Capitulo 13: La Cuaresma: Origen y desarrollo

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Cristo con Moisés y Elías en la Transfiguración,
que centra el II domingo cuaresmal.
A principios del siglo IV vemos aparecer en la Iglesia la observancia de un periodo sagrado de 40 días, llamado por esta razón quadragesima (σαρακοστή) , como preparación a la Pascua entendida en su concepto primitivo, es decir no como el aniversario de la resurrección de Cristo, sino como conmemoración de su inmolación en la Cruz para rescatar el mundo (viernes y sábado santo). El modelo sobre el que se fraguó, fue de una parte el ejemplo de Moisés y de Elías que después de un ayuno de 40 días fueron admitidos a la visión de Dios, y por otra la imitación del retiro de Cristo en el desierto y de su ayuno cuadragenario.

Tenemos el testimonio del canon 5 del concilio de Nicea (325), que recomienda a los obispos convocar dos sínodos anuales para la reconciliación de los excomulgados, el primero de los cuales antes de la “cuarentena”. Y aunque algunos eruditos piensan que se refiere más bien a la cuarentena pascual (antes de la Ascensión), lo cierto es que contemporáneamente hablan de la Cuaresma tal como la entendemos hoy en día, Eusebio de Cesarea, San Atanasio, San Cirilo de Jerusalén, el Concilio de Laodicea y la Peregrinatio de Egeria. Todos ellos testimonios del siglo IV en la Iglesia de Oriente.

En Occidente hacen mención en términos explícitos los escritos de Prisciliano, Gregorio de Elvira, Egeria sobre Hispania y Aquitania, San Agustín sobre África y San Ambrosio sobre Milán. En cuanto a Roma, la carta festalis del año 341 de San Atanasio a Serapión de Thmuis, deja claro que era ya costumbre una observancia cuaresmal.

El Papa San León a mediados del siglo V habla de un periodo cuaresmal de 40 días de ayuno efectivo, sábados incluidos. Es posible que antes se diera una cuaresma de sólo tres semanas excluyendo los sábados. Lo más probable (y es tesis del Duchesne) es que la Cuaresma fuese de 40 días pero sólo con tres semanas de ayuno riguroso, intercaladas de otras tres de ayuno mitigado. Esas tres rigurosas semanas serían: la 1ª que es la de Témporas, la 4ª llamada mediana (desde Laetare hasta el sábado Sitientes posterior) y la Semana Santa que es la última. Nótese que estas tres semanas tienen características litúrgicas propias. La 1ª de témporas es una semana de antiquísimas estaciones litúrgicas en los más importantes santuarios de la Urbe, la mediana, después del anticipado júbilo del IV domingo en Laetare , prepara a conferir las Sagradas Órdenes durante el sábado Sitientes, y la Semana Santa con su particular ritmo litúrgico y su especialísima personalidad.

Exhortación al ayuno y la oración
en la Cuaresma Ortodoxa
No sabemos ni de mano de quien ni cómo ni cuando surgió la institución cuaresmal, pero es evidente que las exigencias crecientes de la preparación de los catecúmenos así como la disciplina penitencial, tuvieron un gran peso. Encontramos esbozados trazos ya desde la mitad del siglo II sobre la necesidad de un ayuno preparatorio a la Pascua, para algunos solo en Viernes y Sábado Santo, para otros toda la Semana, con diversidad en las varias regiones de Oriente u Occidente. De un ayuno cuaresmal para todo el periodo no encontramos huellas hasta el siglo IV. No se puede hablar pues de un origen apostólico de la Cuaresma, únicamente de la observancia de un pequeño periodo de ayuno o de dos o tres días (occidente) o de toda la Semana Santa (oriente).
La Cuaresma en el periodo patrístico era más bien una cuarentena penitencial que precedía la Pascha crucifixionis ( la sola conmemoración anual de la Crucifixión y Muerte del Salvador). Fue a partir del siglo V que se constituyó el Triduo Sacro, como dice San Agustín “Triduum sacratissimum crucifixi, sepulti, suscitati”, o como sintéticamente denomina San León el Paschale Sacramentum. A partir de entonces el Triduo Pascual fue considerado una fiesta única que abrazaba la Muerte, la Sepultura y la Resurrección de Cristo. Fue en preparación a este paschale mysterium que se instituyó la Cuaresma, la cual debía concluir el Jueves Santo. De hecho si contamos 40 días desde ese jueves para atrás, llegamos al domingo I de Cuaresma, llamado caput jujunii (cabeza o inicio del ayuno).

Sta. Sabina, estación del miércoles de ceniza
Pero en la Cuaresma primitiva no únicamente era importante ese ejercicio corporal de penitencia que era el ayuno, como Moisés, Elías o Cristo. Y aunque era una de las notables características, sobretodo era un periodo de ascesis y mortificación, un tiempo sacro de vida cristiana más intensa mediante el cual los fieles pudiesen renovarse interiormente para resucitar con Cristo a una vida nueva. Los domingos pues, no estaban excluidos del tiempo cuaresmal, si bien en ellos y siguiendo una tradición apostólica, el rigor del ayuno se mitigaba. Pero estos conceptos a menudo se olvidaban. Se empezó a usar el término Pascha como sinónimo exclusivo del Domingo de Resurrección, de manera que el viernes y el sábado con su ayuno, fueron incorporados a la Cuaresma que así contaba con 42 días. Además con la mirada puesta únicamente en el ayuno, y como en los seis domingos no se ayunaba, la Cuaresma resultaba un periodo de 36 días. Y por mucho que se quisiera dar una explicación alegórica de esa cifra (36= decima parte del año, diezmo de ayuno ofrecido a Dios), lo cierto es que tanto una cuarentena de 42 o una de 36 resultaba ilógica y antitética.

De ahí el hecho que hacia la mitad del siglo V vemos delinearse una breve preparación a la Cuaresma de 4 días más (desde el miércoles hasta el sábado incluido) con el miércoles y el viernes de pleno ayuno, con estación propia, aunque aún no considerado tiempo cuaresmal propiamente.

Los otros dos días de esa semana no tuvieron liturgia propia hasta que en tiempos de Gregorio II (+731) se dotase de misa propia el jueves y en el siglo VIII se hiciese lo mismo con el sábado. Es en esta época que encontramos completado litúrgicamente el periodo de cuatro días que desde el miércoles de ceniza (feria IV in cinerum) ahora caput jejunii, se inicia el ciclo cuaresmal: el Sacramental Gelasiano del siglo VIII es el primer testimonio. Sin embargo esos cuatro días adicionales no fueron aceptados inmediatamente por todas partes. No los aceptó la liturgia hispánica ni la ambrosiana. Esta última comienza la Cuaresma con el domingo, y el ayuno el lunes posterior. De la antigua dignidad del Domingo I de Cuaresma como caput jejunii encontramos huellas en la oración secreta (sobre las ofrendas) de esa misa que habla de “el inicio del sacrificio cuaresmal” (sacrificium quadragesimalis initii) y en algunas particularidades del Oficio Divino.

Dom Gregori Maria

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