Suelo seguir con suma atención el blog Wanderer, siempre muy bien informado, y con un fondo de armario, que se dice en cuestiones de vestuario, realmente impresionante. Tengo a la vista el post de 2 de junio, titulado “Un caballo de Troya en la Iglesia”. Este caballo de Troya no es otro que la adulación que ataca a todos los príncipes, incluidos los de la Iglesia. Una adulación encargada a “sabios teólogos” que concluyen que no hay más ley eclesiástica que la voluntad del papa que, a efectos prácticos, goza respecto a la Iglesia, de la potestad de monarca absoluto y puede actuar como si fuese su dueño y señor: teniendo por consiguiente todo el derecho de convertir sus caprichos en ley.
Hemos sufrido con especial dureza este mal en el pasado pontificado. Pero no es nada nuevo en el papado, ni estamos libres de que sucesivos pontífices confundan su voluntad o su capricho con la recta doctrina: que para eso se buscan los consejeros adecuados. También hemos visto esa extraña selección en el pasado pontificado. Nada menos que con un cardenal Fernández dirigiendo el dicasterio encargado de defender la doctrina de la fe en toda su autenticidad y pureza. Hasta esas aberraciones con sus consecuencias doctrinales hemos llegado. Y sin poder hacer nada, sin que les quedase a toda la clerecía y al pueblo fiel, nada más que rezar para que fuese Dios mismo quien se ocupase de solucionar el problema.
Y nos trae Wanderer a colación un texto producido por la comisión o consilium “de emendanda Ecclesia” creada por el papa Paulo III (1534-1549, un pontífice que no se distinguió por la ejemplaridad de su vida) con el encargo de poner en marcha una enmienda a fondo de la Iglesia, ya improrrogable a la vista de los cismas de diverso género (la más sonada e irreversible, la reforma protestante que se les estaba echando encima, apenas superado el gran Cisma de Occidente, más la escisión de Inglaterra) que se produjeron por parte de quienes se hartaron de esperar esa enmienda indispensable de la forma de gobernarse la Iglesia. Una de las doctrinas fue la consolidación de la figura del papa, por huir del conciliarismo que había desembocado en cisma por ponerse el concilio por encima del papa y destituirlo cuando se propasó.
El texto de ese consilium es toda una revelación. Un texto que denuncia a los aduladores del papa, texto adulador a más no poder. Empieza diciendo: Et quoniam Sanctitas tua spiritu(s) Dei erudita: Y puesto que tu santidad, instruida (erudita, aleccionada, inspirada) por el espíritu de Dios… bien sabía que el principio de estos males venía de que algunos pontífices predecesores tuyos, dejándose llevar por el prurito /de ser halagados/ en sus oídos (prurientes áuribus), amontonaron para sí (coacervaverunt sibi) maestros para /satisfacer/ sus deseos (ad desideria sua), no para aprender (escuchar) de ellos lo que debían hacer, sino para que con su empeño y diligencia se les encontrase la razón por la que, lo que les apetecía (id quod liberet), se convirtiera en lícito (liceret). En fin, lo que tenemos totalmente visto: gobernar la Iglesia ad líbitum.
Y sigue la reflexión obvia sobre lo difícil que es, de este modo, que llegue la verdad a los oídos de los príncipes, a los que sigue la adulación como la sombra al cuerpo. Pero, claro, eso no ocurre con el papa actual felizmente reinante por la voluntad de Dios, dice el texto, eso no va con él, ¡ni pensarlo!, sino sólo con algunos de sus predecesores. Esos papas, en virtud de esas doctrinas a la carta, llegan a considerarse dueños de lo que se ha confiado a su custodia; y en su virtud, lo venden como si fuese suyo, incurriendo en simonía. Una simonía de la que nadie tiene derecho de acusarlos. De modo que, la voluntad del pontífice, cualquiera que ésta fuera, simonía incluida, sea la regla con que se dirijan sus operaciones y acciones. De lo cual resulta, sin la menor duda (procul dubio), que, cualquier cosa que le apetezca (líbeat), le sea también lícita (líceat).
