SUPERAR EL SUFRIMIENTO CON FE Y ORACIÓN
“Toda la ciudad estaba reunida en la puerta… Jesús se retiró a un lugar desierto y allí oraba”
La fiebre es una dolencia que todos conocemos. No obstante las vacunas gripales que muchos se administran, en invierno casi nadie evita tener un resfriado y en consecuencia un poco de fiebre. Y si no es a causa del resfriado será a causa de una pequeña infección; pero la experiencia de la fiebre la sufrimos de vez en cuando.
La fiebre es una reacción, una señal que el cuerpo nos da cuando somos atacados por un virus o por algún otro peligro para nuestra salud. Sabemos que esta incomodidad lleva a una reacción del cuerpo: desgana, falta de fuerza, en una palabra, un fastidio. Pero sabemos sobre todo que la fiebre es un esfuerzo extra que hace el cuerpo para vencer a la enfermedad. Es un doloroso proceso de curación. He ahí por tanto que la enfermedad se convierte siempre en una prueba no sólo a nivel corporal sino también a nivel de la inteligencia y por tanto también de la fe.
La fiebre es una dolencia que todos conocemos. No obstante las vacunas gripales que muchos se administran, en invierno casi nadie evita tener un resfriado y en consecuencia un poco de fiebre. Y si no es a causa del resfriado será a causa de una pequeña infección; pero la experiencia de la fiebre la sufrimos de vez en cuando.
La fiebre es una reacción, una señal que el cuerpo nos da cuando somos atacados por un virus o por algún otro peligro para nuestra salud. Sabemos que esta incomodidad lleva a una reacción del cuerpo: desgana, falta de fuerza, en una palabra, un fastidio. Pero sabemos sobre todo que la fiebre es un esfuerzo extra que hace el cuerpo para vencer a la enfermedad. Es un doloroso proceso de curación. He ahí por tanto que la enfermedad se convierte siempre en una prueba no sólo a nivel corporal sino también a nivel de la inteligencia y por tanto también de la fe.
La primera lectura del domingo V “per annum” nos sugiere precisamente eso. Todos conocemos lo sucedido a Job, gran protagonista de la prueba de fe durante el sufrimiento, al término del cual, la experiencia del encuentro autentico con el Señor le hace decir: “pongo la mano en la boca”, es decir “me callo”. La reacción del papa Francisco a una pregunta de una niña filipina fue muy provocativa: la niña le preguntó por qué hay tantos niños víctimas de abusos y por qué hay tan pocas personas dispuestas a ayudarles. El Papa admitió que aquella niña hizo la única pregunta a la cual es imposible responder sino con el estar callado y con la cercanía.
Lo paradójico es que no basta sólo meditar ante el sufrimiento. Por muy profunda que sea la reflexión realizada, la mejor respuesta a su drama siempre será el silencio orante.
Vemos en Jesucristo la misma actitud ante el sufrimiento de sus contemporáneos. El inciso del evangelio de la liturgia de este domingo “todos estaban a la puerta” es muy fuerte. Tomando en serio esta brevísima frase -típica del evangelista Marcos- me vienen a la mente las densas colas de enfermos que tantas y quizá demasiadas veces, acuden a los ambulatorios y hospitales con la esperanza de poder obtener de los médicos una solución a su enfermedad. Muchos facultativos encuentran inmediatamente la solución acabando con la fiebre, con el dolor y con cualquier otro síntoma. La experiencia nos dice que no pocas veces esta celeridad de algunos de ellos por ahuyentar el sufrimiento, a la larga resulta fatal.
El próximo 11 de febrero -festividad de Nuestra Señora de Lourdes- será la Jornada Mundial de los Enfermos. En un mundo que rechaza sin escrúpulos a quienes no están a la altura de la lógica comercial, la realidad de tanto sufrimiento presente en el mundo no puede sino suscitar alguna reflexión -reitero: silenciosa, orante, respetuosa, pero también de fe- sobre aquello que es el gran misterio del sufrimiento: para la naturaleza, es el esfuerzo desesperado por superar un problema… a veces insoluble y de desenlace fatal. Misterio que aunque incomprensible para nosotros, tantas veces se demuestra como el misterio que hace que el sufrimiento se convierta en fecunda posibilidad para el crecimiento humano y para la fe.
