Quien no se consuela es porque no quiere. Todos los años, invariablemente, se llenan las plazas y los atrios de las iglesias para la bendición de los ramos. Es el efecto de la inserción perfecta de la religión en la vida. Tal vez se festeja de forma ostentosa la salida del invierno, la extraña primavera cristiana de gloria mezclada de pasión. Como la vida misma. Es un breve resurgimiento de la religiosidad auténtica del pueblo. El Domingo de Ramos, después de la multitudinaria bendición de los ramos, fiesta ineludible para los niños, las iglesias desangeladas durante el año, se llenan este día a tope. Muchos de los que han acudido a la bendición, se quedan luego a misa, otros tantos se largan. Para la mayoría de los que asisten, es una de las pocas misas del año; y para algunos, la única. Les sienta bien un encuentro con Dios y con su Iglesia aunque sólo sea una vez al año y aunque eso no implique ningún compromiso ni espiritual ni religioso.
Es indudable que ese formato de religión folklórica le sienta bien a la gente. Es evidente que la mayoría prefieren prescindir de lo más oneroso de la religión y se apuntan directa y exclusivamente al folklore.
Es el calco de lo que fue en vida de Jesús: el Domingo de Ramos, una gran multitud de entusiastas prorrumpiendo en Hosannas. El triunfo, la gloria y el espectáculo que arrastran consigo, tira mucho. La pura inercia empuja hacia esas celebraciones. Y no son hipócritas ni nada por el estilo. Son gente sincera, pero de convicciones tan lábiles, que del mismo modo que se apiñan hoy para gritar Hosanna, y con la misma sinceridad, se apelotonarán mañana para gritar “Preferimos a Barrabás”; y a Jesús, “¡Crucifícalo!”. Muchos de esos cristianos de palmas y jolgorio, se apuntan luego en su vida civil, que nada tiene que ver con su momentánea vida religiosa, a toda la ideología anticristiana en que están inmersos. Y lo hacen con la misma convicción y entusiasmo con que se han apuntado el Domingo de Ramos a recordar su tenue relación con Cristo.
Es indudable que ese formato de religión folklórica le sienta bien a la gente. Es evidente que la mayoría prefieren prescindir de lo más oneroso de la religión y se apuntan directa y exclusivamente al folklore.
Es el calco de lo que fue en vida de Jesús: el Domingo de Ramos, una gran multitud de entusiastas prorrumpiendo en Hosannas. El triunfo, la gloria y el espectáculo que arrastran consigo, tira mucho. La pura inercia empuja hacia esas celebraciones. Y no son hipócritas ni nada por el estilo. Son gente sincera, pero de convicciones tan lábiles, que del mismo modo que se apiñan hoy para gritar Hosanna, y con la misma sinceridad, se apelotonarán mañana para gritar “Preferimos a Barrabás”; y a Jesús, “¡Crucifícalo!”. Muchos de esos cristianos de palmas y jolgorio, se apuntan luego en su vida civil, que nada tiene que ver con su momentánea vida religiosa, a toda la ideología anticristiana en que están inmersos. Y lo hacen con la misma convicción y entusiasmo con que se han apuntado el Domingo de Ramos a recordar su tenue relación con Cristo.
Multitudes en el triunfo, y tres mujeres, su madre entre ellas, más uno de los discípulos, uno solo, en la cruz. Ésa es la realidad. Y la Iglesia siempre dejándose arrastrar por la tentación de las palmas y el jolgorio, en un intento de ofrecer la cara más amable de Cristo. Amable y divertida si puede ser, con niñitos por doquier, hasta convertir la liturgia en espectáculo, como un calco del martilleo de los medios. Y algunas veces, por hacerla aún más atractiva a los respectivos públicos, convertida casi en esperpento. Claro que no nos hemos de perder ni una sola de las sonrisas del Señor. Ni una sola. Hemos de cultivar el gozo del Evangelio pero sin rehuir sus asperezas. Que al fin y al cabo, el Señor quedó hecho un Ecce Homo tras la flagelación y la coronación de espinas. Y fue por nosotros, por nuestros pecados. Pero no para que nos complazcamos en ellos, que hoy se lleva mucho eso. No para que nos sintamos confortables en nuestra vida de pecado, sino para que sigamos sus pasos. “Cristo cargó con nuestros pecados a fin de que, muertos a nuestros pecados, vivamos para la justicia. Sus heridas nos curaron” (1Pe 2, 24).
