De la novela de uno di noi

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La editorial Libros Libres que dirige Álex Rosal (el último señor de Barcelona, aunque resida en Madrid) acaba de publicar Los demonios del Padre Joan, la primera novela de Jaume Vives, uno di noi; ese prolífico y desacomplejado activista que, con tan solo 25 años, revolucionó la Barcelona del procés con videos virales desde el balcón de su casa. La novela tiene como protagonista a un sacerdote barcelonés, fácilmente identificable -la trama se ubica delante del puente de Vallcarca- al que le empiezan a aparecer cadáveres delante de su parroquia. La obra goza de la frescura de su autor y posee la suficiente intriga para no abandonar el libro hasta su desenlace.


Pero aparte del argumento del thriller, lo que importa, a los fines de este artículo, es el trasfondo espiritual de la obra y la reivindicación de un tipo de sacerdote, que bien podríamos calificar de germinante. Por ello les voy a transcribir unos párrafos del libro, que son un perfecto compendio de esa clase de curas que hemos venido reivindicando - años ha- desde este portal.


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Estaba muy contento porque el obispo le había encomendado una nueva misión pastoral y era una noticia magnífica. Hoy empezaría su misión en la cárcel de Virgili Escudé. El padre tenía un don especial para atender espiritualmente a los que la sociedad no quería ver ni en pintura. Era algo que a muchos compañeros sacerdotes extrañaba. Tenían al padre Joan por un sacerdote intransigente y radical, y no entendían qué hacía para conquistar para el Señor tantas ovejas descarriadas y rebotadas con la Iglesia. Un montón de sacerdotes se habían pasado la vida renunciando a cosas propias de la vida sacerdotal para intentar acercar alguien a la Iglesia, y lo único que habían conseguido era alejarse ellos.

 

Esos sacerdotes tenían razón cuando decían que el padre Joan era intransigente, pero se equivocaban al advertir que así era la Iglesia también; intransigente con las ideas porque tenía fe y tolerante con las personas porque amaba. Y así era el padre Joan. Amaba a Dios por encima de todas las cosas, amaba a las personas, y no estaba dispuesto a abandonar sus principios. Estos lo empujaban a amar como amaba. No pretendía rebajar ni diluir su discurso para agradar a quien se le acercaba. Lo trataba con todo cariño, pero no dejaba de cantarle las verdades del barquero. Y la verdad es que eso era quizá lo que más admiraban de ese sacerdote.

 

Si una oveja descarriada quiere dormir tranquila buscará a alguien que le susurre al oído cosas bonitas y durante un tiempo dormirá bien. Si lo que persigue es la verdad irá tras alguien que le cante las cuarenta y entonces dormirá tranquilo para siempre.

 

Al padre le había tocado vivir en una época en la que estaba de moda tender puentes. Todo el mundo hablaba de tender y se llenaba la boca con ese palabro, especialmente los sacerdotes. Para el padre ese tender puentes, mal entendido, era una gran falta de caridad para con el prójimo y algo muy egoísta. Disfrazado, claro está, de la mayor de las bondades. Siempre decía que si tender puentes consistía en establecer lazos y vínculos con otras personas con el objetivo de hacerles llegar el mensaje del Evangelio, fenomenal. Pero si el objetivo era simplemente conseguir ese vínculo y para eso uno renunciaba al mensaje con el objetivo de agradar o acercarse más, entonces era un acto egoísta porque se estaba privando al prójimo de ese tesoro que uno tenía y que, por las razones que fuera, prefería mantener escondido.

 

El segundo camino era el que había triunfado. Muchos habían cruzado al otro lado del puente, pero habían renunciado a tantas cosas por el camino que habían llegado al otro lado con las manos vacías, sin nada que ofrecer. El padre Joan, que nunca renunciaba a nada esencial, si conseguía cruzar el puente, llenaba de regalos a quien lo estaba esperando al otro lado.