En cualquier caso, conviene recordar a San Juan Crisóstomo: “Nada más dulce que una buena conciencia y una fecunda esperanza”. Si en el sufrimiento hay esperanza (no echemos en olvido la esperanza espiritual), el sufrimiento se carga de valor y de sentido.
Personalmente no tengo soluciones para este drama. Como sacerdote encuentro tantos sufrimientos exteriores… pero son muchos más los interiores. Y éstos, más complicados que una enfermedad del cuerpo. Y me doy cuenta de que las palabras más que resolver lo que hacen es arruinar y malograr el interior de las personas. Tratamos de animar a no sucumbir, pero hemos de reconocer que somos impotentes y débiles para enfrentarnos al problema del dolor y del sufrimiento. No sé si es un intento de fuga -que no deberíamos realizar- pero miro al evangelio de este domingo y veo que el Señor fue probado por el sufrimiento de todos. Es cierto que cura a la suegra de Pedro, que cura alguna que otra persona: el evangelio dice muchos, no todos. ¿Cuántos de aquella muchedumbre que estaba a la puerta de la ciudad fueron curados y cuántos no?
Jesús se retira para orar, y justamente cuando le dicen que todos lo buscan, Él se retira a otra parte para predicar.
Seguramente todos encontramos situaciones de sufrimiento. A veces intentamos hacer algo, muchas veces fallamos. Pero siguiendo el ejemplo de Jesús parece que sí, que podemos hacer algo siempre al encontrarnos con el sufrimiento: dejarnos interpelar por el sufrimiento humano y hacer que éste encuentre eco en nuestro corazón y resuene en nuestra oración. No sé si esto puede ser una pista de reflexión: en otro lugar del evangelio, Jesús da una explicación a la existencia del sufrimiento: “No ha pecado ni él ni sus padres, es así para que en él se manifiesten las obras de Dios”. El poder de Dios para resistir el sufrimiento y para alcanzar la curación.
No sé si esto resulta consolador, pero creo que es necesario recordar que la glorificación de Jesucristo aconteció en la cruz, en el sufrimiento. Es aquí donde es necesario tener ojos para ver: los ojos de la fe. ¡Que el Señor nos ayude a enfrentarnos siempre al sufrimiento con fe y oración!
No sólo es consolador, como dice el P. Fr.Tomás M. sino que me sirve de pauta para la homilía de mañana y como meditación personal en este día,.
ResponderEliminarHe de decir que los comentarios litúrgicos en este Blog son de lo mejor que he leído.
Le agradezco P.Tomás M. su excelente comentario que a mi personalmente, ante esta realidad del sufrimiento personal, propio y ajeno, aunque no tenemos respuestas y lo mejor es callar, rezar, asumir la propia limitación humana que incluye el sufrimiento,el dolor etc.tiene el valor de que unidos en Cristo redime, da otro sentido, aunque no fácil de aceptar pero mirando la cruz....nos salva . Es mi modesta opinión.¡ Gracias P.Tomás.!
Fray Tomás. por la Glosa dominical de esta semana
ResponderEliminarHablando sobre el sufrimiento humano, San Juan Pablo II, tiene la maravillosa
CARTA APOSTÓLICA SALVIFICI DOLORIS
Dentro de la importancia de toda ella, destacaría lo siguiente:
« Suplo en mi carne —dice el apóstol Pablo, indicando el valor salvífico del sufrimiento— lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia ».
Estas palabras parecen encontrarse al final del largo camino por el que discurre el sufrimiento presente en la historia del hombre e iluminado por la palabra de Dios. Ellas tienen el valor casi de un descubrimiento definitivo que va acompañado de alegría; por ello el Apóstol escribe: « Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros ».
.../...
