PAPADO A CONTRACORRIENTE

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Claro que es un gaudium magnum tener papa. El papado es totalmente anacrónico. La Iglesia está inmersa en un mundo en el que el gran dogma indiscutible, por el que se hacen guerras (y no pocas) como se hicieron antaño por defender la religión; el gran dogma, la gran religión dominadora (y sin blanduras que valgan) es la sacrosanta democracia. Y son infinidad en la Iglesia los apóstatas (sí, apóstatas) que creen a pies juntillas ese dogma: tanto, que se empeñan en que la Iglesia se acomode a él, si no quiere desaparecer. De ahí los intentos infinitos de "democratizar la misa" -cada vez más-, hacerla de cara al pueblo y para el pueblo. De ahí el empeño por introducir modos democráticos de funcionamiento, como el sinodalismo. De ahí el invento de las Conferencias Episcopales, que son la parlamentarización (es decir la anulación) del episcopado: la inmensa mayoría, silentes, como la inmensa mayoría de parlamentarios, diputados y senadores, cuya última razón de ser, a efectos prácticos, es "un obispo, un voto". Con lo cual es auténticamente milagroso encontrar algún que otro prelado audaz -los hay- en un mar de eminencias grises (claro, para eso se han inventado las conferencias episcopales, tan ajenas al espíritu de la Iglesia: para diluir ideológica, teológica y políticamente a los obispos). No, claro, parece que en una conferencia episcopal no caben ya un Ambrosio, un Atanasio, un Crisóstomo, un Agustín...
Pero he aquí que de nuevo se ha producido el gran milagro en la Iglesia. Dios se ha dignado aliviarnos de un papa que gobernó de modo que hizo rechazar a muchos ese poder absoluto que se le concede al papa soberano único indiscutible, al que sólo pueden destronar la abdicación voluntaria o la muerte, pase lo que pase, haga lo que haga, gobierne como gobierne. Y tras la muerte del papa que mantuvo a la Iglesia dividida y desorientada (con toda la buena intención, que la tenía) en tantas cosas, Dios se dignó tranquilizarla con el don de un papa abrazado a la tradición y a la fe, que ha llenado de esperanza a toda la Iglesia: incluidos los convencidos de que, si la Iglesia había de tener salvación, ésta sólo podía venirle de la definitiva profundización e inmersión en el aggiornamento, es decir que la salvación sólo podía venirle de Francisco. 
Y resulta que tras él volvemos a tener nuevo papa: el monarca absoluto con el que ha de gobernarse la Iglesia. Por imperativo divino: si el papa no es el sumo pontífice que a nadie más que a Dios ha de rendir cuentas, si no es el soberano absoluto, la alternativa es el gobierno colegiado totalmente horizontal: a imagen y semejanza de las democracias de toda calaña y catadura que gobiernan el mundo.  
Es que, a ver, la Iglesia (y más concretamente su gobierno, está contra el dogma absurdo que dice que la democracia es el sistema menos malo de gobierno que existe. ¿En qué se sostiene esta afirmación? ¿En lo “bien” que funcionan las democracias?, ¿en su difícil manipulación?, ¿en que en ellas es sumamente difícil e improbable la corrupción? Todo eso sería verdad única y exclusivamente si eliminásemos a Dios de la estructuración no sólo religiosa, sino también legal (determinación del bien y del mal) y social del hombre. ¿Y es eso compatible con la fe católica? Sea lo que sea, muchos en la Iglesia se han tragado el veneno, y no paran de darle vueltas y vueltas, a ver si consigue envenenarse del todo. Una parte demasiado inquietante de la Iglesia se ha empeñado en que la verdad depende de las mayorías. Y de las mecánicas de votación, la cosa ésa de la sinodalidad. Si los votos del sínodo están a favor de todos, todos, todos, y de hacer descender sobre ellos las bendiciones de Dios y de la Iglesia, pues ahí vamos todos de cabeza. Y no hay revelación que valga, ni palabra de Dios ni nada, que encima no es nada fiable, porque Dios no tuvo grabadoras. ¿Es esa nuestra fe?
Pues mire usted qué sencillo, eso para la Iglesia no vale. Resulta que, para la Iglesia, la democracia, es decir el principio del consenso por la contabilidad de los votos es mucho más peligrosa y disolvente que el principio de autoridad. ¿Que a la hora de gobernar, la autoridad puede fallar tanto o más que la democracia? Bien que lo hemos visto durante siglos en papas, obispos y cardenales. Acabamos de verlo en el último pontificado. ¿Y? A pesar de todos los pesares, se ha mantenido en pie el principio de Autoridad Divina. Dios, con su Revelación, en la cúspide de la pirámide de la autoridad. Porque, déjenme que les diga: ni me van a convencer de que 2+2=5 si lo dice la mayoría, ni de que el mal se convierte en bien porque así lo ha acordado la mayoría. Que no cuela, que no. Y para evitar tener que enfrentarme a la arbitrariedad matemática y la arbitrariedad moral, prefiero enfrentarme a los abusos del absolutismo del poder eclesiástico, sostenido en algo muy superior: la Revelación. ¿La Revelación por encima de la Democracia? ¡Pues claro!, no hay color.   
Simplifiquemos: la Iglesia sigue arrastrando el tremendo trauma que representó el paso del hombre vertical, al hombre horizontal, saltando del hombre familia, tribu, pueblo, nación (e incluso el hombre pueblo-de-Dios), al supremo dogma de “un hombre, un voto” (siendo este dogma anterior a las teorías de género, se incluía también el voto femenino: porque “hombre” designaba a la especie, con lo que comprendía también a la mujer). Y obviamente es consustancial al hombre vertical, la subordinación. La Iglesia sabe que Dios creador (y por tanto, Señor, dueño) está en el vértice del ordenamiento divino y que a él debemos someternos si queremos gozar de una humanidad sostenible; mientras que la insubordinación es consustancial al hombre horizontal. Toda clase de insubordinación. Tanto que, ese hombre horizontal (definitivamente yacente), después de eliminar a Dios de su estructura, no atreviéndose a eliminar la soberanía, presume de ser él mismo su soberano (el que está encima de él). ¡Menudo jeribeque! 
Es decir, que pasamos del hombre vertical, vertebrado en su especie de arriba abajo, como en la naturaleza, al hombre individuo totalmente horizontal, invertebrado respecto al grupo que lo cría y lo sostiene: sin familia, sin tribu, sin nación, sin especie; todos iguales, pero uno a uno, cada uno con su voto, que es el sacramento que los iguala; y conectado cada uno con su móvil a los centros de poder, prescindiendo de las relaciones que pudieran tener unos con otros. 
Ese cambio lo puso en marcha la Revolución francesa, precedida por la Ilustración. Y como la Iglesia es incompatible con esa novedosa reestructuración del hombre, ahí empezó la crisis, el tira-afloja por ir amoldándose al nuevo diseño del mundo, en el que ni hay manera de encuadrar a Dios como vértice de la pirámide de la Creación, ni hay modo de que encaje la monarquía absoluta del papa, que sólo a Dios tiene que rendir cuentas, con la parafernalia “democrática” que se trae el mundo entre manos: incluidas, claro está, la Democracia Orgánica, el Centralismo Democrático y especímenes semejantes.
Sólo desde la fidelidad al mandato de Cristo, “Tú eres Pedro y sobre esta piedra (que eres tú) edificaré mi Iglesia” (Mateo 16,18), podemos atisbar la misión que le confía al papa el mismo Señor: “¡Apacienta mis corderos! ¡Confirma en la fe a tus hermanos!” (Lucas 22,31). Esperemos y pidamos con fervor que León XIV sea bendecido desde el cielo con los carismas que necesita para su ardua tarea.
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
www.sacerdotesporlavida.info

