Reflexión a modo de notas, hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo.
ASPIRAR A LA PERFECCIÓN A PESAR DE LAS FLAQUEZAS
Las lecturas de la Escritura de este domingo, el penúltimo antes de la Cuaresma (7º ordinario/Sexagésima) tienen un denominador común en ambas formas del Misal Romano: Cristo es nuestra fuerza y nuestra justificación. Sólo su gracia nos salva y nos santifica. Gracia manifestada en la fuerza de su Palabra, que como semilla necesita ser acogida en una tierra buena y no ser ahogada por los afanes del mundo. Debemos aspirar a que ésta crezca con fuerza, y dé fruto de santidad en nosotros. Una santidad y una perfección que no se apoyan en las fuerzas humanas: “que nadie se gloríe en los hombres” (2ª lectura del 7º domingo ordinario). No tenemos nosotros suficiente fuerza para “perfeccionarnos” y “santificarnos”. La fuerza de esa santificación reside en Cristo: “la fuerza se realiza en la debilidad. Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo” (Epístola de Sexagésima).
Por este motivo ese perfeccionamiento no se limita a lo posible y previsible en cálculos humanos: podemos rebasarlo porque es Dios el que está obrando cuando nos dejamos moldear por él.
Miramirall del Tibidabo |
La Cuaresma que se acerca es un buen momento para recordar lo que un día aprendimos o deberíamos haber aprendido en el Catecismo, a saber, que el alma tiene tres enemigos fundamentales: mundo, demonio y carne. La perspectiva distorsionada de nosotros mismos es una de las obras maestras de los tres enemigos juntos.
Entre nuestra imagen deformada hacia la deformidad y la actitud ilusa del que se deja engañar por la imagen que le ofrece el ilusionista (que nos hace ver realidades inexistentes para abstraernos de la realidad con el fin de que nos ensoñemos), encontramos el justo medio de nuestra realidad. Pedir con humildad la gracia de reconocernos tal cual somos y estamos, es el inicio de ese camino de perfeccionamiento al que debemos aspirar. “Sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto”. Me gusta entender lo de la perfección como un “acabar de ser”, completar lo iniciado, llegar hasta el final: el ejemplo de San Pablo es estimulante. Por eso la liturgia estacional de este domingo se realiza en San Pablo Extramuros, la gran basílica del Apóstol en Roma.
¿Pero qué es ser santo como Dios? Pues tener la misma forma de amor que Dios tiene. Nosotros nos cansamos de ser buenos, perdemos la paciencia. Él ama siempre aunque se enfade: ahí reside su santidad. Si somos llamados a ser santos según el modelo de Dios (quiere decir que con todas nuestras flaquezas), el Señor puede darnos aquella paciencia y aquel amor con el que podemos incluso corregir al prójimo. No se trata de ser los sabihondos de la clase, sino de no tener miedo de decir la verdad aunque ésta pueda herir. Y cuando hacemos reproches no es por vengarnos o por desahogar nuestro enfado, sino que lo hacemos de tal modo que el hermano comprenda que si le hacemos ver la fealdad de lo que ha hecho, es porque le queremos.
¿Pero qué es ser santo como Dios? Pues tener la misma forma de amor que Dios tiene. Nosotros nos cansamos de ser buenos, perdemos la paciencia. Él ama siempre aunque se enfade: ahí reside su santidad. Si somos llamados a ser santos según el modelo de Dios (quiere decir que con todas nuestras flaquezas), el Señor puede darnos aquella paciencia y aquel amor con el que podemos incluso corregir al prójimo. No se trata de ser los sabihondos de la clase, sino de no tener miedo de decir la verdad aunque ésta pueda herir. Y cuando hacemos reproches no es por vengarnos o por desahogar nuestro enfado, sino que lo hacemos de tal modo que el hermano comprenda que si le hacemos ver la fealdad de lo que ha hecho, es porque le queremos.