JESUCRISTO:
EL SUFRIMIENTO VENCIDO POR EL AMOR
Nos encontramos aquí —hay que darse cuenta claramente en nuestra reflexión común sobre este problema— ante una dimensión completamente nueva de nuestro tema. Es una dimensión diversa de la que determinaba y en cierto sentido encerraba la búsqueda del significado del sufrimiento dentro de los límites de la justicia. Esta es la dimensión de la redención, a la que en el Antiguo Testamento ya parecían ser un preludio las palabras del justo Job, al menos según la Vulgata: « Porque yo sé que mi Redentor vive, y al fin... yo veré a Dios ».(28) Mientras hasta ahora nuestra consideración se ha concentrado ante todo, y en cierto modo exclusivamente, en el sufrimiento en su múltiple dimensión temporal, (como sucedía igualmente con los sufrimientos del justo Job), las palabras antes citadas del coloquio de Jesús con Nicodemo se refieren al sufrimiento en su sentido fundamental y definitivo. Dios da su Hijo unigénito, para que el hombre « no muera »; y el significado del « no muera » está precisado claramente en las palabras que siguen: « sino que tenga la vida eterna ».
El hombre « muere », cuando pierde « la vida eterna ». Lo contrario de la salvación no es, pues, solamente el sufrimiento temporal, cualquier sufrimiento, sino el sufrimiento definitivo: la pérdida de la vida eterna, el ser rechazados por Dios, la condenación.
El Poema del Siervo doliente contiene una descripción en la que se pueden identificar, en un cierto sentido, los momentos de la pasión de Cristo en sus diversos particulares: la detención, la humillación, las bofetadas, los salivazos, el vilipendio de la dignidad misma del prisionero, el juicio injusto, la flagelación, la coronación de espinas y el escarnio, el camino con la cruz, la crucifixión y la agonía.
El Siervo doliente —y esto a su vez es esencial para un análisis de la pasión de Cristo— se carga con aquellos sufrimientos, de los que se ha hablado, de un modo completamente voluntario:
« Maltratado, mas él se sometió,
no abrió la boca,
como cordero llevado al matadero,
como oveja muda ante los trasquiladores.
Fue arrebatado por un juicio inicuo,
sin que nadie defendiera su causa,
pues fue arrancado de la tierra de los vivientes
y herido de muerte por el crimen de su pueblo.
Dispuesta estaba entra los impíos su sepultura,
y fue en la muerte igualado a los malhechores,
a pesar de no haber cometido maldad
ni haber mentira en su boca »
PARTÍCIPES EN LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO
19. El mismo Poema del Siervo doliente del libro de Isaías nos conduce precisamente, a través de los versículos sucesivos, en la dirección de este interrogante y de esta respuesta:
« Ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado,
verá descendencia que prolongará sus días
y el deseo de Yavé prosperará en sus manos.
Por la fatiga de su alma verá
y se saciará de su conocimiento.
El justo, mi siervo, justificará a muchos,
y cargará con las iniquidades de ellos.
Por eso yo le daré por parte suya muchedumbres,
y dividirá la presa con los poderosos
por haberse entregado a la muerte
y haber sido contado entra los pecadores,
llevando sobre sí los pecados de muchos
e intercediendo por los pecadores ».
Puede afirmarse que junto con la pasión de Cristo todo sufrimiento humano se ha encontrado en una nueva situación.
De momento, la eutanasia de enfermos está en Holanda, Bélgica (incluso de niños recién nacidos), Luxemburgo y ahora Canadá. En Suiza, aprovechando un vacío legal que a nadie le ha interesado rellenar, existe el suicidio asistido por médico, siempre que no administre el medicamento eutanasiador: una pena de muerte médicamente autoinfligida, como en Estados Unidos con su pena de muerte forzosa por causa de sentencia criminal, sólo que aquí por propia voluntad.
ResponderEliminarCada día cobra más actualidad el 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes y Jornada Mundial de los Enfermos, pues cada vez más está avanzando la cultura de la muerte predicha por san Juan Pablo II: para el Estado, uno menos a mantener con los impuestos, para los herederos, cobrar la herencia rápido e íntegra, sin gastos médicos.