérdida a fin de que su presencia cambie de “estar con Jesús” a “estar en Jesús”. Éste es un paso necesario y obligado que vemos reflejado en las palabras de Jesús y los apóstoles. Sin embargo el Señor reafirma a los apóstoles que su lugar siempre será el mismo y que sus promesas de salvación no cambiarán. En la fe deberán caminar por el Camino que es Él mismo: pero no como habían hecho hasta entonces sino en un nuevo seguimiento. Este seguimiento no podrá ser una promesa humana siempre sujeta a la traición, será una fuerza divina que empuja desde dentro, concedida gracias a la nueva presencia en nosotros de Jesús por el don del Espíritu Santo. Don que se convierte en necesario no sólo para los apóstoles, sino para toda la Iglesia futura que justamente debido a esto, vivirá siempre en el espacio y en el tiempo la presencia de su Salvador.
Muchos se preguntarán si no hubiera sido más fácil para Dios mantener su presencia física entre nosotros para indicarnos Él mismo el camino a seguir y lo que hay que hacer, evitando escoger el camino del sufrimiento y la ausencia. Pero la auténtica pregunta no es sólo cómo el Señor debiera mantener su presencia entre nosotros, sino de qué manera Él, siempre presente, nos puede convertir en verdaderos hijos de Dios, adoradores del Padre en espíritu y en verdad. Que eso es lo que debe realizarse por toda la Iglesia hasta la consumación del Reino. Por este motivo Jesús concluye su presencia limitada y se abre a la ilimitada, viviendo continuadamente en los hijos de Dios que conocen el rostro de Dios Padre gracias a Jesús mismo. Permanecer unidos a la fe únicamente en el Jesús del espacio y del tiempo en que se ha encarnado, quiere decir no conocerle de verdad; y mucho menos se puede afirmar que se vive en Él y con Él. Efectivamente muchos dicen creer en el “maestro” Jesús de Nazaret de hace 2000 años, en el Jesús histórico, negando de ese modo la fe en Jesús, Dios y hombre verdadero.
De este modo se niega efectivamente la fe, que es la única que engendra esperanza, gozo y vida nueva en el don del Espíritu Santo. Tomás a cierto punto quiere conocer el camino igual que después querrá ver las llagas; pero comprenderá, y sólo en la presencia del Resucitado, que hay un buen trecho entre el ver para creer y el ver para adorar (¡reconocer la presencia de Dios!)
Vuelvo de nuevo a las despedidas de los reclutas y de los emigrantes: la familia que vive la lejanía de uno de sus miembros ha dejado de vivir “con” él; y es justamente la ausencia la que fuerza la creación de otro vínculo aún más potente, sostenido por la fe, por la esperanza y por el amor. Una fe, una esperanza y un amor alimentados por la vivísima presencia del ausente.
Decir a Jesús que no sabemos a dónde va es lo mismo que declararse paralítico sobre una camilla que en medio del camino nadie quiere cargar. Tomás en su pregunta hace una declaración de su propia parálisis para poder caminar por el camino mostrado por Jesús; y manifestación también de su propia incapacidad para ver a Dios Padre en el rostro de Jesús. En el fondo no podemos criticarlo porque aún no ha recibido, junto con los demás apóstoles, el don del Espíritu Santo que les hará vivir “en Jesús”, compartiendo con Él su naturaleza divina.
La acogida al Espíritu Santo que Dios espera de nosotros, los bautizados, es fundamental para comprender que el lugar que buscamos es una herencia. Que el lugar que Él nos ha preparado es la Vida que jamás nos será arrebatada. Perseverar en el Camino no es seguir un camino, sino ponerse en seguimiento de una persona. Creer en la Verdad no es la adhesión a un concepto, sino frecuentar una Persona. Acoger la Vida no es rendirse ante la evidencia de un dato biológico, sino tener un Amor para amar.
Fr. Tomás M. Sanguinetti
Fray Tomás, muy agradecido por esa Glosa de este V Domingo pascual.
ResponderEliminarYo soy el CAMINO, la VERDAD y la VIDA. No un camino, una verdad y una vida, cualquiera.
