Capítulo 30: La Fiesta de la Santísima Trinidad

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Toda la liturgia en la expresión cotidiana de la oración, y muy especialmente en el oficio dominical, quiere ser un recordatorio y a la vez un homenaje al misterio de la Santísima Trinidad. Por eso la antigua Iglesia Romana no pensó en instituir una fiesta especial en honor de la Santísima Trinidad; antes bien, cuando una celebración de esa índole empezó a propagarse en los territorios transalpinos, encontró la neta desaprobación de la Santa Sede. El Papa Alejandro III (+1181) en una carta al obispo de Terdón escribía: “Algunos han adoptado la costumbre de celebrar la fiesta de la Santísima Trinidad el día de la octava de Pentecostés, otros en el último domingo del año eclesiástico. La Iglesia romana no adopta tal uso”. Y explica el motivo: “Porque todos los domingos, incluso cada día, se celebra la memoria”. Antes del Papa, y por el mismo motivo, se habían opuesto decididamente, Bernoldo de Constanza (+1100), Potón de Prüm (+1152) y más tarde Sicardo de Cremona (+1215).

Pero la desaprobación papal no frenó al movimiento popular en favor de la nueva fiesta, especialmente en Francia y Alemania, porque el Papa aviñonés Juan XXII en el 1334 la aprobó y la extendió a la Iglesia Universal, manteniéndola en el domingo de la octava de Pentecostés. El primer Ordo Romano que hace referencia a ella es el XVº, redactado por Amelio (+1399): “En la fiesta de la Ssma. Trinidad, que es en la octava de Pentecostés, se usan ornamentos blancos”.

El abad Alcuino de York en un retrato del siglo IX
No resulta claro por qué se eligió este día.
Hay que recordar que en tiempo de San León Magno (440-461) en razón de las Témporas entonces celebradas en la semana de Pentecostés, el domingo era vacante, como todos los domingos posteriores a las grandes vigilias nocturnas. Pero a principios del siglo VI, al surgir la tendencia a alargar la fiesta de Pentecostés con una semana- octava según el modelo de la semana pascual, en razón del carácter penitencial de las témporas, estas fueron trasladadas a un momento posterior; y para el domingo, por evidentes influencias bizantinas, se fijó una fiesta de todos los Santos, parecida a la que celebraban y aún celebran los Griegos. Tuvo sin embargo una corta duración, porque San Gregorio Magno al parecer la suprimió y devolvió las Témporas a su lugar original, a pesar de que los libros litúrgicos post-gregorianos presenten un cierto titubeo al respecto. El domingo después de Pentecostés volvió a estar vacante, y como tal era considerado aún en el 1275, según reza en el Ordo XIII: “El primer domingo después de Pentecostés, que carece de octava, se reza el oficio diurno y nocturno tal como se contiene en el Ordinario, y se usa el color verde”.

Esta es la razón por la que muchas iglesias, no teniendo la misa de ordenaciones en el sábado de Témporas, tuvieron que proveerla de un formulario para la misa, y encontraron cómodo elegir aquel formulario De Sancta Trinitate que Alcuino (+804) en la serie de misas semanales compuestas por él y enviadas en la “carpeta anexa del misal” (chártula missalis) a los monjes de Fulda. El paso de la misa votiva a la fiesta, no fue difícil, especialmente para los monasterios, tanto que muchos misales monásticos a partir del siglo XI, denominan al domingo después de Pentecostés como festum S. Trinitatis.
Antífonas de la fiesta, compuestas por Esteban de Lieja
 Precisaremos diciendo que Esteban, obispo de Lieja (+920) es considerado como el primero en instituir la susodicha fiesta en aquella ciudad, más tarde extendida a toda la diócesis por su sucesor Ricardo. Fue Esteban de Lieja sin duda el compositor del Oficio en honor a la Santísima Trinidad aún en uso en la Iglesia Latina. No resulta pues exacto considerar, como frecuentemente se ha hecho, al franciscano Juan Peckham, arzobispo de Canterbury (+1292) como su autor, pues Bäumer encontró el texto en un manuscrito de Einsiedeln de un siglo anterior a él.

El Oficio es muy peculiar, caracterizado por la variedad de formas literarias empleadas por su autor: algunos textos están compuestos en prosa ordinaria, tomados de pasajes de la Escritura; otros según las leyes de la poesía métrica clásica, otros según la rítmica medieval, otros en rima consonante final.

Dom Gregori Maria

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2 comentarios

  1. Himno a la Santísima Trinidad

    Dom Gregori Maria, Muy agradecido por su artículo histórico de esta solemnidad.


    Himno a la Santísima Trinidad






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    ¡Dios mío, Trinidad a quien adoro!,
    La Iglesia nos sumerge en tu misterio;

    te confesamos y te bendecimos,
    Señor Dios nuestro.

    Como un río en el mar de tu grandeza,
    el tiempo desemboca en hoy eterno,
    lo pequeño se anega en lo infinito,
    Señor, Dios nuestro.

    Oh, Palabra del Padre, te escuchamos;
    oh, Padre, mira el rostro de tu Verbo;
    oh, Espíritu de amor, ven a nosotros;
    Señor, Dios nuestro.

    ¡Dios mío, Trinidad a quien adoro!,
    haced de nuestros almas vuestro cielo,
    llevadnos al hogar donde tú habitas,
    Señor, Dios nuestro.

    Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu:
    Fuente de gozo pleno y verdadero,
    al Creador del cielo y de la tierra,
    Señor, Dios nuestro. Amén.

    (1as Vísperas de la Solemnidad de la Santísima Trinidad.)


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  2. A ver si sucede lo mismo con la fiesta en honor de Dios Padre, deseada por tantos...
    Para los que no sepan, pueden buscar en Internet Madre Eugenia Ravasio, obispo de Grenoble Mns. Caillot. También habla del tema, entre otros, Jean Galot en su obra "Padre ¿quién eres?".

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