De esta fuente, Santo Padre –sigue el texto-, como del caballo de Troya irrumpieron en la Iglesia de Dios tantos abusos y tan gravísimas enfermedades con las que, ahora, vemos que ésta (la Iglesia) estuvo decayendo (laborasse) casi hasta la desesperación de la salvación, o que de estas cosas manó la mala fama (el descrédito) hacia los infieles.
Nota sobre corrupción del texto latino en vtquicquid liberat, id etiam liceat. Es evidente que el ut (conjunción final) hay que separarlo de quidquid; y más evidente aún, que no es liberat, sino libeat; con lo que la traducción no es “libera” (indicativo), sino “plazca, sea capricho” (subjuntivo). En primer lugar, porque ese mismo verbo aparece más arriba en el mismo texto y en igual contexto: inveniretur ratio qua liceret id quod liberet (escrito por error “liberer”, traducido más abajo como “encontrasen la justificación por la cual les permitieran hacer lo que quisieran”; traducción correcta. Por otra parte, está la razón sintáctica: ut rige subjuntivo, tal como está en liceat; por consiguiente, el verbo anterior, regido también por ut, no puede ser indicativo (liberat), sino que hay que considerarlo un error y entender que dice libeat (agrade, plazca), también en subjuntivo.
El problema al que alude Wanderer con este interesante texto y su genial contextuación histórica, es realmente grave y afecta a la supervivencia de la Iglesia, puesto que afecta a la supervivencia de su cabeza. Un debate que abrió las carnes de la Iglesia al optar por el conciliarismo ante los abusos (pésimo talante) de un pontífice concreto (Urbano VI) y que se pretendió cerrar en el último pontificado, el de Francisco, con el reinvento del sinodalismo por parte del papa (la gran incógnita es si León XIV ha descartado o no esa pretensión); y con la airada respuesta del sedevacantismo, por parte de los críticos impacientes ante la evidente deriva doctrinal, pastoral y canónica del papa. Y de ese riesgo totalitario no se libra ningún papa. No es un problema de tal o cual papa, sino de la institución del papado: ¿Qué pasa si un mal papa lo pone todo patas arriba? ¿La Iglesia ha de seguir aguantándolo haga lo que haga, porque la máxima autoridad no puede ser juzgada por nadie? (prima sedes a némine iudicatur). ¿Y qué pasa si el sucesor de ese mal papa no enmienda los disparates de su predecesor?
Consolémonos con la perspectiva clarísima de que Dios es capaz de obtener buenos frutos para la Iglesia, incluso con un mal papa, como fue el caso de Paulo III, de vida muy poco ejemplar. Y fue justamente este papa el que convocó el Concilio de Trento, que abordó la más audaz “enmienda” de la Iglesia. Una vez más, Dios escribió recto con renglones torcidos. No desesperemos, por tanto, de que Dios sea capaz de obtener para la Iglesia frutos óptimos de un pontificado como el de Francisco, en cuya superación, o quién sabe si sublimación, se empeñará el papa León XIV con toda la clerecía y el pueblo fiel tras él. Quiera Dios que el papa León XIV sea otro León Magno, librándose de los aduladores: tan sabios, que siempre aconsejan lo que el poder quiere oír.
En cualquier caso, las cosas han ido tan lejos, que emmendanda est ecclesia, la Iglesia ha de ser enmendada, corregida, reformada. El último pontificado tan sólo ha agravado problemas que estaban ya ahí larvados: y hasta diría que disimulados y ocultados., de modo que es hoy más evidente que nunca, que la Iglesia tiene que ser enmendada. Y a quien le corresponde liderar esa labor es a León XIV. Está claro que, si lo consigue, tendremos de nuevo un León Magno. Como suele acabar sus pláticas Santiago Martín, recemos por el papa.