Nos empuja el mundo con fuerza a que le mostremos nuestra cara más afable: al fin y al cabo estamos inmersos en una cultura rabiosamente hedonista: así que nada de pasiones y sufrimientos, nada de caras adustas ni menos sangrantes, nada de cabezas coronadas de espinas, de manos y pies taladrados por los clavos, de espaldas castigadas por los azotes. Nada de Madre Dolorosa iuxta crucem lacrimosa acompañando al Hijo en su sufrimiento. Nada que nos recuerde la Cruz. El mundo nos pide que archivemos estas imágenes que no son del gusto de esta época, y que desempolvemos las páginas más amables y lisonjeras del Evangelio. Así es el mundo. Nada de pecados, en fin. Esos por cuya remisión paga Jesucristo un precio tan caro. Nada de aquellos actos de la libertad del hombre que elige el mal y la mentira a sabiendas, que violan los mandamientos de Dios y provocan corrupción y muerte. ¡Aquí nadie peca, hombre! El único que hace mal, acaba siendo el buen Dios que permite el hambre en el mundo, las catástrofes naturales, las enfermedades incurables y los accidentes de tráfico. Todos somos muy buenos, y si alguna vez metemos la pata, siempre hay alguien a quien echar la culpa. Éste es el mundo con el que nos ha tocado entendernos: si el Evangelio no es gozoso, no es Evangelio.
Pero tampoco vayamos a considerarnos escoria si nos dejamos arrastrar igual que los contemporáneos de Jesús, incluidos los apóstoles, por lo más placentero del Evangelio. Si nos apuntamos a la Transfiguración y luego no hay quien nos encuentre en la Pasión, consolémonos pensando que los más fieles seguidores de Cristo anduvieron antes estos pasos. Si no acertamos a seguir a Jesús en el gozo y en el dolor, consolémonos pensando que no somos los únicos. El Vía Crucis es muy duro, es un camino que hemos de recorrer a lo largo de toda la vida. Recordemos que la imitación de Cristo y el no dejar baldía en nosotros su pasión y muerte, no es cosa de cuatro arranques de entusiasmo y de dos fervorines. Basta que nos miremos en el pueblo que un día aclama a Jesús y cuatro días más tarde lo denuesta y lo cambia por Barrabás; basta que nos miremos en los discípulos que no resistieron la dureza y la crudeza de la Pasión, para que no nos impacientemos por nuestra lentitud en el camino de la virtud, y para que crezca nuestra confianza en la misericordia de Dios. Basta que miremos a Pedro llorando amargamente su traición. ¡Ojalá sus lágrimas puedan ser un día también las nuestras!
Custodio Ballester Bielsa, pbro.
Nos empuja el mundo con fuerza a que le mostremos nuestra cara más afable: al fin y al cabo estamos inmersos en una cultura rabiosamente hedonista: así que nada de pasiones y sufrimientos, nada de caras adustas ni menos sangrantes, nada de cabezas coronadas de espinas, de manos y pies taladrados por los clavos, de espaldas castigadas por los azotes. Nada de Madre Dolorosa iuxta crucem lacrimosa acompañando al Hijo en su sufrimiento. Nada que nos recuerde la Cruz. El mundo nos pide que archivemos estas imágenes que no son del gusto de esta época, y que desempolvemos las páginas más amables y lisonjeras del Evangelio. Así es el mundo. Nada de pecados, en fin. Esos por cuya remisión paga Jesucristo un precio tan caro. Nada de aquellos actos de la libertad del hombre que elige el mal y la mentira a sabiendas, que violan los mandamientos de Dios y provocan corrupción y muerte. ¡Aquí nadie peca, hombre! El único que hace mal, acaba siendo el buen Dios que permite el hambre en el mundo, las catástrofes naturales, las enfermedades incurables y los accidentes de tráfico. Todos somos muy buenos, y si alguna vez metemos la pata, siempre hay alguien a quien echar la culpa. Éste es el mundo con el que nos ha tocado entendernos: si el Evangelio no es gozoso, no es Evangelio.
