El ayuno sustancialmente consistía en una única comida vespertina, después de vísperas o de la celebración eucarística según los días o costumbres locales. El hecho de que fuese una única comida al día no bastaba para definir el ayuno cristiano: la ingesta tenía que ser diferida al atardecer.
San Paulino de Nola, narrando a un amigo lo acontecido con un eclesiástico que le visitó, le refiere que éste, llegado a su casa un día de Cuaresma, aceptó gustoso compartir con él la austera cena que le había sido preparada (Quotidiana jejunia non refugit, et pauperum mensulam vespertinus conviva non horruit)
S. Paulino de Nola
San Agustín dice que era de regla ordinaria el abstenerse de ingerir comida hasta la puesta de sol, y el histórico Sócrates añade que violaban el ayuno los que comían a la hora de nona (3 de la tarde hora solar). Sin embargo subraya que no en todo lugar se observaba tal rigor, pues parece ser que en oriente era uso común romper el ayuno a nona. Sin embargo es cierto que había una notable diferencia entre el ayuno de los miércoles y viernes y el de los días de Cuaresma. El primero, el semanal de los miércoles y viernes de todo el año salvo en la Cincuentena Pascual, era llamado semi-ayuno o ayuno semipleno y permitía la cena después de nona; el segundo llamado ayuno pleno, abrazaba toda la jornada y finalizaba a la hora de vísperas, que en los meses de febrero y marzo era entre 5.30 y 6.30 hora solar.
La regla de retrasar el ayuno cuaresmal hasta el atardecer fue generalmente inculcada y observada en la Iglesia Latina hasta el siglo XI. Teodolfo de Orleans (+821) condenaba duramente a los que se ponían a comer apenas sonaba la campana de nona, sin esperar a que acabase la misa que se celebraba a esa hora. Carlomagno hacía celebrar la misa y cantar vísperas una hora antes de nona, para poder comer acto seguido con sus cortesanos sin retrasar más el ágape. Sin embargo Raterio de Verona (+974), exhorta expresamente a sus fieles a romper el ayuno en nona y denigra a los que esperan una hora más para después comer con una mayor avidez.
San Bernardo (+1153) aún lo exhortaba a sus monjes, aunque ya en esa época notamos la tendencia de anticipar la refección. El Decretum Gratiani, de mediados del siglo XII, aunque corrobora la disciplina tradicional, constata que muchos no la observan ya. (Solent plures, qui se jejunare putant in quadragesima, ad horam nonam comedere)
Altos representantes de la escolástica, como Alejandro de Alés o Santo Tomás de Aquino, adherían sin reservas al cambio operado, esgrimiendo razones de congruencia como la de imitar el misterio de la pasión de Cristo que acabada la hora de nona entregó el espíritu, y de esa manera los que ayunan, mortificándose, se conforman a la Pasión de Cristo.
Pero resulta evidente que la anticipación, una vez comenzada, no iba a detenerse en la hora de nona. Pronto, casi imperceptiblemente debido a la relajación de las costumbres como por la practicidad de la disciplina, se anticipó a la hora de sexta, que era la hora habitual de la comida diaria.
A ello contribuyó la circunstancia de que las horas medievales no tenían la fijeza de las nuestras: indicaban más bien un periodo que un tiempo preciso, razón por la cual, admitido que se pudiese romper el ayuno en nona, ya que esta comprendía el espacio de tiempo entre las 12 y las 3, se podía comer después de mediodía, una vez pasada sexta.
Buñuelos de Cuaresma (electuaria) y Potaje cuaresmal de garbanzos y verduras |
Esta es la razón por la que en los siglos XIII y XIV se consolida el uso de anticipar la comida cuaresmal a mediodía, y por consiguiente anticipar tanto la Misa como las vísperas que por tradición la precedían. Durando de San Porciano (+1332) afirmaba que tal era la práctica del Papa, de los cardenales y de los religiosos en su época. En el siglo XV el almuerzo cuaresmal a esa hora era un uso generalizado y autorizado sin contestación por los obispos. Quedó como un resto de aquella antiquísima disciplina aquella rúbrica que permaneció durante siglos, y que nos puede resultar extraña, que prescribía recitar vísperas en las ferias de Cuaresma, antes de mediodía.