En este mundo que Dios nos llama a construir, no hay ni paz sin justicia ni justicia sin paz. Y no hay paz sin reconciliación. No es la venganza la que construye una sociedad, sino el desarme de los espíritus. Sólo la reconciliación y el trabajo por el bien común pueden reconstruir el tejido social y la solidaridad en un tiempo de crisis, de conflictos y de inútiles divisiones. Seamos la tierra buena que acoge la Palabra y apoyándose en su fuerza y en su gracia crece y da fruto de santidad.
Fr. Tomás María Sanguinetti
Fr. Tomás María Sanguinetti
Fray Tomàs Maria, gracias por su Glosa domincal de hoy.
ResponderEliminarUsted nos dice: ...."Cristo es nuestra fuerza y nuestra justificación. Sólo su gracia nos salva y nos santifica. Gracia manifestada en la fuerza de su Palabra, que como semilla necesita ser acogida en una tierra buena y no ser ahogada por los afanes del mundo. Debemos aspirar a que ésta crezca con fuerza, y dé fruto de santidad en nosotros. Una santidad y una perfección que no se apoyan en las fuerzas humanas: “que nadie se gloríe en los hombres” (2ª lectura del 7º domingo ordinario).
San Pablo nos lo dice muy claro: la Gracia y la fuerza salvadora de Dios, necesita ser acogida y ahí entra en juego nuestra libertad.
El designio de Dios, concebido antes de la creación del mundo, y que en el momento de la creación tuvo su inicio como primer acto salvífico — educativo, se realiza en el tiempo y en el espacio, en la historia y geografía de la salvación, a través de un proceso lento, progresivo, lleno de peripecias, logros y fracasos, esperanzas y desilusiones, pero nunca abandonado por parte de Dios no obstante las infidelidades, travesuras, rechazo por parte de la humanidad. Dios siempre permanece fiel a su proyecto, nunca se echa atrás en su promesa.
Por eso mismo la acción educativa de Dios, mediación para realizar su plan de salvación, se presenta como una tarea ardua, perseverante, llena de tensiones y de paciente impaciencia.
Desde el principio la vocación a la vida y al amor puesta por Dios en el corazón humano fue rechazada permanentemente por la humanidad. La negación del proyecto de Dios desde los orígenes el fratricidio (Caín mata a Abel) y la división y la falta de comprensión entre los pueblos (Torre de Babel). Pero particularmente la opresión y la esclavitud a la que son sometidos unos pueblos por otros (característica de las sociedades esclavistas de la antigüedad), son una negación del proyecto original de Dios puesto desde la creación en el corazón del ser humano.
Por esta razón, la pedagogía de Dios, que en la creación se planteó como pedagogía de la vida y del amor, para poder realizarse en condiciones de explotación y de esclavitud, debe convertirse en una pedagogía de la libertad, en una educación liberadora, en una educación popular.
La experiencia de esclavitud sufrida por el pueblo elegido en Egipto, plantea a Dios la necesidad de que su acción salvadora pase por una praxis de liberación y que la pedagogía de la vida se haga pedagogía de la liberación.
Esta circunstancia nos muestra que la pedagogía divina se adapta y realiza en las condiciones históricas reales que vive el pueblo de Dios, que es cada comunidad en su situación concreta.
Con respecto a la parábola del sembrador que hoy recordamos, vale la pena mencionar nuestro sabio refrán: "Quien siembra vientos, recoge tempestades"
ResponderEliminarHe escuchado, leído y disfrutado la epístola de hoy. El mejor sermón es su lectura pausada y meditada. No veo qué se le puede añadir más. Gracias, de todos modos, Fray Tomás María por glosar estos textos. Seguramente que todos los que seguimos esta sección agradeceríamos un enlace a los textos glosados para poder disfrutarlos de nuevo. Reciba un fraternal abrazo.
ResponderEliminarGracias por esta hermosa reflexión sobre aspirar a la perfección a pesar de nuestras flaquezas. En la homilía de la Misa de hoy el sacerdote lo ha expresado también de una forma muy acertada, la santidad no consiste en ganar la guerra sino en librar todas las batallas.
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