La plegaria ordinaria por los difuntos era el eco ordinario de aquella otra, solemne y particular, que se realizaba en ocasión de la muerte de los fieles. Los salmos también en esta circunstancia prestaban sus acentos inspirados para expresar a Dios el dolor de los que se quedaban y la confianza cristiana en el reposo de aquella alma junto a Dios. Tal era la praxis vigente ya en el siglo IV durante el intervalo de tiempo que transcurría entre la muerte y el sepelio del cadáver. Durante el día, y si cabe más aún, durante la noche, se velaba al difunto, cantando y recitando los salmos. Así lo describe San Agustín en ocasión de la muerte de su madre Santa Mónica.
En Oriente, San Gregorio Niceno hace referencia a una vigilia nocturna, siguiendo el modelo de aquella usada en la fiesta de los mártires. En Occidente San Gregorio de Tours (+593) confirma unos usos similares en la Galia. No es difícil intuir cómo trascurría esa vela nocturna. La regla monástica femenina de San Cesario de Arles (+543) habla de lecturas hasta la hora de Maitines. Previsiblemente acompañadas de la recitación de los salmos. Estos, en parte o por entero, intercalados con oportunas lecturas espirituales, constituían sustancialmente el nudo de la vigilia de difuntos.
Así de esta manera debían desarrollarse entonces las vigilias de los mártires, como quedaron huellas en la liturgia milanesa hasta la época de San Carlos. Por otra parte, la praxis de recitar todo el salterio durante el velatorio, se mantuvo por largo tiempo en la Iglesia. En Roma perduró al menos hasta el siglo VI en los monasterios benedictinos; también en Fulda en Alemania hasta el siglo VIII, y en el suizo de St. Gallen, en los de Inglaterra y Francia hasta el siglo XI y en los monasterios lombardos hasta el siglo XII. En Roma, fuera del ámbito monástico, hasta el siglo IX no encontramos trazos en ningún libro litúrgico.
Así de esta manera debían desarrollarse entonces las vigilias de los mártires, como quedaron huellas en la liturgia milanesa hasta la época de San Carlos. Por otra parte, la praxis de recitar todo el salterio durante el velatorio, se mantuvo por largo tiempo en la Iglesia. En Roma perduró al menos hasta el siglo VI en los monasterios benedictinos; también en Fulda en Alemania hasta el siglo VIII, y en el suizo de St. Gallen, en los de Inglaterra y Francia hasta el siglo XI y en los monasterios lombardos hasta el siglo XII. En Roma, fuera del ámbito monástico, hasta el siglo IX no encontramos trazos en ningún libro litúrgico.
La recitación del entero salterio podía hacerse en una comunidad religiosa, distribuyendo el peso entre dos o tres grupos de monjes a turno, pero eso era prácticamente imposible para las iglesias seculares. Por eso el completo Salterio fue sustituido por los siete salmos penitenciales, complementados con la Letanía de los Santos que a menudo era larguísima, o con otras plegarias adecuadas. Este complejo formulario eucológico constituyó el núcleo más antiguo de la “Commendatio animae” (Recomendación del alma) que después de ser recitada junto al lecho del moribundo sirvió como plegaria de sufragio también en torno a su féretro. La Commendatio de hecho se encuentra prescrita en los rituales más antiguos, sea en el velatorio fúnebre praesente cadavere como para el 3º, 7º y 30º día de la muerte y en aniversario, y como fórmula litúrgica genérica para el sufragio de difuntos. Esta es la razón por la que la Commendatio animae se encuentra a menudo en los Sacramentarios y en los Libros de Horas medievales.
Hay que observar que esta fue largamente usada porque cuando surgió, hacia mitad del siglo VIII, el Oficio de Difuntos propiamente dicho aún no había entrado en el uso litúrgico general. Sin embargo después del periodo carolingio este en un primer momento fue asociado a la Commendatio, y después poco a poco la superó y finalmente la sustituyó, haciéndola prácticamente desaparecer como oficio mortuorio.
Libro de las Horas medieval |
El historiador litúrgico Callewaert demostró que el origen del Oficio de Difuntos no es monástico, ni fue compuesto en el siglo VIII como se creía, sino que al parecer es anterior incluso a San Gregorio Magno tal como lo demuestra el examen de sus partes: el número y el ordenamiento de los salmos es netamente romano, sin trazos galicanos o monásticos, y sin los añadidos posteriores a San Gregorio (preces introductorias, invitatorio, himnos, el capítulo, la doxología final de los salmos…), por lo cual se puede deducir que el Oficio fue calcado del Triduo Sacro, representando un estadio litúrgico pregregoriano. Las conjeturas de Callewaert han sido confirmadas por el Ordo de Juan, el Archicantor de San Pedro que en torno al 680 atestigua la práctica litúrgica bastante difundida. También Amalario admite implícitamente la proveniencia romana ya que da fe que este se encontraba en los primeros antifonarios llegados a la Galia desde Roma en el siglo VIII. Callewaert ha demostrado que el Oficio de Difuntos fue creado no para la vigilia del difunto, sino para el 3º,7º y 30º día como añadido al oficio cotidiano.