Virtelius Temerarius
No ser aduladores con el Papa. Correcto. Pero, como suele decirse, a esto se empieza desde pequeñito: Es decir, qué hay de los que adulan a su Obispo, en especial entre el Clero. Y ni siquiera en los Consejos le dan verdadero consejo que le pueda iluminar (pero esos mismos hablan mal a sus espaldas de su Obispo): Consejo Presbiteral, Colegio de Consultores etc. Y luego, los párrocos que gustan rodearse de aduladores en sus parroquias. Y los seglares que no se dejan corregir de sus pastores, etc... damas y caballeros, estos males van reptando desde la base. No nos extrañe que esa mala hiedra alcance a veces la cúspide del pontificado.
ResponderEliminarElemental estimado Virtelius, la lucha de siempre contra el Diablo que zarandea la Iglesia como si fuera trigo. Nunca saldremos de estos problemas si no nos convertimos en más intelectuales en materia astronómica, y mística. Hoy en dia todos los hogares tienen bibliotecas abarrotadas de libros no como antes que los libros eran patrimonio de los ricos y especialmente de las potentes órdenes religiosas. Hoy los jóvenes ya crecen sabios y las prédicas de los curas les aburren, falta dar el paso decisivo a la predicación de Religión versus Ciencia.
ResponderEliminarSr. Garrell, me sorprende que hoy no atribuya a la falta de predicación sobre el creacionismo, el Diluvio, la pentápolis todos los problemas que, a su parcer, tiene la Iglesia. ¿Por qué no escribe al Papa León estas sugerencias?
EliminarAplaudo que hayan vuelto a la Iglesia. Porque claro durante 12 años la abandonaron debido al Papa anterior. A no que no ha vuelto, deben ver si les agrada el nuevo Papa siempre que diga lo que ustedes quieren oír. El texto de Paulo III [ Farnese] se lo pueden aplicar a ustedes, que todo lo juzgan con su unica perspectiva, por supuesto infalible, a no que eso sólo corresponde al primado de Pedro que continuamente niegan. Cuidado no caigan en lo que siempre acusan, la herejia. El Papa es la cabeza de la Iglesia supongo que no lo dudan. ¿Verdad?.
ResponderEliminarAnónimo 17:55 Usted representa la Papalotria en grado sumo. La Iglesia la identificada con el Papa. O sea, el Papa por encima de Dios. Una vez más confunde la Iglesia con una secta, que sigue al líder diga lo que diga.
EliminarNo se trata de si te gusta o no un Papa, sino si el Papa el fiel al Evangelio o no. ¿No se acuerda cuando Cristo le dijo a S. Pedro “apártate de mí Satanás?
Usted confunde el primado de Pedro, con un Pedro dueño del bien y del mal. En fin, un sinsentido muy alejado de la Iglesia Católica.
Si leyera más a Sto. Tomas en vez de leer comics, sabrían que es obligación grave de cualquier cristiano corregir a un superior eclesiástico, porque de sus malas acciones o decisiones pueden depender la salvación de muchas almas.
Con guante de seda, ha dicho una verdad como un templo.
EliminarPablo a los Colosenses, capítulo 1, versículo 18: «Él (Cristo) es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia». En todo caso será la 'cabeza visible', ¿no le parece?
EliminarMT
Su texto, carísimo Virtellius, pone sobre la mesa el eterno problema de la reforma de la Iglesia, una reforma continua que opera el Espíritu Santo que la quiere con la pureza del Pentecostés que celebramos justamente hoy.
ResponderEliminarComo usted bien sabe, fue el padre Yves M. Congar, dominico, el autor de "Verdadera y falsa reforma de la Iglesia". El mismo ha contado en alguna ocasión los avatares de su redacción en un contexto de suma tensión entre Le Saulchoir, casa de estudios donde él enseñaba, junto con Chenu y otros, y el Santo Oficio, la Congregación de la Fe. En el trasfondo, el enfrentamiento entre dos modos de hacer teología, la de París (Le Sauchoir) y la de Toulouse y el Angelicum de Roma. En nombres: Congar-Chenu versus Labourdette-Gagnebet y, sobre todo, Garrigou Lagrange. Andando el tiempo, picado por la curiosidad, visité en Le Saulchoir, en el verano del 70 al padre Congar, que andaba en silla de ruedas, cardenal. Seguía con la mirada huidiza de perro apaleado, con ese tormento interior sufriente que reflejan sus cartas a su madre sobre las sesiones del Concilio, en el que tanta huella dejó.