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6 comentarios

  1. Excelentes observaciones. El espíritu democrático es el espíritu luciferiano -- básicamente, reinar en el infierno antes que servir en el cielo, y a tal efecto parcelar el poder con tal de crear tantos pequeños infiernos en los que reinar. Y una vez que la división ha llegado a su paroxismo, con el sufragio universal, entregamos nuestra micra de poder, que somos incapaces de utilizar, a los oligarcas y manipuladores que reinan a través de la ficción de la "soberanía popular" mientras ejercen sobre nosotros toda la violencia psicológica necesaria para que no votemos "mal". ¡A cuántos les gustaría poder dividirse la túnica de Cristo con tal de tener cada uno su trocito en el que mandar!

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    1. Derechas...Izquierdas...lenguaje jacobina que sólo ha formateado las mentes desde hace 200 años...

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  2. No sabe quien es Prevost

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    1. Usted tampoco, respetable anónimo de las 17:29
      Nemo novit hóminem, nisi spíritus hóminis qui est in eo. Sólo uno mismo se conoce; exceptuada la duda razonable del Nosce teípsum: conócete a ti mismo. Y teniendo en cuenta la gracia de Estado con la que Dios asiste al que encomienda un cargo de tamaña responsabilidad. Aunque nos queda la duda razonable de si asistió esa gracia al papa extinto de infausta memoria. Ahí cabe la duda razonable de que no fuese Dios el que le quiso en la silla de Pedro, sino que los hombres (al parecer, no los mejores) le metieron el gol a Dios.

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    2. Apreciado anónimo 10:11...De Dios nadie se rie, así que ¿Cómo le van a meter un gol a Dios?. A quienes nos metieron un gol es a nosotros, los que intentamos ser fieles al magisterio perenne y huimos de todas las "boutades" modernistas

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    3. De momento, sólo sabemos cómo es Prevost Martínez a nivel de gestos, vestuario, educación, discursos y homilías... sobre nombramientos y normativas de obligado cumplimiento, así como en cuestiones de disciplina y efectiva y operativa ejecución, eso ya lo veremos, nada sabemos de cierto, esperamos que sea congruente.

      Total tiene sólo un mes de pontificado, pero le ponemos mucha urgencia y presión porque la situación es muy grave.

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