La Glosa Dominical de Germinans

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Reflexión a modo de notas hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo
LA VOCACIÓN CRISTIANA: EXPERIENCIA, COMPROMISO Y CAMINO FRATERNO
El tema de la vocación centra en este domingo XXXII del tiempo ordinario. Las tres lecturas nos dicen lo que es una vocación (una llamada de Dios) y las consecuencias que ello conlleva en la vida de quien es llamado.
La primera lectura es el famoso pasaje de la llamada de Samuel. Este joven tiene un nombre que en arameo significa “el Señor ha escuchado"  (como su madre dice en 1 Samuel 02:20)
De hecho, Ana no puede tener hijos y  había hecho una promesa a Dios: caso de darle un hijo, ese niño lo ofrecería al Señor por todos los días de su vida. A primera vista parecería que Samuel fue condicionado a una vocación, y por lo tanto ésta no sería auténtica: la madre lo acompaña al templo y lo deja allí, confiándolo al cuidado del sacerdote Elí. Ana se comporta como aquellas madres que acompañaron a su hijo al Seminario, con la esperanza de que se convierta en sacerdote. Una noche, sin embargo, lo inesperado sucede: el Señor llama a Samuel realmente.
La primera lectura nos dice que se trata de una llamada genuina (es el Señor que lo llama a él y no a los demás), clara (Samuel es llamado por su nombre), persistente (la llamada se repitió tres veces) y bien establecida en la presencia de Dios al lado del chico ("Vino luego Yahveh  y se paró junto a él"). Samuel fue llamado a convertirse en un gran profeta y tendrá que ejercer su vocación profética, por primera vez, paradójicamente, reemplazando al sacerdote que le ayudó a responder a su llamada.
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Samuel y Elí
Entendemos entonces que la vocación es una llamada que cuenta con el mismo Dios, misteriosamente despertado, puesto en duda de una manera muy personal, que necesita la ayuda de alguien (más) para servir como mediador y apoyo, requiere generosidad en escuchar lo que Dios dice (a veces puede ser algo difícil o desafiante). Curiosamente, el sacerdote que actúa como mediador no es perfecto, ni mucho menos. Pero Dios lo usa tal como es, para ayudar a Samuel  en el proceso de discernimiento.
La primera lectura, en esencia, nos ofrece lo básico para entender qué es una vocación, cómo se hace, cómo se descubre y cómo hay que corresponderla.  En la segunda lectura se nos dice cuáles son las consecuencias de una vocación. Se nos dice que los cristianos somos "el templo del Espíritu Santo que está en nosotros y que hemos recibido de Dios."
Aquí ya no se dice que Dios "viene y hace una pausa" durante unos minutos. Dice algo más: "Dios está con nosotros" de manera permanente y continua. Se trata de un paso más allá: la venida de Cristo en una carne en todo como la nuestra - excepto en el pecado-: y eso es la consecuencia de haber sido comprados a un alto precio; por eso "ya no nos pertenecemos a nosotros mismos." Esta es la gran vocación de todo cristiano: la vocación bautismal, por la que Dios habita en nosotros, habla en nosotros (si nos esforzamos por escuchar su voz) y nos orienta hacia elecciones exigentes, a través de la conciencia  iluminada por la Gracia.
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Conversión y Vocación de San Pablo
El descubrimiento de tener esta maravillosa vocación (tener a Dios que ha puesto su morada en nosotros) conlleva consecuencias importantes y difíciles: nuestro cuerpo es "para el Señor", nuestra persona es "el templo del Espíritu Santo" (segunda lectura).
En comparación con la primera lectura vemos una interiorización de la vocación: antes Dios llamaba "desde fuera", ahora llama "desde dentro", por medio de su Espíritu que habita en nosotros y gimiendo con "gemidos inefables" (cf. Rom. 8:26). La vocación cristiana es, por lo tanto, una llamada a la santidad, a la pureza, a ser irreprochables por el amor. No es sólo algo que ocurre una vez en la vida, un episodio, por muy hermoso que sea. Es más bien un camino que se construye cada día, un compromiso al que debemos “corresponder” cada día, hasta la venida del Señor.
San Pablo resume esta vocación cristiana con palabras fuertes y claras: "Hermanos: Todo lo que es su espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tesalonicenses 5:23 El llamamiento de Dios (es decir Dios que llama), a través del Espíritu Santo que habita en nosotros, tiene como objetivo unirnos a Cristo: "El que se une al Señor es un espíritu con él". No se trata pues de  hacer algo, sino de ser de una determinada manera, reproduciendo en nosotros el semblante del Maestro, en la imitación constante de su persona, hasta el punto de unirnos completamente a Él. 
El Evangelio nos revela un aspecto adicional e importante de la vocación; la dimensión comunitaria. No es una vocación puramente individual. Incluso aquellos que están llamados a vivir la vida en la soledad, el aislamiento, el total desapego del mundo, no están fuera de la dimensión comunitaria. Ellos también están en la Iglesia y al servicio de la Iglesia, a través de la intercesión continua y comunión fraterna en la caridad.
Necesitamos cristianos que sean como Juan el Bautista, capaces de señalar con el dedo a Jesús y exclamar: "¡He aquí el Cordero de Dios".
Los dos discípulos de Juan el Bautista, frente a su capacidad de ser testigos del amor de Cristo, al escucharle siguieron a Jesús.
El Evangelio, por tanto, nos habla de la importancia de la comunidad, a la hora de descubrir la vocación y seguirla. El testimonio convincente del que ya se ha llamado a  vivir la belleza y la alegría de un encuentro personal con Cristo, se convierte en señal luminosa capaz de despertar en otros el deseo de seguirle. Es lo que sucede con los discípulos de Juan, “tocados” por su palabra. Igual que Pedro, contagiado por el entusiasmo de su hermano Andrés.
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La vocación es gracia que late en la Iglesia, que pasa por el testimonio coherente y generoso de los que ya viven la belleza de un encuentro íntimo y real con el Señor. Aquí también, la dimensión personal es esencial: "Y fueron  y vieron dónde vivía Jesús y ese día se quedaron con él." Es una experiencia tangible, única e inolvidable. El evangelista Juan, que según la tradición antigua tuvo una vida muy larga, cuando escribió el Evangelio todavía recordaba el momento de su primer encuentro con Jesús: "Eran como las cuatro de la tarde." Las décadas pasan, pero la memoria viva de un momento personal se imprime en el corazón, nutre la esperanza y la alegría, y también despierta en los demás el deseo de compartir la misma gracia.
C:\Users\FRANSESC\Desktop\imagen96810642.jpgTambién nosotros hemos sido llamados por el bautismo a vivir la nueva vida de cristianos. Para alimentar esta vocación necesitamos, junto a nosotros, la presencia del Señor, como Samuel. Hemos de comprometernos a convertir esta llamada en un estilo de vida coherente como hizo san Pablo. Deseamos testimoniar a los demás la belleza de esta llamada, como el Bautista y Andrés, involucrando a otros, convirtiéndonos en testigos.
En estos tres planos: la cercanía del Señor, la “vida buena” del Evangelio y el testimonio valiente en la comunidad. Sobre estos cimientos se construye el futuro de la Iglesia,  de la que todos estamos llamados a formar parte.
 Fr. Tomás M. Sanguinetti