Pero tampoco vayamos a considerarnos escoria si nos dejamos arrastrar igual que los contemporáneos de Jesús, incluidos los apóstoles, por lo más placentero del Evangelio. Si nos apuntamos a la Transfiguración y luego no hay quien nos encuentre en la Pasión, consolémonos pensando que los más fieles seguidores de Cristo anduvieron antes estos pasos. Si no acertamos a seguir a Jesús en el gozo y en el dolor, consolémonos pensando que no somos los únicos. El Vía Crucis es muy duro, es un camino que hemos de recorrer a lo largo de toda la vida. Recordemos que la imitación de Cristo y el no dejar baldía en nosotros su pasión y muerte, no es cosa de cuatro arranques de entusiasmo y de dos fervorines. Basta que nos miremos en el pueblo que un día aclama a Jesús y cuatro días más tarde lo denuesta y lo cambia por Barrabás; basta que nos miremos en los discípulos que no resistieron la dureza y la crudeza de la Pasión, para que no nos impacientemos por nuestra lentitud en el camino de la virtud, y para que crezca nuestra confianza en la misericordia de Dios. Basta que miremos a Pedro llorando amargamente su traición. ¡Ojalá sus lágrimas puedan ser un día también las nuestras!
Custodio Ballester Bielsa, pbro.
www.sacerdotesporlavida.es
Gracias Mn. Custodio por darnos a entender en este artículo la realidad de nuestra fragilidad humana.
ResponderEliminarDespués de esa exposición tan clara, solo me queda decir: gracias Dios mío porque enviaste al mundo a tu Hijo para redimirnos de la esclavitud del pecado y poder gozar de la libertad que da tu Gracia.
Jesús, en su vida pública nos demostró que la vida cristiana, vivir el Evangelio, no es fácil, ciertamente, y menos si vamos por libres, pero acompañados de su mano es más fácil de lo que parece.
Jesús desde la alegría de una fiesta de bodas hasta la pena y compasión por la muerte de su amigo Lázaro, nos ha abierto un camino que nos muestra que la fe vivida, día a día, tiene que ser alegre porque confíamos en Él, que nunca nos abandona.
También conociendo nuestra fragilidad, representada en el Evangelio, por ejemplo, con la mujer sorprendida en adulterio, a la que Jesús, perdonó, pero le dijo: "en adelante no pequés más", nos deja el sacramento de la Reconciliación, otra muestra más de su infinita misericordia.
JESÚS CLÍNICA DEL ALMA
Oración:
A ti Señor, levanto mi voz.
El tiempo de espera, Señor, es cada vez más largo.
Son muchos los pensamientos que cruzan por mi mente.
Sobre el triunfo de la operación, sobre el futuro, sobre mi familia.
Me encuentro muy intranquilo, porque se trata de mi salud y mi vida.
A ti, Señor, levanto mi voz, para que cambies mi temor en confianza, y mi ansiedad en seguridad.
Bendice Señor, a las personas que me van a operar, guía tú sus mentes y sus manos para que curen esta enfermedad.
Bendice a mis familiares, que con su presencia y afecto me infunden tanto ánimo. Haz, Señor, que descanse esta noche, para así afrontar mañana el difícil momento que me espera, Amén
Buena reflexión para esta Semana Santa. Gracias, mossén.
ResponderEliminarArtículo de hispanidad.com sobre la falta del sentido del pecado en estos tiempos:
ResponderEliminarhttp://www.hispanidad.com/Confidencial/viernes-santo-lo-que-amenaza-a-la-iglesia-hoy-no-es-una-hereja-sino-u-20140418-162289.html
>>>>Viernes Santo. Lo que amenaza a la Iglesia hoy no es una herejía, sino un cisma<<<<
. Los problemas del hombre actual se resumen en el aforismo: “Yo no me arrepiento de nada”.
. De esta forma, negamos la evidencia primera: que somos pecadores. Y entonces es cuando no entendemos nada.
. Pablo VI: “el pecado del siglo XX (y del XXI) es la pérdida del sentido del pecado”.
. Y de ahí hemos pasado al siguiente nivel: la blasfemia contra el Espíritu Santo. Es decir, lo malo es bueno y lo bueno es malo.
. Curioso: cada vez son más los no-cristianos que creen próximo el fin del mundo.
Bueno, es que hoy la Iglesia se ha modernizado y ya no está para Hosanas y cosas así. Ha de hacerle la competencia al mundo, tan oenegista. Ésa es la nueva vocación, esa es la Iglesia moderna, la que encarna tan maravillosamente el actual Papa: menos liturgia y más oenegé. Eso sí, coincidiendo con los que dicen "Crucifícalo", y "no tenemos más rey que al César, ni más Dios que al dinero".
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