Sería de ilusos pensar que iniciado el camino de las concesiones se pueda detener fácilmente. Almorzando a mediodía, si se quería observar estrictamente el ayuno, era necesario esperar al mediodía sucesivo para poder de nuevo ingerir alimentos. La espera era demasiado larga, por lo cual fue permitido el uso de beber algo al atardecer para apagar la sed. Este uso se introdujo en los monasterios y fue aprobado por el Concilio de Aquisgrán en el año 817. Más tarde Santo Tomás de Aquino justifica a aquellos que a la bebida unían los llamados electuaria, pastitas a base de azúcar y miel, sin tener conciencia de romper el ayuno. Este era el uso monástico. El nombre “electuaria” deriva de lección o conferencia, derivado de “cum-lectio” – conlatio porque después de esa pequeña merienda se leían las famosas conferencias espirituales de Casiano. El alimento espiritual ha dado el propio nombre al elemento material del cuerpo. De allí el de colación. En el siglo XVI se introdujo otra novedad del mismo género. Ya que el líquido no rompe el ayuno, se empezó a beber por la mañana un poco de vino, café o chocolate disuelto en agua. Y de la misma manera que los electuaria tomados en pequeñas cantidades eran admitidos, se permitió un poquito de mermelada o compota uniendo a ella una exigua cantidad de pan. De aquí el nombre de “prima colazione ” que tiene el desayuno en italiano.
Dieta xerófaga |
La praxis primitiva del ayuno imponía la xerofagia, régimen a base de alimentos secos excluyendo carnes, vino, caldos y frutas jugosas. San Paulino de Nola en su comida cuaresmal usaba sólo verduras, pan de centeno, legumbres cocidas con poco aceite y sobriamente un poco de vino. Más tarde la disciplina alimenticia se mitigó consintiéndose la leche, el queso, los huevos y el pescado. En Alemania además utilizaban mantequilla.
Acerca de los lacticinios prevaleció posteriormente una praxis más severa y restrictiva que llevó a prohibirlos del uso cuaresmal en muchos países. Sin embargo la Iglesia concedió dispensas, primero personales, después generales, hasta que su exclusión quedó reducida al miércoles de ceniza y al Viernes Santo.
La Iglesia que es dueña de su propia disciplina ha sabido acomodar sus preceptos a las necesidades de las almas. Si el rigor convenía en los tiempos antiguos, los tiempos nuevos reclamaban mayor tolerancia e indulgencia. La flaqueza de los temperamentos y el peso del trabajo que exige la lucha por la vida hablan en favor de una mitigación de las austeridades cuaresmales.
El régimen penitencial actual de la Iglesia está regido por la Constitución Apostólica Paenitémini promulgada por Pablo VI en 1966.
Dom Gregori Maria
Dom Gregori Maria
Magnífica exposición! Es muy ilustrativa de lo complejo de la conciencia humana, de cómo de variable es el concepto de lo que es correcto, y de la necesidad de tener referencias externas a nosotros mismos.
ResponderEliminarAunque Dom Gregori, ha explicado con mucha claridad la historia del ayuno cuaresmal, éste hoy día, ha quedado reducido a la más mínima expresión.
ResponderEliminarCiertamente el régimen penitencial actual de la Iglesia está regido por la Constitución Apostólica Paenitémini promulgada por Pablo VI en 1966.
Es más, hoy día en que los ayunos "laicos" de los y las que siguen dietas de adelgazamiento, son mucho más severos que los establecidos por nuestra Iglesia Católica. Y ahí está la actitud de la persona que los realiza. Si son ofrecidos a Dios, tienen un gran valor redentor, si no es una simple dieta de adelgazamiento.
Aparte, hace falta el espíritu con que se cumple la abstinencia de carne, Por ejemplo: Si a uno en un Viernes de Cuaresma, o en los días de ayuno y abstinencia no come carne, pero se come una parrillada de pescado, cumplirá ciertamente con el precepto, pero no creo sea la opción más correcta con el espíritu de la norma eclesial.