Una de las características esenciales del Oficio de Difuntos es que a diferencia de los otros oficios, la Iglesia no reza en nombre de todos: si no que tomando el lugar de las almas del Purgatorio, gime e implora en la persona del difunto.Dom Gregori Maria
Dom Gregori Maria, muchas gracias, òt su interesante artículo acerca la historia de la Oración por los Difuntos.
ResponderEliminarEN UNION CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO
¡Cuantos misterios esconde la Voluntad de Dios!. Y muchos de ellos sólo se nos revelarán cuando ya sea tarde para corregir nuestro rumbo, y no nos quede otra opción más que someternos a la Justicia de Dios. ¡Si pudiéramos hablar con las almas purgantes, cuantos consejos nos darían!. Ellas nos enseñarían que la diferencia más grande entre el infierno y el Purgatorio radica en que mientras en el fuego eterno las almas blasfeman y rechazan a Dios (llevando al infinito el rechazo y odio que tuvieron en vida), en el Purgatorio las almas buscan y desean a Dios. Y es ese el mayor castigo: no tener a Dios. Pero también es el mayor consuelo el saber que lo tendrán, luego de purificarse y ser almas dignas de estar en el Reino, en Su Presencia por toda la eternidad.
Ellas nos dirían que no desperdiciemos la gracia de poder hacer que el sufrimiento sirva para evitar la purificación por la que ellas pasan, ya que mientras en vida las buenas obras, el amor y el dolor suman y preparan el alma, en el Purgatorio solo queda sufrir y esperar el momento de subir al Cielo. ¡Que desperdicio el nuestro!. Ellas nos ven malgastar nuestro día en banalidades que luego deberemos pagar, sometidos a la Justicia Perfecta de Dios.
Imaginen que inútil aparece para estas almas todo nuestro superficial mundo, nuestras preocupaciones, mientras tenemos tiempo y la oportunidad de mostrarle a Dios que podemos entrar a Su Reino por el camino del Amor Perfecto, esto es, por medio de la fe, la esperanza y la caridad.
En el Purgatorio se ama, se ama sin limites, y se arrepiente el alma de tanta ceguera vivida en la vida terrenal. Ellas esperan el consuelo de María y de San Miguel, de los ángeles que acuden en su apoyo, recordándoles que después del sufrimiento tendrán la gloria de llegar al gozo infinito. Allí se pide oración: cuando ellos reciben el amor de los que aun estamos aquí hecho alabanza a Dios, no sólo se consuelan sino que acortan su sufrimiento. Y lo devuelven cuando llegan al Cielo, intercediendo por quienes los supieron ayudar a disminuir sus sufrimientos.
¿Quieres hacer un buen negocio, el mejor de todos?. Une tu alma a las de las almas purgantes, ora por ellas, siente que estás unido a su dolor y las consuelas, mientras ellas adquieren la luminosidad que les permita subir a la Gloria. Verás entonces que los dolores de aquí adquieren un significado distinto, son un trampolín para el crecimiento del alma, te hacen sentirte unido a Dios, trabajando para El. Pocas obras son tan agradables a Jesús y María como la oración de quienes se unen espiritualmente a las almas purgantes. Es un ida y vuelta, un fluir de alabanzas que sube y baja, y que ayuda tanto a unos como a otros.
Un día se escuchó, durante la segunda guerra mundial, una multitud aplaudiendo y aclamando en la iglesia de Santa María de la Gracia, en San Giovanni Rotondo. Pero a nadie se vio allí, por lo que los pocos que estaban presentes preguntaron a San Pío de Pietrelcina que había ocurrido. El les dijo: “he estado rezando durante muchos días por los soldados que mueren en el campo de batalla, y una multitud de ellos ha venido a agradecerme porque han salido del Purgatorio y han entrado al Cielo”. La oración de Pío, poderoso intercesor ante Dios, les había acortado el sufrimiento.
Oremos por las almas purgantes, porque serán ellas las que intercederán por nosotros cuando tengamos que purificar nuestra alma. Y serán entonces ellas las que nos darán la bienvenida al Cielo, cuando Dios en Su Infinita Misericordia nos conceda esa Gracia.
¡Trabajemos por ello, tenemos nuestra vida para lograrlo, ese es el sentido de nuestra presencia aquí!.