Nada tiene que ver la doctrina de Congar en ese libro publicado en 1953 con las reformas de teólogos a la violeta que ocupan las páginas de algunos portales cuyos dirigentes han aparecido en plan copain, compinche, con Francisco. Absolutamente nada que ver.
Congar amaba profundamenta a la Iglesia. Era un hombre de fe a prueba de bomba. "La foi d´Abraham" fue objeto de disertación en una conferencia que le oí y que parecía hablar de sí mismo. De niño, contaba cómo en la primera guerra mundial, siendo él monago, vio como el párroco se desvivió para que los fieles protestantes tuvieran su lugar de encuentro. El, que ha sido considerado uno de los prohombres de la eclesiología, vivía la desunión de los cristianos con auténtico dolor físico, pero jamás se le ocurrió abdicar de un principio de su creencia católica, ni retorcerlo, por secundario que fuera.
A modo de homenaje, he vuelto a leer el artículo crepuscular que publicó en el libro "Thélologie d´aujourd´hui et de demain", dedicado a la religión e institución donde se hace eco de un texto de Ratzinger, al tiempo que centra en el Espíritu el aliento de la Iglesia y su expresión en el culto eucarístico.
Totalmente de acuerdo con el Sr. Valderas Gallardo.
EliminarEl poder corrompe, y de esto no se libran los eclesiásticos. En mi vida he conocido a muchos eclesiásticos y muy pocos de ellos humildes. Esto de administrar los sacramentos, predicar y que te escuchen multitud de personas y que te llamen “padre” y ser el centro de atención de la Misa (en vez de que sea Dios, como en la Misa Tradicional), a muchos se les sube a la cabeza.
ResponderEliminarNo hay cosa que enfurezca más a un clérigo que cuando un laico lo corrige. Normalmente piensa “¿que me ha de enseñar este tipo?, yo soy el cura ”.
Hemos pasado de una Papa como “servus servorum Dei” al Papa rey sol, cuya voluntad y capricho es ley. ¿Esto es católico?
Hace pocos días, Bruno Moreno publicaba un genial post en Infocatolica, que resumiendo dice:
Pidamos a Dios papas que hablen poco y recen mucho.
Sea el propósito de todo pontífice antes no estropear nada que mejorar algo.
Gócese la Iglesia en la impotencia y debilidad del papa.
Huya un papa del afán de novedades como del mismo demonio.
Enséñese a todos los cristianos, clérigos y non clérigos, que ha habido papas malos, muy malos y pésimos.
Canonícese poco a los papas, para que no piense el vulgo que la santidad viene del cargo y el prestigio.
Recuerden pontífices y prelados que los primeros que deben cumplir la ley son los legisladores.
Nómbrense, por último, obispos con fe y varoniles.
Disculpe Sr Fred, excelente lista de peticiones pero no diga," por último, obispos con fe y varoniles". ..Eso es condición primerísima, tanto lo de la Fe como lo de ser "varón y bien barbado" para defenderla y reparar todo lo que pueda ser reparado en este desastroso "revolcón" que le dio Francisco a la Iglesia
EliminarSe agradecería monográfico sobre lo que quiere perpetrar la CONFER o como se llame, sobre pedir perdón a los asesinos de Curas y monjas en el periodo 1931-39 del siglo pasado.
ResponderEliminarMuchas gracias.
Cristo , como Dios Verdadero que es, era,es y será siempre el mismo desde la Eternidad.
ResponderEliminarA ver si algún despistado o satánico lo entiende.
Aunque a alguno lo disfrazasen de papa.
Leñe.