El camino, tanto el interior como el exterior, es siempre un itinerario que hay que hacer para llegar de un sitio a otro. Jesús es para nosotros el camino para llegar al Padre; el mismo Jesús es nuestro camino. La encarnación, vida, muerte y resurrección de Jesús fueron realmente un camino que él tuvo que recorrer para volver al Padre, de donde salió. Su camino fue hacer la voluntad de su Padre y, al mismo tiempo, mostrarnos a nosotros el camino que deberemos recorrer si queremos llegar como él hasta nuestro Padre Dios. A los primeros cristianos se les llamaba “los del camino”, antes de empezar a ser llamados cristianos en Antioquia, tal como se nos dice repetidamente en los Hechos de los Apóstoles. Los primeros cristianos habían hecho previamente un camino de purificación y conversión interior, expresado visiblemente en su bautismo, antes de lanzarse a recorrer los caminos de Galilea y Judea, y del mundo entero, predicando el evangelio de Jesús. También nosotros, discípulos de Cristo, necesitamos hacer de nuestra vida un doble camino de purificación interior y de predicación del evangelio de Jesús. Jesús es nuestro camino y nuestra obligación cristiana es identificarnos con él y vivir en comunión con él, mientras vivimos y actuamos en este mundo. La Iglesia de Jesús debe ser santa en sí misma y predicar la santidad al mundo entero, si quiere de verdad que Jesús sea nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Lo que decimos de la Iglesia debemos decirlo de cada cristiano en particular: si queremos que Cristo sea de verdad nuestro camino debemos ser santos y predicar la santidad, es decir, el evangelio del Reino. Así lo hicieron los primeros cristianos, los “del camino”.
No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. La vida está llena de dificultades y sobresaltos, que muchas veces nos hacen perder la paz interior. Nuestra fe en Cristo debe actuar de calmante de nuestra inquietud, porque la verdadera fe es siempre confianza en aquél en quien creemos. Nuestro corazón vive muchas veces inquieto por las dificultades de la vida, pero el corazón cristiano debe saber descansar en Dios. Descansar en Dios ya en esta vida, no sólo en la vida eterna. Un alma profundamente cristiana es un alma en paz, en paz consigo misma, en paz con los demás y en paz con Dios. En el corazón de Cristo hay sitio para todos, por muy débiles y pecadores que nos sintamos. Por eso, todos podemos decir con verdad: ¡sagrado corazón de Jesús en vos confío! No perdamos nunca la calma interior, Cristo está con nosotros.
Escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos del espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicamos a la oración y al servicio de la palabra. Fueron los siete primeros diáconos, o ministros, del cristianismo, encargados de atender a las necesidades materiales de unas personas necesitadas de ayuda material. Los apóstoles seguirían dedicándose con exclusividad a la oración y a la predicación. En nuestra Iglesia de hoy también debemos saber conjugar estas tres cosas: oración, predicación y atención a los necesitados. Tan necesario es orar, como predicar, como atender a los necesitados. Una Iglesia que descuide alguno de estos tres deberes no puede ser verdadera Iglesia de Cristo. Y lo que decimos de la Iglesia, en general, debemos decirlo de cada cristiano en particular.
También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu. El Espíritu, Cristo, es el que da alma y vida al templo, es la piedra angular, pero también nosotros formamos parte de este templo siendo miembros vivos del cuerpo de Cristo. Todas las personas, sin distinción de raza, lengua, o nación, estamos llamados a formar parte del cuerpo de Cristo. Por Cristo, con él y en él, todos estamos llamados a ser piedras vivas del templo de su Espíritu.
Gracias Fray Tomas por su Glosa Dominical.
ResponderEliminarSeguir el camino con Jesus y en Jesus....gracias !!! LO hare hasta el final de mi vida !!!
Lo haré hasta el final de mi vida!!! Que fácil es decirlo y que difícil hacerlo cuando te llegue la enfermedad la pobreza y la muerte a tu entorno veremos como reaccionas
ResponderEliminarLa Gracia todo lo puede. Incluso la gracia (en minúscula) hace que todo sea mucho más agradable y mucho más fácil. Claro que con la Gracia de Dios podemos. La sola esperanza y el solo deseo de esta gracia es de por sí un gran don de Dios.
ResponderEliminarSi en el plano humano puede tanto el amor, ¿cómo no va a poderlo el Amor Divino y la divinización de nuestro amor al asociarlo al Amor de Dios?