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2 comentarios

  1. Como siempre Fray Tomas, gracias por su magnifica glosa que nos ayuda a comprender mucho mejor las lecturas de la misa dominical. Paz y Bien

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  2. Fray Tomás, muy agradecido por esa hermosa Glosa, sobre el tema de la VOCACIÓN. una verdadera homilía con todas las características necesarias para un autentico discernimiento sobre la vocación a la que hemos sido llamados.

    Un importante complemento tiene que ser la perseverancia en la vocación, ya sea al sacerdocio, vida consagrada o matrimonio.

    Dentro de todo auténtico proceso vocacional surgen las dudas, los criterios personales que aparecen cuando las fuerzas flaquean y todo parece tambalearse; en esos momentos, en los que la rutina puede convertirse en hastío, se hace fácil perder el “norte” que debe ser punto de referencia en nuestra vida: Cristo.

    En medio de una turbulencia de pensamientos, de circunstancias personales, motivaciones, frustraciones y errores inalcanzables recorriendo nuestra mente y eclipsando la capacidad de trascender serenamente esa situación, es difícil recordar aquello que un día sintió nuestro corazón y que poco a poco fue formando parte esencial y fundante de nuestro ser personal.

    La esperanza ha de ser el motor que nos ayude a salir de este estado de desasosiego y que nos una más en el amor al AMIGO QUE NUNCA FALLA; así, ejercitándonos en la caridad, perseveraremos fieles a la vocación recibida, al proyecto y voluntad del Padre para nuestra vida.

    Pero tendremos que sacar fuerzas de la debilidad y pecado propios para avanzar en la compresión del misterio que se nos hace su voluntad, y por ello tendremos que pedir que nos ilumine y, así, podamos afianzarnos de nuevo en la vocación confiando en que: si Dios nos quiere para esa tarea Él pondrá los medios necesarios para salir de toda dificultad; hallando tras la prueba una mayor unión con Él que nos alcance la Felicidad.

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