 

Sabía muy bien que a sus espaldas se decían de él muchas cosas. A los que eran como él los trataban con cierta actitud paternalista, como compadeciéndose por el error en el que vivían. Pensaban que se había quedado en una época pasada, que no había sido capaz de comprender la plenitud del mensaje evangélico, que ahora se llevaba el amor y la solidaridad, y le achacaban dar la imagen de una Iglesia pasa de moda, gris y antipática. Decían que los tiempos habían cambiado y que ahora las cosas se hacían de otro modo. No se daban cuenta de que más que los tiempos, quienes habían cambiado eran ellos. En su mente había entrado el veneno sutil y dañino del progreso como bien en sí mismo. Eran de esos que creían firmemente que todo lo pasado había que superarlo, que el hombre siempre avanzaba, y que cuanto más nuevo e innovador fuera todo, más deseable era. En sus cabezas era una teoría estupenda, pero la realidad es que en sus parroquias cada vez había menos gente. Eran incapaces de contemplar, reconocer y admirar toda la belleza que les había precedido. Y esa incapacidad se hacía especialmente peligrosa para las almas cuando se trataba del campo de la filosofía y la teología. Incapaces de descubrir la belleza de una catedral gótica se conformaban con unos bloques de hormigón que parecían las paredes de una fábrica de cualquier polígono industrial


¡Qué hermosa lección sacerdotal! ¡Escrita por un laico interpretando a un cura! Y como estos párrafos hay otros cuantos salpimentados en la novela. Cómprenla y regálenla en estas pascuas navideñas. Se lo pasarán bien. Y les hará bien. 

 

Oriolt 

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3 comentarios

  1. "estaba de moda tender puentes. Todo el mundo hablaba de tender y se llenaba la boca con ese palabro, especialmente los sacerdotes. Para el padre ese tender puentes, mal entendido, era una gran falta de caridad para con el prójimo y algo muy egoísta. Disfrazado, claro está, de la mayor de las bondades."

    Cuando oí de boca de un consagrado lo de "tender puentes", se lo pregunté a mi bisabuelo, a ver qué pensaba, porque conocía de sobra a toda la fauna y flora tiarada, mitrada y cogullada.

    --- Qué te parece eso de "tender puentes"...

    --- Por lo estrecho se va al cielo, y por lo ancho al Infierno. Tanto da que sea camino, puente, piso, casa, autopista o lo que sea: busca lo estrecho siempre en todo

    --- Entonces ¿por qué lo dicen?

    --- Boca ancha, corazón estrecho. Por sus frutos los conocerás, ¿el que lo predica da trigo, lo practica?

    --- No, te da un estacazo en la bóveda de la testuz y te deja tentetieso, y encima, lo llama misericordeo...

    --- El pez por la boca muere. Ni caso. Busca lo estrecho. Lo demás, palabras que se las lleva el viento, agua pasada. Solo quien ha comido ajo, puede darnos una palabra de aliento. Para oír verdad, lee la Palabra

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  2. Se puede decir más alto, pero no más claro. El Señor Jaume explica con claridad meridiana cómo debe ser un sacerdote de Cristo.

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  3. Está muy claro quien es el sacerdote que ha inspirado a Jaume Vives. Se trata de un sacerdote que nunca ocupará un puesto en la Curia, nunca dará clases en el seminario, teniendo una formación teológica digna de tal labor. No le entrevistará TV3, ni le concederán la Creu de Sant Jordi. Será mirado con desconfianza por arciprestes, vicarios y toda la jerarquía diocesana.
    En cambio, serán muchos los que acudiremos a él a confesarnos, a pedir consejo sobre los problemas cotidianos de nuestras humildes vidas. Sabrá, como así ha demostrado, acercar a Dios a los alejados, acoger en su parroquia a fieles de todo tipo, catalanoparlantes y castellano parlantes, nacionales y extranjeros, acomodados y gente humilde. No discrimina a nadie por su forma de pensar o de ser, pero tampoco se empeña en modular su predica para no ofender a aquellos que viven en el error.
    Es mucho lo que se puede decir de "Mossén Joan", pero tal vez sea mejor callarse para que las envidias de algunos no lo acaben relegando a un rincón inhóspito de nuestra diócesis donde sea difícil beneficiarse de su ministerio. ¡¡Gracias Mossén Joan por estar siempre ahí, dispuesto a servir a sus ovejas"!!

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